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Cetaganda (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Cetaganda (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 17)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      — Haut Nadina, sabe usted dónde está la Llave?
      — Sí. Él me llevó a verla anoche. Se le ocurrió que a lo mejor yo sabía cómo abrirla. Se trastornó mucho cuando vio que no era posible.
      Miles levantó la vista; el tono de la anciana le había llamado la atención. Por lo menos, no había señales de violencia en sus hermosos rasgos. Pero los movimientos de Nadina eran tensos y rígidos. Artritis por la edad, o trauma por el uso de algún objeto contundente? Volvió al cuerpo del guardia inconsciente y lo registró buscando útiles, tarjetas de código, armas… ah, un vibracuchillo plegable. Lo escondió en la ropa y retrocedió hacia las damas.
      — Yo sé de animales que se arrancan una pierna para escapar de una trampa — explicó tentativamente.
      — ¡Aj! — dijo Pel-. Barrayareses…
      — Usted no lo entiende — dijo Nadina, ansiosa.
      Por desgracia, Miles lo entendía muy bien. Las dos mujeres iban a quedarse ahí de pie discutiendo sobre el pelo atrapado de Nadina hasta que Kety las atrapara a ellas…
      — ¡Miren! — dijo de pronto y señaló la puerta.
      Pel se puso de pie de un salto y Nadina gritó:
      — Qué pasa?
      Miles sacó el vibracuchillo, tomó la melena plateada y la cortó lo más cerca del suelo que pudo.
      — Ya está. Vámonos.
      — ¡Bárbaro! — exclamó Nadina. Pero no se estaba poniendo histérica; expresó su protesta indignada con bastante tranquilidad, dadas las circunstancias.
      — Un sacrificio por los haut — le juró Miles.
      Había una lágrima en los ojos de ella; Pel… Pel parecía secretamente agradecida de que Miles se hubiera encargado del asunto. Subieron otra vez a la silla flotante. Nadina se acomodó sobre el regazo de Pel y Miles se colocó detrás, como siempre. Pel salió de la cámara y volvió a conectar la pantalla de fuerza. Las sillas flotantes eran silenciosas, pero el motor de ésta protestaba por la carga. Avanzaba a trompicones.
      — Por ahí. Dobla aquí — les indicó la haut Nadina.
      A medio camino en el pasillo pasaron junto a un criado, que se apartó con una reverencia y no los volvió a mirar.
      Kety usó pentarrápida con usted? — preguntó Miles a Nadina-. Cuánto sabe de las sospechas del Criadero Estrella?
      La Pentarrápida no funciona en las hautmujeres — le informó Pel por encima del hombro.
      — Ah. no? Y en los hauthombres?
      — No muy bien — dijo Pel.
      — De todos modos…
      — Aquí. — Nadina señaló un tubo elevador. Descendieron una cubierta y siguieron por otro pasillo más estrecho. Nadina tocó el cabello plateado que tenía sobre la falda, miró las puntas cortadas con el ceño fruncido, después lo soltó con un sonido despectivo, desdichado y concluyente-. ¡Qué desagradable es todo esto! Espero que estés disfrutando la oportunidad de divertirte, Pel. Y espero que la oportunidad sea muy breve.
      Pel hizo un ruido y no quiso comprometerse con una respuesta.
      Miles no entendía muy bien por qué, pero ésa no era la misión heroica que había previsto — Una misión secreta, en la nave de Kety, con dos hautladies mayores y decorosas-. A decir verdad, se podía sospechar de la alianza de Pel con la corrección y la decencia, pero Nadina parecía intentar compensarla. Miles tenía que admitir que la idea de la burbuja era mucho mejor que la de disfrazar sus peculiaridades físicas como ba, especialmente porque esas criaturas extrañas tenían siempre un aspecto muy saludable. Había bastantes hautmujeres en esa nave y una burbuja en un pasillo no llamaba la atención de nadie.
      No es eso. Es que hasta ahora hemos tenido suerte.
      Llegaron a una puerta sin indicaciones.
      — Aquí es — anunció Nadina.
