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Cetaganda (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Cetaganda (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 19)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      — Bueno, si no soy un agente especial… me he comportado como si lo fuera, no le parece?
      Ivan hizo un gesto de espanto. Vorreedi volvió a sentarse. No hizo ningún comentario, pero todo su cuerpo irradiaba exasperación. Miles sonrió con amargura en la oscuridad.

16

      Miles se despertó de un sueño tardío y agitado, y descubrió que Ivan estaba a su lado, sacudiéndole el hombro con cuidado.
      Cerró los ojos otra vez: quería bloquear la poca claridad de la habitación, bloquear la imagen de su primo.
      — Fuera, fuera… — trató de volver a taparse la cabeza con las colchas.
      Ivan volvió a intentarlo con más energía.
      — Ahora sé que era una misión — comentó-. Es el mal humor crónico… que tienes siempre después de las misiones.
      — No estoy de mal humor. Estoy cansado.
      — Estás fantástico… sabes? Con la mancha en el costado de la cara que te dejó ese bestia con la picana. Hasta el ojo. Se ve a la legua. Deberías levantarte y mirarte en el espejo.
      — Odio a la gente que se encuentra bien por la mañana. Qué hora es? Por qué estás levantado? Por qué estás aquí? ¡Mierda! — Miles perdió las colchas. Ivan se las arrancó de las manos.
      — El ghemcoronel Benin viene a recogerte. En un crucero imperial de media manzana de largo. Los cetagandanos quieren que llegues a la ceremonia de cremación una hora antes.
      — Cómo? Por qué? No me pueden arrestar en la embajada, tengo inmunidad diplomática. Asesinarme? Ejecutarme? No es demasiado tarde para eso?
      — El embajador Vorob'yev también quiere saberlo. Me dijo que te levantara lo más pronto posible. — Ivan empujó a Miles hacia el baño-. Empieza a depilarte. Te he traído las botas y el uniforme de la lavandería de la embajada. Si los cetagandanos quieren asesinarte, no creo que lo hagan aquí. Te van a meter algo sutil bajo la piel, algo que surtirá efecto dentro de seis meses y entonces, puf, te derrumbarás para siempre donde quiera que estés.
      — Una idea muy alentadora. — Miles se frotó la nuca, buscando disimuladamente golpes y chichones-. Te apuesto lo que quieras a que el Criadero Estrella tiene varias enfermedades terminales muy convenientes. Pero estoy casi seguro de no haber ofendido al Criadero… no a ellas…
      Miles dejó que Ivan fuera su ayuda de cámara, aunque le costó bastante porque el trabajo de su primo venía acompañado de comentarios constantes y directos. Pero cuando Ivan le trajo una taza de café, Miles le perdonó todos sus pecados pasados, presentes y futuros. Se tragó la bebida caliente y examinó con cuidado la cara que le devolvía el espejo por encima de la guerrera negra sin abrochar. La contusión que le cruzaba la mejilla izquierda se estaba convirtiendo en un dibujo policromado espectacular, dominado por un círculo negro bajo los ojos. Los otros dos golpes de picana no eran tan terribles porque la ropa lo había protegido un tanto. De todos modos, hubiera preferido pasar el día en cama. En el camarote de la nave de salto de SegImp, en un viaje a casa tan directo y rápido como lo permitieran las leyes de la física.
      Cuando llegaron al vestíbulo de la embajada, se encontraron no con Benin, sino con Mía Maz, muy elegante en la ropa formal de duelo blanca y negra. Se había quedado con el embajador Vorob'yev hasta tarde, seguía con él cuando todos volvieron a la embajada en medio de la noche — bueno, más bien a principios de la mañana— y era evidente que no había dormido más que Miles. Pero parecía muy fresca, hasta alegre. Les sonrió a los dos. Ivan le devolvió la sonrisa.
      Miles abrió los ojos lo más que pudo.
      — Vorob'yev no ha llegado?
      — Piensa bajar en cuanto termine de vestirse — le aseguró Maz.
