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Barrayar (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Barrayar (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 5)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


Las puertas traseras se elevaron, y Cordelia se estiró para ver a Vorkosigan detrás de los uniformes verdes de seguridad. Al fin se apartaran para dejar paso. El teniente Koudelka estaba sentado en la apertura, con expresión aturdida, y la sangre le chorreaba por el mentón. Un guardia lo ayudó a levantarse. Finalmente emergió Vorkosigan, quien rechazó toda ayuda. Ni el más preocupado de los guardias se atrevió a tocarlo. Vorkosigan entró en la casa con el rostro sombrío y pálido. Koudelka, apoyado en su bastón y en un cabo de Seguridad Imperial, le siguió. Le sangraba la nariz. Los hombres del conde Piotr cerraron la puerta, dejando afuera a las tres cuartas partes del caos. Aral la miró a los ojos, por encima de los hombres, y la expresión de tristeza que había en su rostro se iluminó sólo un poco. La saludó con un imperceptible movimiento de cabeza como diciendo «estoy bien». Ella apretó los labios. Por amor de Dios, espero que sea, cierto… Kou estaba hablando con voz temblorosa. -… el agujero que quedó en la calle es enorme! Podría haberse tragado a una nave de carga. Los reflejos de ese chófer son asombrosos… ¿qué? — Sacudió la cabeza al que le había formulado una pregunta -. Lo siento, me zumban los oídos… ¿qué ha dicho? — Escuchó con la boca abierta, como si pudiese absorber el sonido en forma oral. Entonces se tocó el rostro y observó con sorpresa la sangre en su mano.
      — Sus oídos sólo están aturdidos, Kou — dij o Vorkosigan. Su voz era calma, pero demasiado fuerte -. Mañana volverán a la normalidad. — Sólo Cordelia comprendió que la voz alzada no era en consideración a Koudelka… Vorkosigan tampoco oía bien. Sus ojos se movían de un lado a otro demasiado rápido, el único indicio de que estaba tratando de leer los labios.
      Simón Illyan y un médico llegaron casi al mismo tiempo. Vorkosigan y Koudelka fueron llevados a una sala tranquila, dejando atrás a todos los guardias que, según la opinión de Cordelia, resultaban bastante inútiles en ese momento. Ella y Droushnakovi fueron tras ellos. Por orden de Vorkosigan, el médico comenzó por examinar al ensangrentado Koudelka. — ¿Un disparo? — preguntó Illyan. — Sólo uno — le confirmó el almirante, mirando su rostro -. Si hubiesen permanecido allí para un segundo intento, podrían haberme atrapado.
      — De haberse quedado, podríamos haberlo atrapado a él. En este momento hay un equipo forense en el lugar de los hechos. El asesino ha huido hace mucho, por supuesto. Escogió muy bien el lugar, ya que allí hay docenas de rutas de escape.
      — Cambiamos de camino todos los días — dijo el teniente Koudelka, quien había seguido el diálogo con dificultad, apretándose el rostro con un pañuelo -. ¿Cómo supo dónde debía tender la emboscada?
      — ¿Información interna? — Illyan se alzó de hombros y apretó los dientes ante la idea.
      — No necesariamente — intervino Vorkosigan -. Hay una cantidad determinada de caminos posibles. Puede haber estado aguardando varios días allí.
      — ¿Justo en el perímetro de nuestro límite de seguridad máxima? — preguntó Illyan -. No me convence. — A mí me molesta más que haya fallado — dijo Vorkosigan -. ¿Por qué? ¿Habrá sido una advertencia?
      ¿Un atentado contra mi equilibrio mental, y no contra mi vida?
      — Sólo fue una vieja pieza de artillería — explicó Illyan -. Puede haber fallado su trayectoria… nadie detectó el impulso de un telémetro láser. — Se detuvo al notar el rostro pálido de Cordelia -. Estoy seguro de que ha sido un demente solitario, señora. Al menos sabemos con certeza, que se trata de un solo hombre.
