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Barrayar (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Barrayar (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 8)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      — Bueno, Bothari hizo lo que pudo — dijo Illyan -. Lo llevó a ese antro miserable, que según la opinión del sargento tiene muchas ventajas. Es barato, rápido y nadie te dirige la palabra. También está apartado de los círculos por donde deambulaba el almirante Vorrutyer. Ninguna asociación desagradable. Bothari cumple una estricta rutina. Según Kou, la mujer que frecuenta el sargento es casi tan fea como él. Al parecer, a Bothari le gusta porque nunca hace ruido. Me parece que prefiero no pensar en ello.
      »De todos modos, a Kou le asignaron otra de las mujerzuelas, quien lo aterrorizó. Bothari dice que pidió la mejor muchacha para él (en realidad ya era una mujer madura) y al parecer las necesidades de Kou no fueron bien interpretadas. En definitiva, para cuando el sargento hubo hecho lo suyo y se encontraba fuera, Kou todavía trataba de conversar amablemente mientras le ofrecían toda una gama de delicias eróticas de las cuales ni siquiera había oído hablar. Al fin renunció y bajó las escaleras donde, para ese entonces, Bothari ya estaba bastante borracho. Por lo general se toma una copa y se marcha.
      «Entonces Kou, Bothari y esta prostituta iniciaron una discusión respecto al pago. Ella aducía que en todo ese tiempo podía haber atendido a cuatro clientes, y ellos (esto no figurará en el informe oficial, ¿de acuerdo?) que la mujer no había sido capaz de hacer funcionar sus circuitos. Al final, Kou aceptó realizar un pago parcial (Bothari sigue mascullando que fue demasiado, a pesar de que esta mañana le cuesta bastante trabajo hablar) y los dos se retiraron muy descontentos.
      — Aquí aparece la primera pregunta obvia — intervino Vorkosigan -, ¿el ataque fue ordenado por alguien del establecimiento?
      — Por lo que yo sé, no. Hice acordonar el lugar, en cuanto logramos encontrarlo, e interrogamos a todos con pentotal. Estaban muertos de miedo, me alegra decir. Ellos están acostumbrados a los guardias municipales del conde Vorbohn, a quienes sobornan o por quienes son chantajeados, o viceversa. Lo que obtuvimos fue un montón de información sobre crímenes triviales que no nos interesaban en absoluto… ¿quiere que se lo transfiera a los municipales, de paso?
      — Hum. Si son inocentes del ataque, limítese a archivarlo. Es posible que Bothari quiera regresar algún día. ¿Ellos sabían por qué eran interrogados?
      — ¡Claro que no! Insisto en que mis hombres realizan un trabajo limpio. Estábamos allí para obtener información, no para transmitirla.
      — Discúlpeme, comandante. Debí suponerlo.
      — Bueno, abandonaron el lugar a la una de la madrugada, a pie, y se equivocaron de dirección en alguna esquina. Bothari está bastante perturbado por ello. Considera que es culpa suya, por haberse emborrachado. Tanto él como Koudelka aseguran haber visto movimientos en las sombras durante diez minutos antes del ataque. Por lo tanto, al parecer los siguieron hasta que entraron en un callejón con muros altos, y se encontraron con que tenían seis hombres por delante y seis por detrás.
      »Bothari extrajo su aturdidor y disparó; logró derribar a tres antes de que saltaran sobre él. Alguien de la zona cuenta con un buen aturdidor del Servicio esta mañana. Kou tenía su bastón de estoque, pero nada más.
      «Primero atacaron a Bothari. Él se desembarazó de dos más, después de perder el aturdidor. Ellos le dispararon una descarga, y luego trataron de matarlo a golpes cuando estaba en el suelo. Hasta entonces Kou había utilizado el bastón como pica, pero entonces desenvainó la espada. Ahora dice que lamenta haberlo hecho, porque alrededor de él todos comenzaron a murmurar «¡Es un Vor!» y las cosas se complicaron.