      No había guardias que custodiaran la puerta: ésa era la pequeña habitación inexistente.
      — Cómo entramos? — preguntó Miles-. Llamamos a la puerta?
      — Supongo — dijo Pel. Bajó la pantalla un segundo, llamó y volvió a subirla.
      — ¡Era una broma…! — exclamó Miles, horrorizado. Seguramente no había nadie ahí dentro… se había imaginado la Gran Llave guardada a solas en un compartimiento con cerradura codificada…
      La puerta se abrió. Un hombre pálido, enfundado en la librea de Kety, con grandes ojeras oscuras bajo los ojos, apuntó a la burbuja con un aparato, leyó la firma electrónica y dijo:
      — Sí, haut Vio?
      — Traigo a la haut Nadina para que lo intente de nuevo — dijo Pel. Nadina hizo un gesto. No estaba de acuerdo.
      — No creo que vayamos a necesitarla — objetó el hombre de librea-, pero puede usted hablar con el general. — Se colocó a un costado de la puerta para dejarlos pasar.
      Miles, que había estado calculando cómo dormir al hombre con el aerosol de Pel, empezó a urdir nuevas estrategias. Había tres hombres en… sí, era un laboratorio de decodificación. Una gran cantidad de máquinas, conectadas con cables provisionales, ocupaban hasta la última superficie de la habitación. Había un técnico con aspecto aún más cansado, ataviado con el uniforme de fajina negro de Seguridad militar Cetagandana, sentado frente a una consola, con aire de haber permanecido en esa posición durante días y días. A su alrededor había un círculo de envases de bebida con cafeína y sobre una mesa cercana, un par de botellas de calmantes. Pero el que llamó la atención de Miles era el tercer hombre, que se inclinaba sobre el hombro del técnico.
      No era el ghemgeneral Chillan, como había supuesto al principio. Era un hombre más joven, más alto, de rasgos severos y firmes, y llevaba el uniforme formal rojo sangre de Seguridad Imperial del Jardín Celestial. Sin rayas de cebra en la cara. Tenía la guerrera arrugada y abierta. No era el jefe de Seguridad — la mente de Miles revisó la lista que había memorizado hacía semanas en un trabajo muy equivocado de preparación para el viaje-, sí, sí, era el ghemgeneral Naru, tercero en la línea de mando. El contacto de Kety en Seguridad Imperial de Cetaganda. Aparentemente, estaba ahí para ayudar a romper los códigos que protegían la Gran Llave.
      — De acuerdo — dijo el tec de cara agotada-, empecemos con la rama siete mil trescientos seis. Setecientos más y la tenemos, lo juro.
      Pel jadeó con fuerza y señaló hacia adelante. Más allá de la consola, apiladas en un montón desordenado sobre la mesa, había ocho copias de la Gran Llave. O una Gran Llave y siete copias…
      Estaría Kety tratando de cumplir con el sueño de la emperatriz Lisbet? Y entonces, acaso las últimas dos semanas habían sido sólo un enorme malentendido? No… no. Tenía que ser otra trampa. Tal vez Kety planeaba enviar a los otros gobernadores a casa con copia y todo, o hacer que Seguridad Imperial tuviera que perseguir siete copias… y había muchas otras posibilidades… todas en la orden del día de Kety… sólo Kety.
      Miles pensó que si disparaba el bloqueador empezarían a sonar todas las alarmas… No, eso tenía que reservarlo como último recurso. Mierda, si sus víctimas eran inteligentes — y Miles suponía que la inteligencia de los tres hombres que tenía adelante estaba más allá de toda duda-, saltarían sobre él para que disparara. Él lo hubiera hecho.
      — Qué más esconde usted en su manga? — le susurró Miles a Pel.
      — Nadina — Pel hizo un gesto hacia la mesa-, cuál es la Gran Llave?
      — No estoy segura — dijo Nadina, que miraba ansiosamente el montón de aparatos.
      — Lo mejor será que nos las llevemos todas — pidió Miles con urgencia.
