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Cetaganda (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Cetaganda (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 3)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


«Hojas de otoño» se estaba helando hacia el final de su ciclo. El agua de las fuentes se congelaba, o parecía que se congelaba, convertida en hielo negro y silencioso. Los colores aéreos se desvanecieron hasta convertirse en amarillo sepia y gris plateado, colores de un atardecer invernal, y las figuras que formaban, si es que eran figuras, sugerían desesperación y muerte. La música de campanillas se desvaneció hasta convertirse en susurros discordantes, quebrados. No era un invierno de nieve y celebración. Era el invierno de la muerte. Miles se estremeció. Mierda, qué efectivo.
      Así que… cómo empezar a hacer preguntas sin revelar nada a cambio? Se imaginó acorralando a un ghemlord. Diga, alguno de sus ministros perdió una llave en código con un sello como éste?No, no. Lo mejor era que sus… adversarios lo abordaran a él, pero se estaban tomando demasiado tiempo y ya empezaba a aburrirse. Paseó la mirada sobre la multitud buscando hombres sin pestañas… y no los encontró.
      Iván ya había encontrado a una mujer hermosa. Miles parpadeó al advertir su extremada belleza. Era alta y delgada, la piel de las manos y la cara tan suave y delicada como la porcelana. Unas bandas enjoyadas le sujetaban el cabello rubio, casi blanco, a la altura del cuello y luego más abajo, en la cintura. La sedosa y brillante melena le llegaba casi a las rodillas. El vestido escondía más de lo que mostraba, con capas y más capas de tela, mangas abiertas y chalecos que le llegaban a los tobillos. Los tonos oscuros de la ropa de las capas superiores acentuaban la palidez de la piel, y un brillo de seda cerúlea repetía el azul de sus ojos. Era una ghemlady de Cetaganda, de eso no cabía la menor duda: tenía ese aire de gnomo que sugería la existencia de genes hautlord en el árbol genealógico. También cabía en lo posible que ella hubiera imitado ese aire mediante cirugía y otras terapias, pero el arrogante arco de las cejas tenía que ser auténtico.
      Miles olió las feromonas del perfume de la mujer a más de tres metros de distancia. El perfume le pareció innecesario. Iván ya estaba lanzado. Con un brillo de codicia en sus ojos oscuros, decantaba alguna historia en la que había tenido un papel heroico o al menos protagonista. Algo sobre ejercicios y entrenamiento, ah, claro, para enfatizar el estilo marcial barrayarés. Venus y Marte, por supuesto. Pero ella estaba sonriendo, sí, sonriendo con las palabras de su primo.
      No era que Miles, por envidia, quisiera negarle a Iván su suerte con las mujeres. Simplemente le hubiera parecido bien que de vez en cuando, le correspondiera parte de las piezas sobrantes de la cacería. Aunque, según Iván, cada uno tenía que labrarse su propia suerte. El adaptable ego de Iván podía absorber una docena de rechazos esa noche con la esperanza de recibir el premio de una sonrisa al cabo de largo tiempo. Miles pensaba que él se habría muerto de mortificación en el Intento Número Tres. Tal vez la razón de esa sensibilidad era su naturaleza monógama.
      Pero mierda, antes de pasar a mayores ambiciones, había que adquirir la monogamia y por ahora no había logrado unir ni una sola mujer a su maltrecha persona. Claro que sus tres años de operaciones secretas y todo el período confinado en el ambiente masculino de la academia militar habían limitado sus oportunidades.
      Bonita teoría. Y por qué las mismas condiciones no habían detenido a Iván?
       Elena…En el fondo seguía deseando lo imposible? Miles juraba que no era tan exigente como Iván — no podía permitírselo-, pero incluso a esa hermosa ghem rubia le faltaba… qué? La inteligencia, el control, el alma de peregrina… Elena había elegido a otro, y probablemente había hecho bien. Ya era hora de seguir adelante y labrarse su propia suerte. Sin embargo, hubiera deseado que la idea no le pareciera tan difícil.
