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Cetaganda (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Cetaganda (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 2)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      El piloto recibió las nuevas coordenadas; el vehivaina flotaba ahora en el espacio a unos cien metros de la fila de compartimentos de embarque. No había otros vehivainas visibles.
      — Informo de este incidente a las autoridades, señores? — El sargento estiró la mano hacia los controles del comu.
      — Espere — dijo Miles.
      — Señor? — El piloto lo miró por encima del hombro con expresión dubitativa-. Creo que deberíamos…
      — Espere a que nos pregunten. Después de todo, no es cosa nuestra cubrir los errores de la Seguridad cetagandana, no le parece? Que se preocupen ellos. El asunto no nos concierne.
      El piloto esbozó una breve mueca y la suprimió enseguida, pero había sido suficiente: Miles supo que lo había convencido.
      — Sí, señor — dijo el hombre, tomándolo como una orden y por lo tanto, como responsabilidad de lord Miles. No tenía nada que decir, él no era más que un simple sargento tec -. Lo que usted diga, señor.
      — Miles — musitó Iván-, qué estás haciendo, Dios mío?
      — Observando— dijo Miles, severo-. Quiero ver la eficacia de Seguridad de esta estación cetagandana. Creo que Illyan querría que hiciéramos eso, no te parece? Ah, no te preocupes… ya verás cómo vienen a interrogarnos y a llevarse todo esto, pero así al menos conseguiré algo de información. Tranquilo, Iván.
      Iván se acomodó en el asiento, y su aire de preocupación se fue disipando a medida que transcurrían los minutos sin otra interrupción que el aburrimiento del viaje en el pequeño vehivaina. Miles examinó sus tesoros. El destructor nervioso era civil, cetagandano, de gran calidad. El hecho de que no fuera militar era raro: los cetagandanos no alentaban la posesión de armas personales letales entre la población civil. Pero ese aparato no tenía insignias especiales que lo identificaran como el juguete de algún ghemlord. Era simple y funcional, con el tamaño perfecto para llevarlo escondido.
      El cilindro corto era todavía más raro. Incrustado en su carcasa transparente había una pieza brillante para parecía simplemente decorativa; Miles estaba seguro de que un examen microscópico le revelaría una gran densidad de circuitos. Uno de los extremos del aparato era simple, el otro estaba cubierto con un sello.
      — Seguro que esto sirve para insertarlo en alguna parte — le dijo a Iván, dando vueltas el cilindro a la luz.
      — Tal vez es un consolador — se burló Iván.
      Miles soltó un resoplido.
      — Con los ghemlores…, quién puede estar seguro? Pero no, no lo creo.
      El sello de la tapa tenía la forma de un pájaro con garras, de aspecto peligroso. En el centro de la figura brillaban líneas metálicas, conexiones de circuitos. En algún lugar, alguien tenía la pareja, una forma de ave con el pico abierto en un grito, un esquema lleno de códigos que liberaría la tapa para descubrir… qué? Otro esquema de códigos? Una llave para una llave… Era algo extraordinariamente elegante. Miles sonrió, fascinado.
      Iván lo observó, inquieto.
      — Vas a devolverlo, verdad?
      — Claro que sí, si me lo piden.
      — Y si no te lo piden?
      — Si no me lo piden, pienso quedármelo como recuerdo. Es demasiado bonito para tirarlo. Tal vez me lo lleve a casa, se lo regale a Illyan para que sus enanos de laboratorio de decodificación jueguen con él como ejercicio. Un jueguecito que les llevará un año por lo menos. No es cosa de aficionados, hasta yo me doy cuenta.
      Antes de que Iván pudiera poner en palabras sus objeciones, Miles se abrió la guerrera y deslizó el aparato dentro del bolsillo que tenía junto al pecho. Ojos que no ven, corazón que no siente.
      — Pero… te gustaría quedarte con éste? — preguntó y entregó a Iván el destructor nervioso.
