Barrayar (íà èñïàíñêîì)
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Bujold Lois McMaster |
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Ahora era una barrayaresa, y había prestado juramento como el resto de los lunáticos. El viaje demoraba dos meses. Y además, hasta donde ella sabía, allí todavía estaba pendiente una orden de arresto contra ella, acusándola de deserción militar, sospecha de espionaje, fraude, violencia… probablemente había hecho mal al tratar de ahogar en su acuario a aquel estúpido psiquiatra del ejército. Cordelia suspiró al recordar su apresurada partida de la Colonia Beta. ¿Se limpiaría su nombre alguna vez? No, mientras los secretos de Ezar se mantuviesen guardados en cuatro cabezas, desde luego. No. Colonia Beta estaba cerrada para ella, la había expulsado. Barrayar no tenía ningún monopolio en lo que se refería a estupidez política, de eso estaba segura. Podré arreglármelas en Barrayar. Junto a Aral. Por supuesto que sí. Era hora de entrar. El sol le estaba produciendo un ligero dolor de cabeza.
4
A pesar de lo que había pensado al principio, a Cordelia no le resultó tan difícil tratar al tropel de guardias personales que circulaban por su casa. Ella en Estudios Astronómicos Betaneses y Vorkosigan en el servicio militar de Barrayar, ambos habían aprendido lo que era la convivencia. Cordelia no necesitó mucho tiempo para comenzar a conocer a las personas de uniforme y a tratarlos en sus propios términos. Los guardias formaban un grupo de jóvenes animosos, elegidos por su servicio y orgullosos de ello. Aunque cuando Piotr también se encontraba en la casa con todos sus hombres de librea, incluyendo a Bothari, se acentuaba la sensación de estar viviendo en un cuartel. Fue el conde quien sugirió un torneo informal de combate cuerpo a cuerpo entre los hombres de Illyan y los suyos. A pesar de que el comandante de seguridad murmuró algo vago sobre efectuar un entrenamiento gratuito a expensas del emperador, montaron un cuadrilátero en el jardín trasero y la contienda se convirtió en una tradición semanal. Hasta Koudelka intervenía como juez y arbitro, con Piotr y Cordelia como público. Para satisfacción de esta última, Vorkosigan asistía siempre que se lo permitían sus obligaciones; Cordelia sentía que él necesitaba descansar de la rutina a la cual se veía sometido por su trabajo. Una soleada mañana de otoño, asistida por su doncella, Cordelia se estaba acomodando en el sillón del jardín para presenciar el espectáculo, cuando de pronto observó: — ¿Y tú por qué no participas, Drou? Sin duda te conviene la práctica tanto como a ellos. La excusa para iniciar esta costumbre fue que todos debían mantenerse en buena forma. Droushnakovi miró con anhelo el cuadrilátero, pero dijo: — Nadie me ha invitado, señora. — Alguien ha cometido un descuido imperdonable. Ya verás, ve a cambiarte de ropa. Tú serás mi equipo. Aral podrá buscarse el suyo hoy. Una buena competición en Barrayar debe contar con al menos tres equipos, al menos eso dice la tradición. — ¿ Cree que estará bien? — preguntó ella, dudosa -. Tal vez no les guste la idea. Droushnakovi se estaba refiriendo a los que ella llamaba los «verdaderos» guardias, los hombres de librea. — A Aral no le importará. Cualquiera que tenga alguna objeción podrá discutirlo con él. Si se atreve. — Cordelia sonrió, y después de devolverle la sonrisa, Droushnakovi se marchó. Aral llegó para acomodarse a su lado, y ella le habló de su plan. Él alzó una ceja. — ¿Innovaciones betanesas? Bueno, ¿por qué no? Aunque prepárate para las burlas. — Estoy preparada. No se mostrarán tan propensos a las bromas si logra derribar a algunos de ellos. Creo que podrá… en Colonia Beta