Barrayar (íà èñïàíñêîì)
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(ñòð. 3)
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Bujold Lois McMaster |
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— ¿Quién era ese sujeto furibundo? — preguntó Cordelia, tratando de animar el ambiente. — El conde Vidal Vordarian. — Aral regresó de la puerta y logró esbozar una sonrisa en su honor -. El conde comodoro Vordarian. Yo trabajaba con él de vez en cuando cuando estaba en el estado mayor. Ahora encabeza el segundo partido más conservador de Barrayar; no son los lunáticos que quieren regresar a la Era del Aislamiento, pero podría decirse que, según ellos, cualquier cambio será para peor. — Dirigió una mirada furtiva al conde Piotr. — Su nombre se mencionaba con frecuencia en las especulaciones sobre la próxima regencia — comentó Vortala -. Yo más bien diría que ha estado pensando en ocupar el puesto. Ha hecho grandes esfuerzos para ganarse a Kareen. — Tenía que haberse esforzado para ganarse a Ezar — señaló Aral secamente -. Bueno tal vez cambie de parecer durante la noche. Vuelve a intentar un acercamiento por la mañana, Vortala… y esta vez trata de ser un poco más humilde, ¿de acuerdo? — Hacer mimos al ego de Vordarian significaría un trabajo de jornada completa — gruñó Vortala -. Pasa demasiado tiempo estudiando su árbol genealógico. Aral asintió con un gesto. — No es el único. — Él cree que sí — replicó Vortala.
3
Al día siguiente, Cordelia tuvo un escolta oficial a la junta de la Asamblea del Consejo en la persona del capitán Lord Padma Xav Vorpatril. Además de ser un miembro del nuevo personal de su esposo, él también era su primo, hijo de la hermana menor de su madre. Aparte del conde Piotr, Vorpatril era el primer familiar cercano de Aral que Cordelia conocía. No era que la familia de Aral la estuviese evitando, como ella hubiera podido temer, sino que en realidad casi no existía. Él y Vorpatril eran los únicos hijos supervivientes de la generación anterior, de la cual el mismo conde Piotr era el único representante vivo. Vorpatril era un hombre robusto y alegre, de unos treinta y cinco años, muy elegante en su uniforme verde de etiqueta. Cordelia pronto descubrió que también había sido oficial subalterno de Aral durante la primera capitanía de éste, antes de que Vorkosigan obtuviera sus triunfos militares con la campaña de Komarr. Con Vorpatril a un lado y Droushnakovi al otro, Cordelia se sentó en una tribuna desde donde se dominaba la cámara del Consejo. La cámara misma era un salón sencillo, aunque lucía los paneles de madera que a los ojos betaneses de Cordelia seguían resultando increíblemente lujosos. Alrededor del salón había mesas y bancos de madera. La luz matinal se derramaba por los altos vitrales de la pared este. Abajo se realizaban las pintorescas ceremonias con gran formalidad. Los ministros vestían togas de aspecto arcaico en negro y violeta, adornadas con cadenas de oro. Eran superados en número por los casi sesenta condes de las distintas regiones, aún más espléndidos en escarlata y plateado. Unos cuantos hombres lo bastante jóvenes como para estar en servicio activo lucían el uniforme de revista, rojo y azul. Vorkosigan había tenido razón al describirle el uniforme de revista como chillón, pensó Cordelia, pero en el maravilloso ambiente de ese salón antiguo parecía casi apropiado. Y Vorkosigan tenía muy buen aspecto con su uniforme. El príncipe Gregor y su madre se situaron en un estrado. La princesa llevaba un traje negro con ornamentos plateados, de cuello alto y mangas largas. El niño de cabellos oscuros parecía un enano en su uniforme rojo y azul. A Cordelia le pareció que, considerando las circunstancias, parecía bastante tranquilo. El emperador también estaba presente, casi como un fantasma, mediante un circuito cerrado que lo comunicaba desde la Residencia Imperial. En la pantalla de holovídeo se veía a Ezar, sentado y vestido de uniforme, a un coste físico que Cordelia ni siquiera se atrevía a imaginar, con las sondas y monitores ocultos, al menos para la cámara. Tenía el rostro blanco como el papel y la piel parecía casi transparente, como si se estuviese desvaneciendo de la escena que había dominado durante tanto tiempo. La