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Cetaganda (íà èñïàíñêîì)

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Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


Lois McMaster Bujold
 
Cetaganda (íà èñïàíñêîì)
 
(Barrayar (es) — 6)

 

Contraportada

      Gracias a la ingeniería genética, el imperio de Cetaganda está regido por dos clases hegemónicas: los imperiales haut y los militares ghem, que recuerdan en cierta forma a los samurais y shoguns del Japón clásico. Como representantes diplomáticos del imperio de Barrayar, Miles y su primo Iván han de asistir al funeral de la recientemente fallecida emperatriz del imperio de Cetaganda.
      En un entorno social ajeno y extraño, Miles se involucra (digamos que involuntariamente…) en la política interna de Cetaganda. Deberá actuar con la inteligencia de un experto detective y con la paranoica habilidad de un consumado espía para resolver un misterioso asesinato y, en definitiva, anular un complot que amenaza la continuidad de todo el programa genético de Cetaganda y cuyas consecuencias también pueden perjudicar a Barrayar.
      Cuatro premios Hugo, un Nebula y dos Locus en el bagaje que ha obtenido ya, en sólo seis años, la serie de aventuras protagonizada por Miles Vorkosigan. Los tres premios Hugo de novela larga obtenidos por Lois McMaster Bujold con esta serie se acercan al récord de Heinlein (cuatro Hugo de novela), y superan ya los dos Hugo de novela conseguidos en toda una vida por autores consolidados como Asimov, Clarke, Le Guin, Zelazny o Leiber. Lois McMaster Bujold es ya, sin ninguna duda, la más popular autora de ciencia ficción de este fin de siglo. Y las aventuras de Miles Vorkosigan una diversión segura e indiscutible.
      «Bujold tiene la genialidad de mezclar la especulación tecnológica, las convenciones de la ciencia ficción clásica de tema militar y la antropología cultural con nuevas ramificaciones que enlazan los géneros en unas narraciones con tramas maravillosamente urdidas.”
 