esta muchacha ya sería jefe de un comando. Desperdicia su talento dando vueltas a mi alrededor todo el día. Si no puede… bueno, entonces sabremos que no debería ser mi guardaespaldas, ¿no? — Cordelia lo miró a los ojos. — Me has convencido… Me aseguraré de que, en la primera vuelta, Koudelka le designe a un contrincante de altura y peso similares. En términos absolutos es un poco pequeña. — Es más alta que tú. — Pero yo debo de pesar algunos kilos más que ella. De todos modos, tus deseos son órdenes para mí. Uuf. — Se levantó de nuevo y fue a hablar con Koudelka para que apuntase a Droushnakovi en su lista. Cordelia no oía lo que decían al otro lado del jardín, pero inventó su propio diálogo basándose en los gestos y expresiones, y lo siguió en un murmullo: — «Aral: Cordelia quiere que Drou participe. Kou: ¡Oh! ¿Para qué queremos chicas? Aral: Es fuerte. Kou: Siempre lo complican todo, y luego empiezan con las lagrimitas. El sargento Bothari la aplastará…» Hum, espero que tu gesto haya significado eso, Kou, o de otro modo te estás volviendo obsceno… y borra esa sonrisa de tu rostro, Vorkosigan. «Aral: Mi mujercita insiste. Kou: Oh, está bien.» ¡Puf! Transacción completa: el resto depende de ti, Drou. Vorkosigan regresó junto a ella. — Todo listo. Comenzará enfrentándose a uno de los hombres de papá. Droushnakovi regresó vestida con un pantalón ancho y una camiseta de punto, lo más parecido que encontró a los trajes de entrenamiento masculinos. El conde salió a conferenciar con el sargento Bothari, el líder de su equipo, y a buscar un lugar junto a ellos para calentarse los huesos al sol. — ¿Qué es esto? — preguntó Piotr cuando Koudelka llamó a la segunda pareja, uno de cuyos contrincantes era Droushnakovi -. ¿Estamos importando costumbres betanesas? — La muchacha tiene un gran talento natural — le explicó Vorkosigan -. Además, necesita la práctica tanto como cualquiera de ellos… más; su misión es la más importante de todas. — Y luego querrás incluir mujeres en el Servicio — se quejó Piotr -. Me gustaría saber dónde acabará este disparate. — ¿Qué tendría de malo incluir mujeres en el Servicio? — preguntó Cordelia para azuzarlo un poco. — Es poco militar — replicó el anciano. — En mi opinión, «militar» es cualquier cosa que sirva para ganar la guerra. — Esbozó una dulce sonrisa. Un pellizco de Vorkosigan le advirtió que no siguiese con el tema. De todas formas no fue necesario, ya que Piotr emitió un gruñido y se volvió para observar a su luchador. El hombre del conde cometió el error de subestimar a su oponente, y lo comprendió cuando sufrió la primera caída. Esto lo despertó considerablemente. Los espectadores gritaron sus comentarios, y él la inmovilizó en la siguiente caída. — Koudelka ha contado un poco rápido en esta ocasión, ¿no? — preguntó Cordelia cuando el luchador del conde permitió que Dróüsknakovi se levantara tras la decisión. — Hum, es posible — dijo Vorkosigan sin comprometerse. — Ella está reteniendo un poco sus golpes, me parece. Entre estos hombres no llegará a la próxima vuelta si continúa así. En el siguiente encuentro, el decisivo, Droushnakovi aplicó una buena llave en el brazo de su oponente, pero permitió que él se zafara. — Oh, qué pena — murmuró el conde alegremente. — ¡Debiste haber dejado que se lo rompiera! — gritó Cordelia, cada vez más comprometida. El luchador del conde cayó sin ninguna elegancia -. ¡Acaba con él, Kou! — Pero el arbitro, apoyado en su bastón, lo dejó pasar. En todo caso, Droushnakovi aprovechó una ocasión para aplicarle una llave de cuello. — ¿Qué espera ese hombre para rendirse? — preguntó Cordelia. — Prefiere desmayarse — respondió Aral -. De ese modo no tendrá que oír a sus