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Cetaganda (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Cetaganda (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 13)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


Miles estaba seguro de eso. Lord X era el tipo de artista que no puede dejar su obra inacabada y sigue agregando toques inteligentes. El tipo de persona que, como un chiquillo al que entregan su primer huerto, se pone a cavar para comprobar si las semillas ya han echado raíces. Miles sintió algo parecido a una corriente de simpatía por su enemigo. Sí, sí, lord X, el hombre que jugaba por grandes sumas y perdía tiempo e inhibiciones con el curso de los días, estaba en situación de cometer un tremendo error.
      Por qué no estoy tan seguro de eso como de lo demás?
      — Tiene algo más que agregar, lord Vorkosigan? — preguntó Vorreedi.
      — Mmmm? No. Estoy… estoy pensando… — Además, sólo lo pondría nervioso, coronel
      — Como oficial de la embajada responsable de su seguridad personal, le pediría que se abstuviese de relacionarse con un hombre que parece involucrado en una vendetta cetagandana a muerte. Lo digo por usted… y por lord Vorpatril, por supuesto.
      — Yenaro ya no me interesa. No le deseo ningún mal. Mi prioridad es identificar al hombre que le proporcionó la escultura.
      Las cejas de Vorreedi se elevaron en un gesto de reproche.
      — Podría habérmelo dicho antes…
      — Siempre se entiende más cuando se contemplan los hechos con cierta perspectiva.
      — Eso es cierto — suspiró Vorreedi, con la voz de la experiencia. Se rascó la nariz y volvió a sentarse-. Hay otra razón por la que le pedí que viniera, lord Vorkosigan. El ghemcoronel Benin ha solicitado otra entrevista con usted.
      — En serio? Igual que la anterior? — Miles mantuvo la firmeza de su voz, lo cual le resultó bastante difícil.
      — No del todo. Pidió específicamente la presencia de lord Vorpatril. En estos momentos está en camino. Usted puede negarse, si lo desea.
      — No… está… está bien. En realidad, tengo interés en volver a hablar con Benin. Voy a buscar a Ivan, señor? — Miles se puso de pie. Mala idea que los dos sospechosos se consultaran antes del interrogatorio, pero claro, el caso no era de Vorreedi, sino de Benin. Miles se preguntó hasta qué punto habría convencido a Vorreedi de que estaba cumpliendo una misión secreta.
      — Adelante — dijo Vorreedi con amabilidad-. Aunque tengo que decirle…
      Vorreedi hizo una pausa.
      — No veo cómo puede estar involucrado lord Vorpatril. No es correo. Y su expediente es tan claro como el agua…
      — Mucha gente se confunde con Ivan, señor… Pero a veces, hasta un genio necesita a alguien que cumpla órdenes.
      Miles contuvo su impaciencia mientras se dirigía a las habitaciones de Ivan. El lujo de intimidad que les había proporcionado su rango de funcionarios iba a terminar muy pronto, sospechaba
      Miles. Si Vorreedi no activaba los micrófonos de las habitaciones es que el hombre tenía un control sobrenatural sobre sí mismo o sufría algún tipo de daño cerebral agudo. El oficial de protocolo era del tipo curioso y voraz: deformación profesional.
      Ivan abrió la puerta.
      — Entra — dijo con voz muy lenta, una voz que la impaciente llamada de Miles no conmovió en absoluto.
      Miles descubrió a su primo sentado en la cama, a medio vestir con unos pantalones verdes y camisa color crema, hojeando distraídamente una pila de papeles de colores manuscritos. No parecía especialmente satisfecho.
      — Ivan. Levántate. Vístete. Vamos a entrevistarnos con el coronel Vorreedi y el ghemcoronel Benin.
      — ¡Confesión, por fin! ¡Gracias a Dios! — Ivan tiró los papeles al aire y se dejó caer sobre la cama con un suspiro de alivio.
      — No. No exactamente. Pero necesito que me dejes hablar a mí y que confirmes mis palabras.