      — Usted… usted nos acompañará? — preguntó Miles, esperanzado-. Bueno… no… supongo que tiene que estar con su delegación. Como éste es el gran final…
      — Pienso acompañar al embajador Vorob'yev. — La sonrisa de Maz se convirtió en algo franco, alegre, con hoyuelos por todas partes-. Para siempre. Me ha pedido que me case con él. Anoche. Creo que eso prueba lo preocupado que estaba. En medio del espíritu de locura que reinaba en el ambiente, acepté.
      Si no puedes conseguir ayuda con dinero… Bueno, eso solucionaría el problema de Vorob'yev:, que siempre había querido tener una experta femenina en el personal de la embajada. Por no mencionar una justificación para tantos bombones e invitaciones.
      — Felicidades — dijo Miles. Aunque tal vez hubiera debido decir Felicidades a Vorob'yev y Buena suerte a Maz.
      — Parece raro… — le confió Maz-. Quiero decir, lady Vorob'yev. Cómo se las arregló su madre, lord Vorkosigan?
      — Quiere decir siendo igualitaria, betanesa y demás? No tuvo problema. Siempre dice que los igualitarios se ajustan bien a las aristocracias, siempre que vivan en ellas como aristócratas, claro está.
      — Espero conocerla algún día.
      — Se llevarán muy bien — predijo Miles con confianza.
      En ese momento apareció Vorob'yev, abrochándose la guerrera negra. En el mismo instante entró el ghemcoronel Benin, escoltado por guardias de la embajada. Corrección: el ghemgeneral Benin. Miles sonrió entre dientes mirando el brillo del nuevo galón sobre el uniforme rojo sangre de Benin. Ve? Ya se lo había dicho.
      Puedo preguntar de qué se trata todo esto, ghemgeneral? — Vorob'yev no había pasado por alto el nuevo rango.
      Benin se inclinó.
      — Mi Señor Celestial solicita la presencia de lord Vorkosigan. Ah… bueno, se lo vamos a devolver…
      — Me da usted su palabra? Para la embajada, sería una terrible vergüenza si lo… perdiéramos de nuevo. — Vorob'yev se las arregló para mirar a Benin con severidad y al mismo tiempo capturar la mano de Maz y acariciarla con cariño.
      — Tiene usted mi palabra, embajador — prometió Benin.
      Vorob'yev hizo un gesto de permiso no del todo decidido y el ghemgeneral se llevó a Miles. Miles echó una mirada atrás. Se sentía solo. Hubiera querido que Maz o Ivan o cualquier otra persona lo acompañara.
      El auto de superficie no tenía media manzana de largo pero en un vehículo maravilloso, civil, no militar. Los soldados cetagandanos saludaron a Benin respetuosamente y lo acomodaron junto a Miles en el compartimiento posterior. El vehículo arrancó y se alejó de la embajada: la sensación era la de estar viajando en una casa.
      — Puedo preguntarle de qué se trata todo esto, ghemgeneral? — preguntó Miles.
      La expresión de Benin era casi… la de un cocodrilo. Totalmente vacía. Nula.
      — Me han ordenado que no le cuente nada hasta que lleguemos al jardín Celestial. No le retendremos mucho tiempo, lord Vorkosigan, apenas unos minutos. Primero pensé que se sentiría feliz con lo que vamos a hacer, pero después reflexioné un poco y ahora he cambiado de opinión. Me parece que le va a resultar insoportable. En cualquier caso, se lo merece.
      — Tenga cuidado, ghemgeneral — gruñó Miles-, me parece que su creciente reputación de sutileza se le está subiendo a la cabeza. — Benin se limitó a sonreír.
      A pesar de que era una sala pequeña y no una enorme habitación para reuniones como la de la noche anterior, no cabía duda de que se trataba de una sala de audiencias imperiales. Sólo tenía un asiento y Fletchir Giaja ya se había acomodado en él. La ropa blanca que lo cubría esa mañana era elaborada y pomposa y le impedía algunos movimientos. Tenía a dos servidores ba a su lado para ayudarle cuando se pusiera de pie. Ahora parecía otra vez un icono y el maquillaje facial le daba expresión de porcelana. Tres burbujas blancas flotaban en silencio a su izquierda. De pronto, dos ba pusieron una cajita plana en manos de Benin, de pie a la derecha del Emperador.