      Al cabo de un instante se acercó un ghemlord desde el otro extremo de la habitación, deteniéndose aquí y allí. Iba vestido de oscuro y con ropas muy amplias. Era joven, más o menos de su misma edad, calculó Miles. Tenía la cabeza cuadrada, con pómulos redondos y prominentes. Uno de ellos estaba maquillado con un adorno circular, una calcomanía, notó Miles, un remolino estilizado de color que identificaba el clan y el rango. Era una versión reducida de la pintura que usaban algunos de los cetagandanos en la cara, una moda pasajera que los mayores no veían con buenos ojos. Había venido a rescatar a su dama de las atenciones de Iván?
      — Lady Gelle — dijo y se inclinó levemente.
      — Lord Yenaro — contestó ella con una inclinación de cabeza exactamente calculada, de lo cual Miles dedujo que: 1) ella tenía un estatus superior al del hombre en la ghemcomunidad y que 2) él no era el marido ni el hermano… Probablemente Iván estaba a salvo.
      — Veo que ya descubrió usted a los exóticos galácticos que estaba buscando — dijo lord Yenaro.
      Ella le sonrió. El efecto fue deslumbrante y Miles descubrió que, a pesar de que nunca lo conseguiría, estaba deseando que ella le sonriera. Lord Yenaro, sin duda inmunizado por una vida de exposición a las ghemladies, parecía indiferente.
      — Lord Yenaro, le presento al teniente lord Iván Vorpatril de Barrayar y… y… — La muchacha parpadeó como para indicar a Iván que debía presentar a Miles, un gesto tan preciso e imperativo como si hubiera palmeado a Iván con un abanico.
      — Mi primo, el teniente lord Miles Vorkosigan. — Iván suministró la información con suavidad, en el momento justo.
      — Alí… ¡los enviados de Barrayar! — Lord Yenaro se inclinó más profundamente. Es un placer.
      Miles e Iván le devolvieron inclinaciones de cabeza no demasiado exageradas pero correctas. Miles se aseguró de que la suya fuera algo menos marcada que la de su primo, un detalle que probablemente no seria muy evidente desde donde se encontraba Yenaro.
      — Tenemos una relación histórica, usted y yo, lord Vorkosigan — dijo Yenaro-. Antepasados famosos. — El nivel de adrenalina de la sangre de Miles se disparó hacia el infinito. Ah, mierda, es pariente del ghemgeneral Estanis y piensa hacerle algo al hijo de Aral Vorkosigan-.Usted es el nieto del general Conde Piotr Vorkosigan, verdad?
      Ah. Historia, sí, pero antigua…,no reciente. Miles se relajó.
      — Cierto, cierto.
      — Yo soy, en cierto modo, su oponente. Mi abuelo fue el ghemgeneral Yenaro.
      — Ah, el malogrado comandante de la…? Cómo la llaman ustedes? La… Expedición a Barrayar? El Reconocimiento?
      — El ghemgeneral que perdió la Guerra de Barrayar — dijo Yenaro con toda claridad.
      — Pero Yenaro, le parece necesario abordar este tema? — dijo lady Gelle.
      Entonces, esa mujer quería oír el final de la historia de Iván? En serio? Miles habría podido contarle una mucho más graciosa, ambientada en la época de maniobras de entrenamiento, cuando Iván había guiado a sus hombres directo hacia una zona de barro pegajoso. Se hundieron hasta la cintura y después hubo que sacarlos a todos con una grúa— flotante…
      — No estoy a favor de la teoría heroica del desastre — dijo Miles diplomáticamente-. El general Yenaro tuvo la desgracia de ser el último de cinco ghemgenerales que perdieron la Guerra de Barrayar y, por lo tanto, heredó todas las culpas.
      — Ah, muy bien expresado — murmuró Iván.
      Yenaro también sonrió.
      — Si no entendí mal, esa cosa en el vestíbulo es suya, verdad, Yenaro? — preguntó la chica, en un claro intento de cambiar de tema-. Un poco banal para su gente, no? A mi madre le gustó.
