Ñîâðåìåííàÿ ýëåêòðîííàÿ áèáëèîòåêà ModernLib.Net

Barrayar (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Barrayar (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 10)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


9

      Hacia el mediodía, Cordelia consiguió por fin conciliar el sueño y, al despertar, se sintió desorientada. La luz de la tarde entraba por las ventanas de la habitación. La llovizna gris había desaparecido. Cordelia se tocó el vientre con pesar, y cuando se giró en la cama descubrió que el conde Piotr estaba sentado a su lado.
      Él vestía sus ropas de campo: el viejo pantalón del uniforme, una camisa sencilla y la chaqueta que sólo usaba en Vorkosigan Surleau, Debía de haber venido directamente al hospital. Sus labios finos le sonrieron con ansiedad. Sus ojos se veían cansados y preocupados.
      — Querida niña. No tienes que despertarte por mí.
      — Está bien. — Cordelia veía un poco turbio, y se sentía más vieja que el conde -. ¿Hay algo para beber?
      Él le sirvió agua fría de la mesa de noche, y la observó beber.
      — ¿Más?
      — Es suficiente. ¿Ya ha visto a Aral?
      Piotr le palmeó la mano.
      — Ya he hablado con él. Ahora está descansando. Lo siento mucho, Cordelia.
      — Tal vez no sea tan terrible como temimos en un principio. Todavía nos queda una posibilidad. Una esperanza. ¿Aral ya le habló de las réplicas uterinas?
      — Me dijo algo. Pero seguramente el daño ya estará hecho. Un daño irreparable.
      — Un daño, sí. Hasta qué punto es irreparable, nadie lo sabe. Ni siquiera el capitán Vaagen.
      — Sí, conocí al capitán Vaagen hace unos momentos. — Piotr frunció el ceño -. Un sujeto bastante ambicioso. El prototipo del Nuevo Hombre.
      — Barrayar necesita hombres nuevos, y también mujeres. Su generación tecnológicamente entrenada.
      — Oh, sí. Luchamos mucho para educarlos. Son absolutamente necesarios, y algunos de ellos lo saben. — Un dejo de ironía suavizó su boca -. Pero esta operación que propones, esta transferencia placentaria… no parece demasiado segura.
      — En Colonia Beta, sería de rutina. — Cordelia se encogió de hombros. Aunque, por supuesto, no estamos en Colonia Beta.
      — Pero algo más directo, más conocido… estarías lista para volver a empezar mucho antes. A la larga, es posible que pierdas menos tiempo.
      — Tiempo… no es eso lo que me preocupa perder.
      — Un concepto absurdo, ahora que lo pensaba. Perdía 26,7 horas con cada día barrayarés -. De todos modos, nunca volveré a pasar por eso. Yo aprendo rápido, señor.
      Un destello de alarma cruzó por el rostro del conde.
      — Cambiarás de idea cuando te recuperes. Lo que importa ahora… He hablado con el capitán Vaagen. No parece albergar ninguna duda de que los daños han sido severos.
      — Pues, sí. Lo que no sabe es si es capaz de contrarrestarlos.
      — Querida niña. — Su sonrisa preocupada se tornó más tensa -. Por eso mismo. Si el feto fuese una niña, incluso un segundo hijo, podríamos permitir tus comprensibles, incluso loables, sentimientos maternales. Pero si esta cosa vive, llegará a ser el conde Vorkosigan algún día. Nosotros no podemos permitir que exista un conde Vorkosigan deforme. — Se reclinó en su silla, como si acabara de decir algo muy convincente. Cordelia frunció el ceño. — ¿Quiénes son «nosotros»? — La Casa Vorkosigan. Somos una de las familias más antiguas de Barrayar. Tal vez nunca hayamos sido la más rica ni la más poderosa, pero lo que nos ha faltado en dinero lo hemos tenido en honor. Nueve generaciones de guerreros Vor. Sería un final horrible para nueve generaciones, ¿no lo comprendes?
