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Cetaganda (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Cetaganda (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 18)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      — Kety estaba tratando de involucrar a Barrayar, señor. Necesitaba pruebas para demostrar que…
      Vorreedi fue inexorable.
      — Sus razones personales, señor…
      — Ah. — Miles pensó en fingir que aún seguía afectado por el daño de la picana y quedarse sin habla. No, lástima… Lo cierto era que sus motivos personales eran oscuros incluso para él. Por qué había querido hacerlo? Por qué quería estar al mando antes de que la complejidad de los hechos hubiera convertido a la supervivencia en el asunto prioritario? Ah, sí… un puesto en una nave. Era eso.
      Esta vez no, muchacho. Frases antiguas pero evocativas como control del daño le pasaron por la cabeza.
      — En realidad, señor, al principio no sabía que se trataba de la Gran Llave. No la reconocí. Pero cuando la haut Rian se puso en contacto conmigo, los hechos pasaron con suma rapidez de lo aparentemente trivial a lo extremadamente delicado. Cuando me di cuenta de la profundidad y la complejidad del complot del hautgobernador, ya era demasiado tarde.
      — Demasiado tarde para qué? — preguntó Vorreedi con brusquedad.
      Miles no necesitó fingir una sonrisa enferma: aún tenía todo el cuerpo dolorido.
      Pero al parecer, Vorreedi se había convencido de que Miles no era un agente encubierto al mando de Simon Illyan, después de todo.
      Eso es lo que tú quieres que crean, recuerdas? Miles miró la cara del ghemcoronel Benin, que escuchaba, fascinado, un poco separado del grupo.
      — Usted me habría sacado de la investigación, señor. Es así y usted lo sabe. En el agujero de gusano, todos creen que soy un inválido con un cómodo puesto de correo al que he llegado por enchufe. La idea de que tal vez sirva para tareas más importantes es algo que el teniente lord Vorkosigan no hubiera tenido la oportunidad de probar en circunstancias normales.
      Frente al mundo en general, cierto. Pero Illyan sabía el papel que había desempeñado Miles en el Centro Hegen y en otros lugares, y el primer ministro, lord Vorkosigan, padre de Miles, también lo sabía y el emperador Gregor, y todos los que tenían importancia en el gobierno de Barrayar. Hasta Ivan conocía su extraordinario éxito como agente secreto. En realidad, los únicos que seguían ignorándolo eran… los que él acababa de vencer. Los cetagandanos.
      Entonces para qué has hecho todo esto? Para brillar a los ojos de la haut Rian? Sólo para eso? O estabas pensando en otro público?
      El ghemcoronel Benin descifró lentamente el parlamento de Miles.
      — Usted quería ser un héroe, no es eso?
      — Tanto que no le importaba de qué imperio? Le daba lo mismo ser héroe de Cetaganda que de Barrayar? — agregó lord Vorreedi en voz baja.
      — Acabo de servir al imperio de Cetaganda, eso es cierto. — Miles ensayó una reverencia temblorosa en dirección a Benin-. Pero mi principal objetivo era Barrayar. El hautgobernador Kety tenía planes muy desagradables para Barrayar. Y yo los desbaraté.
      — Ah, sí? — dijo Ivan-. Y dónde habríais acabado tú y esos planes si no hubiera aparecido yo?
      — Ah. — Miles sonrió-. Pero yo ya había ganado. Kety no lo sabía, eso es todo. Lo único que seguía siendo dudoso era mi supervivencia personal.
      — Entonces — dijo Ivan, exasperado-, por qué no entras en Seguridad de Cetaganda, eh, primito? Tal vez el ghemcoronel Benin te dé algún puesto en una nave.
      Mierda, Ivan lo conocía demasiado.
      — Poco probable — dijo Miles, como amargura-. Soy demasiado bajo.
      Las cejas del ghemcoronel Benin se torcieron un poco sobre su frente ancha.