      Iván quería quedárselo, eso era evidente. Aplacado por la división del botín, cómplice del crimen ahora, Iván hizo desaparecer el arma en su guerrera. Esa presencia secreta y siniestra junto a su pecho, calculaba Miles, serviría para mantener a su primo amable y preocupado en el siguiente encuentro con las autoridades.
      Por fin, control de tránsito de la estación los envió hacia otro muelle. Atracaron en un compartimiento para vehivainas situado a dos puestos del que les habían asignado antes. Esta vez, la puerta se abrió sin incidentes. Iván dudó un instante y salió por el tubo flexible. Miles lo siguió.
      Seis hombres los esperaban en una cámara gris casi idéntica a la primera, aunque más limpia y mejor iluminada. Miles reconoció inmediatamente al embajador barrayarés. Lord Vorob'yev era un hombre sólido, macizo, de unos sesenta años estándar, ojos atentos, sonriente y contenido. Usaba un uniforme de la Casa Vorob'yev, color burdeos con galones negros, bastante formal para la ocasión, en opinión de Miles. Estaba flanqueado por cuatro guardias en uniforme de fajina verde de Barrayar. Dos oficiales de la estación cetagandana, en uniformes malva y gris de estilo similar pero más complejo que el del intruso, esperaban de pie un poco apartados de los barrayareses.
      Sólo dos hombres de la estación? Dónde estaba la policía civil, los de inteligencia militar cetagandana o por lo menos agentes secretos de alguna de las facciones ghem? Dónde estaban las preguntas que Miles había previsto y los encargados de hacerlas?
      De pronto, se descubrió saludando al embajador Vorob'yev como si nada hubiera pasado, tal como había ensayado en un principio. Vorob'yev pertenecía a la generación del padre de Miles y en realidad había sido su emisario cuando el conde Vorkosigan todavía era Regente. Hacía ya seis años que Vorob'yev tenía ese conflictivo puesto, desde el momento en que había abandonado la carrera militar para dedicarse al servicio Imperial como civil. Miles resistió un deseo de saludarlo militarmente. Transformó ese deseo en una grave inclinación de cabeza.
      — Buenas tardes, lord Vorob'yev. Mi padre le manda sus saludos personales y estos mensajes.
      Entregó el disco diplomático sellado, acto que uno de los oficiales cetagandanos anotó en su informe.
      — Seis bultos en el equipaje? — inquirió el cetagandano con un gesto de cabeza.
      El piloto del vehivaina terminó de apilarlos sobre la plataforma flotante, hizo la venia a Miles y volvió a su nave.
      — Sí, eso es todo — dijo Iván. Iván parecía nervioso y alerta, intensamente consciente del objeto que llevaba en el bolsillo, pero al parecer el oficial cetagandano no sabía interpretar la expresión de su primo tan bien como Miles.
      El cetagandano hizo un gesto, el embajador miró a los guardias y asintió. Dos de ellos se separaron del resto para acompañar al equipaje en su viaje a través de la inspección de la estación. El cetagandano volvió a sellar el puerto y se llevó la plataforma flotante.
      Iván la miró ir con ansiedad.
      — Nos lo devolverán todo?
      — Tardarán un tiempo. Siempre se producen algunos retrasos, aunque las cosas vayan según las reglas — dijo Vorob'yev con tranquilidad-. Han tenido buen viaje, caballeros?
      — Totalmente normal — dijo Miles antes de que Iván pudiera abrir la boca-. Hasta que llegamos aquí. Es normal que los visitantes de Barrayar entren por este puerto de embarque, o nos asignaron a este lugar por alguna otra razón? — Mientras hablaba, no perdía de vista al otro oficial cetagandano para ver cómo reaccionaba.
      Vorob'yev sonrió con amargura.
      — Hacernos entrar por la puerta de servicio es una forma de jugar con nosotros, de reafirmar el estatus de Cetaganda. Tiene usted razón, es un insulto premeditado para distraernos. Yo dejé de distraerme hace años y le recomiendo que usted haga lo mismo.