amigos. Droushnakovi comenzaba a dudar al ver que el rostro bajo su brazo cobraba un tinte violeta. Cordelia presintió que iba a soltarlo y saltó para gritar: — ¡Resiste, Drou! ¡No permitas que te engañe! Droushnakovi lo sujetó con más firmeza y la figura dejó de luchar. — Puede darlo por terminado, Koudelka — dijo Piotr, sacudiendo la cabeza -. Esta noche deberá estar de servicio. — Y así, el tanto fue para Droushnakovi. — ¡Buen trabajo, Drou! — exclamó Cordelia cuando la joven regresó a su lado -. Pero tienes que ser más agresiva. Libera tus instintos más asesinos. — Estoy de acuerdo — dijo Vorkosigan de improviso -. Esa pequeña vacilación que has mostrado podría ser mortal… y no sólo para ti. — La miró a los ojos -. Estos combates son una práctica para la vida real, aunque todos rezamos para que nunca llegue a presentarse una situación semejante. La clase de esfuerzo extremo que se necesita debería ser automático. — Sí, señor. Lo intentaré, señor. En la siguiente vuelta participaba el sargento Bothari, quien derribó a su oponente dos veces en rápida sucesión. El vencido salió arrastrándose del cuadrilátero. Pasaron varias vueltas más, y volvió a tocarle el turno a Droushnakovi, esta vez con uno de los hombres de Illyan. Se trabaron en combate y él logró desbaratar todos los intentos de la joven, provocando las burlas de la audiencia. Furiosa, Droushnakovi se distrajo y él consiguió que perdiera el equilibrio, provocándole una caída limpia. — ¿Has visto eso? — gritó Cordelia a Aral -. ¡Ha sido un truco muy sucio! — Hum. No figura entre los ocho golpes prohibidos. No podrás descalificarlo por ello. De todos modos… — Hizo señas a Koudelka pidiendo un descanso, y llamó a Droushnakovi para decirle unas palabras en voz baja. — Hemos visto el golpe — murmuró. Ella tenía los labios apretados y el rostro ruborizado -. Ahora bien, como campeona de mi esposa, en cierto sentido, si te insultan a ti es como si la insultaran a ella. Y un pésimo precedente, además. Deseo que tu oponente no abandone el cuadrilátero consciente. Puedes tomarlo como una orden, si lo deseas. Y no te preocupes si tienes que romper algunos huesos — agregó con suavidad. Droushnakovi regresó al cuadrilátero con una leve sonrisa en el rostro. Los ojos le brillaban. Respondió a un amago con una veloz patada en la mandíbula de su oponente, un puñetazo en el vientre y un golpe en las rodillas que lo derribó violentamente sobre la colchoneta. Él no se levantó. Hubo un silencio algo conmocionado. — Tenías razón — dijo Vorkosigan -. Ella estaba conteniendo sus golpes. Cordelia sonrió con opgullo y se acomodó en el sillón. — Ya te lo decía. El siguiente combate en que participó Droushnakovi fue la semifinal, y la suerte quiso que se enfrentara al sargento Bothari. — Hum — murmuró Cordelia a Vorkosigan -. No estoy segura de la psicodinámica de esto. ¿Te parece que será seguro? Me refiero a los dos, no sólo a ella. Y no me refiero sólo a lo físico. — Creo que sí — respondió él con la misma suavidad -. La vida al servicio del conde ha sido una rutina tranquila para Bothari. Ha estado tomando su medicación. Creo que se encuentra en buena forma. Además, aquí está entre amigos. No creo que la tensión de luchar con Drou logre desequilibrarlo. Cordelia asintió con un gesto, satisfecha, y se acomodó para presenciar la carnicería. Droushnakovi parecía nerviosa. El comienzo del combate fue lento, pues la joven se dedicó principalmente a mantenerse fuera de alcance. Al volverse para mirarlos, el teniente Koudelka disparó por accidente la funda de su bastón, y la vaina fue a dar entre los arbustos. Bothari se distrajo un instante, y Drou le dio un golpe bajo y rápido. Bothari aterrizó con