      — En realidad — siguió diciendo Miles-, la única institución que me aceptó como agente, si es que fui agente de alguien, es el Criadero Estrella, no el imperio. No serví al imperio de Cetaganda, serví a las haut. Pregúnteles a ellas. — Hizo un gesto hacia Pel y Nadina, que estaban a punto de salir de la habitación mientras las asistentes giraban a su alrededor tratando de hacerlas sentir más cómodas.
      — Mmmm. — El ghemcoronel Benin pareció desinflarse un poco.
      Palabras mágicas. Las faldas de una hautconsorte eran una fortificación más fuerte de lo que Miles hubiera pensado hacía tres semanas.
      Maniobrada por hombres con rayos tractores de mano, la burbuja de la haut Nadina se levantó en el aire y salió de la habitación. Benin le dirigió una mirada, se volvió hacia Miles y abrió la mano frente a su pecho en un principio de reverencia.
      — De todos modos, teniente lord Vorkosigan, mi Señor Celestial, el emperador haut Fletchir Giaja, me ha pedido que lo lleve a su presencia. Ahora.
      Miles era muy capaz de reconocer una orden imperial cuando la oía. Suspiró e hizo una reverencia en honor de la orden de Benin.
      — Por supuesto… Ah… — Dirigió una mirada a Ivan y a un Vorreedi súbitamente inquieto. No estaba del todo seguro de que quisiera testigos de la entrevista. Tampoco estaba seguro de que prefiriese estar solo.
      — Sus… amigos pueden acompañarlo — aceptó Benin-. Con la salvedad de que no tienen permiso para hablar a menos que se les invite a hacerlo.
      Invitación que, si se hacía, sólo podía provenir de labios del Señor Celestial. Vorreedi asintió, satisfecho en parte. Ivan empezó a practicar su truco de la invisibilidad.
      Los soldados de Benin condujeron y escoltaron al grupo barrayarés sin arrestarlos, por supuesto: un arresto de enviados galácticos habría violado el protocolo diplomático. Sostenido por Ivan, Miles se encontró junto a la haut Nadina en el umbral.
      — Qué joven tan agradable — comentó Nadina en tono bajo y bien modulado mientras hacía un gesto hacia Benin, que caminaba por el corredor dirigiendo a sus tropas-. Tan bien vestido… ese hombre entiende la forma correcta de hacer las cosas… Tenemos que hacer algo por él, no te parece, Pel?
      — Claro, claro — dijo Pel y salió por la puerta.
      Después de un largo trayecto por la gran nave, llegaron al transbordador de Seguridad cetagandana. Benin no había perdido de vista a Miles en ningún momento. Parecía tan frío y alerta como siempre, pero había cierto tono secreto… cierta complacencia que atravesaba el maquillaje facial.
      Seguramente, el arresto de su comandante por alta traición había dado una satisfacción suprema a Benin. El único punto alto de una carrera no muy destacada. Miles hubiera apostado dólares betaneses contra arena a que Naru era el hombre que había asignado al decoroso y aseado Benin la tarea de cerrar el caso de la muerte de Ba Lura, es decir, le había asignado un fracaso.
      — A propósito, general Benin — se atrevió a decir Miles-, le felicito por haber resuelto un asesinato tan complicado.
      Benin parpadeó.
      — Coronel Benin — corrigió.
      — Eso es lo que usted cree. — Miles flotó hacia adelante y se acomodó en el asiento más agradable que encontró, junto a una ventana.
      — No creo que haya visto esta cámara de audiencias en toda mi vida — le susurró el coronel Vorreedi a Miles mientras miraba todo a su alrededor-. No se usa para ceremonias diplomáticas ni públicas.
      No habían ido a parar a un pabellón sino a un edificio bajo y cerrado en el cuadrante norte del Jardín Celestial. Los tres barrayareses habían pasado una hora en una antecámara tratando de descansar el cuerpo mientras por dentro crecía la tensión. Los atendía una docena de ghemguardias amables y solícitos, que se ocupaban de todas sus necesidades físicas, pero se negaban a atender cualquier pedido de comunicación con el exterior. Benin se había marchado con las haut Pel y Nadina. En vista de la compañía cetagandana que los rodeaba, Miles no había informado a Vorreedi. Se había limitado a intercambiar algunas frases en voz baja con su superior.