      — ¿Cómo es posible que un demente solitario consiga armas militares? — preguntó ella con aspereza.
      luyan pareció incómodo.'
      — Lo investigaremos. Sin duda es una pieza antigua.
      — ¿No destruyen los armamentos obsoletos?
      — Hay tantos…
      Cordelia se enfureció ante esta declaración poco ingeniosa.
      — Sólo necesitaba un disparo. Si lograba acertar un tiro directo a ese coche blindado, Aral hubiese desaparecido. En este momento su equipo forense estaría tratando de averiguar cuáles de sus moléculas eran suyas y cuáles de Kou.
      Droushnakoví tenía la tez verdosa. La expresión triste de Vorkosigan volvió a ocupar su puesto.
      — ¿Quiere que le dé un cálculo preciso de la amplitud de resonancia refleja para ese pasajero encerrado, Simón? — continuó Cordelia acaloradamente -. Quien haya escogido esa arma es un competente técnico militar… aunque afortunadamente su puntería no es tan buena. — Se contuvo para no seguir hablando, ya que aunque nadie más lo notó, ella reconocía la histeria en la velocidad de sus palabras.
      — Mis disculpas, capitana Naismith. — El tono de Illyan se volvió más cortante -. Tiene toda la razón. — En su actitud se notó un poco más de respeto.
      Aral siguió este intercambio, y por primera vez su rostro se iluminó con una expresión algo risueña.
      Illyan se marchó con la mente llena de teorías referentes a una conspiración. El médico confirmó lo que Aral había anticipado por su experiencia en combate: tenía los oídos aturdidos. Les entregó unas fuertes píldoras para el dolor de cabeza — Aral se aferró con firmeza a las suyas — y prometió regresar por la mañana para volver a examinar a los dos hombres.
      Cuando por la noche Illyan regresó a la Residencia Vorkosigan para conferenciar con su jefe de guardia, Cordelia tuvo que controlarse para no cogerlo por las solapas, apretarlo contra una pared y arrancarle la información que tenía. Pero sólo preguntó:
      — ¿Quién trató de matar a Aral? ¿Quien quiere matar a Aral? ¿Qué beneficios pretenden obtener?
      Illyan suspiró.
      — ¿Quiere la lista corta o la larga, señora?
      — ¿Es larga la corta? — dijo ella con morbosa fascinación.
      — Demasiado larga. Pero puedo nombrarle a los principales, si lo desea. — Los fue contando con los dedos -. Los cetagandaneses, siempre. Habían contado con que después de la muerte de Ezar, aquí sobrevendría el caos político. No me extrañaría que trataran de provocarlo. Un asesinato es barato comparado con una flota invasora. Los komarrareses, por una vieja venganza o una nueva revuelta. Algunos todavía llaman al almirante el Carnicero de Komarr…
      Conociendo toda la historia que ocultaba ese odioso apelativo, Cordelia se estremeció.
      — Los anti Vor, porque el regente es demasiado conservador para su gusto. La derecha militar, que lo considera demasiado progresista. Los miembros del viejo partido encabezado por el príncipe Serg y Vorrutyer. Ex agentes del Ministerio de Educación Política, ahora suprimido. El departamento de Negri solía entrenarlos. Algún Vor irritado por considerar que ha quedado desplazado en el reciente cambio de poderes. Cualquier lunático con acceso a las armas y el deseo de hacerse famoso matando a un personaje público… ¿desea que continúe?
      — Por favor, no. ¿Pero qué hay de lo ocurrido hoy? Si los motivos proporcionan una gama demasiado amplia de sospechosos, ¿qué me dice del método y la oportunidad?
      — Disponemos de cierto material con el cual trabajar, aunque la mayor parte resulta negativa. Según he observado, ha sido un intento muy hábil. Quien lo haya planeado debe de haber tenido acceso a cierta clase de información. Nos ocuparemos de esos aspectos primero.
