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Barrayar (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Barrayar (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 17)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      Cordelia abrió un puño y lo dejó posado sobre la mesa.
      — Yo hubiese decidido otra cosa. Pero nadie me ha designado a mí regente de Barrayar.
      La tensión lo abandonó con un suspiro.
      — Me falta imaginación.
      Un defecto muy frecuente entre los barrayareses, mi amor.
      Al regresar a las habitaciones de Aral, Cordelia se encontró con el conde Piotr en el pasillo. Ya no se parecía en nada al anciano agotado que la dejara en un sendero de la montaña. Ahora llevaba las ropas elegantes que solían usar los Vor retirados y los ministros imperiales: pantalón bien planchado, botas cortas lustradas y una túnica muy ornamentada. Bothari se encontraba a su lado, nuevamente con su librea formal color marrón y plata. Bothari traía un grueso abrigo plegado en el brazo, por lo cual Cordelia dedujo que el conde acababa de llegar de su misión diplomática en algún Distrito al norte de los territorios de Vordarian. Con excepción de las zonas ocupadas, al parecer la gente de Vorkosigan podía moverse a voluntad.
      — Ah, Cordelia. — Piotr la saludó con un movimiento de cabeza cauteloso y formal; no era momento de reanudar las hostilidades. Por ella no había ningún inconveniente. No creía que le quedara ningún deseo de pelear en su corazón corroído.
      — Buenos días, señor. ¿Su misión ha tenido éxito?
      — Ya lo creo que sí. ¿Dónde está Aral?
      — Ha ido al Sector de Inteligencia, según creo, a consultar con Illyan sobre los últimos informes llegados de Vorbarr Sultana.
      — Ah. ¿Qué está ocurriendo? — El capitán Vaagen se presentó aquí. Lo derribaron a golpes, pero de algún modo logró llegar desde la capital… Parece ser que finalmente Vordarian descubrió que tenía otro rehén. Su patrulla se llevó la réplica del Hospital Militar a la Residencia Imperial. Supongo que pronto recibiremos alguna noticia de él, pero sin duda no quiso privarnos del placer de escuchar primero el relato de Vaagen.
      Piotr echó la cabeza hacia atrás y emitió una risa amarga.
      — Eso sí que es una amenaza vacía.
      Cordelia aflojó la mandíbula el tiempo suficiente para decir:
      — ¿A qué se refiere, señor? — Ella sabía perfectamente bien a qué se refería, pero quería llevarlo hasta el límite.
      Llega basta el fondo, maldito. Dilo todo.
      Los labios de Piotr se curvaron en una especie de sonrisa.
      — Me refiero a que, sin darse cuenta, Vordarian le está haciendo un servicio a la familia Vorkosigan. Estoy seguro de que no se ha dado cuenta.
      No dirías eso si Aral estuviese aquí, viejo. ¿Tú lo preparaste? Dios, no podía decirle eso…
      — ¿Usted lo preparó? — le preguntó Cordelia.
      Piotr echó la cabeza hacia atrás.
      — ¡Yo no negocio con traidores!
      — Él pertenece a su antiguo partido Vor. Allí se encuentra su verdadera lealtad. Siempre dijo que Aral era demasiado progresista.
      — ¡Te atreves a acusarme…! — Su indignación rayaba la furia.
      La furia hacía que Cordelia comenzase a ver todo rojo.
      — Yo sé que usted ha intentado cometer un asesinato, ¿por qué no habría de intentar cometer una traición? Sólo espero que al final predomine su ineptitud.
      La voz de Piotr estaba jadeante de ira.
      — ¡Has llegado demasiado lejos!
      — No, viejo. Todavía puedo llegar mucho más lejos.
      Drou parecía absolutamente aterrorizada. El rostro de Bothari era una talla de piedra. Piotr retorció una mano como si hubiese querido golpearla. Bothari observó esa mano con un brillo extraño en la mirada.