      »Kou logró herir a dos, hasta que alguien le golpeó la espalda con una porra eléctrica y su mano comenzó a sufrir espasmos. Los cinco que quedaban se sentaron sobre él y le rompieron las piernas a la altura de las rodillas. Me pidió que le dijera que no fue tan doloroso como parece. Asegura que le rompieron tantos circuitos que apenas siente nada. No sé si será cierto.
      — Es difícil saberlo con Kou — dijo Vorkosigan -. Hace tanto tiempo que oculta el dolor, que casi es su estado natural. Continúe.
      — Ahora debo retroceder un poco. El hombre que yo tenía asignado a Kou los había seguido hasta esa madriguera. No creo que estuviera familiarizado con el lugar y tampoco iba adecuadamente vestido para estar allí… Kou tenía dos reservas para un concierto anoche, y hasta las nueve creímos que era allí adonde iría. Mi hombre entró en la zona y desapareció. Eso es lo que me tiene tan ocupado esta mañana. ¿Ha sido asesinado? ¿O secuestrado? ¿Lo habrán atrapado y violado? ¿O era un doble agente y formaba parte de la emboscada? No lo sabremos hasta que encontremos el cuerpo, o a él.
      »Al ver que no se ponía en contacto para informar de la situación, mi agente envió a otro hombre. Pero él estaba buscando a su compañero. Kou permaneció sin protección durante tres malditas horas antes de que mi supervisor nocturno llegara para hacerse cargo de su puesto y comprendiera lo ocurrido. Afortunadamente, Kou había pasado la mayor parte de ese tiempo en el prostíbulo de Bothari.
      »Mi supervisor nocturno, a quien felicito, envió nuevas instrucciones al agente de campaña y además solicitó una patrulla por aire. Por lo tanto, cuando al fin el agente llegó a esa escena repugnante, pudo llamar a una aeronave que descendió de inmediato con media docena de mis hombres. Este asunto de las porras eléctricas… fue terrible, pero no tanto como podía haber sido. Es evidente que los atacantes de Kou carecían de la imaginación que, por ejemplo, hubiese mostrado el difunto almirante Vorrutyer en la misma situación. O tal vez no dispusieron del tiempo suficiente para mostrar una crueldad refinada.
      — Gracias a Dios — murmuró Vorkosigan -. ¿Y los muertos?
      — Dos fueron cosa de Bothari, con golpes certeros, uno fue de Kou (le cortó el cuello), y uno me temo que ha sido mío. El muchacho sufrió una anafilaxis como reacción alérgica al pentotal. Lo trasladamos de inmediato al hospital, pero no lograron salvarlo. No me gusta. Ahora le están efectuando la autopsia para ver si su reacción fue natural o si le habían implantado una defensa contra interrogatorios.
      — ¿Y la pandilla?
      — Parece ser una sociedad de mutuos beneficios perfectamente legítima (si ésa es la palabra) formada por hombres del caravasar. Según los supervivientes que capturamos, decidieron molestar a Kou porque «caminaba raro». Encantador. Aunque Bothari no caminaba exactamente en línea recta, tampoco. Los que logramos atrapar no son agentes de nadie salvo de sí mismos. No puedo hablar por los muertos. Supervisé los interrogatorios personalmente. Esos hombres estaban muy sorprendidos de ver que Seguridad Imperial se mostraba interesada en ellos.
      — ¿Algo más? — preguntó Vorkosigan.
      Illyan se cubrió la boca para bostezar, y luego se disculpó.
      — Ha sido una larga noche. Mi supervisor nocturno me sacó de la cama después de medianoche. Es un buen hombre, con buen criterio. No, eso es prácticamente todo, excepto por las motivaciones de Kou para acudir allí. Cuando llegamos a ese tema, sus respuestas fueron vagas y de inmediato comenzó a pedir unos calmantes para el dolor. Esperaba que usted tuviese algunas sugerencias para mitigar mi paranoia. Desconfiar de Kou me produce calambres en el cuello. — Volvió a bostezar.
      — Yo las tengo — dijo Cordelia -, pero son para su paranoia, no para su informe, ¿de acuerdo?