      Mary K. Chelton en VOYA

Presentación

      Bueno, pues sí. Es un verdadero problema escribir la presentación del sexto libro que publicamos de la serie de aventuras de Miles Vorkosigan. Temo que casi todo haya quedado dicho en anteriores presentaciones y no quisiera repetirme. Bueno, no quisiera repetirme demasiado…
      En cualquier caso, si por uno de esos azares de la vida ésta es la primera novela protagonizada por Miles Vorkosigan que cae en sus manos, déjeme advertirle: ¡cuidado! ¡Es un material peligroso, altamente adictivo! Píenselo dos veces antes de empezar. El que avisa no es traidor…
      Porque lo sorprendente es que, tras haber literalmente devorado 9 (¡nueve!) libros de la serie protagonizada por Miles, me descubro impaciente esperando la llegada del que va a completar la decena. Si no me fallan los datos, se va a llamar MEMORYy va a aparecer en Estados Unidos en octubre de 1996. Y yo escribo este simulacro de presentación en el mes de Julio, tres o cuatro meses antes de poder satisfacer mi impaciencia… Y con todo un agosto por delante… ¡Qué dura es la vida… !
      Bromas aparte, la verdad es que Lois McMaster Bujold todavía me sorprende. Intentaré explicar por qué:
      Un lector de ciencia ficción tan encallecido como yo ha generado fácilmente una más que lógica prevención ante el enésimo libro de una serie (recuerden, por ejemplo, el cuarto de la serie de DUNE…No haré más comentarios).
      Ante un nuevo libro protagonizado por Miles Vorkosigan pienso indefectiblemente: «Bueno, ya vale. Éste no será como los otros. Lois no puede ser siempre tan interesante o tan divertida.» Pero, hasta hoy, Lois lo ha conseguido siempre. Y me cuelgo una vez más de las páginas de la novela, hasta que se acerca esa página tan terrible que es la última del libro, ésa donde se anuncia que la diversión se ha terminado por esta vez y que he de esperar unos cuantos meses más hasta que aparezca un nuevo libro. Nuevo libro del que pienso indefectiblemente que no podrá ser tan bueno o tan divertido como el resto de la serie y, otra vez más, Lois consigue sorprenderme y logra que vuelva a colgarme de sus páginas.
       CETAGANDA (1996)es el séptimo libro de Lois McMaster Bujold que aparece en nuestra colección. Con los tres anteriores, EL JUEGO DE LOS VOR, BARRAYAR y DANZA DE ESPEJOS,la autora obtuvo tres premios Hugo de novela. Es algo que sólo Heinlein ha superado en toda la historia de la ciencia ficción. Y Lois McMaster Bujold es Joven, tiene por delante muchos años de éxitos…
      Pero CETAGANDA,por lo menos, no ha ganado un Hugo. Lo cual no deja de ser lógico cuando uno sabe que el libro se ha publicado en inglés en enero de 1996 y,por tanto, sólo puede entrar en liza en el Hugo de 1997que se conocerá hacia septiembre de ese año. Y yo escribo esta presentación en Julio de 1996,muchos meses antes, cuando CETAGANDAno ha ganado un Hugo ni tan siquiera ha podido quedar finalista. Pero todo se andará…
      O tal vez no, porque, de manera un tanto extraña, Bujold y su editorial han previsto sacar un nuevo libro de la serie de Miles Vorkosigan en octubre de 1996.Por eso, para el Hugo de 1997Bujold podrá competir consigo misma, lo cual es algo, cuanto menos, original.
      Ya en la presentación de EL APRENDIZ DE GUERRERO (1989, NOVA ciencia ficción número 33), una novela que me divirtió y sorprendió gratamente, expuse las razones que a mi juicio convierten la saga de Vorkosigan en un éxito seguro e inevitable: «Grandes dosis de inteligencia, mucha ironía y, sobre todo, una gran habilidad narrativa al servicio de un personaje llamado a convertirse en un clásico en la historia de la ciencia ficción.»
      Al margen de las tramas que Bujold imagina y del dinamismo con que narra las aventuras en que se ven involucrados sus protagonistas, hay algo especial en Miles Vorkosigan, algo que atrae inevitablemente. Tal vez sea esa presunta involuntariedad para meterse en todo tipo de líos, líos de los que su inteligencia (sin olvidar su paranoia, todo hay que decirlo) consigue sacarle con resultados siempre sorprendentes.
      La ironía reside, ya de partida, en el hecho de que el protagonista de una saga de aventuras militares en la ciencia ficción sea un enano teratogénico, físicamente frágil y de extrema debilidad. Pero quién dijo que un buen militar deba ser fuerte físicamente? A los lectores de ciencia ficción nos gusta pensar que lo que distingue al ser humano de los animales es, precisamente, esa capacidad de pensar que etiquetamos como inteligencia. Hablando de fuerza física todos sabemos que un caballo, por ejemplo, tiene más fuerza que nosotros. Nosotros tenemos la inteligencia y por eso son los caballos los que tiran de los carros que conducen los humanos, y no al revés.