      — Pero tal vez todas son falsas — objetó Pel-. Tenemos que averiguar cuál es la verdadera. Si no volvemos con la Gran Llave, nuestra misión habrá fracasado. — Buscó en la ropa y sacó un anillo conocido, un anillo con el dibujo de un ave chillando…
      Miles se quedó sin aliento.
      — ¡Por Dios santo!, cómo se le ha ocurrido traer eso? ¡Que no lo vea nadie! Después de dos semanas de tratar de reproducir lo que hace ese anillo, le aseguro que esos hombres están más que dispuestos a matarla por él.
      El ghemgeneral Naru giró en redondo y se enfrentó a la burbuja blanca.
      — Sí, Vio, qué pasa ahora? — Tenía la voz llena de aburrimiento y de desprecio.
      A Miles le pareció que Pel trataba de dominar un ataque de pánico. La vio ensayar la respuesta en la garganta, sin voz, y después, descartarla definitivamente.
      — No vamos a poder mantener este asunto así por mucho tiempo — urgió Miles-. Propongo que ataquemos, tomemos lo que queremos y nos vayamos de aquí.
      — Cómo? — preguntó Nadina.
      Pel levantó la mano para pedir silencio en la discusión y trató de ganar algo de tiempo.
      — Su tono de voz es inadmisible, señor.
      Naru hizo una mueca.
      — Volver a esa burbuja no le sienta bien, haut. Demasiado orgullo. Bueno, disfrútelo mientras pueda. Después de esto, vamos a sacar a todas las perras de sus fortalezas. Sus días de esconderse detrás de la ceguera y la estupidez del Emperador están contados. Se lo aseguro, haut Vio.
      Bueno… Naru no había entrado en el complot por fidelidad a los planes de la emperatriz sobre el destino genético de los haut, eso era evidente. Miles comprendía que los privilegios tradicionales de las hautladies se hubieran convertido en una ofensa irritante y profunda para la decisión y la paranoia que debe tener un hombre de Seguridad. Era ése el soborno que había ofrecido Kety a Naru por su cooperación? La promesa de que el nuevo régimen abriría las puertas cerradas del Criadero Estrella y luces en cada rincón secreto de las hautmujeres? La promesa de destruir la extraña base del poder de las haut para ponerlo todo en manos de los ghemgenerales, es decir, al lugar que le correspondía (según Naru)? Era Kety quien estaba manipulando a Naru, o los dos ocupaban un puesto similar en el complot? Tenían el mismo grado de responsabilidad, decidió Miles. Naru es el hombre más peligroso de la habitación, tal vez de toda la nave. Puso el bloqueador en potencia baja. La esperanza de que de esta forma el arma no disparara las alarmas era muy remota pero…
      — Pel — dijo con urgencia-, use la última dosis de droga contra el ghemgeneral Naru. Yo trataré de amenazar a los demás, de dominarlos sin disparar. Los atamos, cogemos las Llaves y nos vamos de aquí. No será elegante, pero al menos lo haremos con rapidez, y en este momento el tiempo es un factor crítico.
      Pel asintió sin entusiasmo, recogió las manos y preparó el bulbo de aerosol. Nadina se aferró a la silla; Miles se preparó para saltar.
      Pel bajó la pantalla de fuerza y echó el aerosol sobre la cara asustada de Naru. El general trató de no respirar y dio un paso atrás, y la nube de droga apenas lo rozó. Cuando el general soltó el aliento retenido, emitió un grito de advertencia.
      Miles maldijo, saltó al suelo y disparó tres veces, una detrás de otra, con rapidez. Los dos técnicos cayeron al suelo; Naru casi consiguió esquivar el rayo pero la nube lo paralizó. Por el momento. Se derrumbó sobre la mesa como un jabalí que se hunde en un pantano, la voz reducida a un gruñido incomprensible.
      Nadina corrió hacia la mesa de las Llaves, las puso sobre las túnicas y se las llevó a Pel. Pel tomó el anillo y probó:
      — No… ésa no…
      Miles dirigió una mirada a la puerta, que seguía cerrada y se mantendría así hasta que el lector recibiera a una palma autorizada. Quién estaba autorizado? Kety… Naru, que ya estaba dentro… algún otro? Pronto lo averiguaremos.