      — Es sólo una pieza práctica. — Una inclinación irónica de cabeza para esa crítica velada-. A los marilacanos les encantó. La verdadera cortesía considera los gustos del receptor. Tiene algunos niveles de sutileza que sólo se aprecian cuando se camina por dentro.
      — Creía que estaba especializado en concursos de perfumes.
      — Estoy ampliando mis intereses. Aunque sigo pensando que el olfato es un sentido más sutil que la vista. Cuando quiera, le prepararé una mezcla de perfumes, milady. Ese civeto— jazmín que lleva hoy no combina bien con el estilo formal de los tres niveles de su vestido. Bueno, no debería decirlo, supongo que usted ya lo sabe…
      La sonrisa de ella se desvaneció.
      — Usted cree?
      La imaginación de Miles suministró la música de fondo, un quejido de espadas que se cruzan y un ¡Toma eso, bribón!Miles suprimió una sonrisa.
      — Hermoso vestido — Intervino Iván con rapidez-. Huele usted muy bien.
      — mm, sí, y hablando de su deseo de lo exótico — dijo lord Yenaro a lady Gelle-, sabía que el nacimiento de lord Vorpatril fue biológico?
      Las suaves cejas de la chica se encontraron en el centro de su frente. En aquel rostro perfecto apareció una levísima arruga.
      — Todos los nacimientos son biológicos, Yenaro.
      — Ah, no es eso. Me refiero al tipo original de biología. Del cuerpo de su madre…
      — Eeeuuuu. — Lady Gelle frunció la nariz, horrorizada-. Vamos,Yenaro, no sea desagradable… Mamá tiene razón, un día de éstos usted y su grupito avant-gardeirán demasiado lejos. Corre usted el peligro de convertirse en una persona poco recomendable… Eso cambiaría mucho su fama. — El disgusto iba directamente contra Yenaro, pero Miles advirtió que se alejaba un poco de Iván.
      — Cuando la fama nos evita, hay que conformarse con llamar la atención — dijo Yenaro, encogiéndose de hombros.
      Yo nací en un replicador. Miles pensó en decirlo con alegría, pero se contuvo. Locual demuestra que nunca se sabe. Si dejamos de lado el daño cerebral, Iván tuvo más suerte que yo…
      — Buenas noches,lord Yenaro. — Ella sacudió la cabeza y se fue con el aire de quien se despide para siempre.
      Iván parecía destrozado.
      — Muy bonita, lástima que no haya educado su mente… — murmuró Yenaro, como para acotar que el grupo estaba mejor sin esa compañía femenina. No obstante, parecía incómodo.
      — Así que… eligió usted la carrera artística y no la militar, eh, lord Yenaro? — Miles trató de romper el silencio.
      — Carrera? — Lord Yenaro esbozó una mueca-. No, sólo soy un aficionado, por supuesto. Las consideraciones comerciales son la muerte del buen gusto. Pero espero convertirme en un artista de talla… a mi manera.
      Miles esperaba que eso no tuviera doble sentido. Siguieron la mirada de lord Yenaro que se elevaba por encima de la baranda hacia el vestíbulo hacia la fuente que brillaba más abajo.
      — Tiene que venir a verla por dentro. La vista es completamente distinta.
      Lord Yenaro era un hombre torpe, decidió Miles. Ese exterior agrio y agresivo sólo ocultaba el ego tembloroso y vulnerable de un artista.
      — Claro — dijo. Yenaro no necesitaba más. Sonrió, ansioso, y los condujo hacia las escaleras, explicándoles alguna teoría temática que demostraba la escultura. Justo en ese momento, Miles vio al embajador Vorob'yev que lo llamaba desde el otro lado del gran balcón.
      — Discúlpeme usted, lord Yenaro. Iván, sigue tú. Enseguida me reúno con vosotros.
      — Ah… — Yenaro pareció momentáneamente decepcionado.
      Iván miró escapar a su primo con un brillo airado en la mirada que prometía una posterior venganza.