      Las narraciones de la mayor parte de esos libros de Lois McMaster Bujold están ambientadas en un mismo universo coherente, en el que se dan cita tanto los cuadrumanos de EN CAÍDA LIBRE(premiada con el Nebula en 1988 y finalista del Hugo de 1989), como los planetas y los sistemas estelares que presencian las aventuras de Miles Vorkosigan, su héroe más característico. En el APÉNDICEde este volumen se incluye un esquema argumental del conjunto de los libros de ciencia ficción de Bujold aparecidos hasta hoy, ordenados según la cronología interna de la serie. De hecho, el orden real de su publicación en inglés ha sido el siguiente:
      Shards of Honor (junio de1986)
      The Warrior's Apprentice (agosto de1986)
      EL APRENDIZ DE GUERRERO, NOVA ciencia ficción número 33
      Ethan ofAthos (diciembre de1986)
       Falling Free(abril de 1988)— premio Nebula 1988.
      EN CAÍDA LIBRE, NOVA ciencia ficción número24
      Brothers in Arms (enero de1989)
       Borders of Infinity(octubre de 1989) — premiosNebula 1989y Hugo 1990por «Las montañas de la aflicción» y premio Analog 1989por «Laberinto», ambas novelas cortas incluidas en el libro.
      FRONTERAS DEL INFINITO, NOVA ciencia ficción número44
       The Vor Game(septiembre de 1990)—premio Hugo 1991
      EL JUEGO DE LOS VOR, NOVA ciencia ficción número57; Barrayar (octubre de1991) — premios Hugo y Locus1992
      BARRAYAR, NOVA ciencia ficción número60; Mirror Dance (marzo de1994) — premios Hugo y Locus1995
      DANZA DE ESPEJOS, NOVA ciencia ficción número78; Cetaganda (enero de1996)
      CETAGANDA, NOVA ciencia ficción número89
      Como ya indicaba en otra de estas presentaciones, Lois McMaster Bujold con sus tres novelas de 1986,tanteó al principio diversos personajes posibles: los padres de Miles en SHARDS OF HONOR,el mismo Miles en EL APRENDIZ DE GUERRERO y lacomandante Elli Quinn en ETHAN OF ATHOS.El impresionante éxito popular de EL APRENDIZ DE GUERREROsumado al gran atractivo de un personaje como Miles Vorkosigan, han llevado a que sea éste quien se haya convertido en el protagonista central y en el personaje emblemático de una de las mejores y más amenas series de la moderna space opera,un subgénero esencial en la ciencia ficción. No obstante, Bujold ha continuado narrando, por ejemplo, las aventuras de los padres de Miles en BARRAYAR (1991),obteniendo de nuevo el reconocimiento y el favor del público lector.
      Para algunos comentaristas, como Faren Miller de Locus, CETAGANDAes una obra menor dentro de la serie. Es un juicio posible si se compara esta novela con algunas de las más recientes de la serie, por ejemplo BARRAYAR o DANZA DE ESPEJOS,y sobre todo si se mantiene un criterio de «trascendencia» que no comparto. Es cierto que CETAGANDAcarece de la riqueza de un personaje como Mark, el clon de Miles y eje de DANZA DE ESPEJOS.Pero nadie puede negar que CETAGANDAmantiene la riqueza de una narración de aventuras y una trama casi policial ambientada en una sociedad extraña y un tanto incomprensible al igual que ocurría, por ejemplo, en BARRAYAR.
      Déjenme reivindicar, de pasada, el aspecto lúdico de leer una buena novela policíaca con una ambientación social y tecnológica típica de la ciencia ficción. Porque eso es lo que se encuentra en CETAGANDA,a la que un editor más atrevido hubiera titulado, por ejemplo «Ocho sátrapas»recordando agresivamente a esos «Diez negritos»de Agatha Christie.
      Gracias a la ingeniería genética, el imperio de Cetaganda está regido por dos clases hegemónicas: los imperiales haut y losmilitares ghem,que recuerdan en cierta forma a los samurais y shoguns del Japón clásico. Ése es el entorno social, extraño y poco conocido de los protagonistas, donde transcurre la acción. Una acción que tiene mucho de intriga policial y de novela de espías.
      Miles y su primo Iván, como representantes diplomáticos del imperio de Barrayar, han de asistir al funeral de la recientemente fallecida emperatriz del imperio de Cetaganda. En un entorno social ajeno y extraño, Miles se involucra (digamos que involuntariamente…) en la política interna de Cetaganda. Deberá actuar con la inteligencia de un experto detective y con la paranoica habilidad de un consumado espía para resolver un misterioso asesinato y, en definitiva, anular un complot que amenaza la continuidad de todo el programa genético de Cetaganda y cuyas consecuencias también pueden perjudicar a Barrayar.
      En realidad, cual nuevo Sherlock Holmes de la galaxia, Miles acaba asumiendo la misión (que nadie le ha encomendado, por cierto…) de desentrañar un enigma que pone en peligro a todo un imperio. Casi nada.
      Si es la primera vez que se acercan a las aventuras de los Vorkosigan, les daré, para terminar, la más calurosa bienvenida al maravilloso mundo del «bajito» Miles. Si son ustedes lectores asiduos de la serie, reconocerán conmigo que Lois McMaster Bujold lo ha logrado otra vez. Pasen y diviértanse de nuevo.
 