tribuna estaba atestada de esposas, oficiales y guardias. Las mujeres lucían vestidos elegantes y joyas, y Cordelia las estudió con interés para luego volverse hacia Vorpatril. — ¿La designación de Aral como regente fue una sorpresa para ti? — le preguntó. — A decir verdad, no. Algunas personas tomaron en serio su retiro después de lo de Escobar, pero yo no. — Pensé que él estaba decidido. — Oh, no lo dudo. El primero en creerse esa rutina del soldado prosaico y de piedra es él mismo. Supongo que es la clase de hombre que siempre quiso ser. Como su padre. — Hum. Sí. Había notado cierta tendencia política en sus conversaciones. Incluso en las circunstancias más extraordinarias, como por ejemplo durante una proposición matrimonial. Vorpatril se echó a reír. — Me lo imagino. De joven era conservador hasta la médula. Si uno quería saber lo que Aral pensaba de cualquier cosa, no había más que preguntárselo al conde Piotr y multiplicarlo por dos. Pero cuando servimos juntos ya había comenzado a volverse… extraño. Si uno lograba estimularlo… — En sus ojos apareció un brillo malicioso, y Cordelia lo alentó a continuar. — ¿Cómo lo estimulabais? Pensé que los oficiales tenían prohibidas las discusiones políticas. Él hizo una mueca. — Supongo que hubiesen tenido el mismo éxito si nos hubieran prohibido respirar. Digamos que raras veces se seguía la regla. Aunque Aral se aferraba a ella, hasta que Rulf Vorhalas y yo lo sacábamos de allí y lográbamos emborracharlo. — ¿Aral? ¿Emborracharse? — Oh, sí. Le gustaba beber. — Creía que no aguantaba la bebida, que no tenía buen estómago. — Oh, eso era lo más sorprendente. Apenas bebía. Aunque pasó por una mala época cuando murió su primera esposa y empezó a tratar a Ges Vorrutyer… hum… — Apartó la vista de ella unos momentos y luego cambió de conversación -. De todos modos, era peligroso cuando bebía demasiado, porque se volvía deprimido y serio, y enseguida comenzaba a hablar de las injusticias o incompetencias que se estaban cometiendo. Por Dios, hablaba por los codos. Para cuando se había tomado la quinta copa… justo antes de caer bajo la mesa… empezaba a declamar sobre la revolución en un pentámetro yámbico. Siempre pensé que algún día terminaría dedicándose a la política. — Soltó una risita y miró con afecto al hombre ataviado de rojo y azul sentado con los condes al otro extremo de la cámara. La votación para confirmar el nombramiento imperial de Vorkosigan fue una ceremonia curiosa, a los ojos de Cordelia. No había creído posible lograr que setenta y cinco barrayareses se pusiesen de acuerdo sobre la dirección en que asomaba el sol por las mañanas, pero el resultado fue casi unánime a favor de la elección del emperador Ezar. Las excepciones fueron cinco hombres de rostro sombrío que se abstuvieron, cuatro a pleno pulmón y uno en voz tan baja que el lord Guardián de los Portavoces tuvo que pedirle que lo repitiera. Incluso el conde Vordarian votó a favor… tal vez Vortala había logrado reparar el desliz de la noche anterior en una reunión matutina. De todos modos, parecía que Vorkosigan se iniciaba en su nuevo cargo en las condiciones más favorables, y Cordelia comentó este hecho con Vorpatril. — Eh… sí — respondió él después de dirigirle una leve sonrisa -. El emperador Ezar dejó bien claro que quería una aprobación absoluta. A juzgar por su tono de voz, era evidente que a ella le faltaba información. — ¿Me estás diciendo que algunos de estos hombres «hubiesen preferido votar negativamente? — Hubiese sido una imprudencia de su parte, en esta coyuntura. — Entonces, los hombres que se han abstenido deben de tener bastante valor. — Estudió al grupo con renovado interés. — Oh, ellos no serán ningún problema — dijo Vorpatril. — ¿A qué te refieres? Son de la oposición, supongo. — Sí, pero pertenecen a la oposición declarada. Nadie que esté maquinando una verdadera traición se expondría tan públicamente. En realidad, Aral deberá cuidarse de algunos hombres que están en el otro grupo, entre los que han votado a favor. — ¿Cuáles son? — Cordelia frunció el ceño preocupada. — ¿Quién sabe? — Vorpatril se alzó de hombros, y luego respondió a su propia pregunta -. Negri, probablemente. Estaban rodeados por varias sillas vacías. Cordelia