      — Puede usted acercarse al Señor Celestial, lord Vorkosigan — informó Benin.
      Miles avanzó dos o tres pasos, decidido a no arrodillarse. Él y el haut Fletchir Giaja estaban frente a frente, aunque él estuviera de pie y el Emperador, sentado.
      Benin entregó la caja al Emperador, que la abrió inmediatamente.
      — Sabe lo que es esto, lord Vorkosigan? — preguntó Giaja.
      Miles se quedó mirando el medallón de la Orden del Mérito, colgado de su cinta de colores, brillante y limpio sobre una cama de terciopelo oscuro.
      — Sí, señor. Piensa usted meterme en una bolsa de seda con eso antes de tirarme por la borda?
      Giaja echó una mirada a Benin, que respondió con un movimiento de hombros que parecía decir Ya se lo advertí.
      — Incline usted la cabeza, lord Vorkosigan — Instruyó Giaja con firmeza-. Aunque no esté muy acostumbrado…
      Estaría Rian en alguna de esas burbujas? Miles se miró rápidamente las botas bien lustradas mientras Giaj a le deslizaba la cinta sobre la cabeza. Retrocedió medio paso y no consiguió detenerse: puso la mano sobre el metal frío. No iba a hacer el saludo militar. No.
      — Creo… creo que me niego a recibir este honor, señor.
      — Ah, no, usted no se niega — dijo Giaja en tono tajante, mirándolo fijamente-. Me han dicho los observadores que necesita reconocimiento. Es una… — debilidad que puede explotarse…— cualidad comprensible que me recuerda mucho a nuestros ghem.
      Bueno, eso era mejor que una comparación con otros descendientes de los haut, Ba Lura por ejemplo. Que al parecer no eran los eunucos del palacio, sino algo así como un proyecto científico interno de enorme valor; Miles no estaba seguro, pero por lo que sabía, tal vez Ba Lura era pariente cercano de Giaja. Sesenta y ocho por ciento de material cromosómico en común. O algo semejante. Miles decidió que había que respetar más el silencio y la eficiencia de la raza ba. Respetarla y también tenerla en cuenta, cuidarse de ella. Todos estaban juntos en los negocios de los haut, servidores y amos. Con razón el Emperador se había tomado tan en serio la muerte de Ba Lura.
      — Si estamos hablando de reconocimiento, señor, esto no es algo que vaya a poder mostrar demasiado en casa… Más bien, supongo que lo guardaré en el cajón más secreto que tenga.
      — Bien — dijo Fletchir Giaja en tono tranquilo-. Mientras guarde ahí también todo lo que se relacione con el incidente…
      Ah. Entonces, ésa era la explicación: un soborno por su silencio.
      — Hay muy pocas cosas de las últimas dos semanas que pueda recordar con agrado, señor.
      — Recuerde todo lo que quiera, pero no lo diga en voz alta.
      — Públicamente, no. Pero tengo que informar a mis superiores. Es mi deber.
      — Los informes militares secretos de Barrayar no son asunto de mi incumbencia.
      — Estoy… — Miles dirigió una mirada a un lado, hacia lo que tal vez era la burbuja blanca de Rian, flotando en el aire a pocos pasos-. Estoy de acuerdo.
      Los pálidos párpados de Giaja bajaron un segundo sobre sus ojos en un gesto de aceptación. Miles se sentía muy raro. Era soborno aceptar un premio por hacer exactamente lo que ya había decidido por su cuenta?
      Y ahora que lo pensaba… sospecharían los barrayareses que había llegado a alguna especie de acuerdo con el Emperador de Cetaganda? La razón verdadera por la que lo habían traído a aquella charla sin testigos con el Emperador empezó a brillar por fin en su mente, aturdida por la falta de sueño. No supondrán que Giaja puede dominarme con veinte minutos de conversación, o si.
