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Cetaganda (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Cetaganda (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 12)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      — Ya sé que no tiene un aspecto muy impresionante — dijo lady Benello, a la defensiva-, pero tampoco lo pretende. La gracia esta en el olor. La tela emite un perfume que cambia según el humor de quien la lleva. Todavía me pregunto si no habría sido mejor que la mostrara en un vestido completo. — Este último comentario parecía dirigido a Yenaro-. Podríamos hacer que uno de los criados se pusiera de pie aquí y posara todo el día.
      — Habría sido demasiado comercial — objetó Yenaro-. Esto nos dará mayor puntuación.
      — Y… mmm, está vivo? — dijo Ivan, con muchas dudas.
      — Las glándulas del perfume están tan vivas como las sudoríparas de su piel, lord Vorpatril — aseguró Yenaro-. Pero tiene usted razón, esto resulta un poco estático. Acérquese y haremos una demostración de los efectos.
      Miles husmeó el aire mientras en su paranoia, que se había despertado y lo atenazaba, lleno de terror, trataba de individualizar cada una de las moléculas volátiles que llegaban a sus fosas nasales. La cúpula de la exposición estaba saturada de perfumes de todo tipo y todos bajaban por la ladera, por no mencionar los perfumes de las ghemladies y los de Yenaro. Pero el brocado parecía emitir una mezcla agradable de aromas. Ivan hizo caso omiso a la invitación de Yenaro y no se acercó. Aparte de los perfumes, había algo más, un leve toque, una aspereza untuosa…
      Yenaro levantó una jarra del banco y avanzó hacia el poste.
      — Más zlati? — murmuró Ivan con sequedad.
      El reconocimiento y la memoria zumbaron en la mente de Miles, y lo asaltó una oleada de adrenalina que casi le dejó en seco el corazón. Se lanzó en una carrera desenfrenada.
      — ¡La jarra, Ivan! ¡No dejes que la tire al suelo!
      Ivan tomó la jarra. Yenaro entregó el objeto con expresión de sorpresa.
      — ¡Vamos, lord Ivan!
      Miles dejó caer una gota en la alfombra y olió el aire desaforadamente. Sí.
      — Qué está haciendo? — preguntó lady Benello, casi riendo-. ¡La alfombra no tiene nada que ver…
      Ah. sí que tiene que ver…
      — Ivan — dijo Miles con urgencia, levantándose-. Dame eso… cuidado, cuidado… y dime lo que hueles ahí abajo.
      Miles tomó la jarra con mucha más ternura que a una canasta de huevos recién recogidos. Ivan, con mirada asombrada, hizo lo que le pedía su primo. Olió: pasó la mano por la alfombra y se llevó las manos a los labios. Se puso blanco como el papel. Miles se dio cuenta de que había llegado a la misma conclusión que él. Su primo se dio vuelta y siseó:
      — ¡Asterzina!
      Miles caminó de puntillas alejándose de la alfombra, levantó la tapa de la jarra y olió de nuevo. Un leve olor a vainilla y naranja, un poco rancio, se elevó desde el líquido. El olor que esperaba.
      Yenaro lo hubiera derramado todo, por supuesto. A sus propios pies. Con lady Benello y lady Arvin de pie a un lado. Miles pensó en el destino de la última herramienta del príncipe Slyke, Ba Lura. No. Yenaro no lo sabe. Tal vez odie a los barrayareses, pero no está tan loco. Le han tendido una trampa, igual que a nosotros. A la tercera va la vencida…
      Cuando Ivan se puso de pie con la mandíbula tensa y los ojos ardiendo, Miles le hizo un gesto y le entregó la jarra. Ivan la tomó con cuidado, nervioso, y retrocedió otro paso. Miles se inclinó y arrancó unos hilos del borde de la alfombra. Los hilos se estiraron y finalmente se rompieron, como si fueran de goma. Eso confirmó sus suposiciones.
      — ¡Lord Vorkosigan! — objetó lady Arvin, con las cejas alzadas en una expresión de asombro divertido, ante ese comportamiento bárbaro.