un fuerte impacto, aunque de inmediato volvió a levantarse. — ¡Buena jugada! — exclamó Cordelia, extasiada. Drou parecía tan sorprendida como los demás -. ¡Acaba con él, Drou! El teniente Koudelka frunció el ceño. — No fue un movimiento justo, señora. — Un hombre del conde le devolvió la funda, y Koudelka envainó la espada -. La culpa fue mía, por distraerlo. — No dijo lo mismo hace un rato — objetó ella. — Déjalo, Cordelia — le dijo Vorkosigan con suavidad. — ¡Pero le está robando un punto! — replicó ella en un susurro furioso -. ¡Y qué punto! Hasta el momento Bothari ha sido el mejor de todas las vueltas. — Sí. Koudelka necesitó seis meses de práctica en el General Vorkraft para lograr derribarlo. — Oh. Hum. — Guardó silencio por un instante -. ¿Celos? — ¿No lo has notado? Ella posee todo lo que él ha perdido. — He visto que a veces la trata con bastante brusquedad. Es una pena. Evidentemente ella está… Vorkosigan alzó una mano. — Hablaremos de ello luego. Aquí no. Cordelia se interrumpió y asintió con un gesto. — Tienes razón. El combate continuaba. El sargento Bothari derribó a Droushnakovi dos veces seguidas, y al fin se libró de su oponente final sin demasiado esfuerzo. Después de que todos los luchadores conferenciaran al otro lado del jardín, Koudelka cojeó hasta ellos en calidad de emisario. — Señor. Nos preguntábamos si querría efectuar un combate con el sargento Bothari a modo de demostración. Ninguno de los muchachos lo ha visto nunca. Vorkosigan descartó la idea sin mucha convicción. — No estoy en forma, teniente. Y además, ¿cómo lo averiguaron? ¿Han estado contando historias? Koudelka sonrió. — Algunas. Creo que así comprenderían lo que puede llegar a ser realmente este juego. — Me temo que sería un mal ejemplo. — Yo nunca lo he visto — murmuró Cordelia -. ¿De verdad es tan buen espectáculo? — No lo sé. ¿Te he ofendido últimamente? ¿Ver cómo Bothari me pulveriza sería una catarsis para ti? — Lo sería para ti — dijo Cordelia, fomentando su evidente deseo de que lo persuadieran -. Me parece que en los últimos tiempos has dejado de lado algunas cosas que te gustaban mucho. — Sí… Con unos aplausos, él se levantó y se quitó la chaqueta del uniforme, los zapatos y los anillos. Luego vació el contenido de sus bolsillos y subió al cuadrilátero para realizar algunos ejercicios de calentamiento. — Será mejor que actúe como arbitro, Kou — lo llamó -. Sólo para evitar que alguien se alarme innecesariamente. — Sí, señor. — Koudelka se volvió hacia Cordelia antes de regresar a la arena -. Eh… recuerde que en cuatro años de práctica, nunca se mataron, señora. — ¿Por qué será que en lugar de tranquilizarme me ha alarmado? De todos modos, Bothari ha peleado en seis combates esta mañana. Tal vez esté cansado. Los dos hombres se enfrentaron en la lona y se inclinaron con formalidad. Koudelka se apartó rápidamente del medio. El bullicioso rumor de la audiencia desapareció y todos los ojos se fijaron en los contrincantes, quienes se estudiaban en un frío y concentrado silencio. Comenzaron a rodearse lentamente, y de pronto se trabaron en combate. Cordelia no alcanzó a ver qué ocurría, pero cuando se separaron, Vorkosigan tenía una herida en la boca y Bothari estaba doblado sobre el vientre. En el siguiente encuentro, Bothari propinó a Vorkosigan un puntapié en la espalda que lo lanzó por completo fuera del cuadrilátero. A pesar de tener la respiración entrecortada, el almirante rodó y corrió de regreso a la lona. Los hombres responsables de guardar la vida del regente comenzaron a mirarse entre ellos, preocupados. Cuando volvieron a trabarse cuerpo a cuerpo, Vorkosigan sufrió una violenta caída y Bothari se lanzó sobre él para apretarle