      — Mierda. — Ivan frunció el ceño y miró el techo-. Qué pasa ahora?
      — Seguramente, Benin ha investigado los movimientos que realizó Ba Lura el día anterior a su muerte. Supongo que ya estará al corriente de nuestro pequeño encuentro en el vehivaina. No quiero joderle la investigación. En realidad, me gustaría ayudarle, por lo menos en lo referente a la identificación del asesino o asesina. Así que pienso darle tantos hechos reales como sea posible.
      — Hechos reales. Qué quieres decir? Reales, opuestos a qué otra clase de hechos?
      — No podemos decir absolutamente nada que tenga que ver con la Gran Llave o la haut Rian. Supongo que podemos soltar el resto de la información, pero no mencionemos ese pequeño detalle en ningún momento.
      — Supones…? Por lo visto estás usando una matemática muy distinta de la que usa el resto del universo. Te das cuenta de lo furiosos que se pondrán Vorreedi y el embajador cuando averigüen que les ocultamos ese pequeño incidente?
      — Tengo a Vorreedi bajo control; al menos por el momento. Cree que estoy bajo las órdenes de Simon Illyan.
      — Cree… quiere decir que no es cierto. ¡Lo sabía, lo sabía! — gruñó Ivan, se puso una almohada sobre la cara y la apretó fuertemente con las manos.
      Miles se la arrebató de un tirón.
      — Ahora tengo una misión. La tendría si Illyan estuviera al corriente de todo. Coge el destructor nervioso. Pero no lo saques a menos que yo te lo diga.
      — No pienso disparar a tu superior.
      — No vas a dispararle a nadie. Y además, Vorreedi no es mi superior. — Ese sería un punto legal importante cuando llegara el momento-. Tal vez lo necesite como prueba. Pero no a menos que surja el tema en la conversación. No vamos a dar información voluntariamente.
      — ¡Claro, claro, el truco es no dar información voluntariamente… eso jamás! ¡Por fin lo entiendes, primito!
      — Cállate y vístete. — Miles le tiró el uniforme de fajina-. ¡Esto es importante! Pero tienes que estar sereno. Muy sereno. Tal vez me estoy preocupando sin motivo. A lo mejor no hay razón para tener miedo.
      — No lo creo. Me parece que, en tu caso, el pánico llega demasiado tarde… En realidad, si esperaras un poco más, el miedo te llegaría posmortem… Yo ya hace días que estoy aterrorizado.
      Miles le tiró las botas bajas con un gesto terminante. Ivan meneó la cabeza, se sentó y empezó a ponérselas.
      — Te acuerdas aquella vez en el jardín de la Casa Vorkosigan — suspiró— cuando te pusiste a leer todas esas historias militares sobre los campos de prisioneros de Cetaganda durante la invasión y decidiste que teníamos que cavar un túnel de escape? Pero claro: tú te encargaste del diseño; en cambio yo y Elena tuvimos que cavarlo…
      — Teníamos ocho años — objetó Miles, a la defensiva-. En aquella época estaba sometiéndome a un tratamiento médico para los huesos. Me encontraba bastante mal.
      — … te acuerdas de que se me derrumbó el túnel en la cabeza? — siguió diciendo Ivan con la voz perdida en el recuerdo-. Y que me quedé sepultado durante horas…?
      — No fueron horas. Sólo unos cuantos minutos. El sargento Bothari te sacó enseguida.
      — A mí me parecieron horas. Todavía siento el gusto de la tierra en la boca. También se me metía por la nariz. — Ivan se la frotó al recordarlo-. Mamá todavía estaría en pleno ataque de nervios si tía Cordelia no se hubiera sentado con ella.
      — Éramos niños… unos niños estúpidos. Qué tiene que ver eso con lo que está pasando ahora?
      — Nada. Nada. No sé por qué me he despertado con ese recuerdo. — Ivan se puso de pie y se ajustó la guerrera-. Nunca creí que pudiera echar de menos al sargento Bothari, pero me parece que en este momento desearía que estuviera conmigo. Quién me va a sacar del túnel esta vez?