se había preguntado si sería por seguridad o por cortesía. Evidentemente, se trataba de lo segundo, ya que dos hombres, uno con uniforme verde de comandante y otro más joven, con elegantes ropas de civil, les ofrecieron sus disculpas y se sentaron frente a ellos. Cordelia consideró que parecían hermanos, y su suposición se vio confirmada cuando el más joven dijo: — Mira, allí está papá. Tres asientos detrás del viejo Vortala. ¿Cuál es el nuevo regente? — El patizambo de uniforme rojo y azul, sentado a la derecha de Vortala. Cordelia y Vorpatril intercambiaron una mirada a sus espaldas, y ella se llevó un dedo a los labios. Vorpatril sonrió y se alzó de hombros. — ¿Qué se dice de él en el Servicio? — Depende de a quién se lo preguntes — dijo el comandante -. Sardi lo considera un genio de la estrategia, e idolatra todos sus comunicados. Ha estado por todas partes en los últimos veinticinco años. El tío Rulf tenía un alto concepto de él. Por otro lado, Niels, quien estuvo en Escobar, dice que nunca había conocido a nadie con tanta sangre fría. — He oído decir que tiene reputación de progresista secreto. — No hay nada de secreto en ello. Algunos oficiales superiores Vor le tienen pánico. Ha intentado que papá y Vortala lo apoyen con esas nuevas normas impositivas. — No las conozco. — Es el impuesto imperial directo sobre las herencias. — ¡Diablos! Bueno, eso no lo afectaría a él, ¿verdad? Los Vorkosigan son pobres como ratas. Que pague Komarr. Para eso lo conquistamos, ¿no? — No exactamente, mi querido zopenco. ¿Algunos de tus payasos amigos ya han conocido a su adquisición betanesa? — Son hombres distinguidos, mi querido señor. No los confundas con tus compañeros del Servicio. — No hay ningún peligro de que ocurra eso. No, en serio. Circulan muchos rumores sobre ella, Vorkosigan y Vorrutyer en Escobar, y la mayoría son contradictorios. Pensé que mamá podría tener más información. — Se mantiene bastante en la sombra considerando que, según dicen, mide tres metros de altura y come cruceros de batalla para desayunar. Prácticamente nadie la ha visto. Tal vez sea fea. — Entonces harán buena pareja. Vorkosigan tampoco es ninguna belleza. Cordelia, absolutamente divertida, ocultó una sonrisa detrás de la mano hasta que el comandante dijo: — Aunque no sé quién es ese espástico de tres patas que lo sigue a todas partes. ¿Crees que será un oficial? — Podría haber elegido algo mejor. Menudo mutante. Seguramente, y dado que es el regente, Vorkosigan puede elegir entre lo mejor del Servicio.
Cordelia sintió tanto dolor ante aquella observación que fue como si hubiera recibido un golpe físico. El capitán lord Vorpatril apenas pareció notarlo. Lo había oído, pero permanecía atento a lo que ocurría abajo, donde se pronunciaban los votos. Sorprendentemente, Droushnakovi se ruborizó y volvió la cabeza. Cordelia se inclinó adelante. Las palabras bullían en su interior, pero escogió sólo unas pocas y las lanzó en su más frío tono de capitana. — Comandante… Y usted… quienquiera que sea. — Ambos se volvieron hacia ella, sorprendidos por la interrupción -. Para su información, el caballero de quien hablaban es el teniente Koudelka. Y no existe ningún oficial mejor al servicio de nadie. Los dos hombres la miraron con irritación y desconcierto. — Creo que ésta era una conversación privada, señora — protestó el comandante con rigidez. — Estoy de acuerdo — replicó ella con la misma rigidez, todavía furiosa -. Les ruego que me disculpen por escucharla, aunque era inevitable. Pero por esa vergonzosa observación sobre el secretario del almirante Vorkosigan, son ustedes quienes deben disculparse. Ha sido un oprobio al uniforme que ambos visten y al servicio del emperador que ambos comparten. — Cordelia estaba temblando. Tienes una sobredosis de Barrayar. Contrólate. Al escuchar sus palabras, Vorpatril se volvió sobresaltado. — Bueno, bueno — trató de calmarla -, ¿qué es…? El comandante se volvió hacia él. — Oh, capitán Vorpatril, señor. No lo había reconocido. Eh… — Señaló con impotencia a su atacante pelirroja como diciendo: «¿Esta dama le acompaña? En ese caso, ¿no puede tenerla bajo control?» -. No hemos sido presentados, señora — agregó con frialdad. — No, pero yo no ando por ahí dando la