      — En este momento, la familia Vorkosigan consiste en dos individuos: usted y Aral — observó Cordelia, divertida y molesta a la vez -. Y los condes Vorkosigan han tenido finales horribles a lo largo de toda su historia. Han muerto por una bomba, un disparo, de hambre, ahogados, quemados, decapitados, enfermos o dementes. Lo único que nunca han hecho es morir en la cama. Pensé que estaba acostumbrado a los horrores. El le dirigió una sonrisa afligida.
      — Pero nunca hemos sido mutantes.
      — Creo que debe volver a hablar con Vaagen. Si yo le entendí correctamente, el daño fetal que describió fue teratógeno, no genético.
      — Pero la gente creerá que es un mutante.
      — ¿Qué diablos le importa lo que piense la masa ignorante?
      — Los otros Vor, querida.
      — La masa de los Vor es igualmente ignorante. Se lo aseguro.
      El conde retorció las manos. Abrió la boca, volvió a cerrarla, frunció el ceño y finalmente dijo con más dureza:
      — Un conde Vorkosigan tampoco ha sido jamás un experimento de laboratorio.
      — Entonces ya ve: servirá a Barrayar incluso antes de nacer. No es un mal comienzo para una vida honorable. — Tal vez se lograra extraer algo bueno de todo aquello después de todo: nuevos conocimientos. Si la ayuda no servía para ellos mismos, quizá lograse aliviar el dolor de otros padres. Cuanto más lo pensaba, más acertada le parecía su decisión, en muchos aspectos. Piotr echó atrás la cabeza.
      — Por más dulces que parezcáis las betanesas, tenéis una pasmosa sangre fría.
      — Una tendencia racional, señor. El racionalismo tiene sus méritos. Los barrayareses deberían intentarlo alguna vez. — Cordelia se mordió la lengua -. Pero muchas veces nos excedemos, creo. Todavía nos aguardan grandes p… — peligros -, dificultades. Una transferencia placentaria a estas alturas del embarazo es difícil incluso para la tecnología más desarrollada. Admito que hubiese preferido disponer del tiempo necesario para importar a algún cirujano más experimentado. Pero no es el caso.
      — Sí, sí, todavía puede morir, tienes razón. No hay necesidad de… pero estoy preocupado por ti también, niña. ¿Vale la pena?
      ¿Que valía la pena para qué? ¿Cómo podía saberlo ella? Le ardían los pulmones. Lo miró con una sonrisa fatigada y sacudió la cabeza, sintiendo la presión en las sienes y en la nuca.
      — Papá — dijo una voz ronca desde la puerta. Aral se encontraba apoyado allí, con su pijama verde y una máscara de oxígeno portátil sujeta a la nariz. ¿Cuánto tiempo hacía que estaba allí?
      —. Creo que Cordelia necesita descansar.
      Sus ojos se encontraron por encima de Piotr.
      Dios te bendiga, cariño.
      — Sí, por supuesto. — El conde Piotr se levantó con dificultad -. Lo siento. Tienes toda la razón. — Apretó la mano de Cordelia una vez más con sus dedos secos de anciano -. Duerme. Luego podrás pensar con más claridad.
      — Padre.
      — No deberías estar levantado, ¿verdad? — dijo Piotr mientras se retiraba -. Vuelve a la cama, muchacho… — Su voz se alejó por el pasillo.
      Aral regresó más tarde, cuando el conde Piotr se hubo marchado definitivamente.
      — ¿Papá te estuvo molestando? — le preguntó con el rostro muy serio. Cordelia le tendió una mano y él se sentó en la cama. Su cabeza abandonó la almohada para posarse sobre sus piernas, apoyando la mejilla sobre sus músculos firmes y él le acarició el cabello.
      — No más que de costumbre — suspiró ella.
      — Temí que te estuviese perturbando.
      — No. No se trata de que no me encuentre perturbada. Es sólo que me siento demasiado cansada para correr de un extremo al otro del pasillo gritando. — Ah. Entonces, sí te trastornó.