      Miles tuvo ganas de ladrarle, pero en lugar de eso se puso a temblar. Yo también echo de menos a Bothari. Casi había olvidado cuánto lo echaba de menos hasta que las palabras de Ivan despertaron el dolor de antiguas cicatrices, ese pequeño espacio secreto de angustia que nunca se agotaba. Errores fundamentales… Mierda, un hombre que camina sobre la cuerda floja no necesita que alguien le grite desde abajo lo lejos que está del suelo o lo precario que es su equilibrio en un momento dado. Eso él lo sabía a la perfección: lo que necesitaba era olvidarlo. En esa situación de inercia y velocidad, cualquier pérdida de concentración o de confianza en sí mismo, aunque fuera mínima, podía resultar fatal.
      — Hazme un favor, Ivan. No trates de pensar. Sería peor para ti. Sigue mis órdenes. Con eso basta.
      Ivan mostró los dientes sin sonreír y lo siguió hacia el pasillo.
      Se encontraron con el ghemicoronel Benin en la misma habitación que la vez anterior, pero en esta ocasión Vorreedi prefirió oficiar personalmente de guardia. Cuando entraron Miles e Ivan, los dos coroneles estaban ultimando los saludos de rigor y se estaban sentando. Miles esperaba que eso significara que no habían tenido tiempo de comparar notas, por lo menos no más tiempo que él e Ivan. Benin llevaba su habitual uniforme rojo, con la terrible pintura facial renovada y perfecta, recién aplicada. Para cuando terminaron de saludarse amablemente y todo el mundo volvió a sentarse, Miles tenía el aliento y el corazón bajo control. Ivan disimuló sus nervios bajo una expresión de benevolencia ausente que, según Miles, le daba aspecto de idiota.
      — Lord Vorkosigan — empezó diciendo el ghemcoronel Benin—. Entiendo que usted es oficial correo.
      — Cuando estoy de servicio. — Miles decidió repetir la línea oficial para beneficio de Benin-. Es una tarea honorable que no me exige demasiado desde el punto de vista físico.
      — Y le gusta su trabajo?
      Miles se encogió de hombros.
      — Me gusta viajar. Y… bueno… me permite pasar mucho tiempo en el extranjero, lo cual es una ventaja… relativamente. Ya conoce usted la reaccionaria actitud de los barrayareses hacia los mutantes… — Miles pensó en el deseo de Yenaro: tener un puesto en la capital-. Por otra parte, me da una posición oficial, me transforma en alguien.
      — Eso sí que lo entiendo — aceptó Benin.
      — Sí, claro, estaba seguro de que lo entendería usted, ghemcoronel…
      — Pero ahora no está de servicio?
      — No en este viaje. Nos dijeron que dedicáramos nuestro tiempo a tareas diplomáticas y que, de paso, adquiriéramos un poquito de mundo…
      — Lord Vorpatril es oficial de operaciones, verdad?
      — Trabajo de oficina — suspiró Ivan-. Sigo esperando un destino en una nave.
      No es cierto, pensó Miles. A Ivan le encantaba el cuartel general de la capital, donde podía tener su propio apartamento y una vida social que era la envidia de los demás oficiales. Lo que sí hubiera querido es que alguien destinara a su madre, lady Vorpatril, a una nave. A ser posible, a una nave que la llevara muy lejos…
      — Mmm. — Las manos de Benin se retorcieron como si estuvieran mezclando pilas de hojas de plástico. Respiró hondo y miró a Miles directamente a los ojos-. Entonces, lord Vorkosigan… la rotonda del funeral no fue el primer lugar donde vio usted a Ba Lura?
      Benin estaba intentando un disparo directo para poner nerviosa a su presa.
      — Así es — contestó Miles, con una sonrisa.
      Benin esperaba que lo desmintiera y ya tenía la boca abierta para el siguiente ataque, seguramente la presentación de alguna evidencia oral que pondría al barrayarés a la defensiva. Tuvo que cerrarla de nuevo y pensar un poco.