      Lo anónimo del atentado era lo que más la perturbaba, decidió Cordelia. Cuando el asesino podía ser cualquiera, el impulso a sospechar de todos se volvía abrumador. Al parecer, la paranoia era una enfermedad contagiosa allí. Los barrayareses se la contagiaban unos a otros. Bien, las fuerzas combinadas de Negri y de Illyan tendrían que extraer algunos hechos concretos, y pronto. Guardó todos sus temores en un pequeño compartimiento en la boca del estómago, y los mantuvo encerrados allí. Cerca de su hijo.
      Vorkosigan la abrazó con fuerza esa noche, acurrucada contra su cuerpo robusto, aunque no intentó ningún acercamiento sexual. Sólo la abrazó. Permaneció despierto durante horas a pesar de los calmantes que nublaban sus ojos. Ella no se durmió hasta que él lo hubo hecho. Al fin, sus ronquidos la adormecieron. No había mucho que decir.
      Fallaron; seguiremos adelante… hasta el próximo intento.

5

      El cumpleaños del emperador era una festividad tradicional de Barrayar, y se celebraba con banquetes, bailes, bebida, desfiles de veteranos y una cantidad increíble de fuegos artificiales, sobre los cuales al parecer no había ninguna reglamentación. Sería un día perfecto para realizar un ataque sorpresa sobre la capital, decidió Cordelia; una descarga de artillería pasaría desapercibida durante un buen rato en medio del estruendo general. El jolgorio comenzó al atardecer.
      Los guardias, siempre listos para saltar ante cualquier ruido fuerte, parecían muy nerviosos, con excepción de un par de sujetos más jóvenes que intentaron celebrar la fiesta con unos petardos propios dentro de la casa. El jefe de la guardia los llamó aparte y mucho más tarde aparecieron de nuevo pálidos y acobardados. Luego Cordelia los vio acarreando basura bajo las órdenes de una irónica criada, mientras una ayudante de cocina y la segunda cocinera salían alegremente de la casa con un inesperado día libre. El cumpleaños del emperador era una fiesta movible. El entusiasmo de los barrayareses no parecía afectado por el hecho de que, debido a la muerte de Ezar y la ascensión de Gregor, ésta era la segunda vez en el año en que se llevaba a cabo la celebración.
      Cordelia había rechazado la invitación para asistir a una importante revista militar con Aral, decidida a dedicar la mañana a descansar y así mantenerse fresca para la fiesta de la noche. Según le habían explicado, éste era el acontecimiento del año… una cena en la Residencia Imperial para festejar el cumpleaños del emperador. Tenía muchos deseos de volver a ver a Kareen y a Gregor, aunque sólo fuese unos momentos. Al menos estaba segura de que su atuendo sería el apropiado. La señora Vorpatril, quien tenía un gusto excelente y conocía la moda de Barrayar en ropas de maternidad, se había compadecido de la confusión de Cordelia y le había ofrecido sus servicios como guía experta.
      Como resultado, Cordelia se sentía muy segura en su impecable vestido de seda verde, largo hasta el suelo, con un chaleco de terciopelo color marfil. Su cabello cobrizo había sido adornado con flores frescas por el peluquero que también le enviara Alys. Al igual que lo hacían con sus eventos públicos, los barrayareses convertían sus ropas en una especie de arte folclórico, tan elaborado como la pintura corporal betanesa. Cordelia no pudo estar segura con la reacción de Aral — su rostro siempre se iluminaba cuando la veía — pero a juzgar por las exclamaciones del personal femenino al servicio del conde Piotr, el efecto general había sido ampliamente satisfactorio.
      Mientras aguardaba al pie de la escalera de caracol en el vestíbulo, Cordelia deslizó una mano sobre la seda verde que ocultaba su vientre. Poco más de tres meses de esfuerzo metabólico, y lo único que tenía para mostrar era esa pequeña hinchazón… habían ocurrido tantas cosas desde el verano, que le parecía que su embarazo debía progresar más rápido. Silenciosamente y como un mantra, pronunció unas palabras de aliento para su bebé. «Crece, crece, crece…» Al menos ahora, además de sentirse completamente agotada, ya comenzaba a tener aspecto de embarazada. Por las noches Aral compartía su fascinación con los progresos, y ambos posaban la mano sobre su vientre tratando de percibir algún movimiento a través de la piel.