      — No… — seguía diciendo Pel-. Y si son todas falsas…? No…
      — Claro que son todas falsas — comprendió de pronto Miles-. La verdadera tiene que estar… — Empezó a seguir los cables de la comuconsola del técnico en decodificación. Todos iban hacia una caja, escondida detrás del equipo y la caja tenía… otra Gran Llave. Pero ésa estaba en un rayo-luz de comunicaciones, que llevaba las señales de los códigos-. ¡Aquí! — Miles la arrancó del lugar y se la devolvió a Pel-. Tenemos la Llave, tenemos a Nadina, sabemos lo que necesitamos de Naru, lo tenemos todo. Larguémonos.
      La puerta siseó al abrirse. Miles giró sobre sus talones y disparó.
      Un hombre armado con un bloqueador y ataviado con la librea de Kety se tambaleó hacia delante. Gritos y golpes llegaron desde el corredor y una docena de hombres se apartó hacia un lado para no quedar en la línea de fuego.
      — Sí — gritó Pel con alegría cuando se abrió la tapa de la Gran Llave. Ahí estaba: la habían encontrado.
      — -¡Ahora no! — aulló Miles-. Vuelva a la silla, Pel, y conecte la pantalla de fuerza.
      Miles se agachó a bordo de la silla; la pantalla se cerró bruscamente a su alrededor. Una nube de fuego de bloqueador en masa atravesó el umbral. El fuego se extinguió con un crujido sobre la esfera brillante, sin daños: el único efecto fue un brillo mayor alrededor de la silla. Pero la haut Nadina estaba fuera. Gritó y se tambaleó, dolorida, al recibir el impacto de la nube del rayo. Los hombres pasaron por la puerta.
      — ¡Tienes la Llave, Pel! — gritó la haut Nadina-. ¡Vete!
      Una sugerencia muy poco práctica: los hombres del gobernador Kety apresaron a Nadina y bloquearon la puerta, y el triunfador pasó por el umbral y lo cerró tras él con la palma.
      — Bueno, bueno — dijo en tono muy lento, los ojos llenos de curiosidad frente a la carnicería que tenía delante-. Bueno. — Por lo menos podría tener la cortesía de maldecir y patear el suelo, pensó Miles con amargura, pero el gobernador parecía tener… un control absoluto de la situación—. Qué tenemos aquí?
      Un soldado de Kety se arrodilló junto al ghemgeneral Naru y lo ayudó a levantarse, sosteniéndolo por los hombros. Naru, que tuvo dificultades para sentarse, se pasó una mano temblorosa por la cara, que sin duda le dolía y le picaba — Miles lo sabía: había experimentado más de una vez la desagradable sensación del bloqueo— y ensayó una respuesta inteligible. En el segundo intento, consiguió articular unas palabras comprensibles:
      — Consortes Pel y Nadina. Y el… barray… ¡Le dije a usted que esas burbujas eran un peligro…! — Volvió a caer en los brazos del soldado-. Pero no im… Los tenemos a todos…
      — Cuando ese cerdo se someta a juicio por traición — dijo la haut Pel con odio profundo-, pienso pedirle al Emperador que le saque los ojos antes de ejecutarlo.
      Miles se preguntó de nuevo por la secuencia de hechos de la noche anterior: cómo habrían conseguido el gobernador y el ghemgeneral sacar a la haut Nadina de la burbuja?
      — Creo que se está adelantando, milady — suspiró.
      Kety caminó alrededor de la burbuja de la haut Pel, estudiándola. Tenía que romper ese huevo: un lindo rompecabezas para el gobernador. O no? Ya lo había hecho una vez.
      Escapar era imposible: los movimientos de la burbuja estaban físicamente bloqueados. Kety podía sitiarlos, hacerlos morir de hambre si no le importaba esperar… pero no. Lo cierto era que Kety no podía esperar. Miles sonrió con amargura y le dijo a Pel:
      — Esta silla tiene comunicación con el exterior, verdad? Lamento decirlo, pero es hora de pedir ayuda.