      Miles llevó los hilos a Ivan y los cambió por la Jarra. Después, volvió la cabeza bruscamente hacia Yenaro.
      — Tráelo… Discúlpenme, señoras… Cosas de hombres…
      Para su sorpresa, esa frase funcionó. Lady Arvin arqueó las cejas y aceptó, aunque lady Benello hizo una especie de mohín. Ivan puso una mano sobre el antebrazo de Yenaro y lo guió fuera del área de la exposición de Veda. Su mano se endureció hasta convertirse en amenaza silenciosa cuando Yenaro trató de desprenderse. Yenaro tenía la cara furiosa y los labios tensos; parecía un poquito avergonzado.
      Encontraron un lugar vacío unos pocos espacios más abajo. Ivan se puso de pie en la entrada del cubículo con su prisionero, los dos con la espalda hacia el sendero para que Miles fuera visible desde fuera. Miles puso la jarra en el suelo, se enderezó y se dirigió a Yenaro con un gruñido ronco:
      — Le voy a hacer una demostración. Esto es lo que iba a suceder hace unos minutos. Lo único que quiero saber es si usted sabía lo que pasaría.
      — No sé de qué me está hablando — ladró Yenaro-. ¡Suélteme, cerdo!
      Ivan no apartó la mano y frunció el ceño, furioso.
      — Primero la demostración, amigo.
      — Muy bien. — El suelo era de algún tipo de mármol artificial y no parecía inflamable. Miles sacudió los hilos que tenía en la mano e hizo un gesto para que Ivan y Yenaro se acercaran. Esperó hasta que no hubo nadie en el sendero y dijo-: Yenaro. Tome dos gotas de ese líquido inocuo que usted sacudía a diestro y siniestro y rocíelas sobre esto.
      Ivan obligó a Yenaro a arrodillarse junto a Miles. El ghemlord, con una mirada fría a sus captores, metió la mano en la jarra y acató las órdenes.
      — Si usted cree que…
      Lo interrumpió un brillo súbito y una ola de calor que quemó las cejas de Miles. Por suerte, el ruido, suave, se desvaneció contra los cuerpos que rodeaban los hilos. Yenaro se quedó helado, mirando.
      — Y eso fue sólo un gramo — siguió diciendo Miles-. Esa alfombra bomba tenía… cuánto? Cinco kilos? Estoy seguro de que usted lo sabe, la trajo usted personalmente. Con el catalizador habría estallado y se habría llevado toda esa parte de la cúpula, a mí, a usted, a las damas… habría sido lo más impresionante de la exposición, se lo aseguro.
      — Esto es una trampa — masculló Yenaro entre dientes.
      — Ah, sí, es una trampa. Pero esta vez también usted se habría contado entre las víctimas. Usted no tiene entrenamiento Militar, verdad? De lo contrario, con su excelente olfato lo habría reconocido. Asterzina sensibilizada. La trampa perfecta. Se puede teñir, modificar, copiar el aspecto de cualquier cosa con ella. Y es totalmente inocua hasta que entra en contacto con el catalizador. Cuando eso ocurre… — Miles hizo un gesto hacia la mancha negra sobre el piso blanco-. Se lo preguntaré de otra forma, Yenaro. Qué efecto le dijo que tendría su buen amigo el hautgobernador?
      — Bue… — Yenaro se quedó sin aliento. Pasó la mano sobre el residuo negro y aceitoso, después se lo llevó a la nariz. Inhaló, frunció el ceño, después se sentó sobre los talones como si experimentara una repentina debilidad. Levantó la vista para buscar la mirada de Miles-. Ah…
      — La confesión es un consuelo para el alma. Y para el cuerpo también — dijo Ivan en tono amenazador.
      Miles respiró hondo.
      — Una vez más, Yenaro. Qué le dijeron?
      Yenaro tragó saliva.
      — Se… se suponía que el líquido liberaba un éster que simularía los efectos del alcohol. Ustedes los barrayareses son famosos por esa perversión. ¡Nada que no se hagan a ustedes mismos!
      — Y así, Ivan y yo nos tambalearíamos públicamente toda la tarde medio borrachos…
      — Algo así.