      — Aunque deshacerse de ese monstruo es el mejor favor que Vordarian podría llegar a hacerme, no creo que se lo deje saber — le espetó Piotr -. Me resultará mucho más divertido observar cómo trata de manejar un comodín como si se tratase de un as, y luego preguntarse por qué le falló la jugada. Aral lo sabe… supongo que se sentirá muy aliviado al ver que Vordarian se ocupa del asunto en su lugar. ¿O ya lo has embrujado para que organice alguna estupidez espectacular?
      — Aral no hace nada.
      — Oh, buen chico. Me preguntaba si le habrías sorbido el seso para siempre. Es un barrayarés, después de todo.
      — Eso parece — respondió ella con rigidez. Estaba temblando, aunque Piotr no se encontraba en mejores condiciones.
      — Bueno, dejemos este asunto menor — dijo él, tratando de recuperar el control de sí mismo -. Tengo cuestiones más importantes que tratar con el regente. Que le vaya bien, señora. — Inclinó la cabeza en un esfuerzo irónico, y se alejó.
      — Que tenga un buen día — le gruñó ella a sus espaldas, y se abalanzó hacia la puerta de sus habitaciones.
      Cordelia pasó veinte minutos caminando de un lado al otro antes de sentirse en condiciones de hablar con nadie, ni siquiera con Drou, quien se había acurrucado en una silla apartada como tratando de hacerse pequeña.
      — Usted no cree realmente que el conde Piotr sea un traidor, ¿verdad, señora? — preguntó Droushnakovi cuando al fin Cordelia comenzó a caminar más lento. Ella sacudió la cabeza.
      — No… no. Sólo quería herirlo. Este lugar me está afectando. Me ha afectado. — Con fatiga, se dejó caer en un sillón y posó la cabeza en el respaldo. Después de un silencio añadió -: Aral tiene razón. No tengo derecho a arriesgarme. No, eso no es exacto. No tengo derecho a fallar. Y ya no confío en mí misma. No sé qué ha ocurrido con mi destreza. La he perdido en una tierra extraña.
      No puedo recordar. No puedo recordar cómo lo hacía. Ella y Bothari eran gemelos, dos personalidades separadas pero igualmente afectadas por una sobredosis de Barrayar.
      — Señora… — Droushnakovi se alisó la falda, con la vista baja -. Yo viví en la Residencia Imperial durante tres años.
      — Sí… — El corazón le dio un vuelco. Como un ejercicio de autodisciplina, Cordelia cerró los ojos y no volvió a abrirlos -. Habíame de ello, Drou.
      — El mismo Negri me entrenó. Como era la guardaespaldas de Kareen, él siempre decía que yo sería la última barrera entre ella, Gregor y… y cualquier cosa tan grave como para haber llegado tan lejos. Me lo enseñó todo respecto a la Residencia. Solía adiestrarme en ello. Me mostró cosas que no creo que nadie más conozca. Teníamos preparadas cinco rutas de escape. Dos de ellas eran procedimientos habituales de seguridad. Una sólo la conocían algunos oficiales superiores como Illyan. Las otras dos… no creo que nadie más las conociera, excepto Negri y el emperador Ezar. Y estoy pensando… — Se humedeció los labios -. Una ruta secreta para salir también debe de ser una ruta secreta para entrar, ¿no le parece?
      — Tal como diría Aral, tu razonamiento me resulta extremadamente interesante, Drou. Continúa. — Cordelia mantuvo los ojos cerrados.
      — Eso es todo. Si de algún modo lograra llegar a la Residencia, apuesto a que podría entrar.
      — ¿Y volver a salir?
      — ¿Por qué no?
      Cordelia descubrió que se había olvidado de respirar.
      — ¿Para quién trabajas, Drou?
      — Para el capitán… — comenzó ella a responder, pero entonces se detuvo -. Negri. Pero él está muerto. Para el comandante… el capitán Illyan, supongo.
      — Te lo preguntaré de otro modo. — Al fin Cordelia abrió los ojos -. ¿Por quién has arriesgado tu vida?
      — Por Kareen. Y por Gregor, por supuesto. Ellos eran como la misma persona.