      Por Dios, casi lo habían conseguido, casi habían acabado con el problema sin que nadie se enterara, sin dejar pistas. Pero ahora que habían identificado a Kety y a Naru, el apoyo interno del gobernador estaba neutralizado. Seguridad Imperial no constituía un peligro para las haut. Los cetagandanos tendrían que terminar el asunto ellos mismos. Si es que consigo ponerme en contacto con ellos…
      El gobernador Kety hizo un gesto para que los hombres que sostenían a Nadina la arrastraran hacia lo que consideraba la parte delantera de la burbuja. Estaba unos cuarenta grados desplazado pero… Pidió el vibracuchillo a uno de los guardias, se acercó a Nadina y le levantó el cabello plateado. Ella aulló de terror, pero se relajó de nuevo cuando él se limitó a ponerle el cuchillo en el cuello con mucha suavidad.
      — Baje usted la pantalla de fuerza, Pel, y ríndase. Inmediatamente. No me obligue a recitar amenazas sangrientas.
      — Mierda — gruñó Miles, angustiado-. Nos tiene. A nosotros, al anillo, a la Gran Llave… — La Gran Llave. Estaba llena de… información codificada. Información cuyo valor surgía del hecho de que era única y secreta. En cualquier otro lugar del universo, la gente caminaba vadeando ríos de información, la información les llegaba hasta las orejas: una masa enorme de datos, señales y ruido… fácil de transmitir y reproducir. Si nadie se lo impedía, la información se multiplicaba como una colonia de bacterias siempre que hubiera dinero o poder detrás de ella y, finalmente, se ahogaba en su propia duplicación y el aburrimiento de los receptores humanos.
      — La silla flotante, el comu… es equipo del Criadero Estrella. Se puede usar para transmitir la información de la Gran Llave?
      — Qué? Pero… — Pel lo miró, luchando con el asombro-.
      Supongo que sí, pero este comu. no tiene la potencia necesaria para transmitirlo todo al jardín Celestial.
      — No se preocupe por eso. Páselo a la red de comunicación de emergencia, la red de navegación comercial. Tiene que haber un elevador de potencia en la estación de transferencia orbital. Tengo los códigos estándar del elevador, son simples… tienen que ser fáciles de recordar. Y son códigos de máxima emergencia: el elevador divide la señal y la deposita en los ordenadores de todas las estaciones y naves, tanto comerciales como militares, que se encuentren dentro del sistema estelar de Eta Ceta. Está pensado como sistema de socorro para naves en peligro. Que Kety se quede con la Gran Llave si quiere. Él y doscientas mil personas más… A qué quedará reducido el complot? Tal vez no podamos ganar, pero así le robaremos la victoria…
      La mirada en la cara de Pel, que asimilaba rápidamente esa sugerencia inconcebible, pasó de un gesto de horror a una expresión de alegría desmayada y después, al espanto.
      — Para eso necesitamos tiempo… mucho tiempo, minutos… ¡Kety no nos va a permitir…! No. Ya tengo la solución. — Los ojos de Pel se iluminaron de rabia e inteligencia-. Cuál es el código?
      Miles recitó los números y los dedos de Pel teclearon sobre el panel de control. Pel puso la Gran Llave abierta sobre el lector. Kety llamó desde fuera de la burbuja:
      — ¡Ahora, Pel! — La mano se le tensó sobre el cuchillo. Nadina cerró los ojos y permaneció de pie, callada y digna.
      Pel marcó el código del comu, bajo la pantalla de fuerza de la burbuja y saltó del asiento, arrastrando a Miles con ella.
      — ¡De acuerdo! — dijo en voz alta, alejándose de la burbuja-. Estamos afuera.
      La mano de Kety se relajó. La pantalla volvió a cerrarse. La fuerza del golpe hizo que Miles se tambaleara. Tropezó y cayó en los brazos de los guardias del hautgobernador, que le dieron una afectuosa bienvenida.