      — Si… si usted deseaba que fuera un secreto, por qué me dijo que buscara en el lugar donde sabía que iba a encontrar sus huellas? Y… — El tono se llenó de curiosidad insatisfecha e irritación-. Y si no quería que fuera un secreto, por qué no me lo dijo directamente?
      — Fue una manera de probar sus habilidades, lord Benin. Quería saber si valdría la pena convencerlo de que compartiera sus resultados conmigo. Créame, mi primer encuentro con Ba Lura es tan misterioso para mí como para usted.
      Incluso debajo de la pintura, la mirada de Benin hizo que Miles pensara inmediatamente en la que le dedicaban con frecuencia sus superiores barrayareses. La Mirada. Era extraño y retorcido, pero de alguna manera lo tranquilizó. La sonrisa que había en su cara se tiñó de alegría.
      — Y… cómo conoció a Ba Lura? — dijo Benin.
      — Qué sabe usted? — le contestó Miles. Sabía que Benin no se lo contaría todo. Tenía que guardarse algo para comprobar la historia del enviado de Barrayar. Pero eso le parecía bien, porque Miles se proponía contar la verdad, casi toda la verdad…
      — Ba Lura estaba en la estación de transferencia el día que usted llegó. Salió de la estación por lo menos dos veces. Una vez desde un compartimiento de embarque donde se desactivaron los monitores durante cuarenta minutos, período en el que no hubo nadie controlándolos. El compartimiento y el período coinciden con su llegada, lord Vorkosigan.
      — Nuestra primera llegada, quiere usted decir.
      — … Sí…
      Vorreedi abría unos ojos como platos mientras se le afinaban los labios. Miles lo ignoró, aunque la mirada de Ivan cambió de foco con cautela y pasó revista a la cara del comandante.
      — Desactivados? No. Los habían arrancado de la pared, ghemcoronel. Pero dígame, el encuentro en el compartimiento, fue la primera vez que Ba Lura salió de la estación? O la segunda?
      — Segunda — dijo Benin, con una intensa mirada.
      — Puede probarlo?
      — Sí.
      — Bien. Tal vez eso sea muy importante.
      — Ja, Benin no era el único que podía dar vueltas para comprobar la veracidad de la información. Hasta el momento, el ghemcomandante no le había mentido. Miles no sabía la razón, pero no importaba mucho. Vueltas y más vueltas-. Bueno, ésta es nuestra versión…
      En tono inexpresivo, con muchos detalles físicos que corroboraban la historia, Miles describió el confuso encuentro con Ba Lura. Sólo silenció el momento en que había visto la mano de Ba Lura en su bolsillo al principio del encuentro. Llevó los hechos hasta el momento de la heroica pelea de Ivan y su recuperación del destructor nervioso y en ese punto dejó todo en manos de Ivan. Ivan lo miró furioso pero retomó el relato en el mismo tono y ofreció una descripción clara y concisa de la retirada de Ba Lura.
      Como Vorreedi no llevaba maquillaje facial, Miles vio cómo su expresión se oscurecía lentamente. El hombre ejercía un férreo control sobre sí mismo, así que no se ruborizó ni nada por el estilo, pero Miles hubiera apostado cualquier cosa a que el salto de presión sanguínea del coronel en ese momento habría hecho sonar la alarma de cualquier monitor médico.
      — Y por qué no me informó en nuestra primera entrevista, lord Vorkosigan? — preguntó Benin de nuevo, después de una larga pausa, como para asimilar los datos.
      — Yo podría hacerle a usted la misma pregunta, teniente — intervino Vorreedi en una voz levemente tensa por debajo de una superficie suave y tranquila.
      Benin le dirigió una mirada y levantó una ceja. El maquillaje quedó casi en peligro.
      Teniente, no milord. Miles captó aquel detalle.