      La habitación le recordaba a Miles la Cámara Estrella: sencilla, adornos superfluos, deliberadamente serena, de sonidos bajos, pintada en tonos frescos de azul. Las voces tenían una cualidad sorda que sugería que la habitación estaba encerrada en un cono de silencio. Los dibujos del suelo traicionaban la presencia de una gran mesa para comuconsola y asientos que se elevaban en caso de reuniones importantes. Por ahora, sin embargo, todos estaban de pie.
      Había otro huésped esperando y Miles levantó las cejas, sorprendido. Ahí estaba lord Yenaro, de pie junto a un ghemguardia de uniforme rojo terracota. Yenaro parecía pálido; unas ojeras violáceas y oscuras le rodeaban los ojos, como si no hubiera dormido en tres días. Llevaba la misma ropa negra que le había visto Miles. en la exposición de bioestética, pero ahora aparecía toda arrugada y ajada. El ghemlord abrió mucho los ojos cuando vio a Miles y a Ivan. Volvió la cabeza y trató de no mirarles. Miles le hizo un gesto alegre con el brazo y consiguió que Yenaro le devolviera el saludo de mala gana. El gesto le provocó un terrible dolor de cabeza entre las cejas.
      Pero entonces, empezaron a pasar cosas, mejor dicho a llegar personas, y Miles se olvidó al instante del dolor.
      Primero entró el ghemcoronel Benin, que se instaló y despidió a los guardias. Lo seguían las haut Pel, Nadina y Rian en sus sillas flotantes, con las pantallas desconectadas. Las tres se acomodaron a un costado de la habitación. Nadina había escondido el extremo cortado del cabello entre el vestido. Era la ropa que Pel le había entregado: no se había cambiado. Todas habían estado encerradas informando a los hombres y seguramente la reunión había transcurrido en el nivel más alto posible, porque poco después entró una figura conocida y los guardias se apostaron en el corredor exterior.
      De cerca, el emperador haut Fletchir Giaja parecía más alto y más delgado que cuando Miles lo había visto de lejos en las ceremonias fúnebres. También parecía más viejo, a pesar del cabello negro. Por el momento, llevaba ropa informal, siempre dentro de los estándares imperiales: apenas una media docena de capas de tela blanca sobre la malla masculina holgada, pero el blanco era cegador, como correspondía a su papel como primer afectado por la tragedia de la muerte de la emperatriz.
      A Miles no le asustaban los emperadores, pero Yenaro casi se tambaleó como si fuera a desmayarse y hasta Benin se movía con extrema formalidad frente a Fletchir. Miles se había criado como hermano adoptivo del emperador Gregor y en algún lugar de su mente el término emperador estaba relacionado con una definición como alguien con quien lugar al escondite. En el contexto de Cetaganda, esas suposiciones podían ser algo así como un campo psicológico minado. Ocho planetas y mayor que papá, se recordó Miles, tratando de inculcarse una deferencia apropiada frente a la ilusión de poder que pretendía suscitar la parafernalia imperial. En un extremo de la habitación, una silla se elevó del suelo para recibir lo que Gregor hubiera llamado sardónicamente El Culo Imperial. Miles se mordió los labios.
      Por lo visto, iba a ser una audiencia muy privada, porque Giaja dirigió una indicación a Benin para que se acercara y le habló en voz baja. Benin despidió al guardia de Yenaro. Sin él, quedaron sólo los tres barrayareses, las dos consortes planetarias, además de Rian, Benin, el emperador y Yenaro. Nueve, el quórum tradicional para un juicio.