      Él asintió con un gesto.
      — Creo que está enamorado de alguien. Después de todo, uno no trata de probar algo a menos que piense utilizarlo. Por desgracia, los resultados han sido desastrosos. Supongo que estará bastante deprimido e irritable durante un tiempo.
      Vorkosigan asintió.
      — ¿Alguna idea de la persona en cuestión? — preguntó Illyan automáticamente.
      — Sí, pero no me parece que sea asunto suyo. Sobre todo si nunca llega a concretarse.
      Illyan se encogió de hombros y salió en busca del hombre que había asignado para seguir a Koudelka.
      Cinco días después, el sargento Bothari regresó a la Residencia Vorkosigan con una funda plástica en el brazo roto. No ofreció ninguna información acerca de la brutal experiencia sufrida, y desalentó a los curiosos con mirada torva y gruñidos.
      Droushnakovi no formuló preguntas ni esbozó comentarios. Pero de vez en cuando Cordelia la veía dirigir una mirada angustiada a la consola vacía de la biblioteca. El ordenador estaba comunicado con la Residencia Imperial y con la Jefatura de Estado Mayor, y allí era donde Koudelka solía sentarse a trabajar cuando se encontraba en la casa. Cordelia se preguntó qué sabría acerca de lo ocurrido aquella noche.
      El teniente Koudelka regresó para encargarse de algunas tareas al mes siguiente. Su actitud general era bastante animada, pero a su manera él era tan introvertido como Bothari. Interrogar a este último había sido como preguntar a una pared. Interrogar a Koudelka era como hablar con un arroyo; uno obtenía un torrente de palabras, de bromas o de anécdotas que inexorablemente apartaban la conversación del tema en cuestión. Cordelia respondió a su actitud risueña con automática cordialidad, aceptando su evidente deseo de tomar a la ligera lo ocurrido, aunque interiormente desconfiaba en gran medida de que fuese así.
      Cordelia misma no se sentía muy animada. Su imaginación volvía una y otra vez al intento de asesinato ocurrido seis semanas atrás. No lograba olvidar el hecho de que Vorkosigan había estado a punto de ser apartado de ella. Sólo se sentía completamente tranquila cuando lo tenía a su lado, pero ahora él debía ausentarse cada vez con más frecuencia. Algo se estaba tramando en el cuartel general imperial; él ya había asistido a cuatro sesiones nocturnas y había realizado un viaje sin ella, un vuelo de inspección militar del cual no le había ofrecido detalles. Entraba y salía a las horas más intempestivas. Los rumores militares y políticos con los cuales solía entretenerla durante las comidas se habían acabado; ahora se mostraba silencioso y poco comunicativo, aunque no por ello parecía necesitar menos de su presencia.
      ¿Qué sería de ella sin Vorkosigan? Una viuda embarazada, sin familia ni amigos, gestando un niño que ya era objeto de las paranoias dinásticas, heredero de un legado de violencia. ¿Podría escapar del planeta? ¿Y adonde iría en ese caso? ¿Colonia Beta le permitiría regresar alguna vez?
      Cordelia llegó a perder interés en las lluvias otoñales y en los parques donde el verde aún persistía. ¡Oh, cuánto hubiese dado por aspirar el aire seco del desierto, el familiar dejo del álcali, las infinitas distancias planas! ¿Su hijo llegaría a saber lo que era un verdadero desierto? En ocasiones, los edificios y la vegetación de Barrayar parecían alzarse sobre ella como inmensos muros. Y en sus peores días, esos muros parecían derrumbarse sobre ella.
      Una tarde de lluvia, Cordelia estaba refugiada en la biblioteca, acurrucada en un sofá de respaldo alto, leyendo por tercera vez la misma página de un viejo volumen que había encontrado en los estantes del conde. El libro era una reliquia de la Era del Aislamiento. Estaba escrito en una variante del alfabeto cirílico, con sus cuarenta y seis caracteres utilizados en todas las lenguas de Barrayar. Su cerebro parecía particularmente lento e indiferente ese día. Cordelia apagó la luz y descansó la vista unos minutos. Aliviada, observó al teniente Koudelka entrar en la biblioteca y sentarse, con gran dificultad, ante la consola.