el cuello. A Cordelia le pareció ver cómo se curvaban sus costillas bajo el peso de la rodilla que lo inmovilizaba. Un par de guardias se dispusieron a avanzar, pero Koudelka les hizo una seña y Vorkosigan, con el rostro enrojecido, golpeó el suelo en señal de rendición. — Primer punto para el sargento Bothari — exclamó Koudelka -. ¿Dos puntos de tres, señor? El sargento Bothari se levantó con una leve sonrisa, y Vorkosigan permaneció sentado en la colchoneta un momento, recuperando el aliento. — De todos modos me queda uno. Debo obtener el desquite. Estoy en baja forma. — Se lo dije — murmuró Bothari. Volvieron a rodearse. Chocaron, se separaron, chocaron otra vez y de pronto Bothari se encontró efectuando una voltereta espectacular, mientras Vorkosigan rodaba por debajo de él para cogerle el brazo en una palanca que estuvo a punto de dislocarle el hombro al caer. Bothari luchó unos momentos para librarse de la llave, pero al fin se rindió. Esta vez fue él quien permaneció un minuto en la colchoneta antes de levantarse. — Es sorprendente — dijo Droushnakovi con los ojos ávidos -. Sobre todo considerando que es mucho menos corpulento. — Pequeño pero matón — respondió Cordelia, fascinada -. No lo olvides. El tercer enfrentamiento fue breve. Unos momentos de lucha cuerpo a cuerpo, unos golpes y una caída conjunta se resolvieron de pronto en una llave de brazo, ejecutada por Bothari. Vorkosigan cometió la imprudencia de querer soltarse, y Bothari, con rostro inexpresivo, le dislocó el codo con un crujido que oyó todo el público. Vorkosigan aulló y se rindió. Koudelka volvió a detener a los guardias. — Colóquelo en su lugar, sargento — gimió Vorkosigan sentado en el suelo, y apoyando el pie contra su ex capitán Bothari le dio un fuerte tirón del brazo -. No debo volver a repetir eso — dijo Vorkosigan, dolorido. — Al menos esta vez no se lo ha roto — observó Koudelka, tratando de animarlo, y lo ayudó a levantarse asistido por Bothari. Vorkosigan regresó cojeando al sillón y, con gran cautela, se sentó a los pies de Cordelia. Bothari también se movía con dificultad. — Así solíamos practicar este deporte… a bordo del General Vorkraft — dijo Vorkosigan con la respiración todavía agitada. — Cuánto esfuerzo — observó Cordelia -. ¿Y cuántas veces os habéis enfrentado a una verdadera situación de combate cuerpo a cuerpo? — Muy pocas. Pero cuando se presentó la ocasión, ganamos. El grupo se dispersó murmurando comentarios acerca de lo ocurrido. Cordelia acompañó a Aral para ayudar en las curas de su codo y su boca. Luego le hizo preparar un baño caliente y mientras le frotaba la espalda, continuó con el problema personal que le había estado preocupando. — ¿Te parece que podrías decirle algo a Koudelka acerca de cómo trata a Drou? Parece transformarse en otra persona. Ella hace todo lo posible por resultarle agradable, y él ni siquiera la trata con la misma amabilidad que dispensa a cualquiera de sus hombres. Drou es prácticamente una camarada oficial, y creo que está locamente enamorada de él. ¿Por qué no lo nota? — ¿Qué te hace pensar que no? — preguntó Aral lentamente. — Su comportamiento, por supuesto. Es una pena. Harían muy buena pareja. ¿No la consideras atractiva? — Encantadora. Pero claro, como todos saben — añadió volviéndose hacia ella con una sonrisa -, a mí me gustan las amazonas altas. No a todos los hombres les ocurre lo mismo. Pero si lo que detecto en tus ojos es un brillo casamentero… ¿no te parece que serán las hormonas maternales? — ¿Quieres que te disloque el otro codo? — No, gracias. Había olvidado lo doloroso que podía ser un ejercicio de entrenamiento con Bothari. Ah, eso está mejor. Un poco más abajo… — Bien, mañana