      Vorob'yev estaba de pie con una mujer, quien apoyaba la mano con familiaridad sobre el brazo del embajador. Tendría unos cuarenta y tantos, calculó Miles, de rasgos naturalmente atractivos y libres de cualquier retoque relacionado con la escultura artificial de rostros. Su vestido largo y las capas externas que lo adornaban eran una copia de la moda cetagandana, pero con detalles mucho más simples que los de la ropa de lady Gelle. No era cetagandana, pero los colores crema y rojo intenso y los tonos verdes de las capas de tela armonizaban con la misma gracia con su piel olivácea y sus rizos oscuros.
      — Por fin le encuentro, lord Vorkosigan — dijo Vorob'yev-. Prometí presentarlo. Ella es Mia Maz, y trabaja para nuestros amigos de la embajada de Vervain. De vez en cuando colabora con nosotros. Se la recomiendo.
      Miles se puso firme ante la frase clave, sonrió y se inclinó ante la mujer vervani.
      — Encantado de conocerla. Y qué hace usted en la embajada de Vervain, señora?
      — Soy jefa de asistentes de protocolo. Me especializo en etiqueta femenina.
      — Es una especialidad separada?
      — Aquí lo es… o debería serlo. Desde hace años vengo diciéndole al embajador Vorob'yev que debería contratar a una mujer para que se encargara de este tema.
      — Pero no hay ninguna con experiencia suficiente — suspiró Vorob'yev-, y tú no aceptas el puesto… Aunque te lo he ofrecido muchas veces.
      — Bueno, contrate a una sin experiencia y páguele para que la vaya adquiriendo — sugirió Miles-. Milady aceptaría la idea de tomar una alumna?
      — Me parece muy buena idea… — Vorob'yev parecía impresionado. Maz alzó las cejas en un gesto de aprobación-. Deberíamos discutirlo, Maz, pero tengo que hablar con Wilstar. Por ahí aparece: va directo a la comida. Con un poco de suerte, tal vez consiga atraparlo con la boca llena. Disculpen… — Ahora que ya los había presentado, Vorob'yev desapareció… diplomáticamente (como siempre).
      Maz puso toda su atención en Miles.
      — Aunque no acepte ese puesto,lord Vorkosigan, quería decirle que si hay algo que podamos hacer por usted en la embajada de Vervain… cualquier cosa por el hijo y el sobrino del almirante Aral Vorkosigan en su visita a Eta Ceta… Todos nuestros recursos están a su disposición.
      Miles sonrió.
      — No se lo diga a Iván: tal vez quiera que se lo ofrezca personalmente.
      La mujer siguió la mirada de Miles por encima de la baranda, hacia donde Iván, alto como siempre, seguía a lord Yenaro a través de la escultura. Sonrió con picardía y se le formó un gracioso hoyuelo en la mejilla.
      — No hay problema — dijo.
      — Así que… una ghemlady es tan distinta de un ghemlord como para merecer un estudio aparte… un estudio de tiempo completo, quiero decir… Admito que la mayoría de las imágenes que tenemos de los ghemlores en Barrayar se obtuvieron por una mira telemétrica.
      — Hace dos años, me habría burlado de esta visión militarista, pero desde el intento de invasión cetagandana he empezado a apreciarla. En realidad, los ghemlores son tan parecidos a los Vor, que a mi entender usted los comprenderá mucho mejor que nosotros en Vervain. Los hautlores son… otra cosa. Y las hautladies son aún más distintas. Apenas empiezo a comprenderlo.
      — Las mujeres de los hautlores viven tan… recluidas… hacen algo concreto? Quiero decir, nadie las ve jamás, verdad? No tienen poder.
      — Tienen su propio tipo de poder. Sus áreas de control. Paralelas. No compiten con los hombres. Tiene sentido, pero no se molestan en explicárselo a los extranjeros.
      — Es decir, a seres inferiores…
      — Eso también. — Otra vez apareció el hoyuelo.