      Aral apareció junto al teniente Koudelka. Ambos estaban recién bañados, afeitados, peinados y resplandecientes en el uniforme imperial rojo y azul. El conde Piotr se reunió con ellos vestido con el uniforme que Cordelia le había visto en las sesiones del Consejo, en café y plateado, una versión más rutilante de las libreas de sus hombres. Los veinte guardias de Piotr tenían alguna clase de exhibición formal esa noche, y su jefe los había estado preparando meticulosamente durante toda la semana. Droushnakovi, quien acompañaba a Cordelia, vestía un traje sencillo también en verde y marfil, diseñado para permitir los movimientos rápidos y ocultar las armas e intercomunicadores.
      Después de un momento en que todos se admiraron mutuamente, se dirigieron a los coches terrestres que aguardaban en el pórtico. Aral ayudó a Cordelia a subir y retrocedió un paso. — Te veré allí, amor.
      — ¿Qué? — Ella giró la cabeza -. Oh. Entonces, ¿ese segundo vehículo no es sólo por el tamaño del grupo?
      La expresión de Aral fue momentáneamente tensa. — No… Me ha parecido prudente que a partir de ahora viajemos en vehículos separados.
      — Sí — dijo ella con voz débil -. Por supuesto. Él asintió con un gesto y se alejó. Ese maldito lugar les robaba otro pedazo de sus vidas, de sus corazones. Disponían de tan poco tiempo para estar juntos, y ahora ni siquiera esos momentos…
      Al parecer, esa noche el conde Piotr sería el sustituto de Aral; el anciano se acomodó a su lado. Droushnakovi se sentó frente a ellos, y la cubierta se cerró. El coche avanzó suavemente hacia la calle. Cordelia se volvió tratando de ver el vehículo de Aral, pero éste los seguía a demasiada distancia para resultar visible. Cordelia se enderezó y exhaló un suspiro.
      El sol se ocultaba con un reflejo amarillo entre las nubes grises, y las luces comenzaban a encenderse en la fría tarde otoñal, proporcionando un aire melancólico a la ciudad. En las calles se llevaban a cabo animados festejos, y a Cordelia no le pareció tan mala idea. Los celebrantes le recordaron a los primitivos hombres de la Tierra, golpeando cacerolas y disparando tiros para alejar a los dragones que devoraban a la luna eclipsada. Esta extraña tristeza de otoño era capaz de consumir a un alma desprevenida. Gregor había escogido un buen momento para cumplir años.
      Las manos endurecidas de Piotr jugueteaban con una bolsa de seda oscura que lucía el escudo de los Vorkosigan bordado en plata. Cordelia la observó con interés.
      — ¿Qué es eso?
      Piotr esbozó una sonrisa y se la entregó. — Monedas de oro.
      Más arte folclórico; la bolsa y su contenido eran un placer para el tacto. Cordelia acarició la seda, admiró el bordado y volcó en su mano unos pequeños discos acuñados.
      — Bonitos. — Cordelia recordó haber leído que durante la Era del Aislamiento, el oro había sido muy valioso en Barrayar. En su mente betanesa la palabra oro se asociaba a la idea de «un metal que en ocasiones resulta útil para la industria electrónica», pero la gente mayor solía teñirla de cierta mística -. ¿ Esto significa algo?
      — ¡Ja! Ya lo creo. Es el obsequio de cumpleaños del emperador.
      Cordelia imaginó al niño de cinco años jugando con una bolsa de monedas. Además de construir torres y tal vez practicar las cuentas, Gregor no podría hacer mucho más con ella. Esperaba que hubiese pasado la edad de meterse cualquier objeto en la boca, ya que esos pequeños discos tenían el tamaño ideal para que el niño los tragase.