tendrás unos bonitos cardenales ahí abajo. — Ya lo sé. Pero antes de que te entusiasmes demasiado con la vida amorosa de Drou, ¿has pensado con detenimiento en las lesiones de Koudelka? — Oh. — Cordelia guardó silencio -. Había supuesto que… que sus funciones sexuales habían sido tan bien reparadas como el resto de su cuerpo. — O tan mal. Es una zona muy delicada para la cirugía. Cordelia frunció los labios. — ¿Lo sabes con certeza? — No. Lo que sí sé es que nunca tocamos el tema en nuestras conversaciones. Jamás. — Hum. Quisiera saber cómo interpretar eso. Suena a un mal presagio. ¿Crees que podrías preguntárselo? — ¡Por Dios Cordelia, por supuesto que no! Vaya una pregunta para formularle. En particular si la respuesta es «no». Recuerda que tengo que trabajar con él. — Bueno, deberé ocuparme de Drou. No me servirá de nada si languidece y muere con el corazón destrozado. El la ha hecho llorar más de una vez. Ella se retira donde cree que nadie podrá verla. — ¿Ah, sí? Me resulta difícil imaginarlo. — Considerándolo todo, no esperarás que le diga que él no merece la pena. ¿Pero realmente siente aversión por ella? ¿O es sólo defensa propia? — Buena pregunta… En cuanto a su opinión, el otro día el chofer hizo una broma acerca de ella, nada demasiado ofensivo, y Kou se mostró disgustado con él. No creo que le tenga aversión. Pero sí creo que la envidia. Cordelia abandonó el tema con esa frase ambigua. Deseaba ayudar a la pareja, pero no podía ofrecer ninguna respuesta al dilema. Era capaz de imaginar soluciones creativas para los problemas prácticos que podrían crearse con las lesiones del teniente, pero ofrecerlas sería una violación al pudor y la reserva de los afectados. Sospechaba que lo único que lograría sería escandalizarlos. Las terapias sexuales parecían ser algo desconocido allí. Como verdadera betanesa, siempre había considerado que un doble modelo de conducta sexual debía ser un imposible. Ahora que tenía cierto contacto con la alta sociedad de Barrayar por las obligaciones de Aral, y al fin comenzaba a comprender cómo funcionaba. Todo parecía reducirse a cercenar el libre flujo de la información ante ciertas personas, seleccionada y aceptada por algún código tácito para todos los presentes con excepción de ella. No se podía mencionar el sexo frente a mujeres solteras o niños. Al parecer los varones jóvenes estaban exentos de todas las reglas cuando hablaban entre ellos, pero no cuando se encontraba presente una mujer de cualquier edad. Las normas cambiaban de un modo sorprendente con las variaciones en el nivel social de los interlocutores. Y las mujeres casadas, cuando los hombres no estaban presentes, solían sufrir las transformaciones más asombrosas. Había temas sobre los cuales se podía bromear, pero no discutir seriamente. Algunas cuestiones no podían ser mencionadas jamás. Ella había malogrado más de un conversación con una frase que le parecía banal, y Aral había tenido que llevarla aparte para darle una rápida explicación. Cordelia trató de confeccionar una lista con las reglas que creía haber deducido, pero las encontró tan ilógicas y conflictivas, sobre todo en el terreno de lo que ciertas personas debían fingir ignorar ante ciertas otras personas, que al final renunció. Una noche le enseñó su lista a Aral, quien estaba leyendo en la cama, y éste se desternilló de risa. — ¿Es así como nos ves? Me gusta tu Regla Siete. Trataré de no olvidarla… lamento no haberla conocido cuando era joven. Hubiera podido evitar todos esos atroces vídeos que nos pasaban en el Servicio. — Si continúas riendo de ese modo, te sangrará la nariz — advirtió ella con dureza -. Estas reglas son vuestras, no mías. Sois vosotros quienes