vuelta a las piedras para ver quién vive debajo. — De inmediato Cordelia comprendió que se había extralimitado. Con dificultad, logró controlar su ira. No era el mejor momento para que Vorkosigan se hiciese nuevos enemigos. Vorpatril asumió su responsabilidad como escolta y comenzó: — Comandante, usted no sabe quién… — No, no nos presente, lord Vorpatril — lo interrumpió Cordelia -. La situación se volvería aún más incómoda para ambos. — Se presionó el entrecejo con el pulgar y el índice, cerró los ojos y buscó unas palabras conciliatorias. Y yo que solía enorgullecerme de saber controlar mi carácter. Volvió a mirar sus rostros furiosos -. Comandante. Milord. — Dedujo correctamente el título del joven por la referencia a su padre, sentado entre los condes -. Mis palabras han sido apresuradas y groseras, y deseo retirarlas. No tenía derecho a hacer comentarios sobre una conversación privada. Con humildad, les presento mis disculpas. — Me parece lo correcto — replicó el joven lord. Su hermano tenía más dominio de sí mismo y dijo de mala gana: — Acepto sus disculpas, señora. Presumo que el teniente debe de ser un familiar suyo. Le ruego me perdone si pensó que lo insultábamos. — Yo también acepto sus disculpas, comandante. Aunque el teniente Koudelka no es un familiar, sino el segundo de mis más queridos… enemigos. — Guardó silencio e intercambiaron una mirada. La de ella fue irónica; la de él, de confusión -. No obstante, quisiera pedirle un favor. No permita que semejante comentario llegue a oídos del almirante Vorkosigan. Koudelka fue uno de sus oficiales a bordo del General Vorkraft, y resultó herido mientras lo defendía durante ese motín político del año pasado. Lo quiere como a un hijo. El comandante se estaba calmando, aunque Droushnakovi todavía parecía alguien que tuviera un sabor desagradable en la boca. Él esbozó un sonrisa. — ¿Usted insinúa que me encontraría montando guardia en la isla Kyrill? ¿Qué era la isla Kyrill? Un puesto de avanzada, distante y desagradable, al parecer. — Yo… lo dudo. No creo que utilice su cargo para vengarse por una inquina personal. Pero le causaría un dolor innecesario. — Señora. El comandante ya estaba completamente confundido con aquella mujer de aspecto sencillo, tan fuera de lugar en aquella galería resplandeciente. Dio la vuelta hacia su hermano para observar el espectáculo que se desarrollaba debajo, y todos mantuvieron un tenso silencio durante otros veinte minutos, hasta que las ceremonias se interrumpieron para almorzar. La gente abandonó la galería para reunirse con los de abajo en los pasillos del poder. Cordelia encontró a Vorkosigan, con Koudelka a su lado, hablando con el conde Piotr y otro anciano con vestimenta de conde. Después de dejarla allí, Vorpatril desapareció, y Aral la recibió con una sonrisa fatigada. — Querida capitana, ¿te encuentras bien? Quiero que conozcas al conde Vorhalas. El almirante Rulf Vorhalas era su hermano menor. Dentro de unos momentos tendremos que irnos, ya que debemos almorzar con la princesa y el príncipe Gregor. El conde Vorhalas se inclinó profundamente sobre su mano. — Señora, me siento honrado. — Conde. Yo… sólo vi a su hermano unos momentos, pero me dio la impresión de que era un hombre muy valioso. Los de mi bando lo mataron. Cordelia se sintió incómoda con su mano en la de él, pero el conde no parecía guardarle ningún rencor personal. — Gracias, señora. Todos pensamos lo mismo. Ah, allí están los muchachos. Les prometí presentarlos. Evon está ansioso por tener un lugar en el estado mayor, pero le he dicho que tendría que ganárselo. Ojalá Cari mostrara el mismo interés por el Servicio. Mi hija enloquecerá de celos. Usted ha causado la decepción de todas las jóvenes, ¿comprende? El conde se volvió para reunir a sus hijos. Oh Dios, pensó Cordelia. Tenían que ser ellos. Los dos hombres que se habían sentado delante de ella en la galería le fueron presentados. Ambos palidecieron y se inclinaron con nerviosismo sobre su mano. — Pero vosotros ya os conocéis — dijo Vorkosigan -. Os he visto hablando en la tribuna. ¿Qué discutíais tan animadamente, Cordelia? — Oh… hablábamos de geología. Y de zoología. De buenas maneras. Sobre todo de buenas maneras. Mantuvimos una conversación bastante