      — Eso es molesto — dijo Kety con frialdad, mirando la burbuja con la Gran Llave dentro-. Pero es un inconveniente pasajero, nada más. Llévenselos. — Hizo un gesto a los guardias con la cabeza y se alejó de Nadina-. ¡Tú! — dijo sorprendido, cuando descubrió a Miles entre los guardias.
      — Yo. — Los labios de Miles se abrieron en una mueca de dientes brillantes que no tenía nada que ver con una sonrisa-. Siempre he sido yo, gobernador. De principio a fin, se lo aseguro. — Y usted está en las últimas. Claro que tal vez yo esté demasiado muerto para disfrutar del espectáculo… Kety no se atrevería a dejar con vida a los tres testigos. Pero le llevaría tiempo disponer las muertes con cierta discreción. Cuánto tiempo, cuántas posibilidades de…?
      Kety apretó el puño y se dominó justo antes de lanzarlo contra la mandíbula de Miles. Seguramente, el golpe habría quebrado algún hueso.
      — No, tú eres el que se rompe… — musitó para sí. Dio un paso atrás e hizo un gesto al guardia con la cabeza—. Un poco de picana para él. Para todos.
      El guardia sacó la picana, un instrumento militar corriente, dirigió una mirada a las consortes vestidas de blanco y dudó. Miró a Kety con ojos implorantes.
      Miles casi oyó los dientes apretados del gobernador.
      — De acuerdo… sólo al barrayarés.
      Muy aliviado, el guardia hizo girar la picana y tocó a Miles tres veces, primero en la cara, luego en el vientre y entre las piernas. El primer roce hizo gritar a Miles, el segundo lo dejó sin aliento y el tercero lo arrojó al suelo en agonía, con los brazos y las piernas plegados en posición fetal. No más cálculos, al menos de momento. El ghemgeneral Naru, que se estaba levantando con algo de ayuda, rió en el tono de quien ve que por fin se hace justicia.
      — General — le dijo Kety e hizo un gesto hacia la burbuja-, cuánto tardará en abrir eso?
      — A ver… — Naru se inclinó junto al técnico de cara agotada y le sacó un aparatito que apuntó a la burbuja-. Han cambiado los códigos. Media hora. A partir del momento en que los técnicos empiecen a reaccionar.
      Kety hizo una mueca. Sonó la alarma del comu de muñeca. Las cejas de Kety se alzaron en la frente y dijo:
      — Sí, capitán?
      — Hautgobernador — llegó la voz formal, inquieta, de un subordinado-, hemos detectado una comunicación especial en canales de emergencia. Están transmitiendo una enorme cantidad de datos a los sistemas. Algún tipo de mensaje codificado. Excede la capacidad de memoria del receptor y se está volcando en todos los sistemas, como un virus. Viene marcado con el símbolo imperial de emergencia. Y la señal parece provenir de nuestra nave… Es… son órdenes suyas?
      Las cejas de Kety se alzaron más en un gesto de sorpresa. Después observó la burbuja blanca, que brillaba en el centro de la habitación. Maldijo entre dientes, una palabra larga, aguda, sibilante.
      — ¡No! ¡Ghemgeneral Naru! Tenemos que anular esa cortina de fuerza… ¡ahora, ahora mismo!
      Se volvió para dedicar a Pel y Miles una mirada venenosa que prometía una retribución infinita; después, él y Naru se hundieron en una conversación frenética. Inyectaron a los técnicos enormes dosis de sinergina que no consiguieron devolverles instantáneamente la conciencia, aunque los dos se sacudieron y gruñeron con movimientos muy prometedores. Kety y Naru estaban solos frente al problema. A juzgar por la luz malévola que ardía en los ojos de Pel, abrazada a Nadina, iban a llegar demasiado tarde. El dolor de los golpes de la picana se desvanecía despacio en el cuerpo de Miles, pero se quedó en el suelo, encogido y quieto, para que al gobernador no se le ocurriera repetir sus atenciones.
      Kety y Naru estaban concentrados en la tarea, tan hundidos en discusiones airadas sobre la forma más rápida de proceder, que sólo Miles reparó en un redondel brillante que se formó en la puerta de entrada a la habitación. Sonrió a pesar del dolor. Un segundo después, la puerta se derrumbó hacia el interior en medio de una lluvia de plástico y metal derretido. Otro segundo de espera, para prevenir alguna reacción rápida desde el interior.