      — Sí. — Cordelia vaciló -. En cierto sentido, tiene razón. He pasado demasiado tiempo aterrorizada, esperando que cayese el golpe de alguna parte, de cualquier parte. Y, de repente, sucedió anoche, y ha pasado lo peor… excepto que no ha terminado. Si el golpe hubiese sido más completo, podría detenerme, renunciar ahora. Pero esto continuará. — Se frotó la mejilla contra la tela -. ¿Illyan averiguó algo más? Me pareció haber oído su voz hace un rato.
      La mano de Vorkosigan continuó acariciándole el cabello rítmicamente.
      — El interrogatorio preliminar con pentotal a Evon Vorhalas ha terminado. Ahora está investigando la vieja armería de donde Evon robó la soltoxina. Al parecer, no puede haberla conseguido tan unilateralmente como asegura. Un mayor que se encuentra a cargo del lugar ha desaparecido. Ausente sin permiso. Illyan todavía no sabe si el hombre ha sido eliminado para despejar el camino de Evon o si en realidad lo ayudó, y se esconde en alguna parte.
      — Si fue una negligencia, es posible que tenga miedo.
      — Más le vale tener miedo. Si tuvo alguna participación consciente en esto… — Su mano se cerró sobre los cabellos de Cordelia -. Lo siento — murmuró de inmediato, y continuó acariciándola. Cordelia, quien se sentía como un animal herido, se acurrucó aún más sobre sus piernas y posó una mano sobre su rodilla.
      — Respecto a papá… si vuelve a molestarte, envíamelo a mí. No tienes por qué discutir el asunto con él. Le dije que la decisión era tuya.
      — ¿Mía? — La mano de Cordelia descansaba, inmóvil -. ¿No es nuestra?
      Él vaciló.
      — Cualquier cosa que desees, yo la apoyaré.
      — ¿Pero qué deseas tú? ¿Me estás ocultando algo?
      — Yo no puedo evitar comprender sus temores. Pero… hay una cosa que todavía no he comentado con él, ni pienso hacerlo. Es posible que el próximo niño no llegue tan fácilmente como el primero.
      — ¿Fácilmente? ¿Llamas a esto «fácil»?
      Vorkosigan continuó.
      — Uno de los efectos menos conocidos de la soltoxina es la formación de tejido cicatrizal en los testículos, a un nivel microscópico. Puede reducir considerablemente la fertilidad. Al menos, eso me ha advertido mi médico.
      — Tonterías — dijo Cordelia -. Sólo se necesitan dos células somáticas y una réplica uterina. Si después de la próxima bomba sólo pueden despegar de las paredes tu meñique y mi dedo gordo, todavía podrían seguir reproduciendo pequeños Vorkosigan para el siglo que viene.
      — Pero no de forma natural y sin salir de Barrayar.
      — O sin cambiar Barrayar. Maldita sea. — La mano de Vorkosigan se detuvo ante la dureza de su voz -. Si hubiera insistido en usar la réplica desde el principio, el bebé nunca hubiese corrido ningún riesgo. Yo sabía que era más seguro, sabía que estaba allí…
      — Su voz se quebró.
      — Shhh. Si yo no hubiese… aceptado este trabajo. Si te hubiera dejado en Vorkosigan Surleau. Si hubiese perdonado a ese idiota de Cari, por amor de Dios. Si tan sólo hubiésemos dormido en habitaciones separadas…
      — ¡No! — La mano de Cordelia se tensó sobre su rodilla -. Me niego a vivir en un refugio antibombas durante los próximos quince años. Aral, este sitio tiene que cambiar. Esto es insoportable.
      Si nunca hubiese venido aquí.
      El quirófano parecía limpio y brillante, aunque no estaba tan bien equipado según los estándares galácticos. Tendida sobre la plataforma flotante, Cordelia volvió la cabeza para observar todos los detalles posibles. Luces, monitores y una mesa de operaciones con una cisterna de desagüe ubicada debajo. Un técnico revisaba un depósito donde bullía un líquido claro y amarillo. Éste no era un punto sin retorno, se dijo con firmeza. Sólo era el siguiente paso lógico.