      No debo interrumpirlo; al menos él tiene un verdadero trabajo que cumplir, pensó sin regresar aún a la lectura, pero confortada por su compañía.
      Él sólo trabajó unos momentos, y luego apagó la máquina con un suspiro. Su mirada ausente se posó sobre el hogar que ocupaba el centro de la habitación, pero no se percató de su presencia.
      Así que no soy la única que tiene problemas en concentrarse. Tal vez se deba a este extraño clima gris. Parece ejercer un efecto deprimente sobre las personas…
      Koudelka cogió su bastón y deslizó una mano sobre la funda. Entonces lo sostuvo con firmeza y lo abrió en forma lenta y silenciosa. Observó la hoja brillante que casi parecía poseer una luz propia en la penumbra de la habitación, y la giró un poco como si meditara sobre su diseño o su buena factura. Entonces, colocando la punta contra su hombro, y envolviendo la hoja en un pañuelo para poder sujetarla, presionó muy suavemente el costado de su cuello sobre la arteria carótida. La expresión de su rostro era distante y pensativa, y sus manos sujetaban la hoja con la delicadeza de un amante. De pronto cerró los dedos con fuerza.
      La pequeña exclamación de Cordelia, el inicio de un sollozo, lo arrancó de sus meditaciones. Koudelka alzó la vista y la vio por primera vez; apretó los labios y se ruborizó. Rápidamente bajó la espada, que dejó una línea blanca sobre su cuello, como parte de un collar, con unas cuantas gotas color rubí que brotaban de ella.
      — No… no la había visto, señora — dijo con voz ronca -. Yo… no me haga caso. Sólo jugaba.
      Se miraron uno al otro en silencio. Las palabras brotaron de los labios de Cordelia sin que ella pudiera contenerlas.
      — ¡Odio este lugar! Ahora siempre tengo miedo.
      Cordelia ocultó el rostro en el respaldo del sofá y para su propio horror, comenzó a llorar.
      ¡Basta! ¡Kou es el último que debe verte así! Él ya tiene bastantes problemas sin que tú añadas los que tienes en tu imaginación. Pero no podía contenerse.
      Koudelka se levantó y cojeó hasta el sillón con expresión preocupada. Se sentó a su lado.
      — Eh… — comenzó -. No llore, señora. Sólo era un juego, de verdad. — Torpemente, le palmeó el hombro.
      — Tonterías — murmuró ella -. Casi me mata del susto.
      Siguiendo un impulso, su rostro bañado en lágrimas abandonó el tapizado suave del sofá para posarse sobre el hombro uniformado de verde. Esto logró conmoverlo y arrancarle un poco de franqueza.
      — Usted no puede imaginar lo que se siente — susurró con ardor -. La gente me compadece, ¿lo sabía? Hasta él me compadece. — Se refirió a Vorkosigan con un movimiento de cabeza que no indicaba ninguna dirección en particular -. Es cien veces peor que el desprecio. Y así será para siempre.
      Cordelia sacudió la cabeza sin nada que responder ante aquella innegable verdad.
      — Yo también odio este lugar — continuó él -. Casi tanto como él me odia a mí. Más, algunos días. Así que, como verá, no se encuentra sola.
      — Hay mucha gente que quiere matar a Aral — susurró Cordelia, despreciándose por mostrarse tan débil -. Unos desconocidos… y al final alguno logrará su cometido. No puedo apartarlo de mis pensamientos. — ¿Sería con una bomba? ¿Con algún veneno? ¿Un arco de plasma quemaría el rostro de Aral y ni siquiera tendría sus labios para ofrecerles un beso de despedida?
      Koudelka abandonó su propio dolor para concentrarse en el de ella, y sus cejas se unieron con expresión interrogante.