      — Estoy segura de que le gustará — dijo sin mucha convicción.
      Piotr emitió una risita.
      — No sabes qué está ocurriendo, ¿verdad?
      Cordelia suspiró.
      — Como de costumbre. Déme una pista.
      Se reclinó en el asiento con una sonrisa. Piotr siempre parecía entusiasmado con la tarea de explicarle Barrayar. Cada vez que descubría un nuevo terreno en el cual ella era ignorante, se mostraba encantado de suministrarle información y opinión. Cordelia tenía la sensación de que podría disertar veinte años seguidos y nunca se quedaría sin tema.
      — El cumpleaños del emperador es el fin tradicional del año fiscal, para cada distrito regido por un conde en relación con el gobierno imperial. En otras palabras, es día de impuestos, aunque… los Vor no estamos gravados. Esto implicaría una relación demasiado subordinada con el imperio, y por eso entregamos un obsequio al emperador.
      — Ah… — dijo Cordelia -. Pero en un año todo este lugar no le produce sesenta pequeñas bolsas de oro, señor.
      — Por supuesto que no. Los verdaderos fondos fueron transferidos automáticamente esta mañana, de Hassadar a Vorbarr Sultana. El oro es sólo simbólico.
      Cordelia frunció el ceño.
      — Espere. ¿Eso no se ha hecho ya este año?
      — En primavera, con Ezar. Pero hemos tenido que cambiar la fecha de nuestro año fiscal.
      — ¿Su economía no se ve afectada por ello?
      Él se alzó de hombros.
      — Nos las arreglamos. — Piotr sonrió y de pronto dijo -: ¿De dónde crees que proviene la palabra «conde»?
      — De la Tierra, supongo. Es un término preatómico, latín tardío en realidad, que designaba a un noble que regía un condado. O tal vez «condado» provenga de «conde».
      — En Barrayar, es una variación del término «contable». Los primeros condes fueron los recaudadores de impuestos de Voradar Tau… un auténtico bandido; deberías leer sobre él alguna vez.
      — ¡Pues yo creía que era un grado militar!
      — Oh, la parte militar llegó inmediatamente después, la primera vez que esos estúpidos trataron de extorsionar a quien no quiso contribuir. El grado adquirió más encanto con el tiempo.
      — No lo sabía. — De pronto Cordelia lo miró con desconfianza -. No se estará burlando de mí, ¿verdad señor?
      Él extendió las manos a modo de negación. Cuídate de hacer conjeturas, se dijo Cordelia divertida.
      Llegaron a la gran entrada de la Residencia Imperial. Esa noche el ambiente era muy distinto al que Cordelia viera en sus visitas anteriores, cuando Ezar agonizaba o cuando se realizaron las ceremonias fúnebres. Unas luces de colores hacían resaltar los detalles en los muros de piedra. Los jardines y las fuentes brillaban. Había gente bien vestida por los jardines, en los salones formales del ala norte y en las terrazas. Había muchos más guardias uniformados que de costumbre, y el vehículo fue sometido a un riguroso registro. Cordelia tuvo la sensación de que esta fiesta sería mucho menos animada que las que habían visto en las calles.
      El coche de Aral se detuvo detrás del de ellos en un pórtico, y al fin Cordelia pudo volver a coger el brazo de su esposo. Él la miró con una sonrisa de orgullo, y en un momento relativamente íntimo posó los labios sobre su nuca mientras aspiraba las flores que le perfumaban el cabello. Ella le apretó la mano en secreto a modo de respuesta. Juntos cruzaron el umbral y avanzaron por un pasillo. Un mayordomo con la librea de la casa Vorbarra los anunció en voz alta, y por un momento a Cordelia le pareció que miles de ojos barrayareses de la clase Vor se clavaban en ellos. En realidad sólo había unas doscientas personas en el salón. La experiencia no fue tan horrible después de todo; peor hubiese sido que le apuntaran a la cabeza con un disruptor nervioso con la carga completa. La gente los rodeó intercambiando saludos de cortesía.