      — Aún lo son. Te lo dice esta madre. — Miró a los ojos azules de Drou -. Y Kareen te entregó a mí.
      — Para que fuese mi mentora. Pensamos que era un soldado.
      — No lo soy. Pero eso no significa que nunca haya luchado. — Cordelia se detuvo -. ¿Qué quieres a cambio, Drou? Pon tu vida en mis manos… no diré bajo juramento de lealtad, como esos idiotas… ¿a cambio de qué?
      — Kareen — respondió Droushnakovi con firmeza -. Los he estado observando, y ya la han clasificado como sacrificable. Cada día, durante tres años, arriesgué mi vida porque creí que la suya era importante. Cuando se observa atentamente a alguien durante tanto tiempo, uno llega a conocerlo a fondo. Por lo visto ahora piensan que debo olvidar mi lealtad, como si yo fuese una especie de máquina. Hay algo que está mal en eso. Quiero… al menos quiero intentar rescatar a Kareen. A cambio de eso… lo que usted desee, señora.
      — Ah. — Cordelia se frotó los labios -. Eso parece… equitativo. Una vida sacrificable por otra. Kareen por Miles. — Se hundió en el sillón sumida en una profunda reflexión.
      Primero lo ves. Entonces te conviertes en ello. — No es suficiente. — Al fin Cordelia sacudió la cabeza -. Necesitamos… a alguien que conozca la ciudad. A alguien con músculo, que sirva de apoyo. Un hombre que sepa manejar armas, que nunca duerma. Necesito a un amigo. — Curvó los labios en una leve sonrisa -. Más que un hermano. — Se levantó y se dirigió a la consola.
      — ¿Quería verme, señora? — dijo el sargento Bothari.
      — Sí, por favor, entre.
      Las habitaciones de los oficiales superiores no intimidaban a Bothari, pero de todos modos frunció el ceño cuando Cordelia le indicó que se sentase. Fue a ocupar el lugar habitual de Aral, al otro lado de la mesa baja. Drou volvió a sentarse en el rincón, observando en silencio. Cordelia miró a Bothari, quien también la miró a ella. Tenía buen aspecto, aunque su rostro estaba marcado por la tensión. Como a través de un tercer ojo, Cordelia pudo percibir las energías frustradas que corrían por su cuerpo; arcos de ira, redes de control, un enmarañado nudo eléctrico de peligrosa sexualidad por debajo de todo. Energías que reverberaban, que aumentaban cada vez más sin posibilidad de liberarse, con una desesperada necesidad de que le ordenasen actuar para que no estallasen por su cuenta sin ningún control. Cordelia parpadeó y volvió a concentrarse en su superficie menos aterradora; sólo era un hombre cansado y feo en un elegante uniforme marrón.
      Para su sorpresa, Bothari tomó la palabra.
      — Señora, ¿ha tenido alguna noticia de Elena? ¿Se preguntaba para qué lo habría llamado aquí? Para su vergüenza, ella casi se había olvidado de Elena.
      — Nada nuevo, me temo. Según los informes, se encuentra con la señora Hysopi en ese hotel del centro custodiado por las fuerzas de Vordarian, junto con muchos otros rehenes. No la han trasladado a la Residencia ni nada parecido. — A diferencia de Kareen, la misión secreta de Cordelia no pasaba por el mismo lugar donde se encontraba Elena. Si él se lo pedía, ¿cuánto podría prometerle? — Siento mucho lo de su hijo, señora. — Mi mutante, como diría Piotr. — Cordelia lo observó. Interpretaba mejor sus hombros, su columna y sus entrañas que su rostro impasible.
      — Respecto al conde Piotr — dijo, y se interrumpió. Tenía las manos unidas entre las rodillas -. Había pensado en hablar con el almirante. No se me ocurrió hacerlo con usted. Debí haber pensado en usted.
      — Siempre. — ¿ Y ahora qué?
      — Ayer se me acercó un hombre en el gimnasio. No llevaba uniforme ni insignias. Me ofreció a Elena. La vida de Elena si yo asesinaba al conde Piotr.