      — Y usted? Ingirió el antídoto antes de que apareciéramos?
      — No… era inocuo… se suponía que era inocuo. Ya había previsto retirarme a descansar hasta que pasara… Pensé que tal vez… que tal vez sería una sensación interesante.
      — Pervertido — murmuró Ivan.
      Yenaro lo miró, furioso.
      — Cuando me quemé esa primera noche… Esa disculpa escrita a mano… no era completa mente fingida, me equivoco? — dijo Miles lentamente-. Usted no esperaba que las cosas fueran tan lejos.
      Yenaro palideció.
      — Esperaba… pensé que tal vez los marilacanos había hecho algo raro con la energía. Se suponía que debía producir un shock, nada grave…
      — Eso le dijeron…
      — Sí — susurró Yenaro.
      — Pero el zlati fue idea suya, no es cierto?
      — Lo sabía usted?
      — No soy imbécil, Yenaro.
      Algunos de los ghem que pasaban dirigieron una mirada sorprendida y curiosa al grupo de tres hombres arrodillados en el suelo, pero por suerte pasaron sin hacer comentarios. Miles hizo un gesto hacia el banco más próximo en la curva de un lugar reservado para la exposición.
      — Tengo algo que decirle, lord Yenaro, y creo que será mejor que se siente. — Ivan llevó a Yenaro y lo empujó con firmeza para que se sentara. Después de un momento de pensarlo un poco, volcó el resto del líquido en una maceta cercana antes de ponerse de pie entre Yenaro y la salida del espacio vacío-. No se trata de una serie de bromas graciosas contra los enviados estúpidos de un enemigo despreciable: no son cosa de risa. Lo están usando como instrumento en un complot de traición contra el Emperador de Cetaganda. Lo van a usar, descartar y silenciar. Ya lo han hecho antes. Su último compañero en el juego fue Ba Lura. Y supongo que ya sabe usted lo que le pasó.
      Los pálidos labios de Yenaro se abrieron un poco, pero no fue capaz de articular ni una palabra. Luego se humedeció la boca y volvió a intentarlo.
      — No puede ser. Sería demasiado burdo. Habría sido mediante una guerra provocada entre su clan y los de… y observadores inocentes…
      — No. Habría sido con una guerra provocada entre esos clanes y el suyo lord Yenaro. A usted lo designaron como baja en esta lucha. Como asesino, sí, pero no sólo eso: también como un asesino tan incompetente que cae víctima de su propia bomba. Alguien que sigue los pasos de su abuelo… Y quién iba a quedar con vida para negarlo? La confusión no sólo se extiende en la capital, sino también entre su Imperio y Barrayar; mientras tanto, la satrapía de la persona que urdió todo el plan aprovecha para declararse independiente. No, no es tosco en absoluto. Es elegante.
      — Lo de Ba Lura fue un suicidio. Me lo dijeron.
      — No. Asesinato. Seguridad Imperial Cetagandana está investigando el caso… Y lo va a resolver… Lo va a resolver, pero lamentablemente, no creo que logren completar el rompecabezas a tiempo.
      — Ba Lura no cometió traición, eso es imposible… Los genes de los ha…
      — A menos que creyera que actuaba con lealtad en una situación deliberadamente ambigua. Todavía tienen mucho de humano, pueden equivocarse.
      No. — Yenaro levantó la vista hacia los dos barrayareses-. Tiene que creerme. Personalmente, no me importaría que ustedes dos se cayeran por un acantilado. Pero nunca me empujaría a mí mismo.
      — Eso… eso supuse — asintió Miles-. Pero por curiosidad, qué iba a sacar usted de este trato, además de una semana divertida ridiculizando a un par de bárbaros? O fue por amor al arte?
      — Me prometió un puesto. — Yenaro bajó la mirada-. Usted no entiende lo que es vivir sin un puesto en la capital. Sin puesto no hay posición. No hay estatus. No se es… nadie. Yo ya estaba cansado de no ser nadie.
      — Qué Puesto?