      — Así que… es usted una autoridad en sellos, símbolos, marcas de los ghem y hautlores…? Yo reconozco unas cincuenta clanmarcas a primera vista, todas las insignias militares y los penachos de los cuerpos de lucha, pero sé que con eso no tengo ni para empezar.
      — Estoy bien informada. La estructura se organiza en varias capas y niveles. No puedo decir que los conozca todos, claro…
      Miles frunció el ceño, pensativo, después decidió aprovechar la ocasión. Esa noche no estaba pasando nada. Sacó la hoja del bolsillo y la alisó apretándola contra la barandilla.
      — Conoce este símbolo? Lo vi en un… lugar poco habitual. Pero me sonó a ghem, o a haut… no sé si me entiende.
      Ella miró con interés el pájaro con el pico abierto.
      — A primera vista, no lo reconozco. Pero tiene razón, no cabe duda de que es de estilo cetagandano. Y antiguo… desde luego.
      Cómo lo sabe?
      — Bueno, aunque es un sello personal y no una clanmarca, no está enmarcado. Durante las últimas tres generaciones, todo el mundo hace sus marcas personales en cartuchos, con marcos cada vez más elaborados. Se puede determinar la década por el diseño del marco… o casi.
      — Ajá.
      — Si quiere, puedo tratar de identificarlo en mi material de consulta…
      — De verdad? Se lo agradecería mucho. — Miles plegó otra vez el papel y se lo entregó-. Ah… Y también le agradecería que no se lo mostrara a nadie…
      — Ah? — Ella dejó que la pregunta colgara en el aire… Ah?
      — Discúlpeme. Paranoia profesional. Yo… eh… — Se estaba metiendo en aguas peligrosas-. Es una costumbre.
      Por suerte, el regreso de Iván lo sacó del atolladero. La mirada práctica de su primo había examinado los atributos de la mujer vervani y ahora sonreía con atención… tan feliz como con la última muchacha y la siguiente. Y la otra. El ghemlord artista seguía pegado a su hombro y Miles tuvo que presentarlos a los dos. Maz no conocía a lord Yenaro.
      Frente al cetagandano, no repitió el mensaje de gratitud vervani para con el clan Vorkosigan, pero se mostró decididamente amistosa.
      — Deberías ir con lord Yenaro a ver esa escultura — dijo Iván con rabia. Merece la pena, es una oportunidad única…
      Yo la vi primero, carajo.
      — Sí, es muy bonita.
      — Estaría usted interesado, lord Vorkosigan? — Yenaro parecía ansioso y esperanzado.
      Iván se inclinó y susurró al oído de Miles:
      — Fue un regalo de lord Yenaro a la embajada marilacana. No seas despectivo, Miles, ya sabes lo suspicaces que son estos cetagandanos con sus… obritas de arte…
      Miles suspiró y consiguió esbozar una sonrisa interesada.
      — Claro, claro. Ahora?
      Se disculpó con Maz, la vervani. Realmente lo lamentaba. El ghemlord lo llevó por las escaleras hacia el vestíbulo y lo hizo detenerse a la entrada de la escultura para esperar que el ciclo empezara de nuevo.
      — Mi escasa preparación estética no me permite emitir un juicio — comentó Miles de pasada, con la esperanza de que eso desviara la conversación hacia otros temas.
      — Hay tan poca gente preparada para eso… — sonrió Yenaro-, pero claro, eso no les impide criticar…
      — De todas formas, me parece un logro tecnológico considerable. Provoca el movimiento con antigrav?
      — No. Los generadores serían demasiado voluminosos y se desperdiciaría energía. La misma fuerza desarrolla el movimiento de las hojas y el cambio de color… o por lo menos eso me explicaron los técnicos.
      — Técnicos? Yo suponía que usted había hecho todo esto con sus propias manos.
      Yenaro abrió las manos (pálidas, delgadas, de dedos largos) y las miró como si se sorprendiera de encontrarlas al final de los brazos.
      — Claro que no. Las manos se alquilan, se pagan. El diseño es una obra del intelecto.