      — Qué tentador — dijo Cordelia sin poder contenerse -. Eh, ¿qué garantías le ofreció?
      — En seguida me hice la misma pregunta. Allí estaría yo, metido en grandes problemas, tal vez ejecutado, ¿y entonces quién se ocuparía de la bastarda de un hombre muerto? Pensé que era una trampa, otra trampa, y regresé a buscarlo… pero desde entonces no he vuelto a verlo. — Bothari suspiró -. Ahora casi me parece una alucinación.
      La expresión en el rostro de Drou era un estudio de la más profunda desconfianza, pero por fortuna Bothari se hallaba de espaldas a ella y no se dio cuenta. Cordelia le dirigió una rápida mirada de reproche.
      — ¿Ha sufrido alucinaciones? — le preguntó.
      — No lo creo. Sólo pesadillas. Trato de no dormir.
      — Yo… tengo mi propio problema — dijo Cordelia -. Ya ha oído mi conversación con Piotr.
      — Sí, señora.
      — ¿Sabe que existe un límite de tiempo?
      — ¿Límite de tiempo?
      — Si nadie se ocupa de la réplica uterina, Miles no podrá vivir más de seis días. Sin embargo, Aral afirma que Miles no corre más peligro que las familias de sus hombres. Yo no opino lo mismo.
      — A espaldas del almirante, he oído a algunas personas decir lo contrario.
      — ¿Ah?
      — Dicen que es un engaño. Que su hijo es una especie de mutante que de todas formas va a morir, mientras que ellos arriesgan niños normales.
      — No creo que él imagine… estos comentarios.
      — ¿Quién lo repetiría en su rostro?
      — Muy pocos. Tal vez ni siquiera Illyan. Aunque Piotr no perdería la ocasión de decírselo, si llegara a sus oídos. ¡Maldita sea! Nadie, en ninguno de los dos bandos, dudaría en vaciar esa replica. — Guardó silencio unos instantes y volvió a comenzar -. Sargento, ¿para quién trabaja usted?
      — He jurado lealtad como Hombre de Armas al conde Piotr — recitó Bothari. Ahora la observaba con atención, mientras una extraña sonrisa empezaba a curvar sus labios.
      — Se lo diré de otro modo. Sé que existen terribles castigos para los Hombres de Armas que se ausentan sin permiso. Pero supongamos que…
      — Señora. — Él alzó una mano para detenerla -. ¿Recuerda que allá en el jardín de Vorkosigan Surleau, cuando cargábamos el cuerpo de Negri en la aeronave, el regente me pidió que obedeciera su voz como si fuese la suya propia?
      Cordelia alzó las cejas.
      — Sí…
      — No ha revocado la orden.
      — Sargento — murmuró ella al fin -. Jamás habría imaginado que fuese un abogado de cuartel.
      La sonrisa de Bothari se tornó un poco más tensa.
      — Para mí su voz es como la del mismo emperador. Técnicamente.
      — Lo es ahora — susurró Cordelia, y se clavó las uñas en las palmas.
      Bothari se inclinó hacia delante, con las manos inmóviles entre las rodillas.
      — Y bien, señora. ¿Qué estaba diciendo?
      El aparcamiento para vehículos motorizados era una bóveda baja donde retumbaban los ruidos, iluminada suavemente por las luces de una oficina con paredes de vidrio. Cordelia aguardó junto al tubo elevador, acompañada por Drou, y observó a través del lejano rectángulo de vidrio cómo Bothari negociaba con el oficial de transportes. El Hombre de Armas del general Vorkosigan solicitaba un vehículo en nombre de su señor. Por lo visto, Bothari no había tenido problemas con sus pases e identificaciones. El hombre insertó las tarjetas del sargento en su ordenador, colocó la palma sobre la almohadilla del sensor, e impartió unas órdenes rápidas.
