— ¿También van a matarme a mí? — le preguntó. No parecía asustado, sólo invadido por una curiosidad morbosa. En un año había perdido a su padre, su abuelo y su madre; tenía razones para considerarse el siguiente en la lista, por más que a su edad no tuviese muy claro el concepto de muerte.
— No — le dijo ella con firmeza. Su brazo lo estrechó con fuerza por los hombros -. Yo lo impediré. — Gracias a Dios, sus palabras sin fundamento parecieron consolarlo.
Yo cuidaré a tu hijo, Kareen, pensó Cordelia mientras se elevaban las llamas. El juramento era más valioso que cualquier ofrenda quemada en la pira, ya que con él su vida quedaba ligada para siempre a Barrayar. Pero el calor sobre su rostro pareció aliviar un poco el dolor de su cabeza. El alma de Cordelia era como un caracol exhausto, sellado dentro de su caparazón. Se arrastró como una autómata durante el resto de la ceremonia, y en ocasiones nada de lo que la rodeaba parecía tener ningún sentido. Los Vor barrayareses la trataban con una fría formalidad.
Seguramente me consideran peligrosa, una loca a quien se le ha permitido abandonar el desván porque conoce a gente importante. Al fin comprendió que sus exageradas muestras de cortesía significaban respeto.
Esto la enfureció. Toda la valentía de Kareen no le había servido para nada. La terrible experiencia que había sido el parto de Alys Vorpatril era algo normal. Pero si uno corta la cabeza de un idiota se convertía en una persona verdaderamente respetable… ¡por Dios!
Cuando regresaron a sus habitaciones, Aral necesitó una hora para calmarla, y entonces Cordelia sufrió un ataque de llanto. Él permaneció a su lado.
— ¿Piensas usar esto? — le preguntó ella cuando pudo recuperar algo parecido a la coherencia -. Esta, esta… nueva condición social que tengo. — Cómo odiaba aquellas palabras que le dejaban un regusto amargo en la boca.
— Utilizaré cualquier cosa — dijo él con suavidad -, si me ayuda a convertir a Gregor en un hombre competente, que lleve adelante un gobierno estable, dentro de quince años. Te utilizaré a ti, a mí, a quien sea necesario. Después de haber pagado un precio tan alto, no podemos permitirnos el lujo de fracasar.
Ella suspiró y colocó la mano entre las de su marido.
— En caso de accidente, puedes donar mis órganos. Así somos los betaneses. No desperdiciamos nada.
Aral esbozó una sonrisa triste y apoyó la frente en la de ella sin decir una palabra.
La promesa silenciosa que Cordelia le había hecho a Kareen se hizo oficial cuando ella y Aral, como pareja, fueron designados por el Consejo de Condes como tutores de Gregor. Legalmente, esto tenía una diferencia con la custodia de Aral como regente del imperio. El primer ministro Vortala instruyó a Cordelia y le dejó bien claro que sus deberes no comprendían ninguna clase de poder político. Su nuevo cargo sí implicaba algunas cuestiones económicas, como la administración fiduciaria de ciertas propiedades Vorbarra que no pertenecían al imperio, heredadas por Gregor como conde Vorbarra. Y por indicación de Aral, se delegó en ella el cuidado diario del niño, además de su educación.
— Pero Aral — objetó Cordelia -, Vortala puso mucho énfasis en que yo no tendría ningún poder.
— Vortala… no lo sabe todo. Digamos que le cuesta un poco reconocer algunas formas de poder que no implican fuerza. Aunque no dispondrás de mucho tiempo para ejercer tu influencia. A los doce años Gregor ingresará en la escuela preparatoria para la Academia.
— ¿Pero ellos comprenden que…?
— Yo lo comprendo. Y tú también. Con eso basta.
20
Una de las primeras órdenes de Cordelia fue volver a asignar a Droushnakovi a la persona de Gregor, para que conservase cierta continuidad emocional. Esto no significaba renunciar a la compañía de la joven, un consuelo al cual Cordelia se había habituado profundamente, porque al fin Aral había cedido a la insistencia de Illyan y se habían trasladado a la Residencia Imperial. Cordelia sintió una inmensa alegría cuando un mes después de la Feria Invernal, Drou y Kou contrajeron matrimonio.
Cordelia se ofreció para oficiar como intermediaria entre las dos familias, pero por alguna razón tanto Kou como Drou rechazaron su oferta, aunque se lo agradecieron profusamente. Teniendo en cuenta las trampas que ocultaban las costumbres sociales barrayaresas, Cordelia también consideró mejor dejarle la tarea a la señora mayor contratada por la pareja a tal efecto.
Cordelia y Alys Vorpatril se visitaban con frecuencia. Sin ser exactamente un consuelo para Alys, el pequeño lord Iván sin duda la ayudaba a recuperarse de su odisea psicológica. El niño creció rápidamente a pesar de tener cierta tendencia a los caprichos, actitud que según la opinión de Cordelia era alimentada por Alys.
Iván hubiese necesitado tres o cuatro hermanos para que ella repartiese sus atenciones, decidió mientras la observaba palmearle la espalda después de comer, planeando en voz alta la educación que recibiría hasta los dieciocho años, edad en la cual pasaría los exámenes para ingresar en la formidable Academia Militar Imperial.
Por unos momentos, Alys dejó de lamentarse amargamente por Padma y de planificar la vida de Iván hasta el último detalle cuando Drou le contó cómo sería su traje de bodas.