amplia. Todos hemos aprendido algo con ella, creo. — Esbozó una sonrisa y no movió ni una pestaña. Con un aspecto algo enfermizo, el comandante Evon Vorhalas dijo: — Sí. He… he aprendido una lección que nunca olvidaré, señora. Vorkosigan continuaba con las presentaciones. — Comandante Vorhalas, lord Cari; el teniente Koudelka. Koudelka, cargado con telegramas plásticos, discos, el bastón de mando del comandante en jefe de las fuerzas armadas, distinción que acababa de ser entregada a Vorkosigan, y su propio bastón, vaciló sin saber si estrechar las manos o hacer la venia, y logró que al final se le cayera todo sin hacer ninguna de las dos cosas. Hubo un confusión general para recoger los objetos y Koudelka se ruborizó, inclinándose con torpeza. Droushnakovi y él posaron la mano sobre su bastón al mismo tiempo. — No necesito su ayuda, señorita — le gruñó Koudelka en voz baja, y ella retrocedió para ubicarse detrás de Cordelia en una postura rígida. El comandante Vorhalas le devolvió algunos de los discos. — Discúlpeme señor — dijo Koudelka -. Gracias. — De nada, teniente. Yo mismo estuve a punto de ser herido por una descarga de disruptores nerviosos. Quedé aterrorizado por ello. Usted es un ejemplo para todos nosotros. — No… no fue doloroso, señor. Cordelia, que sabía por experiencia personal que esto era una mentira, guardó silencio, satisfecha. Los miembros del grupo comenzaron a despedirse, y ella se detuvo frente a Evon Vorhalas. — Fue un placer conocerlo, comandante. Puedo predecir que llegará muy lejos en su carrera… y desde luego, no en dirección a la isla Kyrill. Vorhalas esbozó una sonrisa nerviosa. — Creo que usted también lo hará, señora. — Intercambiaron un saludo breve y respetuoso, después de lo cual Cordelia se volvió para coger a Vorkosigan del brazo y acompañarlo en su siguiente misión, seguidos por Koudelka y Droushnakovi. El emperador de Barrayar entró en su coma final a la semana siguiente, pero aún resistió una semana más. A primera hora de la mañana, un mensajero de la Residencia Imperial pidió que despertaran a Aral y Cordelia. El hombre pronunció unas palabras muy simples: — El doctor cree que ha llegado el momento, señor. Después de vestirse rápidamente, acompañaron al mensajero hasta la hermosa alcoba que Ezar había escogido para pasar su último mes de vida. Las exquisitas antigüedades quedaban ocultas tras los equipos médicos importados de otros planetas. La habitación estaba atestada con los médicos personales del anciano, Vortala, el conde Piotr y ellos dos, la princesa y el príncipe Gregor, varios ministros y algunos hombres del estado mayor. Todos permanecieron de pie y en silencio durante casi una hora ante la figura inmóvil y consumida que yacía en la cama. Al fin, de forma casi imperceptible, el emperador se tornó aún más inmóvil. Cordelia consideró que era una escena horrible para que el niño se viese sometido a ella, pero al parecer el ritual exigía su presencia. Con mucha suavidad, comenzando por Vorkosigan, todos desfilaron para arrodillarse y colocar sus manos entre las del pequeño, renovando sus votos de lealtad. Cordelia también fue guiada por su esposo para que se arrodillara frente al niño. El príncipe — el emperador — tenía el cabello de su madre, pero sus ojos almendrados eran como los de Ezar y Serg, y Cordelia se preguntó cuánto de su padre o de su abuelo estaría latente en él, aguardando el poder que llegaría con la edad. ¿Llevas una maldición en tus cromosomas, pequeño?, preguntó en silencio mientras sus manos eran colocadas entre las de él. Maldito o bendito, de todos modos le juró fidelidad. Las palabras parecieron cortar su último lazo con la Colonia Beta; éste se rompió con un ¡ping! que sólo fue audible para ella. Ahora soy de Barrayar. Había sido una travesía larga y extraña que comenzara con la imagen de un par de botas en el lodo y terminara en las limpias manos de un niño. ¿Tú sabes que yo ayudé a matar a tu padre, muchacho? ¿Lo sabrás alguna vez? Espero que no. Se preguntó si el hecho de que nunca le hubiesen pedido que jurara lealtad a Ezar Vorbarra había sido por delicadeza o por descuido. De todos los presentes, sólo el capitán Negri lloró. Cordelia lo supo porque se encontraba a su lado, en el rincón