       Cetaganda
 
      A Jim y Toni

1

      — Cómo era? «La diplomacia es el arte de la guerra llevado a cabo por otros hombres» — preguntó Iván— o al revés? «La guerra es la diplomacia…»?
      — «Toda diplomacia es una continuación del arte de la guerra por otros medios» — recitó Miles-. Chou En Lai, siglo XX. Tierra.
      — Ey, qué eres? Un diccionario de citas ambulante?
      — Yo no, pero el comodoro Tung sí. Colecciona Dichos de Antiguos Sabios Chinos y me obliga a memorizarlos.
      — Y el viejo Chou, era diplomático… o soldado?
      El teniente Miles Vorkosigan meditó la respuesta.
      — Supongo que fue diplomático.
      Los cinturones de seguridad de Miles lo sujetaron: se estaban encendiendo los cohetes. El vehivaina personal donde viajaban él e Iván, uno frente al otro en solitario esplendor, se inclinó hacia un costado. Los dos asientos ocupaban los lados del corto fuselaje. Miles estiró el cuello para echar un vistazo por encima de los hombros del piloto: quería ver el planeta que giraba más abajo.
      Eta Ceta IV, corazón y mundo madre del floreciente imperio cetagandano. Miles estaba seguro de que ocho planetas desarrollados y el mismo número de dependencias aliadas y gobiernos títere podían ser definidos como un imperio extenso según los parámetros de cualquier observador. Claro que eso no significaba que los ghemlores cetagandanos no quisieran expandirse un poco más, a expensas de sus vecinos, a ser posible.
      Pero a pesar de la gran extensión del país, las naves militares cetagandanas sólo podían pasar de una en una en los saltos de agujero de gusano. Como todo el mundo.
      El problema era que algunos tenían naves enormes,mierda.
      La irisada línea nocturna se deslizaba a lo largo del borde del planeta mientras el vehivaina personal seguía recorriendo las órbitas que lo llevaban de la nave correo imperial de Barrayar, que acababan de dejar, a la estación de transferencia cetagandana que los esperaba más abajo. La noche tenía un brillo impresionante. Los continentes estaban bañados con una lluvia de motas luminosas, como iluminados por las hadas. Miles tenía la impresión de que era posible leer bajo el brillo de aquella civilización, como bajo la luz de una luna llena. Barrayar, el planeta madre que compartía con Iván, se le antojaba de pronto como una vasta tela absolutamente negra, con sólo algunas chispas de ciudades aquí y allá. El bordado de alta tecnología de Eta Ceta era claramente… barroco. Sí, una esfera con demasiada ropa encima, como una mujer recargada de joyas. De mal gusto, pensó Miles, tratando de convencerse a sí mismo. No soy un patán provinciano. No me dejaré impresionar. Soy lord Vorkosigan, noble y oficial.
      Claro que el teniente lord Iván Vorpatril también lo era, pero eso no llenaba de confianza a Miles. Miró a su primo, que también estiraba el cuello, los ojos ávidos, los labios entreabiertos, bebiendo la imagen de su destino, allá abajo. Por lo menos, Iván tenía el aspecto de un oficial diplomático: alto, de cabello negro, atildado, una sonrisa fácil siempre marcada en su atractivo rostro. El uniforme verde de fajina le sentaba de maravilla. La mente de Miles se deslizó, con la insidiosa facilidad de las malas costumbres, a una comparación llena de envidia.
      Miles tenía que hacerse los uniformes a medida, y en lo posible trataba de disimular los graves defectos de nacimiento que tantos años de tratamientos médicos habían intentado corregir. En realidad, debería dar gracias de que los meds hubieran conseguido tanto con tan poco. Después de toda una vida de enfermerías, medía un metro cuarenta, era jorobado y de huesos frágiles, pero todo eso era mejor que tener que esperar a que otra persona lo arrastrara de un lado a otro sobre un carrito de cuatro ruedas. Claro, claro…