      — Oh, Kou — continuó ella mientras le acariciaba la manga -. No importa lo mucho que sufras, no lo hieras a él. Aral te quiere… eres como su hijo, la clase de hijo que siempre ha querido. Eso — añadió señalando la espada que brillaba sobre el sillón — le destrozaría el corazón. Este lugar lo llena de locura día tras día, y a cambio le pide que entregue justicia. Le resultará imposible hacerlo si no tiene el corazón entero. De lo contrario comenzará a devolverles locura, como hicieron todos sus predecesores. Además — agregó sin ninguna lógica -, ¡este clima es tan húmedo! ¡No será culpa mía si el niño nace con branquias!
      Kou la abrazó con afecto.
      — ¿Tiene… tiene miedo del parto? — preguntó con una inesperada capacidad de percepción.
      Cordelia se paralizó al verse enfrentada con sus temores reprimidos.
      — No confío en los médicos de aquí — admitió con voz temblorosa.
      Él sonrió con profunda ironía.
      — No se lo reprocho.
      Cordelia se echó a reír y también lo abrazó, para luego alzar una mano y secarle las gotitas de sangre que se deslizaban por su cuello.
      — Cuando uno quiere a alguien es como si lo cubriese con su propia piel. Se siente cada dolor. Y yo lo quiero mucho, Kou. Quisiera que me dejara ayudarlo.
      — ¿Terapia Cordelia? — La voz de Vorkosigan sonó fría y cortante como un granizo repentino. Ella alzó la vista sorprendida y lo vio de pie frente a ellos, con el rostro tan frío como su voz -. Por lo que sé, tienes bastante experiencia betanesa en estas cuestiones, pero te ruego que dejes la tarea para alguna otra persona.
      Koudelka enrojeció y se apartó de ella.
      — Señor… — comenzó, pero se detuvo tan perplejo como Cordelia por la ira helada en los ojos de Vorkosigan. Éste lo miró un momento, y ambos guardaron silencio.
      Cordelia inspiró profundamente decidida a replicar, pero sólo emitió una pequeña exclamación cuando él le volvió la espalda y se marchó.
      Koudelka, todavía ruborizado, se replegó en sí mismo, se apoyó en su espada y se levantó respirando con agitación.
      — Le ruego que me disculpe, señora. — Las palabras no parecían tener ningún sentido.
      — Kou — dijo Cordelia -, usted sabe que él no quiso decir algo tan desagradable. Ha hablado sin pensar. Estoy segura de que no… que no…
      — Sí, lo comprendo — replicó Koudelka con una mirada dura -. Todo el mundo sabe que no constituyo ninguna amenaza para el matrimonio de un hombre. Pero si me disculpa, señora, tengo trabajo que hacer. O algo así.
      — ¡Oh! — Cordelia no sabía si estaba más furiosa con Vorkosigan, con Koudelka o consigo misma. Se puso en pie y abandonó la habitación, diciendo -: ¡Al diablo con todos los barrayareses!
      Droushnakovi apareció en su camino con un tímido:
      — ¿Señora?
      — Y tú, niña… inútil — exclamó Cordelia, dejando escapar su ira en todas direcciones -. ¿Por qué no te ocupas de tus propios asuntos? Vosotras las barrayaresas parecéis esperar que os sirvan la vida en una bandeja. ¡No funciona de ese modo!
      La joven retrocedió un paso, perpleja. Cordelia contuvo su indignación y preguntó con más calma: — ¿En qué dirección se fue Aral? — Pues… creo que arriba, señora. Algo de su antiguo sentido del humor llegó en su rescate.
      — ¿Subía los peldaños de dos en dos, quizá? — Eh… en realidad, de tres en tres — respondió Drou, amedrentada.
      — Supongo que será mejor que vaya a hablar con él — dijo Cordelia mientras se pasaba las manos por el cabello y se preguntaba si arrancándoselo lograría algún beneficio práctico -. Hijo de puta. — Ni ella misma supo si la frase había sido expletiva o descriptiva. Y pensar que yo nunca decía, estas cosas.
      Cordelia fue tras él. A medida que subía la escalera, su furia iba desvaneciéndose junto con sus energías.