      — Usted me acompañará en la ceremonia — siguió diciendo el Emperador-, estará de pie a mi izquierda. Ha llegado la hora. — Se levantó, ayudado por sus ba, que le recogieron las túnicas y lo siguieron.
      Miles miró las burbujas que flotaban a su alrededor con desesperación silenciosa. última oportunidad…
      — Puedo hablar con usted, haut Rian? — Se dirigió a ellas en general, inseguro. No sabía cuál era la que buscaba.
      Giaja miró por encima de su hombro y abrió la mano de dedos largos en un gesto de aceptación mientras seguía caminando sin cambiar el ritmo decoroso que le exigía su atuendo.
      Dos de las burbujas se quedaron en la habitación, una siguió adelante con el Emperador y Benin se quedó de guardia Junto a la puerta abierta. No era exactamente un momento privado. Pero eso no le preocupaba. No eran muchas las cosas que Miles quisiera decir en voz alta.
      Echó una mirada a las dos esferas opacas y brillantes, sin saber a cuál dirigirse. Una desapareció en el aire y ahí apareció Rian, sentada, bastante semejante a la dama que él había visto por primera vez, con las túnicas blancas y almidonadas orladas de cabello radiante. Cada vez que la veía se quedaba sin aliento.
      Ella se acercó flotando y levantó una mano fina para acariciarle la mejilla. Era la primera vez que se tocaban. Pero él pensaba que estaba dispuesto a morderla si ella le preguntaba Le duele?
      Rian no era tonta.
      — He recibido mucho de usted — dijo ella en voz tranquila-. Y no le he dado nada a cambio.
      — Ése es el comportamiento habitual de los haut, verdad? — dijo Miles con amargura.
      — Es el único que conozco.
      El dilema del prisionero…
      Ella se quitó una espiral oscura y brillante de la manga, una especie de brazalete. Un delgado mechón de cabello sedoso, muy largo, casi infinito. Se lo tendió desde lejos.
      — Ahí tiene. Es lo único que se me ha ocurrido.
      Eso es porque su cabello es lo único que le pertenece realmente, milady. Todo lo demás es un regalo de su Constelación o del Criadero Estrella o de los haut o del Emperador. Usted vive en los intersticios de un mundo comunitario con una riqueza que está más allá de los sueños más ambiciosos de la avaricia, y sin embargo, personalmente, no tiene… nada. Ni siquiera sus propios cromosomas le pertenecen.
      Miles recibió la espiral. Le pareció suave y fresca cuando la tocó con los dedos.
      — Qué significa? Para usted…
      — A decir verdad no lo sé — confesó ella.
      Sincera hasta el final… Esta mujer no sabe mentir, por desgracia.
      — Entonces, me lo guardo, milady. Como recuerdo. En mi interior, lejos de todas las miradas.
      — Sí. Por favor.
      — Y cómo piensa recordarme, milady? — Miles no tenía absolutamente nada que darle, nada excepto la pelusa que le había dejado la lavandería de la embajada en los bolsillos. O prefiere olvidar?
      Los ojos azules de ella brillaron como el sol sobre un glaciar
      — No hay peligro de eso. Ya lo verá usted. — Rian se alejó lentamente. La pantalla de fuerza se levantó despacio a su alrededor y ella se desvaneció como un perfume. Las dos burbujas flotaron tras los pasos del Emperador.
      El valle se parecía al lugar donde habían organizado las ofrendas poéticas, pero más espacioso, un gran cuenco abierto al cielo artificial de la cúpula. Los costados estaban atestados de haut y ghemlores vestidos de blanco acompañados por las burbujas de las hautladies. Los mil delegados de la galaxia ocupaban la parte exterior, como un marco variado y colorido. En el centro, rodeada de una banda respetuosamente vacía de césped y flores, había otra pantalla de fuerza redonda de unos doce metros de diámetro. A través de la superficie translúcida, neblinosa, Miles veía una gran cantidad de objetos apilados alrededor de una Plataforma, sobre la que descansaba la figura pálida y frágil de la haut Lisbet Degtiar. Miles se esforzó para distinguir la caja de madera pulida de la delegación de Barrayar, pero la espada de Dorcas estaba enterrada en algún lugar alejado, más abajo. En realidad, no tenía importancia.