      Sí, ahora podía estar de pie, caminar, correr si era necesario, con los hierros en las piernas y todo. Seguridad Imperial de Barrayar no le había contratado por su belleza, gracias a Dios, sino por su inteligencia. Sin embargo, se le ocurrió la morbosa idea de que lo habían mandado a ese circo para que la imagen de Iván destacara en comparación con la suya. SegImp no le había dado ninguna misión interesante en Cetaganda a menos que el cortante «¡y no te metas en líos!» de Illyan, jefe de Seguridad, pudiera considerarse un encargo secreto.
      Por otra parte, tal vez habían mandado a Iván sólo como figurín, para que Miles pareciera en comparación más inteligente. Esta idea lo confortó.
      Ahí estaba la estación de transferencia orbital, justo a tiempo. Ni siquiera el personal diplomático bajaba directamente a la atmósfera de Eta Ceta. Hubiera significado una trasgresión de la etiqueta, y seguramente merecería una advertencia administrada con fuego de plasma. Sí, Miles tenía que admitir que la mayoría de los mundos civilizados tenía reglas similares, aunque fuera sólo para impedir contaminaciones biológicas.
      — Me pregunto si la muerte de la emperatriz viuda se debió a causas naturales… — dijo Miles, por decir algo. Después de todo, no podía esperar que Iván tuviera una respuesta para eso-. Fue tan repentina…
      Iván se encogió de hombros.
      — Era una generación mayor que el Gran Tío Piotr y eso que él era viejo de solemnidad. Me ponía muy nervioso cuando era chico. Lo que dices es una atractiva teoría paranoica, pero no lo creo.
      — Lamento decir que Illyan está de acuerdo contigo, o no nos habría dejado venir a nosotros.Hubiera sido mucho menos aburrido si el muerto fuera el emperador, en lugar de una ancianita balbuceante.
      — Pero entonces no estaríamos aquí — señaló Iván con una lógica aplastante-. Estaríamos de guardia en un puesto defensivo mientras las facciones de los candidatos discutían el problema de la sucesión en una gran pelea. Esto es mucho mejor. Viajes, vino, mujeres, canciones…
      — Es un funeral deestado, Iván.
      — La esperanza es lo último que se pierde, no es cierto?
      — De todos modos, se supone que debemos limitarnos a observar. Observar e informar. Qué y por qué, no lo sé. Illyan me lo dejó muy claro: espera informes por escrito.
      Iván gruñó.
      — Cómo pasé las vacaciones, por el pequeño Iván Vorpatril, veintidós años. Es como volver a la escuela.
      Miles cumpliría veintidós años unos meses después que Iván. Si esa soporífera misión terminaba a tiempo, Miles volvería a casa para la fiesta. Sería un buen cambio. Una idea agradable. Le brillaron los ojos en la oscuridad.
      — Pero podría ser divertido, adornar algunos hechos para Illyan. Por qué redactan todos los informes oficiales en ese estilo seco y aburrido? — se quejó Miles.
      — Porque los generan cerebros secos y aburridos. Mi primo, el escritor frustrado… No te dejes llevar por el entusiasmo. Illyan no tiene sentido del humor: eso lo descalificaría para el trabajo.
      — No estoy tan seguro… — Miles miró adelante mientras el vehivaina seguía el vuelo que le habían asignado como una aguja que borda un dibujo. La estación de transferencia flotó a un costado, vasta como una montaña, compleja como un diagrama de circuitos-. Hubiera sido interesante conocer a la vieja cuando estaba viva. Esa mujer fue testigo de gran parte de la historia, un siglo y medio de historia. Aunque fuera desde el ángulo un poco extraño del serrallo de los hautlores.