      Esto de estar embarazada sin duda te ha vuelto más lenta. Pasó junto a un guardia en el corredor.
      — ¿Lord Vorkosigan ha pasado por aquí? — le preguntó.
      — Entró en sus habitaciones, señora — respondió él, y la miró con curiosidad mientras ella seguía su camino.
      Fantástico. Disfrútalo, pensó con ironía. La primera pelea verdadera entre los recién casados tendrá bastante audiencia. Estas viejas paredes no están insonorizadas. Me pregunto si lograré mantener la voz baja. Con Aral no hay problema; cuando se enfada comienza a susurrar.
      Cordelia entró en la alcoba y lo encontró sentado en el borde de la cama, quitándose la chaqueta y las botas con movimientos violentos. Vorkosigan alzó la vista, y durante unos momentos se limitaron a mirarse, enfurecidos. Terminemos con esto, pensó Cordelia, y decidió abrir el juego.
      — Esa observación que hiciste frente a Kou estuvo totalmente fuera de lugar.
      — ¿Qué? Al entrar me encuentro a mi esposa… acariciándose con uno de mis oficiales, ¿y esperas que inicie una amable conversación sobre el tiempo? — replicó él.
      — Tú sabes que no era nada de eso.
      — Bien. Supongamos que no hubiera sido yo. Supongamos que hubiera sido uno de los guardias, o mi padre. ¿Cómo se lo habrías explicado entonces? Tú sabes lo que piensan de los betaneses. Los rumores comenzarían a correr. Todos harían bromas a mis espaldas. Cada uno de mis enemigos políticos está esperando encontrar un punto débil para caer sobre mí. Les encantaría algo como esto.
      — ¿Cómo diablos hemos acabado hablando de tu condenada política? Se trata de nuestro amigo. Dudo que hubieses podido encontrar una frase más hiriente. ¡Fue algo muy sucio, Aral! ¿Qué te está pasando?
      — No lo sé. — Más tranquilo, Vorkosigan se frotó el rostro con fatiga -. Es este maldito trabajo, supongo. No quería descargarme contigo.
      Cordelia sospechó que no lograría arrancarle nada más parecido a una admisión de que se había equivocado, y lo aceptó con un pequeño movimiento de cabeza dejando evaporar su propia ira. Entonces recordó por qué se había sentido tan bien con ella, ya que el vacío que dejaba volvía a llenarse de temores.
      — Sí, bueno… ¿qué te parecería tener que echar su puerta abajo una de estas mañanas?
      Vorkosigan se paralizó y la miró con el ceño fruncido.
      — ¿Tienes… tienes alguna razón para creer que está pensando en suicidarse? A mí me pareció que estaba bastante bien.
      — A ti… por supuesto. — Cordelia dejó que las palabras pendiesen en el aire unos momentos, para darles énfasis -. Creo que está así de cerca. — Alzó el pulgar y el índice a un milímetro de distancia. El dedo todavía tenía una mancha de sangre, y sus ojos se posaron sobre ella con desdichada fascinación -. Estaba jugando con ese maldito bastón. Lamento habérselo regalado. Creo que no soportaría que lo usara para cortarse el cuello. Eso… pareció ser lo que tenía en mente.
      — Oh. — De alguna manera, sin su reluciente chaqueta militar, sin su ira, Vorkosigan parecía más pequeño. Le tendió una mano y ella la cogió para sentarse a su lado.
      — Por lo tanto, si se te ha ocurrido la idea de interpretar al rey Arturo frente a Lancelot y Ginebra, olvídalo.
      Él emitió una risita.
      — Me temo que mis visiones fueron un poco más cercanas, y considerablemente más sórdidas. Sólo se trataba de una vieja pesadilla.
      — Sí… supongo que todavía debe doler. — Se preguntó si el fantasma de su primera esposa se le aparecía alguna vez, con la respiración helada en su oreja, así como el fantasma de Vorrutyer solía aparecérsele a ella. El aspecto de Aral era bastante cadavérico -. Pero yo soy Cordelia, ¿lo recuerdas? No soy… ninguna otra.