      Bueno, siempre era mejor que enfrentarse a Illyan. Tal vez el haut Fletchir Giaja no solía utilizar el sarcasmo como arma dialéctica. Pero cualquier pariente de esas mujeres haut tenía que ser peligroso e inteligente. Miles tragó saliva para ahogar un estallido de explicaciones y balbuceos. Espera que te hablen primero, muchacho.
      Rian parecía pálida y grave, pero eso no significaba nada: Rian siempre parecía pálida y grave. Una última punzada de deseo se convirtió en una brasa furtiva y pequeña en el corazón de Miles, una brasa secreta y enquistada como un tumor. Pero todavía temía por ella. Ese miedo le enfriaba el pecho.
      Lord Vorkosigan — rompió el silencio la voz de barítono de Fletchir Giaja, una voz exquisita.
      Miles reprimió la tentación de mirar a su alrededor: después de todo no había ningún otro lord Vorkosigan presente; dio un paso adelante y se puso en posición de descanso, como en un desfile.
      — Señor.
      — Todavía no… no entiendo cuál ha sido su papel en los hechos de los últimos días. Y cómo llegó a desempeñar ese papel.
      — Mi papel era el de chivo expiatorio, señor; el gobernador Kety me lo concedió. Pero yo no cumplí con el papel que me asignaron.
      El emperador frunció el ceño frente a esa respuesta no del todo directa.
      — Explíquese.
      Miles miró a Rian.
      — Todo?
      Ella inclinó la cabeza en un gesto casi imperceptible.
      Miles cerró los ojos en una plegaria breve y confusa a cualquier dios que estuviera escuchándole, los abrió de nuevo y se lanzó una vez más a la descripción de su primer encuentro con Ba Lura en el vehivaina personal; esta vez, el relato incluía a la Gran Llave. Por lo menos, la escena tenía la ventaja de ser la confesión que le debía a Vorreedi, confesión extraña en un lugar donde el jefe de Seguridad tenía totalmente prohibido reaccionar o hacer comentarios.
      Vorreedi, un hombre sorprendente, no dejó traslucir emoción alguna, excepto por un músculo rebelde que le saltaba por encima de la mandíbula.
      — En cuanto descubrí a Ba Lura en la rotonda del funeral, degollado — siguió diciendo Miles-, me di cuenta de que mi desconocido oponente me había puesto en la posición lógicamente imposible de tener que negar una negación. Ahora que me habían obligado a meter las manos en la llave falsa mediante el truco de Ba Lura, no había forma de probar que Barrayar no había efectuado el cambio, excepto con el testimonio real del único testigo ocular que ahora estaba frente a mí, en el suelo, muerto. O localizando la Gran Llave verdadera. Y eso fue lo que me propuse. Y si la muerte de Ba Lura no era un suicidio sino un asesinato sumamente complejo que se quería hacer pasar por suicidio, era evidente que alguien de nivel muy alto en la Seguridad del Jardín Celestial estaba cooperando con los asesinos. Eso significaba que no me convenía acercarme a Seguridad Cetagandana y pedir ayuda. Pero después alguien asignó el caso al ghemcoronel Benin, y seguramente le dijo que su carrera se vería muy beneficiada si se conseguía un rápido veredicto de suicidio. Alguien que subestimó completamente las habilidades de Benin como oficial de Seguridad — — y sus ambiciones-. A propósito, no fue el ghemgeneral. Naru?
      Benin asintió; había un leve brillo en su mirada.
      — Por la razón que fuera, Naru decidió que el ghemcoronel Benin oficiaría bien de chivo expiatorio. Recurrir a chivos expiatorios se estaba convirtiendo ya en un modus operandi de las operaciones del grupo, como usted sabrá si ya ha interrogado a lord Yenaro… — Miles levantó una ceja y miró a Benin-. Veo que ha dado con lord Yenaro antes que los agentes de Kety. Creo que a pesar de todo, me alegro.