      — No habrían dejado que se le acercaran unos bárbaros de baja estofa como nosotros…
      — Mmm. Supongo que no. — El vehivaina se detuvo un instante, y una enorme nave cetagandana marcada con la insignia de uno de los gobiernos de los planetas exteriores pasó por su lado como un fantasma y los adelantó mientras hacía maniobras con ese cuerpo monstruoso que atracaría con un cuidado exquisito-. Se supone que todos los gobernadores de las satrapías de los hautlores (y sus comitivas, claro) se reunirán aquí para el sepelio. Apuesto a que Seguridad Imperial cetagandana se está divirtiendo mucho.
      — Es que si viene un gobernador, supongo que el resto tiene que venir por narices. Para vigilarse mutuamente. — Iván enarcó las cejas-. Debe de ser todo un espectáculo. La ceremonia como expresión artística. Mierda, hasta sonarse la nariz es un arte para los cetagandanos. Seguramente lo hacen para poder burlarse de los demás cuando se equivocan. La superioridad elevada a la enésima potencia.
      — Eso es lo único que me convence de que los hautlores todavía son humanos: a pesar las manipulaciones genéticas, quiero decir.
      Iván hizo una mueca.
      — Para mí, un mutante voluntarlo sigue siendo un mutante. — Desde su altura miró la silueta súbitamente tensa de su primo, carraspeó y trató de encontrar algo interesante que ver fuera de la nave.
      — Eres tan diplomático, Iván… — dijo Miles a través de una sonrisa tensa-. Trata de no desatar una guerra con tu… bocaza, eh? — Una guerraCivil o de cualquier otro tipo.
      Iván se encogió de hombros para desembarazarse del mal momento. El piloto del vehivaina, un sargento tec de Barrayar enfundado en uniforme de fajina negro, deslizó su pequeña nave hacia el receptáculo de embarque con exactitud y facilidad. La imagen del exterior se redujo a una penumbra vacía. Parpadeos de luces de control que les dieron la bienvenida con alegría; servofrenos que chillaron cuando los portales de tubo flexible se pusieron paralelos a la nave y se conectaron. Miles soltó los cinturones de seguridad un segundo después que Iván: una forma de fingir indiferencia o savoir faire oalgo. Ningún cetagandano iba a descubrirlo con la nariz apretada a la ventanilla como un perrito impaciente. Él era un Vorkosigan. Pero el corazón le latía desbocado.
      El embajador barrayarés lo estaría esperando. Se llevaría a sus dos huéspedes de alto rango y les indicaría cómo seguir adelante. Por lo menos, eso era lo que Miles esperaba y repasó mentalmente los saludos militares y civiles adecuados y el mensaje de su padre, memorizado con tanto cuidado hacía unos días.
      El cierre dio una vuelta y a la derecha del asiento de Iván se abrió la compuerta del costado del casco.
      Un hombre se precipitó al interior, se detuvo bruscamente frente a la gran llave de la compuerta y los miró con los ojos muy abiertos, jadeando ansiosamente. Movía los labios pero Miles no estaba seguro de si lo que oía era una maldición, una plegaria o un intento de alguna otra cosa.
      El hombre era viejo pero no frágil, de hombros anchos y por lo menos tan alto como Iván. Usaba lo que Miles clasificó provisionalmente como el uniforme de los empleados de la estación, gris metálico y malva. Un cabello fino y blanco le flotaba sobre la cabeza, pero el rostro estaba totalmente desprovisto de vello: no tenía barba, ni cejas, ni siquiera pestañas. De pronto, puso la mano en el bolsillo izquierdo, sobre el corazón.