      Le habían destinado un asiento en el círculo, una vista casi imperial de la ceremonia. El desfile final, que se realizaría por un pasillo hacia el centro, respetaba un orden inverso: las ocho Consortes planetarias y la Doncella en sus nueve burbujas blancas; los siete — contadlos bien, muchachos, siete— hautgobernadores; luego el Emperador mismo y su guardia de honor Benin se colocó rápidamente en el lugar del ghemgeneral Naru sin provocar ni una onda en el paisaje. Miles cojeó tras el séquito de Giaja, intensamente consciente de sí mismo. Sin duda su figura resultaba extraordinaria en ese lugar: menudo, de poca estatura, siniestro, la cara de alguien que acaba de perder una pelea en un bar espacial. La Orden del Mérito cetagandana resaltaba sobre el uniforme negro de la Casa Vorkosigan… casi nadie la pasaría por alto.
      Miles supuso que Giaja lo estaba usando para enviar una señal a sus hautgobernadores. No era una señal muy amable. Evidentemente, Giaja no pensaba divulgar los hechos de las últimas dos semanas, así que Miles tenía que suponer que se trataba de una de esas expresiones del tipo entiéndelo si puedes, pensada para infundir no tanto una idea o un conocimiento como una sensación de miedo. Una especie de terrorismo delicado y sutil.
      Sí… sí… Que traten de entender… Bueno, no se refería a ellos. Miles pasó frente a la delegación de Barrayar, ubicada bastante cerca del frente de la multitud galáctica. Vorob'yev le clavó los ojos, atónito. Maz parecía sorprendida pero contenta y señaló el cuello de Miles mientras le decía algo a su novio. Vorreedi tenía la mirada torva, llena de sospechas. Ivan parecía… en blanco… Gracias por tu voto de confianza, primito…
      Después le tocó el turno a Miles: él también se quedó de una pieza cuando vio a lord Yenaro en la última fila de ghemlores. Llevaba puesta la ropa blanca y púrpura de un ghemlord de compañía de décimo rango en el jardín Celestial, es decir el rango más bajo. Parece que finalmente ha conseguido el trabajo de perfumista ayudante… Y así, el haut Fletchir Giaja había controlado a otra bala perdida. Excelente.
      El séquito de Giaja tomó asiento casi en el centro. Una procesión de jóvenes ghemladies colocó una última ofrenda floral alrededor de la pantalla de fuerza de la emperatriz. Un coro cantó una hermosa melodía. Miles se descubrió calculando el precio de la mano de obra que se había empleado en las ceremonias del mes, con el salarlo mínimo como único costo de todos los involucrados. La suma era… desorbitada. Mientras hacía el cálculo, le pesaba cada vez más la falta de desayuno. Un solo café no era suficiente. No me voy a desmayar. No me voy a rascar la nariz. Ni el culo. No…
      Una burbuja blanca se deslizó hacia el Emperador. Su servidor ba — Miles lo reconoció— caminaba a su lado con una bandeja dividida en compartimientos. La voz de Rian repitió las palabras rituales desde la burbuja: la ofrenda quedó a los pies de Giaja. Miles, sentado a la izquierda del Emperador, miró los compartimientos y sonrió con amargura. La Gran Llave, el Gran Sello y los otros objetos ceremoniales de Lisbet volvían al lugar que les correspondía. La burbuja y su acompañante se retiraron. Miles esperó, aburrido, que Giaja llamara a la nueva Emperatriz, la mujer que esperaba el nombramiento en algún lugar en medio de la multitud de hautburbujas flotantes.