      — El piloto del vehivaina redactó un informe para el capitán, quien seguramente lo pasó a su superior. — Es decir, a Illyan; en realidad, si navegaba por canales normales, el informe estaría llegando al escritorio de Illyan en ese mismo instante. Tres días más y aparecería un interrogatorio de emergencia en el escritorio de Vorreedi, seis más para contestar y seguir adelante con la conversación. Así que todo habría terminado antes de que Illyan pudiera mover un dedo-. Sin embargo, con mi autoridad de enviado superior, suprimí el incidente por razones diplomáticas. Nos enviaron con instrucciones específicas: no llamar la atención y comportarnos con la máxima cortesía. Para mi gobierno, esta ocasión solemne es una importante oportunidad para transmitir el mensaje de que nos sentiríamos satisfechos si se estrecharan los lazos entre los dos imperios. No me pareció conveniente empezar la visita con acusaciones de un ataque armado sin motivo perpetrado por un esclavo imperial contra los representantes especiales de Barrayar.
      La amenaza era obvia: a pesar del maquillaje, Miles se daba cuenta de que el ghemcoronel la había captado. Y Vorreedi lo estaba pensando.
      — Puede usted… probar sus palabras, lord Vorkosigan? — preguntó Benin con cautela.
      — Tenernos todavía el destructor nervioso, Ivan? — Miles hizo un gesto hacia su primo.
      Ivan sacó el arma del bolsillo y la colocó sobre la mesa despacio, con cuidado, tocándola apenas con las yemas de los dedos. Después, volvió a poner las manos sobre las piernas. Evitó la mirada furiosa de Vorreedi. El coronel y Benin alargaron la mano hacia el destructor al mismo tiempo y se detuvieron, con el ceño fruncido y una mirada desafiante.
      — Disculpe usted — dijo Yorreedi-. No lo había visto antes.
      — En serio? — preguntó Benin. El tono implicaba: Que extraordinario-. Adelante. — La mano cayó a su lado con amabilidad.
      Vorreedi levantó el arma y la examinó con cuidado: entre otras cosas, se fijó que el dispositivo de seguridad estaba puesto antes de entregarla con gesto amable a Benin.
      — Le devuelvo el arma con sumo gusto, ghemcoronel — siguió diciendo Miles-, a cambio de la información que usted pueda deducir de ella. Si al final resulta proceder del Jardín Celestial, no sería de gran ayuda, pero si Ba Lura la consiguió en su viaje… tal vez eso nos revele mucho. Usted puede investigar algo así mucho más que yo. — Miles hizo una pausa y agregó-: A quién visitó Ba Lura cuando abandonó la estación por primera vez?
      Benin levantó la vista, que tenía fija en el destructor nervioso. — Fue a una nave anclada fuera de la estación.
      — Podría ser más concreto?
      — No.
      — Discúlpeme. Me gustaría volver a formular la pregunta. Podría usted ser más concreto si quisiera?
      Benin dejó el destructor sobre la mesa y se reclinó; aunque resultara imposible de creer, su expresión de interés y atención se intensificó. Se quedó callado durante un largo instante, mirando a Miles; después contestó:
      — No, desgraciadamente, no.
      Mierda. Las tres naves de hautgobernadores ancladas fuera de la estación de transferencia eran las de Ilsum Kety, Slyke Giaja y Este Rond. Ése podría haber sido el final de la triangulación, pero Benin no tenía el dato. Todavía.
      — Me interesaría particularmente entender la forma en que control de tránsito o lo que se hizo pasar por control de tránsito nos dirigió al compartimiento erróneo… al compartimiento en el que atracamos en primer lugar.
      — Por qué entró Ba Lura en su vehivaina? Cómo lo explica usted? — preguntó Benin a su vez.
      — Fue un encuentro muy confuso, ghemcoronel. No podemos descartar que se tratara de un accidente. Al contrario, si el encuentro fue intencional, no hay duda de que algo les salió muy mal.
      Chúpate ésa, decía la cara silenciosa de Ivan. Miles lo ignoró.
      — De todos modos, ghemcoronel, espero que esto lo ayude a organizar sus investigaciones — siguió diciendo Miles en tono terminante. Seguramente Benin estaba impaciente por correr tras su nueva pista: el destructor nervioso.