      Y después, el ghemcoronel Benin, impecablemente vestido con su uniforme rojo, con el maquillaje recién aplicado, cruzó el umbral con paso firme. No iba armado, pero el escuadrón de uniforme terracota que lo acompañaba llevaba un arsenal suficiente como para destrozar cualquier obstáculo menor que un acorazado. Kety y Naru se paralizaron en mitad de una palabra; los criados del gobernador lo pensaron mejor, abrieron las manos, levantaron los brazos y se quedaron quietos. El coronel Vorreedi, impecable en uniforme negro de la Casa, aunque con el rostro no tan sereno como Benin, entró en último lugar. En el corredor, más allá, Miles alcanzó a ver a Ivan, asomado detrás de los hombres y las armas, con un pie en el aire y expresión preocupada.
      — Buenas noches, haut Kety, ghemgeneral Naru. — Benin se inclinó con cortesía exquisita-. Por orden personal del emperador Fletchir Giaja, es mi deber arrestarlos bajo la acusación de traición al imperio. Y… — dijo mirando a Naru con una sonrisa afilada como una navaja— complicidad en el asesinato de Ba Lura, asistente imperial.

15

      A la altura de los ojos de Miles, la cubierta floreció en un bosque de botas rojas cuando el escuadrón de Benin entró en la habitación, desarmó y arrestó a los soldados de Kety, y finalmente los sacó de allí con las manos sobre la cabeza. Kety y Naru se fueron con ellos, apretados como dos lonchas de jamón entre hombres de ojos duros que no parecían interesados en escuchar explicaciones.
      Kety gruñó y la procesión se detuvo un momento frente a uno de los enviados de Barrayar. Miles oyó la voz de Kety, fría como el hielo:
      — Felicidades, lord Vorpatril, espero que pueda usted sobrevivir a su victoria.
      — Ajá? — dijo Ivan.
      Ah, déjenlo tranquilo. Era demasiado difícil tratar de explicarle a Kety su confusión con respecto a la pequeña cadena de mando de Miles. Tal vez Benin sí lo veía claro. Una palabra severa del sargento del escuadrón y los hombres empujaron a los prisioneros hacia el corredor.
      Cuatro botas negras y brillantes se desprendieron de la multitud y se pararon frente a la nariz de Miles. Hablando de explicaciones…
      Miles torció la cabeza y levantó la vista hacia el paisaje extraño y distorsionado de las caras de Ivan y el coronel Vorreedi. Sentía el suelo fresco bajo la mejilla y no podía moverse. De todos modos, no tenía ganas de levantarse.
      Ivan se inclinó. Miles vio la cabeza al revés en el aire y oyó decir en tono tenso y preocupado:
      Estás bien?
      — P-p-picana… No es-es… nada.
      — Bien — dijo Ivan y lo levantó tirándole del uniforme.
      Miles colgó un momento, temblando y retorciéndose como un pez en un anzuelo, hasta que recuperó un equilibrio inestable. Se apoyó en Ivan porque no podía sostenerse por sí mismo. Su primo le puso una mano bajo el codo para ayudarlo. No hizo comentarios.
      El coronel Vorreedi miró a Miles de arriba abajo:
      — Voy a dejar que el embajador presente la protesta correspondiente por este tratamiento, teniente. — La expresión distante del coronel sugería que en realidad pensaba que el hombre de la picana se había quedado corto con sus agresiones-. Vorob'yev va a necesitar toda la munición disponible. Creo que usted ha creado el incidente diplomático más extraordinario de toda su carrera diplomática.
      — Ah, coronel — suspiró Miles-, pre-predigo que no tras-trascenderá nada de este incidente. Espere y ve-verá.
      El ghemcoronel Benin estaba inclinándose frente a las haut Pel y Nadina en el otro extremo de la habitación mientras les ofrecía sillas-flotantes, pantallas de fuerza, ropas y asistentes ghemladies. Arrestándolas en el estilo en que estaban acostumbradas?