      — Tiene toda la razón del mundo — le contestó Benin con tranquilidad-. Lo encontramos anoche… a él y a su alfombra, un objeto muy interesante, por cierto. Su relato fue crucial para que yo respondiera como lo hice cuando llegó la… la súbita explosión de información y demandas de ayuda por parte de su primo…
      — Ya veo. — Miles cambió el peso del cuerpo de una pierna a la otra: su posición de descanso se estaba torciendo un tanto. Se frotó la cara porque no parecía el lugar ni el momento más adecuado para rascarse entre las piernas.
      — Su situación física le exige tomar asiento? — preguntó Benin, repentinamente solícito.
      — No se preocupe. — Miles respiró hondo-. La primera vez que el ghemcoronel Benin me interrogó, traté de dirigir su atención hacia las sutilezas de la situación. Por suerte, el ghemcoronel es un hombre sagaz y su lealtad a usted — y a la verdad— tuvo más peso que las veladas amenazas de Naru.
      Benin y Miles intercambiaron miradas francas y llenas de agradecimiento.
      — Kety trató de entregarme al Criadero Estrella con la falsa acusación de Ba Lura — prosiguió Miles-. Pero por suerte, los títeres volvieron a rebelarse. Quiero felicitar a la haut Rian por su reacción serena frente a una emergencia. No perdió la cabeza y no se dejó llevar por el pánico: eso me permitió seguir adelante con mi plan para limpiar el honor de Barrayar. Ella… ella es una honra para los haut. — Miles la miró, ansioso, tratando de encontrar alguna señal de complicidad en esa cara impasible. Dónde estamos?, pero ella siguió mirando al frente, atenta y lejana, como si la pantalla de fuerza de la hautburbuja se hubiera incorporado a su piel-. La haut Rian sólo tuvo una preocupación: el futuro de los haut. No pensó en su propia seguridad ni en su carrera. — Aunque, claro, la definición de el futuro de los haut era discutible-. Yo diría que la fallecida Augusta Madre eligió bien a la Doncella.
      — Eso no es algo que le corresponde juzgar a usted, barrayarés — dijo lentamente el haut Fletchir Giaja.
      Miles no supo descifrar si el tono de la frase era divertido o enojado.
      — Discúlpeme usted, señor, pero le aseguro que yo no me ofrecí voluntario para esta misión. Me empujaron a ella. Para bien o para mal, mis juicios nos han traído hasta aquí.
      Giaja pareció sorprendido, hasta cierto punto atónito, como si nunca le hubieran devuelto en la cara una de sus amables insinuaciones.
      Benin se puso tenso y Vorreedi hizo un gesto de horror con el cuerpo. Ivan suprimió una sonrisa de apenas un milímetro y siguió con su rutina de Hombre Invisible.
      El Emperador desvió la conversación hacia otro terreno.
      — Y cómo se vio usted involucrado con lord Yenaro?
      — Mmm… desde mi punto de vista, quiere usted decir? — Sin duda Benin ya le había presentado el testimonio de Yenaro y era evidente que el Emperador estaba controlando a sus testigos. Con frases cuidadosamente neutrales, Miles describió las tres ocasiones en que los enviados de Barrayar habían sido el blanco de las bromas cada vez más letales de Yenaro. Insistió en sus propias teorías sobre lord X. La cara de Vorreedi cambió a un color cada vez más verdoso cuando Miles narró el episodio de la alfombra. Miles agregó con cuidado-: En mi opinión, que creo probada por el incidente de la bomba de asterzina, lord Yenaro era una víctima, tanto como yo e Ivan. Ese hombre no es un traidor. — Miles suprimió por completo el principio de una sonrisa en su propia cara-. No podría hacer algo así, no tiene arrestos suficientes.
      Yenaro se retorció, pero siguió guardando silencio. Sí, insistamos con la sugerencia de que se nos debe algo de piedad imperial a todos los presentes, así tal vez haya alguna para el que más la necesita.
      Benin hizo un gesto a Yenaro que, con una voz inexpresiva, confirmó el relato de Miles. Benin llamó a un guardia y pidió que se llevaran al ghemlord. Quedaron ocho en el centro del interrogatorio imperial. Seguirían saliendo uno tras otro hasta que no quedara más que uno?