      — Experto Imperial en Perfumería. — Los ojos negros de Yenaro brillaron levemente-. Sé que no resulta muy impresionante, pero me habría permitido la entrada al Jardín Celestial, tal vez incluso a la presencia imperial. Habría trabajado… entre los mejores del imperio. Los grandes. Y sé que habría sido un excelente perfumista.
      A Miles no le costaba mucho entender la ambición aunque adquiriera formas extrañas.
      — Entiendo.
      Los labios de Yenaro se torcieron en una sonrisa de gratitud. Miles miró su reloj.
      — Dios, qué tarde es. Ivan… puedes ocuparte tú de esto?
      — Creo que sí.
      Miles se levantó.
      — Que tenga un buen día, lord Yenaro. Mejor que el que estaba destinado a tener. Tal vez esta tarde haya usado toda la suerte que me correspondía en un año, pero deséeme un poco más. Tengo una cita con el príncipe Slyke.
      — Buena suerte — dijo Yenaro, con voz dubitativa.
      Miles se detuvo.
      — Usted estaba hablando del príncipe Slyke, no es cierto?
      — ¡No! ¡Yo hablaba del hautgobernador Ilsum Kety!
      Miles se mordió los labios y dejó escapar un siseo agudo entre los dientes. Bueno, no sé si me han jodido o me han salvado. Cuál de las dos cosas?
      — Fue Kety quien le tendió la trampa… con todo esto?
      — Sí…
      Se las habría ingeniado Kety para enviar a su amigo y primo, el gobernador Slyke, a ver los objetos imperiales al Criadero Estrella? Otro movimiento de distracción? Desde luego. O no. Y bien mirado, no era posible que Slyke hubiera manipulado a Kety para que Kety manipulara a Yenaro? No podía descartarlo. Otra vez en la casilla de salida. Mierda, mierda, mierda.
      Mientras Miles dudaba y analizaba los datos, apareció el oficial de protocolo por la curva del sendero. Su paso apurado se hizo más lento en cuanto descubrió a Miles e Ivan. Una mirada de alivio le cruzó el rostro. Para cuando llegó junto a ellos, proyectaba otra vez el aire de un turista, pero estudió a Yenaro con una mirada tan penetrante como un cuchillo.
      — Hola, milores. — El gesto abarcó a los tres.
      — Hola, señor — saludó Miles-. Ha mantenido usted una conversación interesante?
      — Extraordinaria.
      — Ah… No creo que le hayan presentado formalmente a lord Yenaro, señor. Lord Yenaro, le presento al oficial de protocolo de mi embajada, lord Vorreedi.
      Los dos hombres intercambiaron gestos de reconocimiento más ceremoniosos. La mano de Yenaro pasó al pecho en una especie de alusión rápida a una reverencia, pero no se levantó.
      — ¡Qué coincidencia, lord Yenaro! — siguió diciendo Vorreedi-. Precisamente estábamos hablando de usted.
      — Ah, sí? — preguntó Yenaro, preocupado.
      — Ah… — Vorreedi se mordió el labio, pensativo, después pareció llegar a algún tipo de conclusión-. No sé si se da cuenta de que en este momento se encuentra usted en medio de una especie de vendetta, lord Yenaro.
      — Yo… ¡no! Qué le hace pensar eso?
      — Mmm. En general, los asuntos personales de los ghemlores no son de mi incumbencia, me intereso sólo por los asuntos oficiales. Pero la… suerte… ha puesto en mi camino la oportunidad de hacer una buena acción, lord Yenaro, y no pienso desaprovecharla. Al menos por esta vez. Acabo de charlar con un… ah… caballero que, según me informó, había venido aquí para asegurarse de que usted… y ahora cito textualmente son propias palabras… de que usted no saliera del Salón del jardín de la Luna con vida. Fue un poco vago en cuanto al método que pensaba usar para llevar a cabo esta misión. Lo que me pareció más raro es su identidad: el personaje en cuestión no es un ghem, sino que se gana la vida con su arte, un especialista. No sabía quién le había pagado esta vez: esa información quedó muy lejos, bajo varias capas de intermediarios… Tiene usted alguna idea de quién podría estar interesado en pagar sus servicios?