      El cetagandano no reaccionó. Vorob'yev lo trataba con menos respeto que a un mueble, consideración que el cetagandano retribuía actuando como un mueble. Parecía un ritual.
      — Gracias, señor. Acepto su consejo. Ah… usted también se retrasó? Nosotros sí. Nos dieron permiso para atracar una vez y después nos hicieron repetir la maniobra.
      — La circulación está particularmente conflictiva en el día de hoy. Considérense afortunados, señores. Por aquí, por favor.
      Iván miró a Miles con desesperación mientras Vorob'yev se daba la vuelta y Miles meneó la cabeza, un gesto breve. Espera…
      Guiados por el oficial de la estación cetagandana, que avanzaba al frente con rostro inexpresivo, y flanqueados por los guardias de la embajada, los dos jóvenes acompañaron a Vorob'yev hacia arriba. Cruzaron varios niveles. El transbordador planetario de la embajada de Barrayar estaba esperándolos en un verdadero compartimiento de embarque de pasajeros. Tenía una sala de espera VIP como Dios manda con sistema de gravedad en el tubo flexible para que nadie tuviera que flotar durante el embarque. La escolta cetagandana se quedó allí. Una vez a bordo, el embajador pareció un poco más relajado. Acompañó a Miles e Iván hasta unos asientos lujosamente tapizados alrededor de una mesa de comuconsola. Hizo un gesto con la cabeza y un guardia les ofreció bebidas mientras esperaban el permiso de salida y el equipaje. Siguiendo los consejos de Vorob'yev aceptaron un vino barrayarés de una cosecha particularmente suave. Miles apenas si tomó un sorbo — quería tener la cabeza despejada-; Iván y el embajador hablaron sobre el viaje y sobre amistades comunes. Al parecer, Vorob'yev conocía personalmente a la madre de Iván. Miles ignoró la silenciosa invitación de Iván a sumarse a la charla y tal vez contarle a lord Vorob'yev la aventurita con el intruso… eh?
      Por qué no estaban con ellos las autoridades cetagandanas? Por qué no los interrogaban? Miles repasaba explicaciones y argumentos con la mente aturdida.
       Fue una trampa y yo acabo de morder el anzuelo, y están dejando que el guión siga adelante.Considerando lo que sabía de los cetagandanos, Miles ponía esa posibilidad como primera de la lista.
       O tal vez es cuestión de tiempo y van a llegar en cualquier momento… O más adelante.Primero tendrían que capturar al fugitivo y hacer que soltara su versión del encuentro. Eso podía requerir tiempo, sobre todo si el hombre… bueno… estaba inconsciente por el arresto o estaba bajo los efectos de una picana. Si es que era un fugitivo… Si es que las autoridades de la estación lo estaban buscando en la zona de embarque… Si… Miles estudió la copa de cristal que tenía entre las manos, sorbió un poco del líquido rubí y sonrió a Iván con amabilidad.
      El equipaje y los guardias llegaron justo cuando terminaban las copas: Vorob'yev sabía calcular el tiempo, pensó Miles. Cuando el embajador se levantó para supervisar la carga del equipaje y la partida, Iván se inclinó sobre la mesa para susurrarle a Miles con urgencia:
      — No piensas decírselo?
      — Todavía no.
      — Por qué?
      — Tanta prisa tienes por deshacerte de ese destructor nervioso? La embajada te lo quitaría inmediatamente, igual que los cetagandanos, supongo.
      — A la mierda con eso. Qué estás planeando?
      — No… no estoy seguro. Todavía. — Las cosas no se desarrollaban como él había esperado. Había esperado intercambios irritados con varias autoridades cetagandanas. Había esperado que las autoridades lo obligaran a devolver sus tesoros y poder cambiarlos por información, revelada consciente o inconscientemente. No era culpa suya que los cetagandanos no estuvieran haciendo bien el trabajo.