      El Emperador hizo un gesto para que Rian y su ba volvieran a aproximarse. Más frases formales, tan complejas que Miles tardó un instante en comprender el sentido. Rian hizo un gesto, su ba se inclinó y recogió otra vez la bandeja. El aburrimiento de Miles se evaporó; de pronto, se sintió ahogado por la intensidad de la sorpresa. Por una vez, hubiera querido ser todavía más bajo o tener el talento de Ivan para desaparecer por completo o un aparato que pudiera teletransportarlo a alguna parte, a cualquier parte… Un movimiento de interés, hasta de asombro, recorrió el público ghem y haut. Los miembros de la Constelación Degtiar parecían felices. Los miembros de otras Constelaciones… miraban con corrección y modales perfectos.
      La haut Rian Degtiar tomó posesión del Criadero Estrella; esta vez como nueva Emperatriz de Cetaganda, cuarta Madre Imperial elegida por Fletchir Giaja, y ahora primera en importancia por virtud de su responsabilidad con respecto al genoma. Su primera obligación genética sería diseñar su propio hijo, el príncipe imperial. Dios. Sería feliz dentro de la burbuja?
      Tal vez su nuevo… no esposo, compañero, pareja, el Emperador… no la tocara nunca. Tal vez terminaran siendo amantes. Tal vez Giaja quisiera enfatizar su posesión de ese modo. Aunque para ser justos, Rian seguramente sabía lo que iba a pasar, no parecía oponerse. Miles tragó saliva, descompuesto súbitamente presa de un horrible cansancio. Le había bajado el nivel de glucosa. Tenía que ser eso.
      Buena suerte, milady. Buena suerte… y adiós.
      Y el control de Giaja se extendía… suave y persistente… como la niebla.
      El Emperador levantó la mano y los ingenieros imperiales que lo esperaban pusieron en funcionamiento la central de energía. Dentro de la pantalla de fuerza central empezó a surgir un brillo color naranja oscuro que se volvió rojo, después amarillo, después azul blanco. Los objetos de interior se movieron, cayeron, rodaron, las formas se desintegraron hasta convertirse en plasma molecular. Los ingenieros imperiales y los hombres y mujeres de Seguridad Imperial habían tenido una noche tensa y difícil, de eso no cabía duda: habían tenido que arreglar la pira de la emperatriz Lisbet con sumo cuidado. Si la burbuja estallaba, los efectos del calor se parecerían bastante a los de una pequeña bomba de fusión.
      No fue largo, tal vez diez minutos en total. Se abrió un círculo en la cúpula gris llena de nubes y apareció el cielo azul del mundo exterior. El efecto era muy extraño, como una visión de otra dimensión. Un agujero mucho menor se abrió en la pantalla de fuerza del centro del valle. Un fuego blanco se disparó hacia el cielo y la burbuja se ventiló. Miles supuso que el espacio aéreo sobre la ciudad estaba libre de tránsito aunque la corriente de aire dispersó el humo con mucha rapidez.
      Entonces, la cúpula se cerró otra vez, las nubes artificiales se alejaron con la brisa artificial, la luz brilló con más fuerza y alegría. La burbuja se desvaneció en la nada, dejando sólo un círculo de césped incólume. Ni siquiera había cenizas.
      El Emperador recibió una túnica colorida de manos de su ba y la cambió por la última túnica blanca de su vestido de ceremonias. Levantó un dedo y la guardia de honor se acercó a él. El desfile imperial salió del valle siguiendo un orden inverso al de la entrada. Cuando la última figura salió del anillo, los ghem y los haut exhalaron un murmullo de alivio; el silencio y la rigidez se quebraron en el murmullo de voces y crujidos de la retirada.
      Un gran auto de superficie abierto esperaba en la parte superior del valle para llevarse al Emperador… adonde quiera que se fueran los emperadores cetagandanos cuando terminaba la fiesta. A tomar un buen baño y tirar los zapatos a un rincón? Seguramente no. Sus ba habían arreglado las ropas en el auto y se sentaban ahora en los controles.
      Miles se encontró de pie junto al vehículo, solo. Mientras el auto se elevaba, Giaja le dirigió una mirada y lo favoreció con un microscópico movimiento de cabeza.
      — Adiós, lord Vorkosigan.
      Miles se inclinó.
      — Hasta la próxima.