      Miles dirigió una mirada a Vorreedi.
      — Ivan le… le ha contado algo, señor?
      — Eso espero — dijo Vorreedi con una voz cargada de amenazas.
      Ivan asintió. Pero después de un momento agregó:
      — Mmm… lo que pude… Teniendo en cuenta las circunstancias.
      Es decir, con los espías cetagandanos dando vuelta alrededor, supuso Miles. Todo, Ivan? Lo mío todavía está intacto?
      — Admito que sigo sin poder asimilarlo del todo… — dijo Vorreedi.
      — Q-qué pasó c-cuando me fui del Criadero Estrella? — le preguntó Miles a Ivan.
      — Me desperté y no estabas. Creo que fue el peor momento de mi vida… sabía que te habías ido en alguna de esas misiones locas que tanto te gustan, sin órdenes, sin apoyo.
      — Ah, pero tú eras mi apoyo, tú has sido mi retaguardia, Ivan — murmuró Miles y se ganó una mirada furiosa-. Una retaguardia muy competente, como acabas de demostrar…
      — Sí, una retaguardia en tu estilo favorito… inconsciente en el suelo, sin posibilidad de poner algo de sentido común en los procedimientos. Viniste a que te mataran o algo peor, y todo el mundo me hubiera echado la culpa a mí. Lo último que me dijo tía Cordelia cuando salimos de Barrayar fue: «Y trata de que no se meta en líos, lo harás, Ivan?"
      Miles oía con toda precisión las cadencias cansadas e irritables de la condesa Vorkosigan en la parodia de Ivan.
      — Y… bueno, en cuanto comprendí lo que estaba pasando, me escapé de las hautladies…
      — Cómo…?
      — Por Dios, Miles, son como mamá multiplicada por ocho. ¡Aj! Y la haut Rian insistió en que fuera a ver al ghemcoronel Benin, cosa que yo pensaba hacer de todos modos… Él sí que tiene la cabeza en su sitio… — Benin caminó despacio hacia el grupo, posiblemente atraído por el sonido de su nombre en labios de Ivan-. Me escuchó, por suerte. Yo diría que entendía mejor que yo todas las tonterías que le solté.
      Benin asintió.
      — Es que yo estaba monitoreando las actividades inusuales que se detectaban alrededor del Criadero Estrella… — Alrededor, no dentro. Por supuesto-. Mis investigaciones me habían hecho sospechar que pasaba algo con uno o varios de los hautgobernadores, así que había preparado algunos escuadrones y los tenía en órbita, en estado de alerta.
      — Vamos, ghemcoronel, escuadrones… _ironizó Ivan-. Hay tres naves imperiales de guerra ahí afuera.
      Benin sonrió levemente y se encogió de hombros.
      — El ghemgeneral Chi-Chilian no sabe nada, creo yo — interrumpió Miles-. Pero tal vez u-usted qui-quiera interrogarlo sobre las actividades de su esposa, la haut Vio.
      — Ya lo hemos detenido — le aseguró Benin.
      Detenido, no arrestado. De acuerdo. Benin parecía estar al corriente por ahora. Pero se habría dado cuenta de que todos los gobernadores estaban en el asunto? O había elegido a Kety como único chivo expiatorio? Asunto interno de Cetaganda, se recordó Miles. No era trabajo suyo enderezar el gobierno cetagandano aunque la idea le resultara tentadora. Su deber se limitaba a sacar a Barrayar del atolladero. Sonrió mirando la burbuja blanca que protegía a la Gran Llave.
      Nadina y Pel consultaban a un grupo de hombres de Benin; en lugar de tratar de bajar la pantalla de fuerza, estaban haciendo arreglos para transportar la silla y su precioso contenido hasta el Criadero Estrella.
      Vorreedi miró a Miles con amargura.
      — Una cosa que lord Vorpatril no me explicó satisfactoriamente, teniente Vorkosigan, es la razón por la que usted no nos contó el incidente inicial a pesar de la importancia del objeto que había caído en sus manos…

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