      ¿Funcionaría este plan tan simple?, se preguntó Cordelia con desesperación. Y de lo contrario, ¿qué alternativa les quedaba? La ruta que habían planeado se dibujó en su mente, como líneas de luz roja serpenteando sobre un mapa. No irían al norte, hacia su objetivo, sino que primero viajarían al sur, en coche terrestre hasta el primer Distrito leal. Allí dejarían en una zanja el llamativo coche del gobierno, abordarían el monocarril hasta el otro Distrito y luego viajarían al noroeste cruzando a otro más, para regresar al este, donde se encontraba la zona neutral del conde Vorinnis, centro de tanta atención diplomática por parte de ambos bandos. El comentario de Piotr resonó en su memoria. Te lo juro, Aral, si Vorinnis no deja de jugar a dos bandas, cuando esto termine tendrás que colgarlo más alto que a Vordarian. Entonces llegarían al Distrito Capital y, de alguna manera, entrarían en la ciudad ocupada. Deberían recorrer muchos kilómetros. Tres veces más que la distancia directa entre la base y la capital. Tardarían mucho. Su corazón se lanzó hacia el norte, como la aguja de una brújula. Los peores Distritos serían el primero y el último. Las fuerzas de Aral podían resultar tan enemigas como las de Vordarian. Todo se le antojaba imposible.
      Paso por paso, se dijo con firmeza. Primero debían salir de la base Tanery; eso les resultaría sencillo. Tenía que dividir el futuro infinito en bloques de cinco minutos, y luego atravesarlos de uno en uno.
      Bien, los primeros cinco minutos ya habían transcurrido y un brillante vehículo para oficiales superiores apareció procedente de un aparcamiento subterráneo. Una pequeña victoria para recompensar un poco de paciencia y audacia. ¿Qué conseguirían con más paciencia y más audacia?
      Bothari inspeccionó el vehículo meticulosamente, como si dudara de que fuese apropiado para su señor. El oficial de transportes aguardó con ansiedad y suspiró aliviado cuando el Hombre de Armas del gran general asintió con un gesto, aunque no sin antes haber pasado la mano sobre la cubierta y mirado con disgusto unas partículas de polvo. Bothari acercó el vehículo al portal del tubo elevador y lo aparcó, obstaculizando la vista desde la oficina.
      Drou se inclinó para recoger su bolso. Allí había guardado una extraña colección de ropas, incluyendo las que Cordelia y Bothari habían usado en la montaña, junto con algunas armas ligeras. Bothari colocó la polarización en la cubierta trasera, para que se reflejase como un espejo, y la levantó.
      — ¡Señora! — gritó la voz ansiosa del teniente Koudelka, en la entrada del tubo elevador -. ¿Qué está haciendo?
      Cordelia apretó los dientes y, después de convertir su expresión salvaje en una sonrisa de sorpresa, se volvió hacia él.
      — Hola, Kou, ¿qué ocurre?
      Con el ceño fruncido, él la miró a ella, a Droushnakovi, al bolso.
      — Yo he preguntado primero — dijo con agitación. Debía de haberlos estado persiguiendo durante varios minutos, después de haber descubierto que las habitaciones de Aral estaban vacías.
      Cordelia mantuvo la sonrisa fija en el rostro, mientras en su mente aparecían imágenes de una patrulla de seguridad saliendo del tubo elevador para detenerla, o al menos a sus planes.
      — Vamos… vamos a la ciudad.
      Él la miró con escepticismo.
      — Ah. ¿Y el almirante lo sabe? ¿Dónde están los guardias de Illyan, entonces?
      — Se han adelantado — explicó Cordelia con suavidad.
      La vaga posibilidad hizo que por un momento la duda brillara en los ojos de Koudelka. Aunque por desgracia, sólo permaneció allí un instante.
      — ¿Pero qué…?
      — Teniente — lo interrumpió el sargento Bothari -. Eche un vistazo a esto. — Señaló el compartimiento trasero del vehículo.
      Koudelka se inclinó para mirar.
      — ¿Qué? — preguntó con impaciencia.
      Cordelia se sobresaltó cuando la mano abierta de Bothari cayó sobre la nuca de Koudelka, y volvió a hacerlo cuando la cabeza del teniente golpeó contra el interior del compartimiento mientras Bothari lo introducía empujándolo con la bota. El bastón de estoque cayó al suelo.