      ¿Por qué estas personas no usan apodos?, pensó Cordelia desalentada. Como de costumbre, con excepción de ella todos los demás parecían conocerse. Se imaginó a sí misma iniciando una conversación: «Eh, usted, Vor-lo que sea…» Se aferró al brazo de Aral con más firmeza, tratando de parecer misteriosa y exótica, en lugar de cohibida y desorientada.
      En otro salón se realizaba la pequeña ceremonia con las bolsas de oro; los condes o sus representantes formaban una fila para cumplir con su obligación, pronunciando unas pocas palabras formales. A pesar de la hora, el emperador Gregor se hallaba sentado en una banqueta alta con su madre. Parecía pequeño y atrapado, y realizaba valientes esfuerzos para contener los bostezos. Cordelia se preguntó si las bolsas con monedas llegarían a sus manos alguna vez, o si simplemente volverían a circular para ser ofrecidas nuevamente al año siguiente. Menuda fiesta de cumpleaños. No había ningún otro niño a la vista. Pero los condes desfilaban bastante rápido, por lo que era probable que el pequeño pudiese escapar pronto.
      Un oficial de uniforme rojo y azul se hincó frente a Gregor y a Kareen, presentando su bolsa de seda roja oscura y dorada. Cordelia reconoció al conde Vidal Vordarian, el hombre a quien Aral describiera amablemente como «líder del segundo partido más conservador». Eso significaba que sus ideas políticas eran muy similares a las del conde Piotr, pero el tono de su esposo le había hecho sospechar que más bien era un «fanático del Aislamiento». No tenía aspecto de fanático Sin la ira de aquella noche su rostro resultaba mucho mas agradable; el hombre se volvió hacia la princesa Kareen y dijo algo, ante lo cual ella alzó el mentón y se echó a reír. Con cierta familiaridad, Vordarian posó una mano sobre su rodilla, y ella la cubrió con la propia por unos instantes. Entonces él se levantó y se despidió con una reverencia, para dejar paso al siguiente hombre. La sonrisa de Kareen se desvaneció en cuanto Vordarian le hubo vuelto la espalda.
      La mirada triste de Gregor se posó sobre Aral, Cordelia y Droushnakovi; el niño se volvió para hablar con su madre. Kareen llamó a un guardia y momentos después un jefe de guardia se acercó a ellos, pidiendo permiso para llevarse a Drou. Ocupó su lugar un joven discreto que los seguía a cierta distancia, sin perderlos de vista pero sin escuchar sus conversaciones.
      Muy pronto Cordelia y Aral se reunieron con lord y lady Vorpatril, dos personas con quienes Cordelia se atrevía a hablar sin tantos remilgos político-sociales. El capitán Vorpatril lucía un uniforme de desfile rojo y azul, con el cual se veía muy apuesto. La señora Vorpatril estaba resplandeciente con un vestido color cornalina, con rosas entrelazadas en su cascada de cabellos negros, maravillosos contra su tez blanca y aterciopelada. Eran una arquetípica pareja Vor, sofisticada y serena, pensó Cordelia, aunque el efecto se malogró un poco cuando comenzó a notarse que el capitán Vorpatril estaba ebrio.
      De todos modos, era un borracho alegre cuya personalidad sólo se exageraba un poco, sin llegar a transformarse en algo desagradable.
      Vorkosigan, acuciado por algunos hombres en cuyos ojos se leía un propósito, dejó a Cordelia con la señora Vorpatril. Las dos mujeres se sirvieron unos canapés de las elegantes bandejas servidas por criados humanos, y compararon sus informes obstétricos. Lord Vorpatril se disculpó rápidamente para ir tras de una bandeja con copas de vino. Alys planeó los colores y el corte del siguiente vestido de Cordelia.
      — Blanco y negro, para la Feria de Invierno — afirmó con autoridad.
      Cordelia asintió levemente con un gesto, preguntándose si en algún momento se sentarían a comer en serio o si seguirían picoteando de las bandejas.