      Benin no se movió.
      — Y qué fue lo que realmente discutieron usted y la haut Rian, lord Vorkosigan?
      — Si desea usted una respuesta, tendrá que formularle la pregunta a la haut Rian, ghemcoronel. Ella es tan cetagandana como el departamento que usted dirige. — Lástima-. Pero a mi entender, el dolor de la haut Rian por la muerte de Ba Lura es bastante auténtico.
      Benin parpadeó una vez.
      — No entiendo cómo puede usted juzgar la profundidad de su sufrimiento… La ha visto usted muchas veces?
      — Es una deducción… — Y si no terminaba con todo eso en ese mismo instante, metería la pata tan hasta el fondo que iban a necesitar una grúa para sacarla. A Vorreedi tenía que tratarlo con la mayor delicadeza; pero a Benin, no…-. Todo esto es fascinante, ghemcoronel, pero por desgracia esta mañana no dispongo de mucho tiempo. Sin embargo, si llega a descubrir de dónde procede el destructor nervioso y adónde fue Ba Lura, le agradecería profundamente la oportunidad de seguir con esta conversación. — Se sentó, cruzó los brazos y le ofreció una cordial sonrisa.
      Lo que debería haber hecho Vorreedi era anunciar en voz bien alta que tenían todo el tiempo del mundo y dejar que Benin se ocupara de todo. Eso habría hecho Miles en su lugar. Pero no cabía duda de que Vorreedi estaba impaciente por hablar con Miles a solas, y en lugar de permitir una conversación más larga, se levantó para señalar el final de la entrevista. Benin, huésped de la embajada en territorio ajeno, accedió con gesto amargo — no era su modo normal de proceder, de eso Miles estaba seguro— y se levantó sin comentarios.
      — Tenemos una conversación pendiente, lord Vorkosigan. Esto no se termina aquí. Se lo aseguro — afirmó en tono oscuro.
      — Eso espero, señor. Eli,… ha seguido usted mi consejo? Sobre bloqueo de interferencias?
      Benin hizo una pausa, con una expresión que de pronto se había vuelto un poco abstracta.
      — Sí, sí.
      — Y cómo le fue?
      — Mejor de lo que esperaba.
      — Me alegro.
      A Miles le pareció que la despedida de Benin, casi un saludo militar, era evidentemente irónica pero no del todo hostil.
      Vorreedi escoltó a su invitado hasta la puerta, pero lo entregó al guardia y volvió a la pequeña habitación antes de que Miles e Ivan tuvieran tiempo de escapar.
      El coronel miró a Miles a los ojos, y éste lamentó que su inmunidad diplomática no incluyera también al oficial de protocolo. Pensaba Vorreedi separarlo de Ivan y conseguir la información por su primo? Ivan estaba practicando el arte de la invisibilidad, deporte para el que le sobraba habilidad, por cierto.
      — En caso de que no se haya dado cuenta, teniente Vorkosigan, yo no soy un hongo — dijo en tono firme y peligroso.
      Un hongo: algo que crece en la oscuridad y se alimenta con información podrida, claro. Miles contuvo un suspiro.
      — Señor, diríjase a mi comandante. — Es decir, Illyan, quien también era el superior de Vorreedi-. Si él le da vía libre, soy todo suyo. Hasta entonces, lo mejor será seguir adelante como hasta ahora.
      — Confiando en su instinto? — citó Vorreedi con sequedad.
      — Todavía no dispongo de conclusiones que pueda compartir con usted, señor.
      — Y su instinto… sugiere alguna conexión entre Ba Lura y lord Yenaro?
      Vorreedi también tenía instinto, sí. Sin ese don no habría llegado a ocupar su puesto…
      — Además del hecho de que los dos tuvieron un encuentro conmigo? No… ninguna sugerencia en la que se pueda… confiar. Estoy buscando pruebas. Cuando las tenga… bueno, habré llegado a alguna parte.
      — Adónde exactamente?
      Creo que si las cosas siguen así, voy a estar metido en el secreto más grande que usted haya imaginado.