      Yenaro escuchó impresionado, con los labios tensos, pensativo. Miles se preguntó si el hombre estaba sacando las mismas conclusiones que él. Supuso que sí. El hautgobernador, quien quiera que fuese, había enviado refuerzos. Quería asegurarse de que nada fallara. De que Yenaro no sobreviviera a su propia bomba y pudiera acusarlo, por ejemplo.
      — Yo… bueno… tengo una idea, sí.
      — Podría usted compartirla?
      Yenaro lo miró, dubitativo.
      — No en este momento.
      — Como quiera. — Vorreedi se encogió de hombros-. Dejamos al… caballero sentado en un lugar tranquilo. El efecto de la pentarrápida desaparecerá en cuestión de diez minutos. Tiene usted ese tiempo para hacer… lo que considere conveniente.
      — Gracias, lord Vorreedi — dijo Yenaro con calma. Levantó la ropa negra que lo rodeaba y se puso de pie. Estaba pálido pero mantenía una serenidad admirable: no temblaba—. Ahora debo dejarles.
      — Seguramente ésa es una buena idea — asintió Vorreedi.
      — Estaremos en contacto, eh? — dijo Miles.
      Yenaro bajó la cabeza en un gesto formal, breve.
      — Sí. Usted y yo todavía tenemos un asunto pendiente. — Se alejó mirando a derecha e izquierda.
      Ivan se mordía los dedos. Bueno, mejor eso que soltarle a Vorreedi todo lo que estaba pasando. Eso era lo que más temía Miles.
      — Era cierto eso, señor? — preguntó Miles al coronel.
      — Sí. — Vorreedi se frotó la nariz-. Pero también es cierto que no estoy tan seguro de que no sea de nuestra incumbencia. Lord Yenaro parece muy interesado en usted. Lo vigila. No puedo dejar de preguntarme si existe alguna relación… Revisar la jerarquía de los que pudieron haberle pagado a ese tug sería un proceso tedioso y largo para mi departamento. Y qué encontraríamos al final del hilo? — Vorreedi miró fijamente a Miles-. Hasta qué punto se enfadó usted por la quemadura de la estatua de Marilac, lord Vorkosigan?
      — ¡No tanto, por Dios! — negó Miles con rapidez-. Por lo menos deme un margen de crédito… aún no he perdido el sentido de la mesura. No. Yo no contraté al asesino. — Aunque sin duda había metido a Yenaro en esa situación, al tratar de jugar esos jueguecitos mentales con su posible patrón, Kety, el príncipe Slyke o el Rond. Querías una reacción… pues ya la tienes—. Pero… tengo la sensación de que la investigación sí valdrá la pena, aunque suponga dedicarle tiempo y recursos…
      — Una sensación, eh?
      — Seguramente usted ha confiado en su instinto en más de una ocasión, señor.
      — Bueno, yo uso mi instinto. No confío en él. Un oficial de SegImp tiene que conocer la diferencia.
      — Entiendo, señor.
      Se levantaron para seguir el recorrido de la exposición. Miles evitó cuidadosamente mirar la marca negra y quemada del suelo cuando pasaron junto a ella. Y cuando se acercaron al extremo oeste de la cúpula, empezó a buscar a su contacto. Ahí estaba, sentada cerca de la fuente, con el ceño fruncido. Pero Miles sabía que ahora nunca conseguiría sacarse a Vorreedi de encima; lo tenía pegado como una lapa, para siempre. De todos modos, lo intentó.
      — Discúlpeme, señor. Tengo que darle un mensaje a una dama.
      — Iré con usted — dijo Vorreedi, en tono alegre.
      Correcto. Miles suspiró y compuso el mensaje mentalmente. La ghemlady, digna y tranquila, levantó la vista cuando él se acercó con compañeros no deseados. Miles se dio cuenta de que no sabía su nombre.