      — Adentro — dijo Bothari en voz baja y ronca, echando un rápido vistazo a la oficina distante.
      Droushnakovi lanzó el bolso al interior y se introdujo tras Koudelka, apartando sus largas piernas. Cordelia cogió el bastón y subió tras ellos. Bothari retrocedió un paso, hizo la venia, cerró la cubierta y entró en el compartimiento del conductor.
      Arrancaron con suavidad. Cordelia se obligó a controlar un pánico irracional cuando Bothari se detuvo en el primer puesto de guardia. Podía ver y oír con tanta claridad a los centinelas, que resultaba difícil recordar que ellos sólo veían el reflejo de sus propios ojos. Pero aparentemente el general Piotr podía desplazarse a voluntad. Qué agradable debía de ser la vida del general Piotr. Aunque en aquellos momentos difíciles, era probable que ni siquiera él hubiese podido entrar en la base Tanery sin abrir la cubierta. Los centinelas del último puesto los dejaron pasar sin detenerlos, muy ocupados en la inspección de unos transportes de carga.
      Al fin, Cordelia y Droushnakovi lograron acomodar bien a Koudelka entre las dos. Su primer desmayo alarmante estaba pasando. El teniente parpadeó y gimió. La cabeza, el cuello y los hombros eran las únicas partes que no habían sido sometidas a intervenciones quirúrgicas. Cordelia confiaba en que no hubiese sufrido la rotura de nada inorgánico.
      La voz de Droushnakovi estaba tensa de preocupación.
      — ¿Qué haremos con él?
      — No podemos dejarlo tirado por el camino. Correría de vuelta a avisar — dijo Cordelia -. Aunque si lo atamos a un árbol en algún lugar escondido, existe la posibilidad de que no lo encuentren… Será mejor que lo atemos, comienza a despertar.
      — Yo puedo controlarlo.
      — Me temo que ya ha tenido bastante de eso. Droushnakovi inmovilizó las manos de Koudelka con un pañuelo que guardaba en el bolso; era muy hábil haciendo nudos.
      — Tal vez nos sea útil — reflexionó Cordelia.
      — Nos traicionará — objetó Droushnakovi con el ceño fruncido.
      — Quizá no. Cuando estemos en territorio enemigo. Cuando la única forma de escapar sea seguir avanzando.
      Koudelka empezó a enfocar la mirada. Cordelia se sintió aliviada al comprobar que las dos pupilas tenían el mismo tamaño.
      — Señora… Cordelia — murmuró. Sus manos luchaban contra el pañuelo de seda -. Esto es una locura. Tropezaréis directamente con las fuerzas de Vordarian. Entonces Vordarian tendrá dos rehenes para presionar al almirante, en lugar de uno. ¡Y tanto usted como Bothari saben dónde está el emperador!
      — Donde estaba — le corrigió Cordelia -. Hace una semana. Estoy segura de que desde entonces lo habrán trasladado. Y Aral ha demostrado su capacidad para resistir a las presiones de Vordarian. No lo subestime.
      — ¡Sargento Bothari! — Koudelka se inclinó hacia delante, hablando por el intercomunicador. Ahora la cubierta delantera también estaba polarizada.
      — ¿Sí, teniente? — respondió la voz grave y monótona de Bothari.
      — Le ordeno que regrese con este vehículo.
      Una breve pausa.
      — Ya no me encuentro en el Servicio Imperial, señor. Estoy retirado.
      — ¡Piotr no le ordenó esto! Usted es un hombre del conde Piotr.
      Una pausa más larga; un tono más bajo.
      — No. Soy el perro de la señora Vorkosigan.
      — ¡Ha perdido la chaveta!
      Cómo consiguió transmitir semejante expresión por el intercomunicador, Cordelia nunca lo supo, pero una sonrisa canina pendió en el aire ante sus ojos.
      — Vamos, Kou — dijo Cordelia -. Ayúdeme. Tráiganos suerte, colabore. Deje fluir su adrenalina.