      — Por lo menos tenemos que informar de esto al asesor militar de la embajada.
      — Informar, sí. Pero no al asesor. Illyan me dijo que si teníamos problemas, quiero decir el tipo de problemas de nuestrodepartamento, tenía que dirigirme a lord Vorreedi. Tiene el puesto de oficial de protocolo, pero es un coronel SegImp y jefe de SegImp en Cetaganda.
      — Y los cetagandanos no se dan cuenta?
      — Claro que sí. Como nosotros sabemos quién es quién en la embajada de Cetaganda en Vorbarr Sultana. Es una ficción legal, parte de un juego de cortesía… No te preocupes, yo me encargo de todo. — Miles suspiró para sí. Suponía que lo primero que haría el coronel sería sacarlo del flujo de información. Y no se atrevía a explicarse la razón por la que sentía que eso no estaría bien.
      Iván se sentó otra vez, provisionalmente en silencio. Sólo provisionalmente. Miles estaba seguro de eso.
      Vorob'yev también se acomodó en el asiento y ajustó el cinturón de seguridad.
      — Eso es todo, señores. Nadie ha tocado sus posesiones y nadie ha añadido nada. Bienvenidos a Eta Ceta IV. No hay ceremonias oficiales que requieran su presencia hoy, pero si no están demasiado cansados esta noche la embajada marilacana ofrece una recepción informal para la comunidad extranjera y sus augustos visitantes. Les recomiendo que asistan.
      — Nos lo recomienda? — dijo Miles. Cuando una persona con una carrera tan larga y distinguida como la de Vorob'yev hacía una recomendación, había que tomarla en cuenta.
      — En las próximas semanas, tratarán con muchas de estas personas — dijo Vorob'yev-. La reunión puede ofrecerles una buena orientación.
      — Y qué nos ponemos? — preguntó Iván. Cuatro de las seis maletas que venían de la aduana eran suyas.
      — Uniforme de fajina verde, por favor — dijo Vorob'yev-. La ropa es un lenguaje cultural en todas partes, eso es cierto, pero que aquí constituye prácticamente un código secreto. Resulta bastante difícil moverse entre los ghemlores sin cometer un error. Entre los hautlores, es casi imposible no equivocarse. Los uniformes siempre son correctos, o por lo menos no definen a quien los lleva, ya que no implican un acto de elección. Ya le pedí a mi oficial de protocolo que les hiciera una lista de los uniformes que deben usar en cada acto.
      Miles suspiró aliviado; Iván parecía levemente desilusionado.
      Con los siseos y ruidos metálicos de siempre, los tubos flexibles se replegaron y el transbordador se separó de la estación. Ninguna autoridad furiosa subió por la compuerta en plan de arresto, ninguna comunicación urgente detuvo al embajador ni lo sacó corriendo por el tubo. Miles consideró una tercera explicación.
      Nuestro intruso desapareció, lo consiguió. Las autoridades de la estación no saben nada. Nadie lo sabe.
      Excepto, por supuesto, el intruso. Miles mantuvo la mano quieta y no tocó el bulto que llevaba escondido en la guerrera. No sabía qué era ese artefacto, pero fuera lo que fuese, el individuo sabía que Miles lo tenía. Sin duda podía averiguar quién era Miles. Tengo un hilo que conduce hasta ti ahora. Si dejo que las cosas sigan adelante, algo tiene que volver por ese hilo hasta mi mano, no es cierto?El asunto podía transformarse en un bonito ejercicio de inteligencia/contrainteligencia, mejor que las maniobras porque era real. No había un censor acechando con una lista de respuestas correctas, grabando los errores para analizarlos más tarde en interminables sesiones. Una buena práctica.
      En algún momento de su carrera militar, el oficial tenía que dejar de obedecer las órdenes y empezar a generarlas. Miles quería el ascenso a capitán de SegImp, ah, sí… lo quería.