      Con sus batas esterilizadas, el capitán Vaagen y el doctor Henri aguardaban cerca de la mesa de operaciones. Junto a ellos se encontraba la réplica uterina portátil, una caja de plástico y metal de cincuenta centímetros de altura, tachonada con paneles de control y orificios de acceso. En sus costados brillaban unas luces verdes y amarillas. Limpio, esterilizado, con sus tanques de oxígeno y nutrientes cargados y listos. Cordelia lo observó con un profundo alivio. El primitivo sistema barrayarés de gestación sólo simbolizaba el fracaso completo de la razón ante el sentimiento. Ella se había esforzado mucho por complacer, por encajar, por convertirse en una barrayaresa. Y su hijo había pagado el precio. Nunca más.
      El doctor Ritter, el cirujano, era un hombre alto de cabellos oscuros, con piel aceitunada y manos largas. A Cordelia le habían gustado sus manos desde el primer momento. Eran firmes. Ritter y un enfermero la colocaron sobre la mesa de operaciones y retiraron la camilla flotante. El doctor Ritter esbozó una sonrisa tranquilizadora.
      — Lo está haciendo muy bien. Claro que sí, ni siquiera hemos comenzado, pensó Cordelia con irritación. El doctor Ritter parecía palpablemente nervioso, aunque de alguna manera la tensión se detenía en sus codos. El cirujano era un amigo de Vaagen a quien éste había logrado convencer después de que los dos pasaran un día repasando una lista de hombres con más experiencia, quienes se habían negado a aceptar el caso.
      Vaagen se lo había explicado a Cordelia.
      — ¿Cómo llamaría a cuatro matones con porras en un callejón oscuro? -¿Qué?
      — Un juicio por incompetencia de un lord Vor.
      — El hombre se echó a reír. Vaagen tenía un sentido del humor completamente ácido. Cordelia lo hubiese abrazado por ello. Había sido la única persona que se permitiera hacer una broma en su presencia en los últimos tres días, posiblemente la persona más honesta y racional que había conocido desde que abandonara Colonia Beta. Se alegraba de que estuviese allí.
      La hicieron girar sobre un costado y le tocaron su espina dorsal con el aturdidor médico. Un hormigueo, y de pronto sus pies fríos se calentaron. De inmediato las piernas le quedaron inertes, como sacos de manteca.
      — ¿Puede sentir esto? — preguntó el doctor Ritter.
      — ¿Sentir qué?
      — Bien. — Él hizo una seña al técnico y entre los dos la tendieron de espaldas. El técnico descubrió su vientre y encendió el campo esterilizador. El cirujano la palpó, observando los monitores de holovídeo para ubicar la posición exacta de la criatura dentro de ella.
      — ¿Está segura de que no prefiere pasar por esto dormida? — le pregunto el doctor Ritter por última vez. — No. Quiero mirar. Éste es el nacimiento de mi primer hijo. Tal vez de mi único hijo. Él esbozó una sonrisa. — Una niña valiente.
      Niña,… y una mierda, soy mayor que tú. Cordelia percibía que, en realidad, el cirujano hubiese preferido no ser observado.
      El doctor Ritter se detuvo y echó un último vistazo a su alrededor, como si controlara mentalmente que no le faltase ningún instrumento ni ningún asistente. Y reuniendo valor, supuso Cordelia.
      — Vamos, doctor, terminemos con esto — urgió Vaagen con impaciencia. En su tono había una peculiar mezcla de sarcasmo y calidez -. Mis exámenes indican que los huesos ya han comenzado a desintegrarse. Si esto sigue avanzando, no me quedará matriz sobre la cual trabajar. Abre ahora y muérdete las uñas después.
      — Muérdete tú las uñas, Vaagen — replicó el cirujano afablemente -. Si vuelves a darme prisa, haré que el técnico te ponga el espéculo en la garganta.