      — ¡Arma! — gritó Miles para advertir a los demás. El piloto del vehivaina dio un salto, pero aún se estaba desabrochando los cinturones de seguridad. Miles no estaba físicamente equipado para atacar, pero los reflejos de Iván eran como una máquina bien engrasada gracias al entrenamiento y al combate real. Lord Vorpatril ya estaba en movimiento: rotaba sobre su propio punto de contacto con una mano sujeta a un asidero, para interceptar al intruso.
      El combate cuerpo a cuerpo es siempre increíblemente incómodo y torpe en caída libre, en parte porque hay que aferrarse con fuerza al oponente. Los dos hombres terminaron en una lucha directa. El intruso no se aferraba al chaleco, sino al bolsillo derecho del pantalón de Iván, pero éste consiguió arrebatarle el brillante destructor nervioso de un solo golpe.
      El destructor se alejó flotando hacia el otro lado de la cabina, convertido en amenaza para todos los que se encontraban a bordo.
      A Miles siempre lo habían aterrorizado los destructores nerviosos, pero nunca como proyectiles. Tuvo que dar dos saltos retorcidos para poder atraparlo en el aire sin que se disparara accidentalmente ni lastimara a Iván. El arma era pequeña, pero estaba cargada y era mortal.
      Mientras tanto, Iván había pasado detrás del viejo y trataba de aferrarlo por los brazos. Miles aprovechó el momento para hacer un intento de apoderarse de la segunda arma. Abrió el chaleco malva y buscó el bulto dentro del bolsillo interno. Se le cerraron los dedos sobre un cilindro corto que identificó como una picana.
      El hombre gritó y se sacudió violentamente. Muy asustado y no del todo seguro de lo que había hecho, Miles se alejó de la pareja de luchadores con un empujón y se escondió con prudencia detrás del piloto. El alarido mortal del hombre le hizo pensar que tal vez le había sacado al viejo la fuente de energía del corazón artificial o algo así, pero su enemigo seguía peleando, así que no podía ser tan fatal como parecía.
      El intruso se zafó de la presa de Iván y retrocedió hacia la compuerta. De pronto, se produjo una de esas extrañas pausas que se dan a veces en combate cerrado y todos trataron de recuperar el aliento y controlar el flujo de adrenalina al riego sanguíneo. El viejo miró el puño de Miles, cerrado sobre el cilindro, y su expresión cambió de miedo a… acaso esa mueca era un gesto de triunfo? Claro que no, imposible… Inspiración y locura, entonces?
      Solo contra muchos ahora que el piloto se había unido a la refriega, el intruso retrocedió, se tambaleó hacia el tubo flexible y se dejó caer en el compartimiento de embarque que había detrás. Miles corrió torpemente para seguir a Iván, que había empezado la persecución, y llegó justo a tiempo para ver cómo el intruso, de pie en el campo de gravedad artificial de la estación, levantaba la bota y golpeaba a su primo en el pecho. El joven retrocedió hacia el portal. Para cuando Miles e Iván lograron desengancharse uno de otro y el ladeo de Iván dejó de ser alarmante, el viejo ya había desaparecido. Los pasos se oían cada vez más lejanos en el compartimiento. Qué salida había…? El piloto del vehivaina, después de asegurarse de que sus pasajeros estaban temporalmente a salvo, se apresuró a contestar la alarma de su comu.
      Iván se levantó, se sacudió y miró a su alrededor. Miles lo imitó. Estaban en un compartimiento de carga, pequeño, sucio, mal iluminado.
      — Si ése era el inspector de aduanas, estamos en un buen lío — dijo Iván.
      — Me pareció que iba a dispararnos — dijo Miles.
      — Pero gritaste antes de ver el arma.
      — No fue por el arma. Fueron los ojos. Tenía la mirada de quien está a punto de hacer algo que lo asusta muchísimo. Y sí que sacó el arma.