      — No estoy de acuerdo. Lo siento. Según mi experiencia, las manos forman parte del cerebro, casi como si fueran otro lóbulo cerebral. No es posible captar las cosas que no se conocen con las manos.
      — Veo que es usted una persona de conversación amena, lord Vorkosigan. Si su agenda se lo permite, me gustaría presentarle a mis amigos. Celebramos una recepción en casa dentro de dos noches… Cree usted que…?
      — Mmm, tal vez… — Dos noches después no había ninguna ceremonia fúnebre… Sería bastante interesante, una oportunidad para observar a los jovencitos de la casta de los ghemlores en su ambiente sin las inhibiciones que causaba en esa generación la presencia de los mayores. Una mirada al futuro de Cetaganda-. Sí, por qué no»
      — Le mandaré una invitación y las indicaciones para llegar. Ah. — Yenaro miró la fuente, que de nuevo empezaba a mostrar la paleta de verdes veraniegos-. Ahora ya podemos entrar.
      A Miles el interior de la fuente no le pareció muy distinto del exterior. En realidad, parecía menosinteresante porque de cerca se perdía la ilusión de que las hojas formaban imágenes. La música se oía con más claridad, eso sí. Cuando los colores empezaron a cambiar, el volumen aumentó bruscamente en un crescendo.
      — No se pierda esto, vale la pena — dijo Yenaro, con evidente satisfacción.
      La escultura era interesante, lo bastante para que Miles tardara un momento en darse cuenta de que estaba sintiendoalgo: picazón y calor en los hierros que le cubrían las piernas, apoyados contra la piel. Intentó conservar la calma, pero el calor seguía aumentando.
      Yenaro parloteaba con entusiasmo artístico mientras señalaba los diferentes efectos. Ahora, mire esto…Un remolino de colores brillantes frente a los ojos de Miles. Una sensación evidente: un ardor insoportable en la piel de las piernas.
      Ahogó un grito y lo convirtió en un gemido agudo. Logró dominarse para no correr hacia el agua, pues sabía que podía electrocutarse… En los pocos segundos que le llevó salir del laberinto, el acero que le rodeaba las piernas alcanzó la temperatura de ebullición del agua. Miles olvidó la dignidad, se tiró al suelo y trató de arrancarse los hierros de las piernas. Cuando tocó el metal, se quemó las manos. Se sacó las botas de un tirón, soltó los hierros y los lanzó a un lado. Se retorció en posición fetal, aullando de dolor. Los hierros le habían dejado en las rodillas y tobillos unas marcas blancas y punzantes, con el borde en carne viva.
      Yenaro corría de un lado a otro, desesperado, pidiendo ayuda a pleno pulmón. Miles levantó la vista y descubrió que era el centro de atención de unas cincuenta personas sorprendidas e impresionadas, que miraban con horror sus frenéticos movimientos. Dejó de retorcerse y de maldecir y se quedó sentado, jadeando; el aire producía un siseo profundo al salir por entre los dientes apretados.
      Iván y Vorob'yev se abrían paso a codazos desde distintos lugares del salón.
      — ¡Lord Vorkosigan! Qué pasa? — preguntó Vorob'yev con urgencia.
      — Estoy bien — dijo Miles. No era cierto, pero ése no era ni el lugar ni el momento de entrar en detalles. Se volvió a poner los pantalones, para esconder las heridas.
      Yenaro tartamudeaba, desesperado.
      — Qué ha pasado? Qué… qué ha pasado? No tenía ni idea… Está usted bien, lord Vorkosigan? Ay, Dios… Dios…
      Iván se agachó y tocó uno de los hierros, aún caliente.
      — Sí… qué diablos…?
      Miles pensó en la secuencia de sensaciones y en sus posibles causas. No se trataba de antigrav, nada importante para una persona que no padeciera sus problemas óseos, un truco que había pasado inadvertido ante las narices de Seguridad de la embajada marilacana. Habían logrado esconderlo manteniéndolo a la vista de todos.