      Giaja permaneció sentado en silencio durante un rato, después habló en cadencias muy formales y moduladas.
      — Creo que con esto es suficiente para juzgar lo que concierne al Estado. Ahora debemos dedicarnos a los haut. Haut Rian, puede usted quedarse con su criatura de Barrayar. Ghemcoronel Benin, por favor, podría esperar fuera con el coronel Vorreedi y lord Vorpatril hasta que yo lo llame?
      — Sire. — Benin hizo un saludo militar y se llevó a su grupito de barrayareses, todos insatisfechos.
      Oscuramente alarmado, Miles interrumpió:
      — Pero… no desea usted que se quede Ivan, Señor Celestial? Él lo vio casi todo.
      — No — replicó Giaja, tajante.
      Bueno, eso era todo. Hasta que Miles e Ivan estuvieran fuera del jardín Celestial, fuera del imperio y camino a casa, no habría lugar más seguro que junto al emperador. Miles se resignó con un suspiro. Y después, de pronto, se quedó helado frente al enorme cambio en la atmósfera de la habitación.
      Las miradas femeninas, que antes habían enfocado el suelo como correspondía a su condición, se elevaron hacia las caras de los demás. Sin esperar un permiso, las tres sillas flotantes se acomodaron en círculo alrededor de Fletchir Giaja, que se sentó con la cara súbitamente más expresiva: una cara más seca, más furiosa, más irritada que antes. La reserva cristalina de los haut se desvaneció en una nueva intensidad. Miles se tambaleó.
      Pel le dirigió una mirada.
      — Dale una silla, Fletchir — dijo-. El guardia de Kety lo sometió a sus habituales tratos… ya sabes.
      En lugar de ensañarse con Pel, sí.
      — Como quieras, Pel. — El Emperador tocó un control en el apoyabrazos de su silla. Una silla se elevó a los pies de Miles, que se derrumbó en ella, agradecido y mareado.
      — Espero que todas hayáis entendido ahora — dijo el haut Fletchir Giaja con más rigor— la sabiduría de nuestros antepasados al decidir que el imperio y los haut tuvieran sólo una interfaz. Yo. Sólo un veto. El mío. Las cuestiones relativas al hautgenoma deben permanecer al margen de la política. De ese modo no caerán en manos de políticos que no entienden los propósitos de los haut. Eso incluye a la mayoría de nuestros amables ghemlores, como creo que te ha probado el ghemgeneral Naru, Nadina. — Un rayo de ironía feroz, sutil… Miles empezó a dudar de su primera percepción de los asuntos sexuales en Eta Ceta. Y si Fletchir Giaja era haut primero y hombre después… y las consortes eran hauts primero y mujeres después…? Quién estaba a cargo en ese lugar, si Fletchir Giaja mismo se reconocía producto del arte inestimable de su madre?
      — Desde luego — asintió Nadina, con una mueca.
      Rian suspiró.
      — Qué se puede esperar de un mestizo como Naru? Pero el que sacudió mi confianza en la visión de la Señora Celestial es el haut Ilsum Kety. Ella dijo muchas veces que la ingeniería genética sólo es capaz de sembrar y que para seleccionar el grano se necesita la competencia. Pero Kety no era ghem, era haut. El hecho de que tratara de llevar a cabo su plan… me hace pensar que tenemos mucho que hacer antes de pasar a la etapa de selección del grano.
      — Lisbet siempre mostró cierta inclinación por las metáforas primitivas — recordó Nadina con disgusto.
      — Pero tenía razón en cuanto a la diversidad — dijo Pel.
      — En principio — aceptó Giaja-. Pero esta generación no es el momento adecuado. La población haut aún puede expandirse mucho en el espacio que ocupan ahora las clases bajas sin necesidad de conquistar más territorio. El imperio se encuentra ahora en un período ineludible de asimilación.