      Eran viejos amigos, estimó Cordelia. Pero el cirujano alzó las manos, inspiró y cogió el escalpelo vibratorio, abriendo su vientre en un tajo perfectamente controlado. El técnico siguió su movimiento con el tractor quirúrgico de mano, cerrando vasos sanguíneos; apenas si escapó un hilo de sangre. Cordelia sintió una presión, pero ningún dolor. Otros tajos le abrieron el útero. Una transferencia placentaria era mucho más arriesgada que una simple operación de cesárea. Por medios químicos y hormonales, había que desprender la frágil placenta del útero, sin dañar demasiadas de sus diminutas vellosidades, para, luego, hacerla flotar en una solución nutriente altamente oxigenada. Entonces se colocaba la esponja de la réplica entre la placenta y la pared uterina, induciendo a las vellosidades a entretejerse al menos parcialmente en su nueva matriz, y, finalmente, había que trasladarlo todo al aparato. Cuanto más avanzado el embarazo, más difícil era la transferencia.
      En los monitores se controlaba el cordón umbilical que unía a la placenta con el feto, inyectando oxígeno a medida que se necesitaba. En Colonia Beta había un pequeño aparato que cumplía esa función; allí el oxígeno era suministrado por un técnico de expresión ansiosa.
      El técnico comenzó a inyectar la solución amarillo brillante en su útero. Unas gotas teñidas de rosa se derramaron por sus costados y cayeron en la cisterna de desagüe. No cabía duda, la transferencia placentaria era una operación bastante engorrosa.
      — Esponja — pidió el cirujano con suavidad. Vaagen y Henri colocaron la réplica a un lado de Cordelia, y deslizaron la esponja de la matriz hacia la mesa de operaciones. El cirujano trabajaba sin pausa con un pequeño tractor de mano. Por más que bajaba la vista sobre su vientre abultado (apenas abultado), Cordelia no alcanzaba a verle las manos. Se estremeció. Ritter estaba sudando.
      — Doctor… — Un técnico señaló algo en un monitor de vídeo.
      — Hum — dijo Ritter alzando la vista, para luego continuar con su tarea. Los técnicos murmuraban, Vaagen y Henri murmuraban… palabras tranquilizadoras, profesionales. Ella tenía mucho frío…
      De repente, el fluido que se derramaba sobre la represa blanca de su piel pasó del rosa al rojo brillante y empezó a manar mucho más rápido que el flujo de entrada.
      — Cerrad eso — dijo el cirujano con los dientes apretados.
      Cordelia sólo tuvo una visión fugaz, debajo de una membrana, de unos diminutos brazos y piernas, de una cabeza húmeda y oscura moviéndose sobre las manos enguantadas del cirujano. Su tamaño no era mayor que el de un gatito medio ahogado.
      — ¡Vaagen! ¡Llévate esto ahora si lo quieres! — exclamó Ritter.
      Vaagen introdujo las manos enguantadas en su vientre, mientras unos remolinos oscuros nublaban la visión de Cordelia. De pronto sintió un fuerte dolor en la cabeza y todo pareció estallar en destellos brillantes. La oscuridad la invadió por completo. Lo último que oyó fue la voz desesperada del cirujano:
      — ¡Oh, mierda…!
      Sus sueños estaban nublados de dolor. Lo peor era la sensación de asfixia. Sentía que se ahogaba, se ahogaba, y lloraba por la falta de aire. Tenía la garganta llena de obstrucciones, y ella trataba de arrancárselas hasta que le ataban las manos. Entonces comenzó a soñar con las torturas de Vorrutyer, multiplicadas en infinidad de complicaciones que continuaban durante horas. Un Bothari demente se hincaba sobre su pecho, y el aire ya no podía entrar.
      Cuando finalmente despertó con la cabeza despejada, fue como surgir de alguna infernal prisión subterránea a la luz de Dios.
      Su alivio fue tan profundo que volvió a llorar, un gemido apagado y unas lágrimas en sus ojos. Podía respirar, aunque le resultaba doloroso; el dolor de su cuerpo le impedía moverse, pero podía respirar. Eso era suficiente.
      — Sh. Sh. — Un dedo cálido le tocó los párpados, enjugando las lágrimas -. Está bien.
      — ¿Ssí? — Cordelia parpadeó. Era de noche, y la cálida luz artificial proyectaba sombras en la habitación. El rostro de Aral se encontraba sobre ella -. ¿Ees… de noche? ¿ Qué passó?