      — Un efecto de histéresis. Los cambios de color de la escultura obedecen a un campo magnético en reversión… un campo de nivel bajo. Para la mayoría de la gente no constituye ningún problema. Para mí, bueno, no fue tan horrendo como poner los brazos en un horno microondas pero… ya me entienden…
      Se puso en pie con una sonrisa. Iván, que parecía muy preocupado, ya había recogido las botas y los hierros. Miles lo dejó con ellos en las manos. No quería ni tocarlos. Se acercó a Iván tropezando con gesto de ciego y susurró en el oído de su primo:
      — Sácame de aquí. — Estaba temblando.
      Iván sintió el estremecimiento en la mano que tenía apoyada sobre el hombro de su primo. Lo miró, hizo un gesto con la cabeza y avanzó rápidamente entre la multitud de hombres y mujeres muy bien vestidos, algunos de los cuales ya se estaban retirando.
      El embajador Bernaux apareció inmediatamente después y agregó sus contritas disculpas a las de Yenaro.
      — Quiere usted pasar por la enfermería de la embajada, lord Vorkosigan? — le ofreció
      — No. Gracias. Prefiero ir a casa. — Pronto, por favor.
      Bernaux se mordió el labio y miró a lord Yenaro, que seguía disculpándose.
      — Lord Yenaro. Lamento decirle que…
      — Sí, sí, apáguela enseguida, enseguida— dijo Yenaro-. Ordenaré a mis sirvientes que vengan a buscarla inmediatamente. No tenía ni idea… le gustaba tanto a todo el mundo… tengo que volver a diseñarla. O destruirla, sí, la destruiré enseguida. Lo siento muchísimo… Dios, qué vergüenza.
       Sí, vergonzoso?,pensó Miles. Un despliegue de sus debilidades físicas frente a un nutrido público, justo cuando acababa de poner un pie en el planeta…
      — No, no, no la destruya — dijo el embajador Bernaux, horrorizado-. La haremos revisar por un ingeniero de seguridad y la modificaremos, o tal vez pondremos un cartel de advertencia…
      Iván reapareció junto a la multitud que se dispersaba y levantó el pulgar frente a Miles. Después de unos minutos terriblemente dolorosos de sutilezas sociales, Vorob'yev e Iván se las arreglaron para escoltarlo hacia el tubo elevador y luego hacia el auto de superficie de la embajada de Barrayar. Miles se arrojó en el asiento y se quedó ahí, con la cara retorcida de dolor, jadeando. Iván vio que temblaba, se sacó la guerrera y se la echó sobre los hombros. Miles no protestó.
      — De acuerdo, veamos los daños — exigió Iván. Apoyó una de las pantorrillas de Miles sobre su rodilla y enrolló la pernera del pantalón-. Jo, esto tiene que ser muy doloroso.
      — Bastante — aceptó Miles.
      — No puede haber sido un intento de asesinato, eso no — dijo Vorob'yev, con los labios apretados, la mente febril, buscando respuestas.
      — No — confirmó Miles.
      — Según Bernaux, su gente examinó la escultura antes de instalarla. La registraron pero, claro, andaban buscando bombas y micrófonos.
      — Seguro que la examinaron. Esa cosa no puede hacer daño a nadie… excepto a mí…
      Vorob'yev seguía el razonamiento sin dificultades.
      — Una trampa?
      — Demasiado elaborada, me parece — hizo notar Iván.
      — No estoy seguro — dijo Miles. Se supone que no debo estar seguro. Ésa es la gracia del asunto-.Tiene que haberles llevado días, tal vez semanas, prepararlo todo. Ni siquiera nosotros sabíamos que íbamos a venir hasta hace dos semanas. Cuándo llegó ese trasto a la embajada marilacana?
      — Según Bernaux, anoche — dijo Vorob'yev.
       — Antes de que llegáramos nosotros.— Antes del pequeño encuentro con el hombre sin cejas. No pueden estar relacionados… o sí?-. Desde cuándo saben que asistiríamos a esta fiesta?
      — Las embajadas prepararon las invitaciones hace unos tres días — dijo Vorob'yev.