      Podría convencer a Vorreedi de que lo dejara jugar con el rompecabezas, a pesar de las obligaciones diplomáticas del coronel?
      Miles entornó los ojos en un gesto de anticipación mientras la nave descendía hacia la nebulosa atmósfera de Eta Ceta.

2

      Miles caminaba a medio vestir por el gran salón de recepción que le había asignado la embajada de Barrayar con el cilindro brillante entre las manos.
      — Bueno, ellos quieren que yo tenga esto… pero se supone que debo guardarlo aquí, o debo llevarlo siempre encima?
      Iván puso los ojos en blanco. Se había vestido cuidadosamente con la guerrera de cuello alto, los pantalones ajustados y las botas de media caña de otro uniforme verde informal.
      — Dejarás ya de manosear esa cosa y te vestirás de una vez? Llegaremos tarde. Tal vez es una pesa de cortina, una pesa muy rebuscada, y lo que quieren es que te vuelvas loco tratando de encontrar un significado. Cualquier significado, siempre que sea profundo y siniestro, claro. O quieren que yo me vuelva loco escuchándote. Una bromita pesada de algún ghemlord.
      — Yo diría que es una bromita pesada particularmente sutil.
      — Lo cual no significa que ésa no sea la explicación correcta. — Iván se encogió de hombros.
      — No. — Miles frunció el ceño y cojeó hasta la comuconsola. Abrió el cajón superior y buscó una estilo y un taco de hojas de plástico con el sello real. Arrancó una hoja y la apretó contra la figura del cabezal del cilindro, luego pasó la estilo sobre el dibujo, un esquema rápido, exacto y a escala. Tras un momento de duda, dejó el cilindro en el cajón con el taco y cerró el cajón de nuevo.
      — No me parece un buen escondite — comentó Iván-. Si es una bomba, tal vez deberías colgarlo de la ventana. No por ti… por los demás.
      — No es una bomba, mierda. Y ya he pensado en cientos de escondites pero no se me ocurre ninguno a prueba de rastreadores, así que no tiene sentido. Debería estar en una caja negra forrada de plomo, pero da la casualidad que no me he traído ninguna.
      — Te apuesto lo que quieras a que los de la embajada tienen una abajo — dijo Iván-. No ibas a confesar?
      — Sí, pero desgraciadamente lord Vorreedi no está en la ciudad. No me mires así, no he tenido nada que ver con eso. Vorob'yev me dijo que el hautlord a cargo de una de las estaciones de salto de Eta Ceta embargó una nave mercante registrada en Barrayar y a su capitán por infracciones a las normas de importación.
      — Contrabando? — dijo Iván, interesado.
      — No, alguna enrevesada regla típicamente cetagandana. Con impuestos y pagos obligatorios. Y multas. Y un nivel de causticidad que ya se está volviendo asintótico. Una de las metas de nuestro gobierno es normalizar las relaciones comerciales y aparentemente Vorreedi sabe cómo tratar y diferenciar a ghemlores y hautlores, así que Vorob'yev le pidió que se ocupara del asunto mientras él está clavado aquí con los deberes ceremoniales. Volverá mañana. O pasado mañana. Mientras tanto, no creo que haga ningún mal en ver hasta dónde puedo llegar solo. Si no aparece nada interesante, le paso el asunto a SegImp apenas llegue Vorreedi…
      Iván entornó los ojos y procesó la información.
      — Ah, sí? Y si aparece algo interesante?
      — Bueno, claro, en ese caso también…
      — Ya se lo contaste a Vorob'yev?
      — No exactamente. No. Mira, Illyan dijo que se lo contara a Vorreedi, así que no confiaré en nadie más. Yo me ocupo de eso apenas vuelva.
      — Ya te dije que se está haciendo tarde, Miles — insistió Iván.