os regís por ellas. Yo sólo trato de deducirlas. — Mi dulce científica. Bueno, sin duda llamas a cada cosa por su nombre. Nunca intentamos… ¿te agradaría violar la Regla Once conmigo, querida capitana? — Déjame ver cuál… ¡oh sí! Claro. ¿Ahora? Y de paso, liquidemos la Trece. Mis hormonas se han elevado. Recuerdo que la co-progenitora de mi hermano me había hablado de este efecto, pero en ese momento no le creí. Dijo que uno lo compensa luego, en el posparto. — ¿ La Trece? Nunca imaginé que… — Eso es porque al ser de Barrayar, te dedicas demasiado a seguir la Regla Dos. La antropología quedó relegada durante un rato. Pero ella descubrió que podía elogiarlo cuando, más tarde, escogió el momento apropiado para murmurarle: — Regla Nueve, señor. La estación estaba cambiando. Esa mañana había habido una insinuación del invierno en el aire, una escarcha que había marchitado algunas plantas en el jardín trasero del Piotr. Cordelia estaba fascinada ante la idea de pasar su primer invierno de verdad. Vorkosigan le había prometido nieve y aguas heladas, algo que sólo había experimentado en dos misiones de Estudios Astronómicos. Y antes de la primavera, daré a luz un hijo. Pero la tarde se había vuelto a entibiar con el sol otoñal. En la Residencia Vorkosigan la azotea del ala principal irradiaba calor cuando Cordelia la atravesó, aunque el aire estaba frío en sus mejillas mientras el sol descendía sobre el horizonte de la ciudad. — Buenas tardes, muchachos. — Cordelia saludó a los dos guardias apostados en la azotea. Ellos le respondieron con un movimiento de cabeza, y el de mayor rango se tocó la cabeza en una venia vacilante. — Señora. Cordelia se había acostumbrado a contemplar el ocaso desde allí. Desde ese mirador ubicado en el cuarto piso, la vista de la ciudad era excelente. Se alcanzaba a divisar el río que la dividía, detrás de los árboles y edificios. Aunque la excavación de un gran hoyo a pocas calles de allí indicaba que una nueva construcción pronto le ocultaría la vista del río. La torre más alta del castillo Vorhartung, donde asistiera a todas aquellas ceremonias en la cámara del Concejo de Condes, se asomaba desde un barranco frente al agua. Detrás del castillo Vorhartung se encontraban los barrios más antiguos de la capital. Ella aún no había recorrido la zona con sus calles demasiado estrechas para vehículos, pero había volado sobre los barrios bajos, extraños y oscuros en el corazón de la ciudad. Los sectores más nuevos que brillaban en el horizonte eran similares a lo que solía verse en el resto de la galaxia, diseñados en torno a los modernos sistemas de transporte. Nada de ello se parecía a Colonia Beta. Vorbarr Sultana se extendía sobre la superficie o se elevaba hacia el cielo, en un extraño cuadro bidimensional. Las ciudades de Colonia Beta se sumergían en pozos y túneles a diversas profundidades, y resultaban tan acogedoras como seguras. Allí no se prestaba tanta atención a la arquitectura como al diseño de interiores. Resultaba sorprendente lo que la gente era capaz de inventar para variar las moradas que tenían fachadas. Los guardias suspiraron cuando ella se inclinó sobre la baranda de piedra. En realidad, no les gustaba que se acercase a menos de tres metros del borde, aunque todo el lugar no tenía más de seis metros de ancho. Pero desde allí pronto podría divisar el vehículo terrestre de Vorkosigan acercándose por la calle. Los atardeceres eran muy bonitos, pero sus ojos descendieron. Cordelia inhaló los complejos aromas de la vegetación, el vapor y los gases industriales. Barrayar permitía un sorprendente nivel de contaminación ambiental, como si… como si allí el aire fuera gratuito. Nadie lo controlaba, no