      Droushnakovi se inclinó hacia su oído con una sonrisa en los labios.
      — Míralo de este modo, Kou. ¿Quién más te brindaría la oportunidad de combatir en el campo de batalla?
      Él miró a derecha y a izquierda, sentado entre sus dos captoras. El zumbido del coche terrestre llegó hasta ellos, mientras avanzaban cada vez más rápido por la creciente oscuridad.

16

      Verduras y frutas ilegales. Con expresión risueña, Cordelia contempló los sacos de coliflores y las cajas de bayas entre las cuales estaba sentada, mientras el viejo camión se zarandeaba por el camino. Productos del sur que viajaban a Vorbarr Sultana por un camino tan furtivo como el de ella. Estaba casi segura de que bajo la pila se encontraban algunos de los mismos sacos de coles con los que había viajado un par de semanas antes, migrando de acuerdo con las extrañas presiones económicas de la guerra.
      Ahora los Distritos controlados por Vordarian se encontraban bajo un estricto bloqueo impuesto por los Distritos leales a Vorkosigan. Aunque todavía podían aguantar mucho tiempo sin morir de hambre, en Vorbarr Sultana los precios de los alimentos estaban por las nubes debido al acaparamiento y a la llegada del invierno. Por lo tanto, los hombres pobres se decidían a correr el riesgo. Y un hombre pobre que ya estaba corriendo el riesgo no se negaba a recoger algunos pasajeros, a cambio de un soborno.
      Había sido Koudelka quien trazó el plan y se entregó a aquella estrategia casi a pesar de sí mismo. Había sido él quien encontró los almacenes de venta al por mayor en el Distrito Vorinnis, y quien recorrió los muelles de carga buscando a alguien que trabajara de forma independiente. En cambio, fue Bothari quien negoció el total del soborno, demasiado escaso según la opinión de Cordelia, pero muy adecuado para el papel de campesinos desesperados que estaban interpretando.
      — Mi padre tenía una tienda de comestibles — les había explicado Koudelka mientras trataba de convencerlos de su plan -. Sé lo que me traigo entre manos.
      Por unos momentos Cordelia se preguntó qué significaba la mirada cautelosa que Kou le había dirigido a Droushnakovi, pero entonces recordó que el padre de Drou era un soldado. Kou solía hablar de su hermana y de su madre viuda, pero hasta ese momento Cordelia no había comprendido que si eliminaba a su padre de los relatos no se debía a una falta de afecto, sino a que se avergonzaba de su condición social. Koudelka había vetado la posibilidad de viajar en un camión que transportaba carne.
      — Es más probable que lo detengan los guardias de Vordarian para conseguir un par de filetes — les explicó. Cordelia no supo si hablaba por experiencia militar o como vendedor de comestibles, pero en cualquier caso se alegró de no tener que viajar con esas horribles bestias congeladas.
      Se vistieron lo más adecuadamente posible para interpretar sus papeles, combinando las ropas del bolso con las que llevaban puestas. Bothari y Koudelka fingían ser dos veteranos recientemente licenciados, tratando de mejorar su mala fortuna. Cordelia y Drou eran dos campesinas que viajaban con ellos. Las dos mujeres se ataviaban con una combinación bastante realista de viejos vestidos montañeses y accesorios de la clase superior, aparentemente adquiridos en una tienda de artículos usados. Intercambiando sus prendas para que no pareciesen a medida, lograron el efecto deseado.
      Cordelia cerró los ojos con fatiga, aunque no tenía ganas de dormir. El tiempo avanzaba en su cabeza. Habían tardado dos días en llegar hasta allí. Tan cerca del objetivo, tan lejos del éxito… Sus ojos volvieron a abrirse cuando el camión se detuvo bruscamente.
      Bothari se asomó al compartimiento del conductor.
      — Nos bajamos aquí — dijo en voz alta. Uno por uno fueron descendiendo a la calle urbana. Su aliento producía vapor en el frío ambiente. Aún no había amanecido, y había menos luces encendidas de las que Cordelia había esperado. Bothari hizo una seña al conductor para que se marchase.