      — Sh. Has estado enferma, muy enferma. Tuviste una fuerte hemorragia durante la transferencia placentaria. Tu corazón se detuvo dos veces. — Se humedeció los labios y continuó -. El trauma, junto con el veneno, te produjeron una neumonía. Ayer pasaste muy mal día, pero lo peor ha terminado. Te han quitado el respirador.
      — ¿Cuánto… tiempo?
      — Tres días.
      — Ah. El bebé, Aral. ¿Funcionó? ¡Cuéntame!
      — Todo salió bien. Vaagen informa que la transferencia fue un éxito. Perdieron más o menos un treinta por ciento de las funciones placentarias, pero Henri lo compensó con una solución fluida enriquecida y oxigenada, y todo parece funcionar bien, o al menos tan bien como cabía esperar. El feto sigue con vida. Vaagen ha iniciado su primer tratamiento experimental con calcio, y nos ha prometido presentar un primer informe muy pronto. — Le acarició la frente -. Vaagen tiene acceso prioritario a cualquier equipo, suministro o personal técnico que necesite, incluyendo consultores externos. Además de Henri, cuenta con el consejo de un pediatra civil. El mismo Vaagen es el hombre que más sabe de venenos militares, no sólo en Barrayar sino también en toda la galaxia. Por ahora no podemos hacer más. Así que descansa, mi amor.
      — El niño… ¿dónde…?
      — Ah, puedes ver dónde si lo deseas. — La ayudó a levantar la cabeza y señaló la ventana -. ¿Ves ese segundo edificio, con las luces rojas en el techo? Es el ala de investigaciones bioquímicas. El laboratorio de Vaagen y Henri se encuentra en el tercer piso.
      — Oh, ahora lo reconozco. Lo vi desde el otro lado, el día que nos llevamos a Elena.
      — Sí. — El rostro de Vorkosigan se suavizó -. Me alegro de tenerte otra vez aquí, querida capitana. Al verte tan enferma… no me había sentido tan inútil e impotente desde los once años.
      Ése era el año en que el pelotón de Yuri el Loco había asesinado a su madre y su hermano.
      — Sh — dijo ella a su vez -. No, no… todo está bien ahora.
      A la mañana siguiente le quitaron todos los tubos que perforaban su cuerpo, exceptuando el del oxígeno. Luego siguieron unos días de tranquila rutina. Su recuperación se veía menos interrumpida que la de Aral. Verdaderas tropas de hombres, encabezadas por el ministro Vortala, acudían a verlo a todas horas. Aral se había hecho instalar una consola de seguridad en la habitación, a pesar de las protestas médicas. Koudelka se reunía con él ocho horas diarias, en la improvisada oficina.
      Koudelka parecía muy silencioso, tan deprimido como todos los demás después del desastre, aunque no tanto como los que habían tenido alguna relación con su fracasada seguridad. Incluso Illyan se encogía cuando la veía.
      Un par de veces al día, Aral la llevaba a caminar un poco por el corredor. El escalpelo vibratorio había realizado un corte muy limpio en su abdomen, pero no por ello era menos profundo. De todos modos, la herida le dolía menos que los pulmones. O que el corazón. Su vientre estaba más flácido que plano, pero de todos modos se encontraba vacío. Ella estaba sola, deshabitada, volvía a ser ella misma después de cinco meses de esa extraña existencia doble.
      Un día el doctor Henri llegó con una silla flotante y la llevó a dar un paseo por el laboratorio, para que viese dónde estaba instalada la réplica uterina. Cordelia observó a su hijo, moviéndose en los monitores, y estudió los informes técnicos. Los nervios, la piel y los ojos del feto se desarrollaban con normalidad, aunque Henri no estaba seguro respecto al oído debido a los huesecillos del interior. Henri y Vaagen eran científicos muy bien entrenados, casi betaneses por su aspecto, y Cordelia los bendijo en silencio y les dio las gracias en voz alta, para regresar luego a su habitación sintiéndose muchísimo más tranquila.
      No obstante, cuando a la tarde siguiente el capitán Vaagen entró como una tromba en su habitación, Cordelia sintió que el corazón le daba un vuelco. El rostro del bioquímico estaba terriblemente sombrío, y tenía los labios fuertemente apretados.