más oscuro de la habitación, y lo vio secarse las lágrimas dos veces con el dorso de la mano. Su rostro se ruborizó y pareció más arrugado por unos momentos, pero cuando llegó el momento de prestar su juramento, había recuperado su dureza habitual. Los cinco días de ceremonias funerarias fueron agotadores para Cordelia, pero según le explicaron no fueron nada comparados con los funerales de Serg, que habían durado dos semanas a pesar de la ausencia del cuerpo. Para la imagen pública, el príncipe Serg había muerto como un héroe. Según los cálculos de Cordelia, sólo cinco seres humanos conocían toda la verdad acerca de ese sutil asesinato. No, cuatro, ahora que Ezar ya no estaba. Probablemente la tumba era el refugio más seguro para los secretos de Ezar. Bueno, los tormentos del anciano ya habían pasado, así como sus días y su época. No hubo coronación propiamente dicha para el niño emperador. En lugar de ello se dedicaron varios días a recoger juramentos de ministros, condes, familiares y otras personas en las cámaras del Consejo. Vorkosigan también recibió juramentos, y con cada uno parecía soportar una carga mayor, como si tuviesen peso físico. El muchacho, siempre acompañado por su madre, lo soportó bien. Kareen se aseguró de que los hombres ocupados e impacientes que llegaban a la capital para cumplir con su obligación respetasen los horarios de descanso del niño. Poco a poco, Cordelia se fue dando cuenta de lo peculiar que era el sistema gubernamental de Barrayar, con todas sus costumbres tácitas y que, a pesar de todo, parecía funcionar para ellos. Ellos lo hacían funcionar. Simular la existencia de un gobierno. Tal vez en el fondo, todos los gobiernos eran ficciones consensúales. Cuando finalizaron las ceremonias, Cordelia pudo comenzar a establecer una rutina doméstica en la Residencia Vorkosigan. Aunque realmente no había gran cosa que hacer. Casi todos los días su marido se marchaba al alba, acompañado por Koudelka, y regresaba después del anochecer para cenar algo rápido y encerrarse en la biblioteca, o mantener reuniones allí, hasta la hora de acostarse. Cordelia se dijo que esto era porque era el principio. Llegaría a asentarse con la experiencia y se tornaría más eficiente. Recordaba su primer viaje como comandante de una nave en Estudios Astronómicos Betaneses, no hacía mucho, y sus primeros meses de nerviosa preparación. Más adelante, las tareas se habían vuelto automáticas y luego casi inconscientes, y su vida personal había vuelto a emerger. Lo mismo ocurriría con la de Aral. Ella aguardó con paciencia, sonriendo cada vez que lo veía. Además, ella tenía un trabajo. Gestar. Era una tarea de bastante nivel a juzgar por los cuidados que recibía de todos, desde el conde Piotr hasta la doncella de cocina, quien le llevaba bocados nutritivos a todas horas. No había recibido tantas atenciones ni siquiera cuando regresó de una misión exploratoria de un año, con un récord de cero accidentes. En Barrayar parecían alentar la reproducción con más entusiasmo que en Colonia Beta. Una tarde, después de comer, se echó en un sofá con los pies levantados en un patio sombreado entre la casa y el jardín trasero, y reflexionó sobre las diferentes costumbres reproductivas. La gestación en réplicas uterinas, en matrices artificiales, parecía desconocida allí. En Colonia Beta había tres gestaciones de este tipo por cada una en el vientre materno, pero una gran cantidad de personas todavía defendían las ventajas del antiguo método natural. Cordelia nunca había detectado ninguna diferencia entre los dos sistemas, y tampoco había visto que causasen ningún efecto en el desarrollo normal de las personas. Su hermano había sido gestado en el vientre materno y ella en una matriz artificial; la co-progenitora de su hermano había elegido el primer método para sus dos hijos, y se vanagloriaba de ello. Cordelia siempre había supuesto que cuando llegase el momento, haría que su hijo comenzase a gestarse en una réplica al iniciar una misión exploratoria. De ese modo estaría listo y aguardando a ser cobijado en sus brazos para cuando ella regresase. Suponiendo que regresase… siempre existía ese peligro cuando se salía a explorar lo desconocido. Y suponiendo, además, que lograse