      — El hombre no consideró buena idea que llegáramos hasta el Mercado Central — gruñó Bothari -. Dice que los guardias municipales de Vorbohn acuden allí a esta hora, cuando llegan los camiones.
      — ¿Se esperan disturbios por la falta de alimentos? — preguntó Cordelia.
      — Sin duda, pero además quieren conseguir su propia comida antes que nadie — respondió Koudelka -. Vordarian tendrá que hacer intervenir al ejército pronto, antes de que el mercado negro acapare todos los alimentos. — En los momentos en que olvidaba fingir que era un Vor artificial, Kou desplegaba unos conocimientos sorprendentes sobre la forma en que operaba el mercado negro. ¿Cómo había conseguido un tendero que su hijo recibiese la educación necesaria para ingresar en la competitiva Academia Militar Imperial? Cordelia esbozó una sonrisa y observó la calle. Era un sector antiguo de la ciudad, anterior a los tubos elevadores, de forma que no había edificios con más de seis plantas. Y bastante deteriorado también, con las instalaciones del agua y de la electricidad por encima de las fachadas.
      Bothari los condujo como si supiese adonde iba. En la dirección del tránsito, el estado de los edificios no mejoró. Las calles se volvieron más estrechas y en el aire flotaba un cierto hedor a putrefacción y orines. Las luces se hicieron más escasas. Drou caminaba con los hombros hundidos. Koudelka se aferraba a su bastón. Bothari se detuvo frente a una entrada estrecha y mal iluminada, con un cartel escrito a mano que decía:

HABITACIONES.

      — Esto servirá. — La vieja puerta no era automática y giraba sobre bisagras, pero estaba cerrada con llave. Él la sacudió y luego la golpeó. Después de un largo rato se abrió una pequeña abertura cortada en la puerta, y unos ojos desconfiados lo escrutaron.
      — ¿Qué quieres?
      — Una habitación.
      — ¿A estas horas? Ni hablar.
      Bothari empujó a Drou hacia delante. La luz que se filtraba por la abertura alumbró su rostro.
      — Hum — gruñó la voz al otro lado de la puerta -, Bueno… — Se oyó el ruido de cadenas y barras metálicas, y la puerta se abrió.
      Todos se apiñaron en un estrecho vestíbulo donde había una escalera, un escritorio y el inicio de un pasillo que conducía a una habitación oscura. Su anfitrión protestó más cuando se enteró de que querían una sola habitación para los cuatro. A pesar de todo, no dijo nada al respecto; por lo visto la desesperación que sentían hacía que su aspecto de pobreza pareciese más auténtico. Con las dos mujeres y sobre todo con Koudelka en el grupo, a nadie se le ocurría sospechar que fuesen agentes secretos.
      Se acomodaron en una habitación pequeña y barata del piso superior, y decidieron que Kou y Drou serían los primeros en dormir. Mientras el alba se escurría por la ventana, Cordelia siguió a Bothari escaleras abajo buscando algo que comer.
      — Debí prever que necesitaríamos raciones en una ciudad sitiada — murmuró Cordelia.
      — La situación aún no es tan grave — dijo Bothari -. Ah… será mejor que usted no hable, señora. Su acento la delatará.
      — Tiene razón. Pero entable una conversación con ese sujeto, si puede. Quiero saber cómo se encuentra la situación local. — Encontraron al posadero en la pequeña habitación detrás del corredor, donde a juzgar por un par de mesas desvencijadas con sillas, funcionaba el bar y el comedor. De mala gana, el hombre les vendió unos alimentos sellados y bebidas embotelladas a precios exorbitantes, mientras se quejaba por el racionamiento y trataba de sonsacarles alguna información acerca de ellos.
      — He estado planeando este viaje durante meses — dijo Bothari, apoyado en el mostrador -, y no he podido hacerlo por culpa de esta maldita guerra.
      El posadero emitió un sonido alentador, de un empresario a otro.

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