      Él apoyó la frente contra la suya.
      — Perdóname, querida capitana. Sólo soy un viejo feo y asustado, y cada día me vuelvo más viejo, más feo y más asustado.
      — ¿Tú también? — Cordelia descansó en sus brazos -. Aunque no estoy de acuerdo con que seas viejo y feo.
      — Gracias.
      Cordelia se sintió alentada al ver que lo había animado un poco.
      — Es el trabajo, ¿verdad? ¿No puedes hablarme de ello?
      Aral apretó los labios.
      — Entre nosotros, aunque conociendo tu discreción no sé por qué me molesto en aclararlo, parece que podríamos tener otra guerra entre manos antes de que finalice este año. Y todavía no estamos preparados para ello, después de Escobar.
      — ¡Qué! Pensé que el bando beligerante estaba casi paralizado.
      — El nuestro, sí. Pero el de los cetagandaneses todavía está en pleno funcionamiento. Según los informes de Inteligencia, planeaban utilizar el caos político que sobrevendría a la muerte de Ezar para encubrir un avance sobre esos disputados conductos de enlace con los agujeros de gusano. En lugar de ello, me tienen a mí, y… bueno, no puedo decir que haya estabilidad, pero existe una especie de equilibrio dinámico. En cualquier caso, no es la clase de desorganización con que ellos contaban. De ahí ese pequeño incidente con la granada sónica. Negri e Illyan ya están un setenta por ciento seguros de que fue obra cetagandanesa.
      — ¿Lo… lo volverán a intentar?
      — Casi seguro. Pero conmigo o sin mí, en el Estado Mayor existe el consenso de que intentarán usar la fuerza antes de fin de año. Y si nos mostramos débiles, seguirán avanzando hasta que alguien los detenga.
      — Ahora entiendo por qué estabas tan… ausente.
      — ¿Ésa es la forma amable en que quieres decirlo? Pero no. Ya hace un tiempo que sé lo de los cetagandaneses. Hoy se ha presentado otra cosa, después de la sesión del Consejo. Una audiencia privada. El conde Vorhalas ha venido a verme para pedirme un favor.
      — ¿Y no te complace concederle un favor al hermano de Rulf Vorhalas?
      Él sacudió la cabeza tristemente. — El hijo menor del conde, que es un joven de dieciocho años atolondrado e idiota y debía haber sido enviado a la escuela militar… aunque tú lo conociste en la confirmación del Consejo, me parece recordar… — ¿Lord Cari?
      — Sí. Anoche estuvo en una fiesta, se embriagó y participó de una pelea.
      — Es una tradición universal. Esas cosas suceden incluso en Colonia Beta.
      — Ya. Pero salieron a arreglar sus diferencias armados con un par de viejas espadas que decoraban las paredes y con dos cuchillos de cocina. Técnicamente, al emplear las espadas, lo convirtieron en un duelo. — Oh. ¿Alguien resultó herido? — Por desgracia, sí. Más o menos por accidente, en una caída, el hijo del conde logró atravesar el estómago de su amigo con la espada y le seccionó la aorta abdominal. El muchacho se desangró y murió casi al instante. Para cuando los espectadores reaccionaron y llamaron a un equipo médico, ya era demasiado tarde.
      — Dios mío.
      — Fue un duelo, Cordelia. Comenzó como una parodia, pero acabó como un verdadero duelo. Y deben aplicarse los castigos por duelo. — Se levantó y atravesó la habitación, deteniéndose junto a la ventana para observar la lluvia — Su padre vino a pedirme que le consiguiese un perdón imperial. O, si no era posible, que tratara de hacer que los cargos fuesen cambiados a asesinato simple. En ese caso, el muchacho podría aducir defensa propia y acabar con una mera sentencia en prisión.
      — Eso me parece… bastante justo, supongo.