      — ¿Qué ocurre, capitán? — preguntó ella con ansiedad -. Esa segunda dosis de calcio… ¿ha fallado?
      — Es demasiado pronto para saberlo. No, el feto está igual, señora. Ahora el problema es su suegro.
      — ¿Cómo?
      — El conde general Vorkosigan ha venido a vernos esta mañana.
      — ¡Oh! ¿Ha ido a ver al bebé? Me alegro. Está muy perturbado con toda esta nueva tecnología de vida. Tal vez comience a superar esos bloqueos emocionales. Como viejo guerrero Vor que es, no tiene ningún problema con la tecnología de la muerte, sin embargo…
      — Yo en su lugar no sería muy optimista respecto a él, señora. — Inspiró profundamente y se refugió en la formalidad. En esta ocasión no mostraba un humor negro ni ninguna otra clase de humor -. El doctor Henri pensó lo mismo que usted. Paseamos al general por todo el laboratorio, mostrándole todos los equipos y explicándole nuestras teorías. Fuimos absolutamente sinceros, tal como lo hemos sido con usted. Tal vez demasiado sinceros. Él quería saber qué resultados íbamos a obtener. Diablos, no lo sabemos. Y eso fue lo que le dijimos.
      «Después de andarse con rodeos un buen rato… bueno, en pocas palabras, primero el general pidió, luego ordenó y luego trató de sobornar a Henri para que abriera la llave. Para que destruyera al feto. A la mutación, como él lo llama. Lo echamos de allí inmediatamente, pero juró que volvería.
      Cordelia estaba temblando por dentro, pero mantuvo el rostro impasible. — Ya veo.
      — Quiero que ese viejo se mantenga lejos de mi laboratorio, señora. Y no me importa lo que usted haga para conseguirlo. No necesito esta clase de basura cerca, por más personaje importante que sea.
      — Ya veo… espere aquí.
      Cordelia se ajustó la bata sobre el pijama verde, sujetó su tubo de oxígeno con más firmeza y cruzó el pasillo con pasos cautelosos. Aral, vestido de un modo informal con el pantalón de su uniforme y una camisa, se hallaba sentado ante una pequeña mesa frente a la ventana. La única señal que lo identificaba como paciente era el tubo de oxígeno introducido en su nariz, con el cual se estaba tratando la neumonía causada por la soltoxina. Aral conversaba con un hombre mientras Koudelka tomaba notas. Gracias a Dios, el hombre no era Piotr, sino algún secretario de Vortala.
      — Aral. Te necesito.
      — ¿No puede esperar?
      — No.
      Él se levantó. — Discúlpenme un momento, caballeros — dijo, y la siguió al otro lado del pasillo. Cordelia cerró la puerta a sus espaldas.
      — Capitán Vaagen, por favor repítale a Aral lo que acaba de decirme a mí.
      Algo más nervioso, Vaagen volvió a contar su historia sin suavizar ningún detalle. A medida que escuchaba, los hombros de Aral se fueron hundiendo como si hubiesen estado recibiendo un peso.
      — Gracias, capitán. Ha hecho lo correcto al informarnos de este incidente. Me ocuparé de ello de inmediato.
      — ¿Eso es todo? — Vaagen miró a Cordelia con gran incertidumbre.
      Ella le enseñó las palmas.
      — Ya lo ha oído.
      Vaagen hizo la venia y se marchó.
      — ¿Crees que es cierto? — preguntó Cordelia.
      — Hace una semana que mi padre está hablando del tema, cariño.
      — ¿Habéis discutido?
      — Él discutió. Yo me limité a escuchar.
      Al regresar a su habitación, Aral pidió a Koudelkay al secretario que aguardasen fuera. Cordelia se sentó sobre su cama y lo observó entrar unos códigos en su consola.
      — Aquí lord Vorkosigan. Deseo hablar simultáneamente con el jefe de seguridad del hospital y con el comandante Simón Illyan. Póngame en contacto con ambos, por favor.
      Hubo una breve espera mientras se localizaba a los dos hombres. A juzgar por el fondo confuso del vídeo, el hombre del hospital estaba en su oficina dentro del complejo. Encontraron a Illyan en un laboratorio forense del cuartel general imperial.