identificar a un co-progenitor dispuesto a pasar por las pruebas físicas, psicológicas y económicas, y a tomar el curso que lo habilitaría para recibir su licencia de padre. Aral sería un co-progenitor excelente, estaba segura. Si alguna vez aterrizaba de las alturas de su nueva posición. Seguramente los primeros ajetreos debían de estar a punto de terminar. Sería una larga caída, sin ningún sitio donde tocar suelo. Aral era su puerto seguro, si él caía primero. Con un violento esfuerzo, Cordelia desvió sus pensamientos hacia canales más positivos. También estaba la cuestión del tamaño de la familia; ése era un tema que fascinaba a los barrayareses. No existían límites legales aquí, no había que conseguir ningún certificado, nadie ponía obstáculos a la posibilidad de un tercer hijo; resumiendo, no había ninguna regla al respecto. En la calle había visto a una mujer seguida por cuatro hijos, y nadie la miraba siquiera. Cordelia había extendido sus pretensiones de dos a tres hijos, sintiéndose deliciosamente pecadora, hasta que conoció a una mujer con diez retoños. ¿Cuatro tal vez? ¿Seis? Vorkosigan sería capaz de afrontarlo. Cordelia agitó los pies y se acurrucó entre los cojines, flotando en una nube atávica de voracidad genética. Según Aral, la economía de Barrayar era muy próspera a pesar de las pérdidas sufridas en la última guerra. En esta ocasión la superficie del planeta no había sufrido ningún daño. El terramorfismo del segundo continente abría nuevas fronteras cada día, y cuando Sergyar, el nuevo planeta, estuviese listo para la colonización, el efecto se triplicaría. Faltaba mano de obra en todas partes, y los salarios subían. Se consideraba que en Barrayar faltaba población. Vorkosigan decía que la situación económica era un obsequio de los dioses, en un sentido político. Cordelia pensaba lo mismo, pero por motivos más personales: multitudes de pequeños Vorkosigan… Podía tener una hija. No sólo una, sino dos… ¡hermanas! Cordelia nunca había tenido una hermana. La esposa del capitán Vorpatril tenía dos, según le había dicho. Cordelia había conocido a la señora Vorpatril en una de las raras veladas político-sociales en la Residencia Vorkosigan. El personal de la casa había organizado y asistido al evento. Cordelia sólo había tenido que presentarse apropiadamente vestida (había adquirido más ropa), sonreír mucho y mantener la boca cerrada. Lo que hizo fue escuchar fascinada, tratando de comprender aún más acerca de cómo funcionaban las cosas allí. Alys Vorpatril también estaba embarazada. Lord Vorpatril las había presentado para luego marcharse rápidamente. Naturalmente, hablaron de la experiencia que ambas compartían. La señora Vorpatril se había quejado mucho por las molestias que estaba sufriendo. Cordelia decidió que ella debía de ser afortunada; la medicina para evitar las náuseas, la misma fórmula química que utilizaban en casa, funcionaba bien, y ella sólo se sentía cansada, no por el peso del bebé, que aún era diminuto, sino por la sorprendente carga metabólica «Orinar para dos», tal como lo describía Cordelia. Bueno, después de haber estudiado matemática espacial de espacio cinco, ¿tan difícil podía ser la maternidad? Sin considerar las horribles historias obstétricas susurradas por Alys, por supuesto. Hemorragias, ataques, problemas de riñón, lesiones en el parto, interrupción del aporte de oxígeno al cerebro del feto, criaturas cuyas cabezas habían crecido más allá del diámetro pélvico y trabajos de parto espasmódicos que habían causado la muerte tanto de la madre como del niño… Las complicaciones médicas sólo constituían un problema si el momento del parto encontraba a la mujer sola en un lugar aislado, y con el tropel de guardias que la rodeaban resultaba bastante difícil que eso le ocurriese a ella. ¿Bothari como comadrona?, pensó con un estremecimiento. Cordelia se giró en el sillón del jardín y frunció el ceño. Ah, la primitiva medicina de Barrayar. Era cierto que las madres habían parido durante cientos de miles de años, antes de que comenzaran los vuelos espaciales, con menos ayuda de la que había allí. De todos modos, no podía evitar preocuparse. Tal vez debería ira casa para el parto. No.
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