      — Sí. — Él volvió a caminar -. Un favor por un amigo. O el primer resquicio por donde esa maldita costumbre regresará a nuestra sociedad. ¿Qué ocurrirá cuando se me presente el próximo caso, y el siguiente, y el siguiente? ¿Dónde comenzaré a trazar la línea? ¿Y si en el próximo caso está implicado alguno de mis enemigos políticos, no un miembro de mi propio partido? ¿Todas las muertes que costó erradicar esta costumbre habrán sido en vano? Yo recuerdo los duelos, y cómo eran las cosas entonces. Y lo peor de todo: si permites que las amistades pesen en el gobierno, pronto tendrás camarillas. Puedes decir lo que quieras de Ezar Vorbarra, pero en treinta años de labor implacable transformó el gobierno de un club para los Vor en un lugar donde impera la ley, donde la ley es la misma para todos, aunque todavía no sea perfecto.
      — Comienzo a comprender el problema.
      — Y yo… ¡yo, entre todos los hombres, debo tomar esta decisión! ¿Quién debió haber sido públicamente ejecutado hace veintidós años, por el mismo crimen? — Se detuvo ante ella -. Esta mañana toda la ciudad comenta lo que ocurrió anoche. Dentro de unos pocos días habrá pasado. Hice que el servicio de noticias lo acallara provisionalmente, pero fue como escupir en el viento. Es demasiado tarde para intentar encubrirlo, suponiendo que desease hacerlo. Entonces, ¿a quién debo traicionar en el día de hoy? ¿A un amigo? ¿O a la confianza de Ezar Vorbarra? No hay duda de la decisión que hubiese tomado él.
      Vorkosigan se sentó de nuevo a su lado y la abrazó. — Y esto es sólo el comienzo. Cada mes, cada semana me encontraré con otro problema imposible. ¿Qué quedará de mí dentro de quince años? ¿Seré una cáscara, como esa cosa que enterramos tres meses atrás, rezando con su último aliento para que Dios no existiese? ¿O seré un monstruo corrompido por el poder, igual que su hijo, tan contaminado que sólo pudo ser esterilizado por un arco de plasma? ¿O algo aún peor?
      Su descarnada agonía la aterrorizó. Cordelia lo abrazó con fuerza.
      — No lo sé. No lo sé. Pero alguien… alguien ha tomado siempre estas decisiones, mientras nosotros íbamos por la vida como inconscientes, dando todo por supuesto. Ellos también eran seres humanos, ni mejores ni peores que tú.
      — Un pensamiento aterrador. Ella suspiró.
      — No puedes elegir entre el mal y el mal, en medio de la oscuridad, utilizando la lógica. Sólo puedes aferrarte a tus principios. Yo no puedo tomar la decisión por ti. Pero cualquiera que sean los principios que escojas, deberás utilizarlos como guía. Y por el bien de tu pueblo, tendrán que ser firmes. El descansó en sus brazos.
      — Lo sé. En realidad no dudaba sobre la decisión. Sólo estaba… quejándome un poco, dejándome llevar por la depresión. — Se apartó de ella y volvió a levantarse -. Querida capitana, si dentro de quince años sigo cuerdo, creo que sólo será gracias a ti. Ella lo miró.
      Entonces, ¿qué decisión has tomado?
      El dolor de sus ojos le brindó la respuesta.
      — Oh, no — suspiró Cordelia sin proponérselo, pero se contuvo para no añadir nada más. Yo sólo trataba de hablar con sensatez. No quería decir esto.
      — ¿No la conoces? — dijo él con suavidad, resignado -. El estilo de Ezar es el único que puede funcionar aquí. Era cierto después de todo. El sigue gobernando desde la tumba. — Vorkosigan se dirigió al baño, para lavarse y cambiarse de ropa.
      — Pero tú no eres él — susurró Cordelia en la habitación vacía -. ¿No puedes encontrar un camino propio?

8

      Vorkosigan asistió a la ejecución pública de Cari Vorhalas tres semanas después.
      — ¿Es necesario que vayas? — le preguntó Cordelia esa mañana, mientras él se vestía en silencio -. Yo no tengo que ir, ¿verdad que no?

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