      — Sí, sí… — Miles se tendió en la cama, luego se sentó y frunció el ceño mirando los aparatos ortopédicos, que lo esperaban-. Necesito tiempo para reemplazar los huesos de mis piernas. Me he cansado de lo orgánico, ya es hora de pasar al plástico. Tal vez los convenza de que me agreguen unos centímetros ya que están en eso. Si hubiera sabido que tendría todo este tiempo libre, habría organizado la cirugía y ahora estaría recuperándome en lugar de venir aquí a ser un adorno.
      — Qué desconsideración por parte de la emperatriz. Tendría que haberte mandado una nota y advertirte que se iba a caer muerta en cualquier momento — se burló Iván-. Será mejor que te pongas todo eso. Si te tropiezas con el gato de la embajada y te rompes las piernas, tía Cordelia me echará las culpas. Otra vez.
      Miles gruñó pero no demasiado fuerte. Iván también interpretaba sus reacciones perfectamente. Se cerró la protección alrededor de las piernas cubiertas de moretones, pálidas, tantas veces aplastadas. Por lo menos los pantalones del uniforme disimulaban esa debilidad. Se puso la guerrera, selló las botas cortas bien lustradas, repasó el peinado en el espejo y siguió al impaciente Iván, que ya esperaba en la puerta. Al pasar, deslizó la hoja con el dibujo dentro del bolsillo del pantalón y se detuvo en el corredor para volver a cerrar la puerta con la palma de la mano. Un gesto algo fútil: como agente entrenado de SegImp, el teniente Vorkosigan sabía que las llaves de palma son poco fiables.
      A pesar de la impaciencia de Iván, o tal vez gracias a ella, llegaron al vestíbulo casi al mismo tiempo que el embajador Vorob'yev, que se había puesto otra vez el uniforme granate y negro de la Casa. Miles tenía la sensación de que el embajador no se preocupaba demasiado por la ropa. Vorob'yev condujo a los dos jóvenes hacia el auto de superficie de la embajada, que los estaba esperando. Los tres se hundieron en la suavidad del tapizado. Vorob'yev tuvo la deferencia de sentarse en el asiento que miraba hacia atrás. Quedó ubicado frente a sus huéspedes oficiales. El conductor y un guardia ocupaban el compartimiento anterior. El auto funcionaba bajo el control del ordenador de la red urbana pero el conductor estaba siempre alerta en el control manual para resolver cualquier emergencia. La cubierta del auto se cerró y se deslizaron hacia la calle.
      — Esta noche pueden considerar la embajada marilacana como territorio neutral, caballeros — les aconsejó Vorob'yev-. Disfrútenlo, pero no demasiado.
       — Habrá muchos cetagandanos — preguntó Miles— o es una fiesta para extranjeros?
      — Ningún hautlord, por supuesto — dijo Vorob'yev-. Están todos en una de las ceremonias privadas por la muerte de la emperatriz, junto con algunos de los líderes más encumbrados de los clanes ghem. Los ghemlores de rango más bajo no tienen obligaciones y seguramente asistirán a la fiesta porque el mes de duelo ha reducido sus oportunidades de vida social. Los marilacanos han aceptado mucha «ayuda» cetagandana en los últimos años, un acuerdo del que en mi opinión acabarán arrepintiéndose. Suponen que Cetaganda no será capaz de atacar a un aliado.
      El auto de superficie subió por una rampa, dobló una esquina y les ofreció una breve imagen de un valle brillante lleno de edificios altos, unidos por tubos y caminos transparentes que brillaban bajo el crepúsculo. La ciudad parecía infinita y ni siquiera estaban en el centro.