      — Discúlpeme, milady. Quería decirle que me es imposible aceptar su invitación de… eh… esta tarde. Por favor, exprese mis más sinceras disculpas a su ama. — Entenderían ella y la haut Rian que eso significaba ¡Anulen la operación, anúlenla!? Tenían que captar el mensaje. Lo deseó con todas sus fuerzas-. Pero si en lugar de lo que habíamos planeado, puede concertar una entrevista con el primo del señor… creo que eso sí sería educativo.
      El surco que tenía la mujer en la frente se hizo más profundo. Pero lo único que dijo fue:
      — Transmitiré sus palabras a mi señora, lord Vorkosigan.
      Miles hizo un gesto de despedida, bendiciéndola por haberle evitado una conversación más larga y compleja. Cuando volvió la vista atrás, ella ya se había puesto de pie y se alejaba rápidamente.

11

      Miles aún no había pisado el sagrado recinto de las oficinas de SegImp en la embajada de Barrayar. Por discreción, se había quedado arriba, en la zona destinada al cuerpo diplomático. Como había supuesto, las oficinas estaban en el segundo sótano, el nivel más bajo del edificio. Un cabo uniformado lo rastreó con aparatos de seguridad y lo guió hasta la oficina del coronel Vorreedi.
      No era tan austera como Miles había esperado: estaba decorada con pequeñas piezas de arte cetagandano; las esculturas que utilizaban energía estaban apagadas. Tal vez algunas eran recuerdos, pero el resto sugería que el oficial de protocolo como lo llamaban oficialmente era un coleccionista de gusto excelente y medios limitados.
      El hombre estaba sentado ante una mesa desnuda y utilitaria. Llevaba las habituales túnicas y la malla que correspondían a un ghemlord de rango medio y preferencias dolorosamente sobrias. En una multitud de ghem, Vorreedi pasaría prácticamente desapercibido, aunque detrás de una comuconsola de SegImp de Barrayar el efecto del conjunto resultaba ligeramente sorprendente.
      Miles se humedeció los labios.
      — Buenos días, señor. El embajador Vorob'yev me dijo que deseaba usted verme.
      — Sí, gracias, lord Vorkosigan. — Vorreedi despidió al cabo con un gesto y el hombre se alejó en silencio. Las puertas se cerraron tras él con un golpe pesado y definitivo-. Por favor, siéntese.
      Miles se acomodó en la silla que había ante el escritorio y sonrió; esperaba que la sonrisa hubiera sugerido un gesto de alegre inocencia. Vorreedi lo miraba con atención penetrante, directa, constante. Mala señal. Vorreedi era el segundo a bordo; sólo Vorob'yev lo aventajaba en rango. Como a Vorob'yev, lo habían elegido como jefe en uno de los puestos más conflictivos del cuerpo diplomático de Barrayar. Tal vez se podía contar con que fuera un hombre muy ocupado, pero nunca con que fuera estúpido. Miles se preguntó si las meditaciones del jefe de SegImp habían sido tan intensas como las suyas la noche anterior. Se preparó para un comienzo al estilo Illyan; por ejemplo: En qué diablos está metido usted, Vorkosigan? Está tratando de provocar una jodida guerra usted solo?
      En lugar de eso, el coronel Vorreedi lo favoreció con una mirada pensativa, larga, antes de decir en tono tranquilo:
      — Teniente lord Vorkosigan. Por nombramiento, usted es correo oficial de SegImp.
      — Sí, señor, cuando estoy de servicio.
      — Interesante raza de hombres, los correos. De absoluta confianza y lealtad. Van de un lado a otro, llevan lo que les piden sin comentarios ni preguntas. Y sin fracasar jamás, a menos que se les cruce la muerte en el camino.
      — Generalmente no es tan dramático, señor. Pasamos mucho tiempo en naves de salto. Tenemos mucho tiempo para leer.
      — Mmmm. Y excepto en un caso, estos glorificados correos dependen del comodoro Boothe, jefe de Comunicaciones de SegImp, en Komarr. La excepción es interesante. — La mirada de Vorreedi se intensificó-. Usted aparece en la lista como subordinado de Simon Illyan en persona. Que a su vez depende directamente del emperador Gregor. La única persona que conozco en una cadena de mando tan corta es el jefe de Personal del Servicio Imperial. Una situación reveladora. Cómo la explica usted?