      — En las últimas décadas, las Constelaciones limitaron deliberadamente su expansión numérica para conservar una posición económica favorable — observó Nadina, quien sin duda desaprobaba esa idea.
      — Tú ya lo sabes, Fletchir — interrumpió Pel-, una solución alternativa factible es exigir más cruces de Constelaciones por edicto imperial. Una especie de autoimpuesto genético. Sería una decisión revolucionaria pero Nadina tiene razón. Cada década que pasa, las Constelaciones se hacen más decadentes y más lujosas, innecesariamente lujosas, quiero decir.
      — Creía que el principal objetivo de la ingeniería genética era evitar el desgaste natural de la evolución al azar y reemplazarlo por la eficiencia de la razón — interrumpió Miles. Las tres hautmujeres se volvieron a mirarlo, atónitas, como si una planta hubiera ofrecido una crítica a una rutina de fertilización desde la maceta-. Bueno… eso creía… — terminó Miles en una voz mucho más baja.
      Fletchir Giaja sonrió, una sonrisa leve, astuta y tormentosa. Un poco tarde, Miles se preguntó por qué lo habían dejado quedarse por sugerencia/orden de Giaja. Tenía la desagradable sensación de estar en medio de una conversación con una cantidad de corrientes subterráneas y cruzadas que tiraban en tres direcciones diferentes al mismo tiempo. Si Giaja pretende transmitir algo, me. gustaría que usara una comuconsola para enviar el mensaje.
      Miles sentía que todo el cuerpo le latía siguiendo la dolorosa pulsación de la cabeza. Era más de la medianoche de uno de los días más largos de su corta vida.
      — Voy a llevar tu veto al Consejo de Consortes — dijo Rian con lentitud-, pero tienes que ocuparte del asunto de la diversidad, Fletchir. Me refiero a que te ocupes más directamente. Si esta generación no es el momento, de todos modos hay que empezar a preparar una solución. Y el método de la copia de seguridad es demasiado arriesgado: lo que pasó es prueba suficiente.
      — Minin — aceptó a medias Fletchir Giaja. Miró a Miles con dureza-. De todos modos… Pel… cómo diablos se te ocurrió vaciar el contenido de la Gran Llave por todo el sistema Eta Ceta? Como broma, no me parece divertida.
      Pel se mordió el labio; sus ojos bajaron al suelo en un gesto nada habitual en ella.
      Miles dijo con firmeza:
      — No fue una broma, señor. Nos enfrentábamos a una muerte segura e inminente. La haut Rian había dicho que la primera prioridad era recuperar la Gran Llave. Los receptores del mensaje tenían la Llave, pero no la cerradura; desde su punto de vista de ellos, era una cháchara informática sin ningún valor. No tenían los bancos genéticos. Pero eso nos aseguraba que usted podría recuperarla, tal vez de forma fragmentaria, después de nuestra muerte, y en ese caso, lo que hiciera Kety ya no tenía importancia.
      — El barrayarés dice la verdad — afirmó Pel.
      — La mejor estrategia sigue estas pautas — aseguró Miles-. Hay que conseguir lo que se quiere, la vida tiene menos importancia. — Guardó silencio.
      La mirada de Fletchir Giaja parecía decir que tal vez los bárbaros de otros planetas no tenían ningún derecho a hacer comentarios que pudieran interpretarse como burla a las habilidades de la difunta madre del Emperador, aunque esas habilidades se hubieran dedicado en última instancia al diseño de un plan en contra del hijo.
      Esta gente es imposible. No se puede hablar con ellos. Quiero irme a casa, pensó Miles, cansado.
      — Qué va a pasar con el ghemgeneral Naru?
      — Será ejecutado — dijo el Emperador. Había que darle crédito: era evidente que la idea no le causaba mucha alegría-. El cuerpo de Seguridad tiene que ser… seguro.
      Miles no podía discutir eso.
      — Y el haut Kety? Otra ejecución?