      — Los marilacanos están prestando poca atención a sus propios mapas de nexos de agujeros de gusano — siguió diciendo Vorob'yev-. Creen que ocupan una frontera natural. Pero si Marilac estuviera directamente bajo el dominio de Cetaganda, el siguiente salto los llevaría a Amanecer Zoave, todas sus rutas quedarían cruzadas y por lo tanto podrían acceder a una región nueva para la expansión. La situación de Marilac con respecto a Amanecer Zoave es la misma que tenía Vervain con respecto al Centro Hegen, y todos sabemos lo que pasó ahí. — Vorob'yev esbozó una mueca de ironía-. Y encima, Marilac no cuenta con ningún vecino interesado capaz de organizar un rescate como el que encabezó su padre en Vervain, lord Vorkosigan. Es tan fácil organizar provocaciones e incidentes…
      El respingo de alerta que recorrió el pecho de Miles se desvaneció muy pronto. No había ningún significado secreto o personal en los comentarios de Vorob'yev. Todo el mundo conocía el papel político-militar del almirante conde Aral Vorkosigan en la creación de la rápida alianza y el fulminante contraataque que habían terminado con la invasión cetagandana de los saltos de agujero de gusano dominados por Vervain en el camino hacia el Centro Hegen.
      Lo que nadie sabía era el papel que había tenido el agente de SegImp Miles Vorkosigan en la oportuna llegada del almirante al Centro Hegen. Y como nadie lo sabía, nadie le daba crédito. Ey, hola, soy un héroe pero no puedo decir por qué. Es un secreto de Estado.
      Para Vorob'yev y casi para todo el mundo, el teniente Miles Vorkosigan era un oficial más de SegImp, con un padre de tendencias nepotistas que lo escondía del mundo enviándolo lejos a cumplir misiones de rutina. Un mutante.
      — Yo pensé que el golpe de la Alianza Hegen había sido lo bastante radical y sangriento como para que los ghemlores se quedaran tranquilos por un tiempo — dijo Miles-. Con todo el partido expansionista de los ghemoficiales en retirada y el ghemgeneral Estanis muerto por propia mano… fue por propia mano, verdad?
      — Un suicidio involuntario… sí — dijo Vorob'yev-. Estos suicidios políticos cetagandanos pueden resultar muy confusos cuando el actor principal no quiere cooperar.
      — Treinta y dos heridas en la espalda… el peor caso de suicidio de la historia — murmuró Iván, claramente fascinado por los rumores que corrían al respecto.
      — Exactamente, milord. — Vorob'yev entornó los ojos en un gesto seco y divertido-. Pero debido a las inseguras y cambiantes relaciones entre los ghemcomandantes y las distintas facciones secretas de hautlores, esas operaciones se desmienten con una frecuencia sorprendente. En este momento, la versión oficial para la invasión a Vervain es que se trató de una desgraciada aventura sin autorización. Los oficiales que cometieron el error ya han recibido su castigo, muchas gracias.
      — Y cómo describen la invasión cetagandana de Barrayar en tiempos de mi abuelo? — preguntó Miles-. Reconocimiento? Prueba de fuerza?
      — Cuando la mencionan, sí.
      — Una prueba de fuerza de veinteaños? — preguntó Iván, sonriendo.
      — No suelen entran en detalles conflictivos.
      — Expuso usted a Illyan su punto de vista sobre las ambiciones cetagandanas en cuanto a Marilac? — preguntó Miles.
      — Sí, tenemos a su jefe perfectamente informado. Pero en la actualidad no se produce ningún movimiento, nada que apoye mi teoría… Por ahora, me limito a razonar. SegImp vigila los indicadores principales y nos mantiene al corriente.
      — No estoy… en eso — dijo Miles-. A pesar de que necesitaría saberlo y todo eso…
      — Pero supongo que entiende el panorama estratégico de la cuestión.
      — Ah, sí, eso sí.
      — Y… los rumores de las clases altas no siempre están tan guardados como debieran. Ustedes dos tal vez oigan algo interesante en la fiesta de hoy. Informen al jefe de protocolo, el coronel Vorreedi. Él también les proporcionará información en cuanto vuelva. Que él decida después qué es importante y qué no. — Control.Miles hizo un gesto a Iván, quien se encogió de hombros como si reconociera la verdad de lo que había dicho su primo-. Ah, y traten de no soltar más información de la que reciban, eh?