      Alys la condujo hasta el servicio de señoras, lugar muy concurrido por ambas en esas épocas del embarazo, y al regresar la presentó ante varias mujeres de su refinado círculo social. Entonces Alys se embarcó en una animada discusión con una vieja amiga acerca de la inminente fiesta que la mujer organizaría para su hija, y Cordelia se fue haciendo a un lado.
      Al fin retrocedió y logró apartarse (trató de no pensar «de la manada») para disfrutar unos momentos de silenciosa contemplación. Qué mezcla tan extraña era Barrayar, en un momento hogareño y familiar, y al siguiente ajeno y aterrador; el espectáculo no estaba nada mal, aunque… ¡Ah! Eso era lo que faltaba, comprendió finalmente. En Colonia Beta una ceremonia de semejante magnitud hubiese tenido una cobertura completa por holovídeo, para que todo el planeta participara de ella en vivo y en directo. Cada movimiento hubiese sido una danza de meticulosa coreografía alrededor de las cámaras y los comentarios del locutor, casi hasta el punto de aniquilar el acontecimiento que se estaba grabando.
      Allí no había un solo holovídeo a la vista. Las únicas grabaciones eran las que realizaba Seguridad Imperial, quienes tenían sus propias razones al margen de cualquier coreografía.
      Las personas de ese salón sólo bailaban para sí mismas, y su rutilante espectáculo sería barrido para siempre por el paso del tiempo; al día siguiente la celebración sólo existiría en los recuerdos.
      — ¿Señora Vorkosigan?
      Cordelia se sobresaltó al oír la voz amable a su lado. Al volverse se encontró con el conde comodoro Vordarian. El uniforme rojo y azul denotaba que se encontraba en servicio activo en la jefatura imperial… ¿en qué departamento? Ah sí, en Operaciones, le había dicho Aral. El conde le besó la mano y le sonrió con expresión cordial.
      — Conde Vordarian — respondió ella, también sonriendo. Ya se habían cruzado las veces suficientes como para dejar de lado las presentaciones, decidió Cordelia. Y por más que ella lo desease, este asunto de la regencia no iba a desaparecer. Ya era hora de que comenzase a establecer algunas relaciones propias para no necesitar la guía de Aral a cada paso.
      — ¿Está disfrutando de la fiesta? — le preguntó él.
      — Oh, sí. — Trató de pensar algo más que decir -. Es extremadamente hermosa.
      — Tanto como usted, señora. — Vordarian alzó la copa en un brindis y bebió un sorbo.
      El corazón de Cordelia dio un vuelco, pero ella identificó el motivo de inmediato. El último oficial barrayarés que brindara por ella había sido el difunto almirante Vorrutyer, aunque en circunstancias sociales bastante diferentes.
      Casualmente, Vordarian había repetido su gesto con exactitud. Éste no era momento para recuerdos angustiosos.
      Cordelia parpadeó.
      — La señora Vorpatril me ayudó mucho. Es muy generosa.
      Vordarian hizo un ligero movimiento hacia su torso. — Tengo entendido que también debo felicitarla. ¿Es niño o niña?
      — ¿Eh? Oh. Sí, un niño, gracias. Se llamará Piotr Miles, según me han dicho.
      — Curioso. Hubiese pensado que el regente habría preferido tener una hija primero.
      Cordelia lo miró, sorprendida ante su tono irónico. — Quedé embarazada antes de que Aral se convirtiera en regente.
      — Pero sin duda ya sabían que iba a recibir la designación.
      — Yo no. De todas formas, suponía que todos los militares de Barrayar se desesperaban por tener hijos varones. ¿Por qué supone que él querría una niña? — Yo quiero una hija…
      — Presumía que lord Vorkosigan tendría en mente la continuidad de su puesto. ¿Qué mejor manera de conservar una posición de poder cuando la regencia haya terminado, que convertirse en suegro del emperador?.
      Cordelia se quedó asombrada.