      — Se va a retirar inmediatamente. Deberá someterse a una supervisión constante por motivos de salud. Si no está de acuerdo, que se suicide.
      — Piensan obligarlo a suicidarse si es necesario?
      — Kety es joven. Va a elegir la vida y otros días y oportunidades.
      — Y los gobernadores?
      Giaja frunció el ceño con disgusto, mirando a las consortes.
      — Podemos concluir el caso cerrando los ojos. Pero no creo que consigan muchos puestos públicos en lo que les queda de vida.
      — Y… — Miles dirigió una mirada a las damas-. Y la haut Vio? Qué pasa con ella? Los otros trataron de cometer homicidio. Ella lo consiguió.
      Rian asintió.
      — Le vamos a ofrecer la posibilidad de elegir — dijo con voz inexpresiva-. Reemplazar a Ba Lura, vivir sin sexo, sin pelo y en condición de ba, con el metabolismo alterado, el cuerpo más grueso… y volver a una vida en el Jardín Celestial como tanto deseaba. O un suicidio sin dolor.
      — Y qué… qué decidirá?
      — El suicidio, espero — dijo Nadina con sinceridad.
      Una justicia distinta para cada uno. Ahora que la excitación de la caza había desaparecido, Miles sintió un asco enorme frente a los despojos de la matanza. Y por esto he puesto en peligro mi vida?
      — Y la haut Rian? Y yo?
      Fletchir Giaja le dirigió una mirada fría y distante, a muchos años luz de distancia.
      — Voy a retirarme a pensar en ese… ese problema.
      Después de una breve consulta en voz baja, el Emperador llamó a Benin para que escoltara a Miles, pero, escoltarlo adónde? A casa, a la embajada o de cabeza a la mazmorra más cercana? Había mazmorras en el jardín Celestial?
      A casa, según parecía, porque Benin devolvió a Miles a la compañía de Vorreedi e Ivan, y los llevó a la puerta oeste, donde los esperaba un auto de la embajada de Barrayar. Ahí se detuvieron y el ghemcoronel se dirigió a Vorreedi.
      — No podemos controlar lo que ustedes incluyen en sus informes oficiales, coronel. Pero mi Señor Celestial… — Benin hizo una pausa para seleccionar un término conveniente y delicado-. Mi Señor Celestial espera que no aparezca nada de lo que han visto y oído hoy en los rumores sociales de la ciudad.
      — Eso puedo prometerlo, creo yo — dijo Vorreedi con sinceridad.
      Benin asintió, satisfecho.
      — Puedo contar con su palabra de honor al respecto?
      Había hecho sus deberes con respecto a las costumbres de Barrayar, entonces. Los tres barrayareses dieron su palabra de honor y Benin los liberó al aire húmedo de la noche. Faltaban unas dos horas para el amanecer, supuso Miles.
      El auto de la embajada estaba en sombras, por suerte. Miles se acomodó en un rincón; envidiaba a Ivan por su habilidad para hacerse invisible, hubiera querido poder saltarse las ceremonias del día siguiente y volver a casa inmediatamente. Pero no. Si había llegado hasta aquí, era muy capaz de seguir hasta el amargo final.
      Vorreedi había llegado más allá de la emoción y ahora viajaba en silencio. Sólo una vez se dirigió a Miles en tono frío.
      — Qué diablos creía usted que estaba haciendo, Vorkosigan?
      — Impedí que el imperio de Cetaganda se dividiera en ocho unidades agresivas. Hice fracasar los planes de provocar una guerra entre algunas de esas unidades y Barrayar. Sobreviví a un intento de asesinato y ayudé a atrapar a tres traidores. No eran traidores a Barrayar, eso lo admito. Ah. Y resolví un asesinato. Suficiente para un viaje, creo yo.
      Vorreedi luchó consigo mismo un momento y después ladró:
      — Es usted agente especial o no?
      En una lista de los que necesitaban saberlo… no figuraba el nombre de Vorreedi. No en ese momento. Miles suspiró por dentro.

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