      — Que cómo la explico yo? — repitió Miles, tratando de ganar tiempo. Pensó en contestar Yo nunca explico nada, pero eso 1) era evidente y 2) claramente no era la respuesta esperada-. Bueno… en ocasiones, el emperador Gregor tiene alguna necesidad que resulta demasiado trivial, o demasiado personal, para confiarla a los militares de carrera. Por ejemplo, digamos que quiere… que le traigan un arbusto ornamental del planeta Pol para el jardín de la Residencia Imperial. Entonces, me mandan a mí.
      — Esa es una buena explicación — aceptó Vorreedi sin presionar. Se produjo un corto silencio-. Y podría darme una explicación igualmente satisfactoria para la forma en que ha obtenido usted un trabajo tan agradable?
      — Nepotismo, por supuesto. — La sonrisa de Miles se hizo más corta y más amarga—. Como ya habrá descubierto a simple vista, no soy físicamente apto para el servicio habitual. Crearon el puesto especialmente para mí. Tengo parientes…
      — Mmmm. — Vorreedi se sentó y se frotó el mentón. — Digamos — añadió en tono intrascendente— que usted es un agente de operaciones secretas y ha venido en una misión diseñada por Dios (es decir, Simon Illyan, Dios para el personal de SegImp), en ese caso, debería haber llegado con una orden del tipo Préstesele toda la asistencia necesaria. Con esa orden, un pobre hombre de la oficina local de SegImp podría saber cuál es su posición con respecto a usted.
      Si no controlo a este tipo, me va a encerrar en la embajada por el resto del viaje (podría hacerlo, tiene poder suficiente) y el plan barroco de caos de lord X seguirá adelante sin obstáculos ni problemas.
      — Sí, señor. — Miles respiró hondo-. Y todos los que vieran la orden también.
      Vorreedi levantó la vista, asustado.
      — El comando de SegImp sospecha que hay filtraciones en mis comunicaciones?
      — No tengo información al respecto, señor. Supongo que no. Pero como correo inferior… no puedo hacer demasiadas preguntas, comprende?
      Vorreedi abrió un poco más los ojos. Entendía la broma. Un hombre sutil, sí.
      — He sabido que, desde el mismo instante en que puso un pie en Eta Ceta, lord Vorkosigan, no ha dejado usted de hacer preguntas.
      — Una debilidad personal, señor.
      — Y… tiene alguna prueba que apoye su explicación de sí mismo?
      — Claro. — Miles miró al aire, pensativo, como si estuviera sacando las palabras de la parte más leve de la atmósfera-. Piénselo, señor. A todos los demás oficiales de correo se les implanta alergia a la pentarrápida para que no puedan someterlos a interrogatorios y preguntas ilegales. El precio, claro, es fatal. Debido a mi rango y mis relaciones particulares, se decidió que ese procedimiento era demasiado peligroso para mí. Por lo tanto, sólo pueden destinarme a las misiones de seguridad de nivel más bajo. Nepotismo, ya se lo he dicho.
      — Muy… muy convincente.
      — Si no fuera convincente, no serviría, señor.
      — Cierto. — Otra larga pausa-. Hay alguna otra cosa que quiera usted decirme, teniente?
      — Cuando vuelva a Barrayar presentaré un informe completo de mi… mi excursión a Simon Illyan. Me temo que deberá dirigir las preguntas a mi superior. Definitivamente, no está dentro de mis atribuciones tratar de adivinar lo que él quiere que yo le diga.
      Ahí estaba… listo. Técnicamente hablando, no había mentido. Ni siquiera por implicación. Sí… claro… Tienes que acordarte de lo que has dicho cuando pasen una transcripción de esta conversación en el consejo de guerra. Pero si Vorreedi decidía que Miles era un agente de operaciones secretas que trabajaba en los niveles más altos, no dejaba de ser cierto. El hecho de que la misión fuera autodesignada y no decidida en un nivel superior era… otro aspecto del problema. Una cosa nada tenla que ver con la otra.