      — Después de que le saltamos encima, Miles. Quién sabe lo que iba a hacer?
      Miles giró sobre sus talones y examinó el entorno con más atención. No había ni un ser humano a la vista, ni un cetagandano, ni un barrayarés, absolutamente nadie.
      — Algo anda muy mal aquí. Alguien está en el lugar equivocado, él o nosotros. Este compartimiento sucio no puede ser el puerto del vehivaina. Quiero decir, dónde está el embajador de Barrayar? Y la guardia de honor?
      — Y la alfombra roja y las bailarinas? — suspiró Iván-. Pero si ese hombre hubiera querido asesinarte o secuestrar el vehivaina, debería haber entrado con el destructor nervioso en la mano.
      — No era un inspector de aduanas. Mira los monitores — señaló Miles. Dos transmisores de vídeo, colocados estratégicamente en las paredes cercanas, colgaban del revés en el aire, arrancados de cuajo-. Los anuló antes de abordar. No entiendo. Los de Seguridad de la estación deberían haber caído como moscas… Y si lo que andaban buscando era el vehículo, y no a nosotros? Qué te parece?
      — Te querían a ti, Miles. Nadie me perseguiría a mí…
      — Ese hombre parecía más asustado que nosotros. — Miles reprimió un suspiro y deseó que el corazón le latiera un poco más lento.
      — Habla por ti mismo — aclaró Iván-. A mí me asustó mucho, te lo aseguro.
      — Estás bien? — preguntó Miles, un poco tarde-. Quiero decir, tienes algún hueso roto o algo así?
      — Estoy bien… y tú?
      — Yo estoy bien.
      Iván echó una mirada a Miles, quien tenía el destructor nervioso en la mano derecha y el cilindro en la izquierda. Arrugó la nariz.
      — Cómo has terminado con todas las armas en la mano?
      — No… no sé… realmente… — Miles deslizó el pequeño destructor nervioso en el bolsillo del pantalón y sostuvo el cilindro misterioso bajo la luz-. Al principio creí que era una especie de picana, pero no. Es algo electrónico, pero no reconozco el diseño.
      — Una granada — sugirió Iván-. Una bomba de tiempo. Pueden darle el aspecto que quieran, ya sabes…
      — No lo creo.
      — Señores. — El piloto del vehivaina sacó la cabeza a través de la compuerta-. El control de vuelo de la estación nos prohíbe que atraquemos aquí. Nos dicen que esperemos fuera. Quieren que salgamos inmediatamente.
      — Ya sabía yo que no podía ser el lugar correcto — dijo Iván.
      — Pero son las coordenadas que me dieron, señor — objetó el piloto, un poco molesto.
      — No es culpa suya, sargento, estoy seguro — lo calmó Miles.
      — Las órdenes de control de vuelo han sido tajantes. — La cara del sargento estaba tensa-. Por favor, señores…
      Obedientes, Miles e Iván subieron otra vez al vehivaina. Miles volvió a ajustarse los cinturones con un gesto automático mientras en su cabeza se desataba un torbellino de suposiciones, tratando de encontrar una explicación para esa extraña bienvenida en Cetaganda.
      — Creo que deliberadamente desalojaron esta sección de la estación — decidió en voz alta-. Te apuesto dólares betaneses a que la Seguridad cetagandana está haciendo una búsqueda cuidadosa de ese sujeto. Un fugitivo, por el amor de Dios. — Ladrón, asesino, espía? Las posibilidades eran tentadoras.
      — De todos modos, estaba disfrazado — dijo Iván.
      — Cómo lo sabes?
      Iván se sacudió unos pelos finos y blancos de la manga.
      — Esto no es pelo de verdad.
      — En serio? — Miles estaba encantado. Examinó el mechón que le tendía Iván desde el otro lado del pasillo. Un lado estaba pegoteado de adhesivo-. Ajá…

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