      — Caballeros. — El rostro de Aral se mostraba bastante inexpresivo -. Deseo revocar un permiso de Seguridad.
      — Los dos hombres se prepararon para tornar nota en sus respectivas consolas -.
      El conde general Piotr Vorkosigan no tendrá acceso al Edificio Seis de Investigaciones Bioquímicas, en el Hospital Militar Imperial, hasta próximo aviso. Aviso que daré yo personalmente. Illyan vaciló.
      — Señor… el general Vorkosigan tiene un permiso absoluto, por orden imperial. Lo ha tenido durante años. Necesito una orden imperial para revocarlo.
      — Eso precisamente es lo que le estoy dando, Illyan. — La voz de Vorkosigan sonó algo impaciente
      —. Por orden mía, Aral Vorkosigan, regente de su majestad imperial Gregor Vorbarra. ¿Le parece lo bastante oficial?
      Illyan emitió un ligero silbido, pero su rostro se tornó serio al ver el ceño fruncido de Vorkosigan.
      — Sí, señor. Entendido. ¿Algo más? — Eso es todo. Sólo se le negará la entrada a ese edificio.
      — Señor… — dijo el jefe de seguridad del hospital -, ¿y si… si el general Vorkosigan se niega a detenerse cuando se lo ordenan?
      Cordelia imaginó la escena. Un pobre joven guardia con la carrera truncada por todo ese lío…
      — Si sus hombres de seguridad no logran controlar a un anciano, pueden utilizar la fuerza física e incluso un aturdidor — — dijo Aral con fatiga -. Eso es todo. Gracias.
      El hombre del Hospital Militar asintió con un gesto y cortó la comunicación.
      Illyan permaneció vacilante unos momentos. — ¿Le parece que será buena idea, a su edad? La descarga de un aturdidor puede ser nocivo para el corazón. Y a él no le gustará nada cuando le digamos que hay un sitio donde no puede entrar. De paso, ¿por qué…?
      — Aral se limitó a observarlo con frialdad, y, finalmente, Illyan tragó saliva.
      — Sí, señor — dijo haciendo la venia, y cortó. Aral permaneció sentado, mirando con expresión pensativa la pantalla vacía. Entonces se volvió hacia Corde-lia y sus labios esbozaron una mueca de ironía y dolor.
      — Es un viejo — dijo al fin.
      — Ese viejo acaba de intentar matar a tu hijo. A lo que queda de tu hijo.
      — Yo comprendo su punto de vista. Comprendo sus temores.
      — ¿También comprendes el mío?
      — Sí. Los dos.
      — Y cuando llegue el momento… si intenta volver allí…
      — Él es mi pasado. — La miró a los ojos -. Tú eres mi futuro. El resto de mi vida pertenece al futuro. Lo juro por mi nombre como Vorkosigan.
      Cordelia suspiró y se frotó la nuca dolorida.
      Koudelka llamó a la puerta y asomó la cabeza de forma furtiva.
      — ¿Señor? El secretario del ministro desea saber…
      — Ahora mismo, teniente. — Vorkosigan le indicó que se fuese con una seña.
      — Salgamos de este sitio — dijo Cordelia de pronto.
      — ¿Cómo?
      — Hospital Imperial, Seguridad Imperial… todo esto me está produciendo una Claustrofobia Imperial. Vayamos a Vorkosigan Surleau por unos días. Te resultará más fácil recuperarte allí, y a tus subordinados les costará más encontrarte. Sólo tú y yo, amigo.
      ¿Funcionaría? ¿Y si cuando trataban de recuperar la felicidad que habían sentido ese verano, descubrían que ya no existía? ¿Que se había ahogado en las lluvias otoñales? Cordelia sentía la desesperación en su interior, buscando el equilibrio perdido, la base firme.
      Él alzó las cejas.
      — Excelente idea, querida capitana. Nos llevaremos al viejo con nosotros.
      — Oh, ¿es necesario…? Sí, ya veo. Lo es. Claro.

  • Ñòðàíèöû:
    1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23