      — Podría… podría agregar una observación filosófica…
      — Por favor, milord.
      — Si se contrata a un genio para resolver un problema imposible, sería una tontería limitarlo con reglas o bien ordenarle que se limite a investigar en el corto espacio de dos semanas de tiempo… Lo lógico es dejar que actúe a su antojo. Si lo que hace falta es alguien que siga las reglas, siempre se puede contratar a un idiota. En realidad, el idiota será mucho más capaz de seguir las reglas que un genio.
      Vorreedi tamborileó sobre el escritorio de la comuconsola. Miles tuvo la sensación de que tal vez ese hombre había resuelto uno o dos problemas imposibles en su vida. Vorreedi alzó las cejas.
      — Usted se considera un genio, lord Vorkosigan? — preguntó con suavidad. Para Miles aquel tono de voz resultaba casi doloroso: le recordó muchísimo el que empleaba su padre cuando estaba a punto de soltar una de sus trampas verbales.
      — Las evaluaciones de mi inteligencia están en mi expediente, señor.
      — Ya las he leído. Por eso estamos conversando, lord Vorkosigan. — Vorreedi parpadeó, despacio, como una lagartija-. Entonces, para usted no hay reglas? Ninguna regla?
      — Bueno, en realidad existe una: o tienes éxito, o lo pagas con tu cabeza.
      — Usted está en su puesto desde hace tres años. Ya veo, lord Vorkosigan… Su cabeza sigue intacta, no es cierto?
      — La última vez que la controlé estaba ahí, señor. — Tal vez siga ahí cinco días más, coronel… Después, ya no sé.
      — Eso sugiere que tiene usted una autoridad y una autonomía sorprendentes, señor.
      — No tengo autoridad. Sólo responsabilidad.
      — Ah, ah. — Vorreedi se mordió los labios, cada vez más pensativo-. Tiene usted mis simpatías entonces, señor Vorkosigan.
      — Gracias, señor. Lo necesitaré. — En silencio demasiado meditado que siguió, Miles agregó-: Sabemos si lord Yenaro sobrevivió a la noche?
      — Desapareció, así que suponemos que sí. Lo vieron a la salida del Salón del jardín de la Luna con un rollo de alfombra en el hombro. — Vorreedi miró a Miles con aire interrogativo-. No tengo explicación para lo de la alfombra.
      Miles ignoró la indirecta.
      — Está usted tan seguro de que su desaparición significa que ha salido con vida? Y el hombre que lo seguía?
      — Mmm… — Vorreedi sonrió-. Cuando lo dejamos, lo interceptó la Policía Civil de Cetaganda. Todavía lo tienen en custodia.
      — Y lo hicieron por su propia cuenta?
      — Digamos que recibieron una llamada anónima. Me pareció que tenía la obligación moral de ponerlos sobre aviso. Pero debo admitir que los de la Civil respondieron con admirable eficiencia. Yo diría que tienen interés… por alguno de sus trabajos anteriores.
      — Tuvo tiempo de informar a quien lo contrató?
      — No.
      Bien: esa mañana lord X estaba en medio de una laguna de información. Miles no creía que eso le resultara cómodo. El complot fracasado de la tarde anterior debía haberlo frustrado. Seguramente no sabía qué había salido mal, no sabía si Yenaro se había enterado del destino que le había deparado, aunque la desaparición del ghemlord era una importante pista al respecto. Ahora, Yenaro era un cabo suelto, lo mismo que Miles e Ivan. Cuál sería el primero en la lista de lord X? Acaso Yenaro buscaría la protección de alguna autoridad, o el rumor de la traición lo asustaría demasiado?
      Y qué método elegiría lord X para acabar con los enviados de Barrayar? Qué método podía igualar a Yenaro en barroquismo y perfección? Yenaro era una obra maestra en el arte del asesinato, una obra coreografiada en tres movimientos, una obra que iba en crescendo. Ahora que ese esfuerzo se había perdido, seguramente lord X estaría tan enfurecido por el fracaso de su hermoso plan como por el del complot en sí.

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