      — ¿Cree que él apostaría la continuidad de un gobierno planetario a la posibilidad de que dos adolescentes se enamoren, dentro de quince años?
      — ¿Enamorarse? — Ahora fue él quien pareció desconcertado.
      — Ustedes los barrayareses están… — Se mordió la lengua para no decir «locos». Hubiese sido una grosería -. Sin lugar a dudas Aral es más… práctico. — Aunque ella no podía decir que no fuese romántico.
      — Esto es extremadamente interesante — murmuró él. Sus ojos se posaron unos instantes sobre su abdomen -. ¿Supone que él tiene previsto algo más directo?
      La mente de Cordelia corría en forma tangencial a esa retorcida conversación.
      — ¿Cómo?
      Él sonrió y se alzó de hombros.
      Cordelia frunció el ceño.
      — ¿Se refiere a que si tuviéramos una niña, eso es lo que todos pensarían?
      — Sin duda.
      Ella exhaló un suspiro.
      — Dios. Eso es… No imagino que alguien en su sano juicio pueda querer acercarse al imperio barrayarés. Por lo que he visto, con ello uno se convierte en blanco de todos los maniáticos resentidos. — En su mente apareció una imagen del teniente Koudelka, sordo y ensangrentado -. También afecta al pobre sujeto que se encuentra cerca del poder.
      Él asintió con la cabeza.
      — Ah sí, ese desafortunado incidente del otro día. ¿La investigación ha logrado algún resultado?
      — Ninguno, que yo sepa. Negri e Illyan hablan de los cetagandaneses, principalmente. Pero el sujeto que lanzó la granada logró escapar.
      — Qué pena. — Vació su copa y la cambió por otra llena que le ofreció inmediatamente un criado de librea. Cordelia observó las copas de vino con añoranza. Pero por el momento debería privarse de los venenos metabólicos. Otra ventaja más del estilo betanés de reproducción en réplicas uterinas. En casa se hubiese podido envenenar libremente mientras su hijo crecía, atendido las veinticuatro horas por técnicos sobrios, seguro y protegido en los bancos de réplicas. ¿Y si hubiera sido ella la que hubiera sufrido los efectos de esa granada sónica…? Echó de menos una copa.
      Bueno, no necesitaba el etanol para aturdir su mente. La conversación con los barrayareses producía el mismo efecto. Sus ojos recorrieron el salón en busca de Aral. Allí estaba, con Kou a su lado, hablando con Piotr y otros dos hombres canosos con libreas de conde. Tal como Aral había pronosticado, su audición había vuelto a la normalidad al cabo de un par de días. De todos modos, movía los ojos de un rostro al otro, buscando señales en cualquier gesto o inflexión. La copa de vino estaba intacta y no era más que un adorno en su mano. Estaba de servicio, sin duda. ¿Alguna vez volvería a estar de permiso?
      — ¿Se sintió muy perturbado por el ataque? — preguntó Vordarian, quien había seguido la dirección de su mirada.
      — ¿Usted no lo hubiese estado? — respondió Cordelia -. No lo sé… ha visto tanta violencia en su vida, casi más de la que yo puedo imaginar.
      — Pero usted no lo conoce desde hace tanto. Sólo desde Escobar.
      — Nos vimos una vez antes de la guerra. Brevemente.
      — ¿Oh? — Alzó las cejas -. No lo sabía. Qué poco sabe uno de la gente, en realidad. — Se detuvo para observar a Aral, para observarla a ella mirando a Aral. Vordarian esbozó una pequeña sonrisa y entonces frunció los labios con expresión pensativa -. Él es bisexual, ¿sabe? — Bebió un sorbo de vino.
      — Era bisexual — corrigió ella de forma ausente, mirando a Aral con afecto -. Ahora practica la monogamia.
      Vordarian se atragantó y comenzó a toser. Cordelia lo observó con preocupación, preguntándose si debía palmearle la espalda o algo parecido, pero al fin él logró recuperarse.

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