      — Espero que no sea pronto — murmuró Giaja con sequedad y se alejó flotando, seguido por una multitud de burbujas de fuerza que ahora reflejaban todos los colores del arco iris. Ninguna se detuvo junto a Miles para despedirse.
      El ghemgeneral Benin, de pie junto al hombro de Miles, hizo un esfuerzo evidente para ahogar una expresión no definida. Risa?
      — Vamos, lord Vorkosigan. Le escoltaré hasta su delegación. He dado mi palabra de honor a su embajador y quiero devolverle allí en persona… tengo que recuperar mi palabra, como dicen ustedes, los barrayareses. Curiosa expresión. Tiene un sentido religioso, o se usa como en el caso de un objeto empeñado?
      — Mmin… Yo diría que la idea está relacionada con el sentido médico del término. Como cuando se dona un órgano. — Promesas y corazones recuperados en ese día.
      — Ah.
      Llegaron junto al embajador Vorob'yev. El grupo estaba esperando a Miles mientras los otros delegados galácticos subían a los autos rumbo a un último banquete. Los asientos de seda blanca de los vehículos habían desaparecido, reemplazados a última hora por tapizados de colores. Era el fin del período de luto. No hubo una señal visible, pero uno de los autos se acercó rápidamente a Benin. Los barrayareses no iban a esperar en la cola como los demás.
      — Si nos vamos ahora — hizo notar Miles a su primo Ivan-, podemos estar en órbita dentro de una hora.
      — Pero… tal vez las ghemladies estén en ese comedor — protestó Ivan-. A las mujeres les gusta la comida.
      Miles se moría de hambre.
      — Entonces, vámonos ahora mismo — dijo con firmeza.
      Benin, que tal vez estaba considerando las últimas palabras de su Amo Celestial, lo apoyó con una frase tranquila:
      — Eso parece una buena idea, lord Vorkosigan.
      Vorob'yev se mordió los labios. Los hombros de Ivan bajaron perceptiblemente.
      Vorreedi hizo un gesto hacia el cuello de Miles, con los ojos brillantes de sospecha y curiosidad.
      — Qué es eso que tiene usted ahí… teniente?
      Miles tocó el collar de seda con la Orden del Mérito cetagandana que le colgaba sobre el pecho.
      — Mi recompensa. Y mi castigo. Por lo visto el haut Fletchir Giaja muestra cierta tendencia a la ironía de altos vuelos.
      Maz, que obviamente no había captado la segunda lectura de la situación, protestó por su falta de entusiasmo.
      — ¡Pero si es un honor increíble, lord Vorkosigan! ¡Hay ghemoficiales de Cetaganda que morirían por eso!
      Vorob'yev le contestó con frialdad:
      — Pero los rumores de un honor como éste no van a hacer popular a lord Vorkosigan en casa, querida. Sobre todo si no circulan con una explicación adecuada. Y ten en cuenta que lord Vorkosigan trabaja en Seguridad Imperial de Barrayar. Desde el punto de vista de Barrayar esa Orden resulta… bueno, sumamente extraña.
      Miles suspiró. Le estaba volviendo el dolor de cabeza.
      — Lo sé. Tal vez consiga que Illyan la clasifique como asunto secreto.
      — ¡Pero si acaban de verla mil personas por lo menos! — dijo Ivan.
      Miles se revolvió como un animal atrapado.
      — Bueno, eso es culpa tuya.
      — ¡Mía!
      — Sí… Sí… Si me hubieras traído dos o tres tazas de café esta mañana, en lugar de una, tal vez mi cerebro se habría conectado mejor con la realidad y habría podido agacharme más rápido y esquivarla. Tenía los reflejos atrofiados… Todavía estoy asimilando el significado de la cuestión. — Por ejemplo, si él no se hubiera inclinado para recibir el collar de seda de Giaja, cuánto habrían aumentado las posibilidades de que la nave de salto de él y su primo sufriera un desafortunado accidente al salir del Imperio de Cetaganda?
      Vorreedi levantó las cejas.
      — Sí — dijo-. De qué hablaron usted y los cetagandanos anoche, lord Vorkosigan, cuando lord Vorpatril y yo salimos de la estancia?