existían tarifas por procesamiento y filtración. ¿Comprendía esa gente lo rica que era? Todo el aire que podían respirar con sólo salir de sus casas, y les parecía tan normal como el agua helada que caía del cielo. Cordelia inspiró profundamente, como si hubiese podido almacenarlo, y esbozó una sonrisa… Una explosión distante interrumpió sus pensamientos y le hizo contener el aliento. Los dos guardias dieron un brinco. ¿ Y qué?, has escuchado una, explosión. No fiene por qué guardar ninguna relación con Aral. Y con más frialdad: Parecía una granada sónica, una de las grandes. Por Dios. Una columna de humo se elevaba a pocas calles de allí. Cordelia no alcanzaba a divisar el lugar exacto, y se inclinó sobre la baranda. — Señora. — El guardia más joven la cogió por el brazo -. Entre, por favor. — Su rostro estaba tenso y los ojos abiertos de par en par. El otro hombre tenía el intercomunicador pegado a la oreja. Ella no llevaba ningún intercomunicador. — ¿Qué está ocurriendo? — preguntó. — ¡Señora, baje por favor! — La condujo hacia la puerta de la azotea, desde donde descendía la escalera al cuarto piso -. Seguro que no ha sido nada — la tranquilizó mientras la empujaba. — Fue una granada sónica Clase Cuatro, probablemente lanzada por aire — le informó a ese hombre ignorante -. A menos que el atacante haya sido un suicida. ¿Nunca ha oído estallar una? Droushnakovi apareció en la puerta con un panecillo en una mano y el aturdidor en la otra. — ¿Señora? — Aliviado, el guardia le entregó a Cordelia y regresó con su superior. Gritando por dentro, Cordelia sonrió con los dientes apretados y traspuso la pequeña puerta. — ¿Qué ocurrió? — le preguntó a Droushnakoví. — Aún no lo sé. La alarma roja se activó en el refectorio del sótano, y todos corrimos a nuestros puestos — jadeó Drou. Debía de haberse teletransportado los seis pisos. — Vaya. Cordelia bajó la escalera a toda prisa, lamentando no tener un tubo elevador. La consola de la biblioteca debía de estar encendida. Alguien tendrá un intercomunicador. Siguió descendiendo por la escalera de caracol y corrió sobre las piedras blancas y negras. El jefe de guardia estaba en su puesto, dictando órdenes. A su lado se hallaba el jefe de los hombres del conde Piotr. — Vienen directo hacia aquí — anunció el hombre de Seguridad Imperial -. Vaya a esperarlos, doctor. — El hombre de uniforme color café salió como una tromba. — ¿Qué ha ocurrido? — preguntó Cordelia. El corazón le golpeaba en el pecho, y no sólo por haber bajado corriendo la escalera. Él la miró y comenzó a decir algo tranquilizador y vacío, pero de pronto cambió de idea. — Alguien cometió un atentado contra el vehículo del regente. Vienen hacia aquí. — ¿Cayó cerca? — No lo sé, señora. Probablemente era verdad. Pero si el coche aún funcionaba… Impotente, Cordelia le indicó que volviese a su trabajo y se volvió para regresar al vestíbulo. La estancia estaba custodiada por un par de hombres del conde Piotr, quienes no le permitieron permanecer muy cerca de la puerta. Ella se aferró a la baranda de la escalera y se mordió el labio. — ¿Cree que el teniente Koudelka estaba con él? — preguntó Droushnakovi en voz baja. — Probablemente. Siempre lo está — le respondió Cordelia distraídamente. Sus ojos estaban fijos en la puerta, esperando… Oyó el coche que se detenía. Uno de los hombres abrió la puerta. El personal de seguridad se abalanzó sobre el vehículo plateado en el pórtico. Por Dios, ¿de dónde salía tanta gente? La pintura del coche estaba arañada y oscurecida, pero no había ninguna abolladura profunda; la cubierta trasera no estaba rajada, aunque el frente se había mellado.
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