      — Muy poco tiempo para tratarse de una conspiración — observó Iván.
      Vorob'yev lo pensó un poco.
      — Creo que tengo que aceptar su punto de vista, lord Vorpatril. Lo consideramos un desgraciado accidente entonces?
       — Por ahora — dijo Miles.No fue un accidente. Me tendieron una trampa. A mí, personalmente. Cuando llega la primera salva, hay que darse cuenta de que ha estallado la guerra.
      Excepto que, generalmente, uno conocía las razones por las que se había declarado la guerra. La idea de jurar que no volverían a atraparlo con la venda sobre los ojos era excelente, pero quién era el enemigo? Quién lo había atrapado esa primera vez?
      Apuesto a que sus fiestas son excelentes, lord Yenaro. No me perdería la próxima por nada del mundo.

3

      — El nombre correcto de la residencia imperial cetagandana es jardín Celestial — dijo Vorob'yev-, pero en toda la galaxia lo conocen como Xanadú. Enseguida verán por qué. Duvi, por favor, por la entrada panorámica.
      — Sí, milord — dijo el joven sargento que conducía. Alteró el programa de control. El auto de la embajada barrayaresa se elevó en el aire y se lanzó hacia un brillante conjunto de torres.
      — Despacio, por favor, Duvi. A estas horas de la mañana mi estómago…
      — Sí, milord. — El piloto hizo una mueca de decepción y puso el vehículo a una velocidad más sensata. Se elevaron, rodearon un edificio que, según calculaba Miles, debía de tener más de mil metros de altura y se elevaron de nuevo. El horizonte desapareció.
      — Uauuu — dejó escapar Iván-. Es la mayor cúpula de fuerza que he visto en toda mi vida. No sabía que se podían expandir hasta este tamaño.
      — Consume la energía de toda una planta generadora — dijo Vorob'yev-. Toda la planta dedicada a la cúpula. Y otra planta para el interior.
      Una burbuja aplastada y opalescente de seis kilómetros de ancho reflejaba el sol vespertino de Eta Ceta. Se alzaba en el centro de la ciudad como un enorme huevo en un bol, una perla de valor incalculable. Estaba rodeada por un parque de un kilómetro de ancho lleno de árboles y luego por una calle plateada, seguida de otro parque y una calle normal muy transitada. Desde ahí, se abrían ocho anchas avenidas dispuestas como los radios de una rueda. La cúpula quedaba en el centro de la ciudad. En el centro del universo, fue la impresión de Miles. Una impresión intencional, buscada.
      — El acto de hoy es una especie de ensayo general para la ceremonia que se desarrollará dentro de una semana y media — siguió diciendo Vorob'yev-. Asistirá todo el mundo: ghemlores, hautlores, visitantes de la galaxia y demás. Seguramente se producirán retrasos de organización. Eso no tiene importancia… siempre que no sean por culpa nuestra. Me pasé más de una semana negociando para conseguirles un rango oficial y un lugar.
      — Y consiguió…? — preguntó Miles.
      — Ustedes dos estarán entre los ghemlores de segundo orden. — Vorob'yev se encogió de hombros-. Más, imposible.
      Entre la multitud pero bien situados. El mejor lugar para observar los acontecimientos sin llamar la atención, consideró Miles. Parecía una buena idea. Los tres, Vorob'yev, Iván y él se habían puesto los uniformes funerarios de las Casas correspondientes, con galones y condecoraciones en seda negra sobre tela negra. El máximo de formalidad, porque estarían frente a la presencia imperial. A Miles le gustaba el uniforme de la Casa Vorkosigan, todos, el original marrón y plata o la versión que usaba en este momento, severa y elegante. Le gustaba porque las botas altas no sólo le permitían dejar los hierros sino que se lo exigían. Pero esa mañana ponerse las botas sobre las quemaduras había sido… doloroso. A pesar de que había tomado calmantes, seguramente iba a cojear más que de costumbre. No me olvido, Yenaro.

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