      — Cuando llegue lo sabré, señor.
      — Nosotros dos también tenemos una conversación pendiente, lord Vorkosigan. Puede contar con ella. — Vorreedi le dedicó un gesto seco con la cabeza y salió bruscamente. Sin duda iba a contarle las nuevas complicaciones de su vida al embajador Vorob'yev.
      En medio del profundo silencio que se apoderó de la habitación, Miles dijo en voz baja:
      — Ha salido bastante bien, teniendo en cuenta las circunstancias.
      Ivan esbozó una mueca despreciativa.
      Subieron en silencio a la habitación de Ivan, donde encontraron otro montón de papeles de colores sobre el escritorio. Ivan los miró uno por uno. Ignoraba abiertamente a Miles.
      — Tengo que ponerme en contacto con Rian — dijo Miles por fin-. No puedo esperar, no es posible. Se nos está acabando el tiempo.
      — No quiero seguir mezclado en todo esto — dijo Ivan con voz distante.
      — Es demasiado tarde para eso, Ivan.
      — Sí, lo sé. — La mano de Ivan hizo una pausa-. Ejem… Eso ha llegado ahora. Y tiene tu nombre también.
      — Es de lady Benello? Lamento decir que Vorreedi la va a poner fuera de nuestro alcance por lo de Yenaro.
      — No. No es Benello. No conozco este nombre.
      Miles se lanzó sobre el papel y lo abrió.
      — Lady d'Har. Fiesta de jardín. Qué cultivará esta señora en su jardín? Podría ser un nombre con doble sentido? Una referencia al jardín Celestial? Mmm… Tal vez sea mi contacto. Dios, odio estar a merced de la haut Rian… No puedo dar ni un paso sin que ella me controle. Bueno, de todos modos, acéptalo por si acaso.
      — No es mi primera opción para esta tarde — objetó Ivan.
      — He dicho algo sobre opciones? Es una oportunidad, no podemos dejarla escapar. — Y agregó con rapidez-: Además, si sigues dejando tus muestras genéticas por toda la ciudad, tu progenie acabará apareciendo en el próximo concurso genético. Arbustos Ivan.
      Ivan tembló de arriba a abajo.
      — Tú crees que…? Será por eso…? Podrían hacer eso?
      — Claro. Cuando te vayas, pueden recrear las partes de tu cuerpo que les interesen y hacerlas funcionar cuando quieran, en la escala que prefieran… un buen recuerdo. Y tú que pensabas que el árbol de gatitos era obsceno.
      — Esto es mucho peor que la obscenidad, más amplio… — afirmó Ivan con dignidad injuriada. Se le cortó la voz-. De verdad crees que pueden hacer eso?
      — No hay pasión menos ética que la de un artista cetagandano en busca de nuevos materiales — afirmó Miles. Y agregóVamos a la fiesta de jardín. Estoy seguro de que es mi contacto con Rian.
      — Fiesta de jardín — aceptó Ivan con un suspiro. Se quedó mirando el vacío con los ojos muy abiertos. Tras un instante, comentó en tono indiferente-: Es una lástima que ella no pueda sacar el banco genético de esa nave. Así nuestro enemigo tendría la llave pero no el cofre del tesoro. Y eso sí que lo destruiría…
      Miles se sentó lentamente en la silla del escritorio de Ivan. Cuando consiguió recuperar el aliento, susurró:
      — Ivan, eso es… magnífico, genial. Por qué no se me habrá ocurrido a mí?
      Ivan lo pensó un poco.
      — Porque no es un final que te permita aparecer como el único héroe a los ojos de la haut Rian?
      Intercambiaron miradas agresivas. Por una vez, Miles fue el primero en desviar los ojos.
      — Sólo era una pregunta retórica — -dijo, tenso. Pero no lo dijo en voz muy alta.