      — De nada. No me pidieron mi opinión sobre esto. — Miles sonrió con pesadumbre-. Y ahí está la genialidad del asunto, por supuesto. Me gustaría ver cómo se negaría usted, coronel. Inténtelo. Si alguna vez se enfrenta a una situación parecida, quisiera estar ahí para verlo.
      Después de una larga pausa, Vorreedi asintió, despacio.
      — Ya veo.
      — Gracias, señor — jadeó Miles.
      Benin los escoltó hasta la puerta sur y les dijo adiós por última vez.
      El planeta Eta Ceta se desvanecía en la distancia, aunque a Miles la velocidad de la nave no le parecía suficiente. Apagó el monitor de la nave correo de SegImp y se recostó a mordisquear su ración de barra y esperar el sueño. Se había puesto un uniforme de fajina negro, arrugado y holgado; pero no llevaba las botas. Movió los dedos de los pies, contento con esa desacostumbrada libertad. Si jugaba bien sus cartas, tal vez podría pasar las tres semanas del viaje a casa totalmente descalzo. La Orden del Mérito de Cetaganda colgaba sobre su cabeza, balanceándose sobre la cinta de colores, hermosa y brillante bajo la luz. Miles la miró, despectivo y burlón.
      Un golpecito doble y familiar en la puerta del camarote. Por un momento, Miles pensó en fingirse dormido. Finalmente, suspiró y se recostó en el codo mientras decía:
      — Adelante, Ivan.
      Ivan también se había puesto el uniforme de fajina. Y las sandalias de fricción, ja, ja. Tenía un fajo de papeles de colores en la mano.
      — Se me ocurrió que podíamos leerlos juntos — dijo-. El secretario de Vorreedi me los dio cuando salíamos de la embajada. Es todo lo que vamos a perdernos esta noche y la semana que viene. — Encendió el conducto de basura de Miles sobre la pared. Un papel amarillo-. Lady Benello. — Lo metió en el conducto; el papel silbó hacia el olvido. Uno verde. Lady Arvin. — Silbido. Uno color turquesa sugerente. Miles olió el perfume desde la cama-. La inestimable Veda. — Silbido.
      — No montes un drama; ya te he entendido, Ivan — gritó Miles.
      — Y la comida… — suspiró Ivan-. Por qué estás comiendo esa barra asquerosa? Hasta las cocinas de las naves de salto tienen algo mejor…
      — Quería algo sencillo.
      — Indigestión, eh? Otra vez te duele el estómago? Espero que no estés perdiendo sangre.
      — Sólo en el cerebro. Bueno, para qué has venido?
      — Quería compartir mi satisfacción por haber abandonado el decadente lujo cetagandano — refunfuñó Ivan con furia-. Algo así como afeitarme la cabeza y convertirme en monje. Por lo menos durante dos semanas. — Miró de pronto la Orden del Mérito que colgaba de la cinta y giraba lentamente-. Quieres que tire eso? — Señaló el medallón.
      Miles saltó de la cama como un tejón hembra que defiende a sus crías.
      — Por qué no te vas, Ivan?
      — ¡Ja! Yo sabía que esa bagatela significaba más de lo que le decías a Vorob'yev y Vorreedi — se burló Ivan.
      Miles metió la medalla en un lugar oculto, lejos de las manos de su primo, bajo la cama.
      — Me la he ganado, hombre. Por cierto…
      Ivan hizo una mueca y dejó de dar vueltas y de revolver las posesiones de Miles.
      Se sentó con curiosidad en la silla de la comuconsola del pequeño camarote.
      — He estado pensando, sabes? — siguió diciendo Miles-. Cómo será dentro de diez o quince años, si alguna vez dejo de operar como agente encubierto y me conceden un puesto de mando en la línea de fuego. Tendré más experiencia práctica que ningún otro soldado barrayarés de mi generación, pero mis oficiales no lo sabrán. Todo secreto. Pensarán que he pasado la última década saltando en naves correo y comiendo caramelos.

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