      — Bueno, yo estoy tranquilo — dijo Iván-. No sé nada. — Sonrió con alegría. Miles trató de no hacer una mueca de vergüenza o mascullar algo como Eso ya lo sabemos, Iván.
      Todas las delegaciones de los planetas exteriores se alojaban en la misma sección de la capital, así que el viaje fue corto. El auto de superficie descendió a nivel de la calle y redujo la velocidad. Entró en el garaje del edificio de la embajada marilacana y se detuvo frente a una entrada profusamente iluminada, un escenario que parecía menos subterráneo de lo que era gracias a las superficies de mármol y las plantas decorativas que colgaban en tubos o macetas. El auto se abrió. Los guardias de la embajada de Marilac se inclinaron frente al grupo barrayarés, que se dirigió hacia los tubos elevadores. Además de hacer reverencias, habían examinado a los invitados discretamente con los rastreadores, de eso no cabía duda alguna. Era evidente que Iván había tenido el acierto de dejar el destructor nervioso en el cajón de su escritorio.
      Salieron del tubo elevador a un vestíbulo ancho que daba a varios niveles de áreas públicas conectadas, ya ocupadas por los invitados. El volumen de las conversaciones era alto e invitador. En el centro de la habitación destacaba una gran escultura multimedia, una escultura real, no una proyección. Una cascada de agua brillante caía por una fuente que parecía una montaña pequeña surcada de senderos por los que se podía transitar. Unos copos irisados se arremolinaban en el aire sobre aquel laberinto en miniatura formando túneles delicados. Por el color verde, Miles supuso que representaban las hojas de los árboles de la Tierra incluso antes de acercarse lo suficiente como para distinguir los detalles realistas. En ese momento, los colores empezaron a cambiar, y pasaron de veinte verdes diferentes a amarillos, dorados, rojos y cobrizos brillantes. A medida que giraban parecían formar esquemas fugaces, caras y cuerpos humanos, sobre un fondo de sonidos vibrantes como el de los carillones de viento. Pretendían que hubiera caras y música, o era sólo un truco para que el cerebro del espectador proyectara imágenes coherentes sobre el azar absoluto? Esa incertidumbre sutil atrajo a Miles.
      — Eso es nuevo — comentó Vorob'yev, atraído también-. Muy bonito… Eh, buenas noches, embajador Bernaux.
      — Buenas noches, lord Vorob'yev. — El anfitrión de cabello plateado intercambió una cordial inclinación de cabeza con su colega de Barrayar-. Sí, nos gustó bastante. Es un regalo de un ghemlord local. Todo un honor. Se llama «Hojas de otoño». Mi personal de códigos estuvo tratando de descifrar el nombre durante medio día y finalmente decidieron que significaba «Hojas de otoño».
      Los dos hombres rieron. Iván sonrió sin entusiasmo: no entendía del todo el chiste local. Vorob'yev los presentó formalmente al embajador Bernaux, que se atuvo a los rangos y a las edades con elaborada cortesía. Les ofreció una explicación sobre los sitios donde se comía y se excusó. Era el efecto «Iván», decidió Miles con rabia. Subieron las escaleras hacia una de las mesas, y los embajadores, ahora que ellos estaban lejos, empezaron a intercambiar comentarios privados y complejos. Probablemente era sólo amabilidad y contactos sociales, pero…
      Miles e Iván probaron los entrantes, refinados pero abundantes y fueron a buscar una bebida. Iván eligió un prestigioso vino marilacano; Miles, consciente de la hoja labrada que llevaba en el bolsillo, prefirió café solo. Se separaron con un gesto leve y circularon por la fiesta cada uno a su aire. Miles se reclinó sobre la barandilla que daba sobre el vestíbulo de los tubos elevadores. Tomó traguitos cortos de la taza frágil que tenía entre las manos y se preguntó dónde estaría oculto el circuito que mantenía la temperatura del líquido — ah, ahí, en el fondo, entretejido en el brillo metálico del sello de la embajada marilacana-.

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