12

      Lo de «fiesta de jardín» no era del todo adecuado, decidió Miles. Miró más allá del embajador Vorob'yev y de Ivan cuando los tres salieron del tubo elevador con los oídos tapados hacia el aire libre en el último piso del edificio. Un leve brillo dorado en el aire marcaba la presencia de una pantalla de fuerza liviana, que protegía a los invitados de las molestias del viento, la lluvia o el polvo. Allí, en el centro de la capital, el crepúsculo era brillante y plateado porque el edificio, de medio kilómetro de alto, daba a los anillos verdes de parque que rodeaban el jardín Celestial.
      Parterres de flores y árboles enanos, fuentes, arroyos, senderos y puentes de jade convertían el techo en un laberinto descendente en el mejor estilo cetagandano. Cada recodo de los caminos revelaba y enmarcaba una imagen bella y distinta de la enorme ciudad que se extendía hasta el horizonte, pero las mejores eran las que abarcaban el gran huevo brillante de ave fénix del emperador en el corazón de sus dominios. El vestíbulo del tubo elevador, que se abría sobre el panorama, tenía un techo de enredaderas y el suelo adornado con un elaborado arreglo de piedras de colores: lapislázuli, malaquita, jade verde y blanco, cuarzo rosado y minerales que Miles no conocía ni de nombre.
      El oficial de protocolo les había indicado que se pusieran el uniforme de gala negro, aunque Miles hubiera supuesto que el verde de fajina era el correcto. Pero nadie podía ser demasiado formal en ese lugar. Los anfitriones permitieron subir al embajador Vorob'yev como escolta de los invitados, pero todos los demás tuvieron que quedarse abajo, incluyendo a Vorreedi. Ivan miró a su alrededor y aferró su invitación.
      Lady d'Har, la anfitriona, estaba de pie en medio del vestíbulo. Aparentemente el interior de su casa contaba como una burbuja, porque estaba dando la bienvenida a sus invitados en persona. A pesar de su edad — era bastante mayor-, su hautbelleza hubiera deslumbrado a cualquiera. Se había puesto una docena de túnicas de un blanco cegador que le bajaban por el cuerpo hasta el suelo. El abundante cabello plateado se arrastraba tras ella. Su esposo, el ghemalmirante Har, cuya imponente presencia habría dominado cualquier otra habitación, parecía casi invisible a su lado.
      El ghemalmirante Har comandaba la mitad de la flota cetagandana y su llegada a las ceremonias finales por la muerte de la emperatriz, retrasada por cuestiones de trabajo, era la razón de esa fiesta de bienvenida. Llevaba su uniforme rojo sangre, que podría haber adornado con suficientes condecoraciones como para hacerlo naufragar si cruzaba un río. En lugar de eso, había preferido ser el mejor: lo único que lucía en el pecho era la cinta y la medalla de la Orden del Mérito, un mérito aparentemente simple y poco grandilocuente. Sin las demás baratijas del éxito, nadie podía evitar la imagen de esa medalla. Ni evitar ni igualar. Era un honor muy poco frecuente que entregaba el Emperador en persona. Había muy pocos premios superiores a ése en el Imperio de Cetaganda. La hautlady que tenía a su lado podía considerarse uno de ellos. Miles supuso que el lord también la habría colocado sobre su túnica si hubiera podido, a pesar de que se la había ganado hacía ya cuarenta años. El maquillaje del ghemclan Har tenía colores como el anaranjado o el verde; los dibujos no eran muy definidos y se cruzaban con las arrugas de la edad sobre la cara del almirante, en un contraste francamente desagradable con el rojo del uniforme.
      Hasta el embajador Vorob'yev se sentía cohibido en presencia del ghemalmirante Har. Miles se dio cuenta por la extrema formalidad de los saludos que le dispensó. Har se mostró amable, pero saltaba a la vista que estaba sorprendido: Por qué están estos extranjeros en mi jardín? Sin embargo, se limitó a hacer un gesto a lady Har, quien recibió la invitación del aliviado Ivan con un pequeño gesto y les dio las indicaciones necesarias para llegar al sitio alto y dorado donde se servía la comida y la bebida. La edad había suavizado su voz.

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