— ¡No, no, no! — exclamó espantada -. Todo ese encaje… parecerás una gran osa blanca. Seda, querida, tienes que ponerle largas franjas de seda… — Y comenzó a diseñarlo.
Al no tener madre ni hermanas, Drou no podría haber encontrado a una consejera mejor. Para estar segura de su perfección estética, lady Vorpatril terminó regalándole el vestido, junto con una «pequeña cabana» que resultó ser una casa considerable en la costa este. Llegado el verano, el sueño de Drou en la playa se volvería realidad. Cordelia sonrió y compró a la joven una camisa de noche y una bata con suficiente encaje como para satisfacer las necesidades de su alma femenina.
Aral les proporcionó el lugar donde celebrar la fiesta: el Salón Rojo de la Residencia Imperial, el que tenía el maravilloso suelo de marquetería que, para inmenso alivio de Cordelia, había escapado al incendio. En teoría, este gesto espléndido fue justo lo que Illyan necesitaba por razones de seguridad, ya que Cordelia y Aral se encontrarían entre los principales testigos. Personalmente, a Cordelia le parecía que las cosas tomaban un giro prometedor si Seguridad Imperial comenzaba a ocuparse de organizar bodas.
Aral repasó la lista de invitados y sonrió.
— ¿Has notado que todas las clases se encuentran representadas? — le dijo a Cordelia -. Hace un año, no hubiese sido posible celebrar el banquete aquí. El hijo del tendero y la hija de un militar sin grado. Ellos lo compraron con sangre, pero tal vez el próximo año pueda comprarse con un acuerdo pacífico. Medicina, educación, ingeniería, nuevas empresas… ¿Qué te parecería una fiesta para bibliotecarios?
— Y esas brujas con las que están casados los amigos de Piotr, ¿no se quejarán por estos cambios sociales demasiado progresistas?
— ¿Con Alys Vorpatril respaldándolos? Jamás se atreverían.
Los preparativos para la boda continuaron. Cuando faltaba una semana, Kou y Drou se sentían aterrados y consideraban la posibilidad de fugarse, ya que habían perdido el control de todo. Pero el personal de la Residencia Imperial tenía una gran práctica en organizar hasta el más mínimo detalle. El ama de llaves corría por todas partes, riendo.
— Y yo que me temía que cuando el almirante llegara aquí no tendríamos nada que hacer, aparte de esas cenas mortalmente aburridas para el Estado Mayor.
Al fin llegó el día y la hora de la boda. En el suelo del salón había un gran círculo de sémola coloreada, acompañado por una estrella con un número variable de puntas una para cada padre o testigo principal. En este caso eran cuatro. Según la costumbre barrayaresa, las parejas se casaban a sí mismas, pronunciando sus votos en el interior del círculo, sin necesidad de un sacerdote o un magistrado. Un asistente permanecía fuera del círculo y leía el texto para que la pareja lo repitiese. Esto permitía prescindir de esfuerzos mentales mayores, tales como el aprendizaje de memoria por parte de la pareja. Los contrayentes ni siquiera tenían que utilizar la coordinación motora, ya que cada uno contaba con un amigo que lo conducía al interior del círculo. Todo era muy práctico, decidió Cordelia, y también espléndido.
Con una sonrisa y una reverencia, Aral situó a Drou en su punta de la estrella como si depositase un ramo, y luego fue a ocupar su propio lugar. Lady Vorpatril había insistido en que Cordelia se hiciese confeccionar ropa adecuada para la ocasión, y el vestido elegido era amplio y largo en azul y blanco, con adornos en flores rojas a juego con el uniforme de desfile de Aral, rojo y azul. El padre de Drou, muy nervioso y henchido de orgullo, también vestía su uniforme rojo y azul. Cordelia solía asociar a los militares con el totalitarismo, y le resultaba extraño imaginarlos como punta de lanza del igualitarismo en Barrayar. Era el obsequio de cetagandaneses, decía Aral; su invasión había obligado a promocionar el talento sin preocuparse por el origen, y a partir de entonces la sociedad barrayaresa seguía siendo barrida por las oleadas del cambio.
El sargento Droushnakovi era un hombre más bajo y delgado de lo que Cordelia había esperado. Los genes maternos, una mejor nutrición, o una mezcla de los dos factores, habían hecho que todos sus hijos fuesen más altos que él. Los tres hermanos, desde el capitán hasta el cabo, habían recibido permiso militar para poder asistir a la ceremonia, y se encontraban en el círculo más amplio de los otros testigos junto con la emocionada hermana menor de Kou. La madre de éste se encontraba en la última punta de la estrella, entre llantos y sonrisas, con un vestido azul tan perfecto que Cordelia supuso que, de alguna manera, Alys Vorpatril también había logrado llegar hasta ella.
Koudelka entró primero, apoyado en su bastón con funda nueva y en Bothari. El sargento vestía la versión más reluciente de la librea marrón y plata de Piotr, y trataba de ayudar murmurando sugerencias terribles como «Si le vienen ganas de vomitar, baje la cabeza». La sola idea hizo que el rostro de Kou se volviera más verdoso aún, de forma que contrastaba extraordinariamente con el uniforme rojo y azul que, sin lugar a dudas, Alys Vorpatril hubiese desaprobado.
Las cabezas se volvieron cuando apareció la novia. Alys había tenido toda la razón al elegir el vestido de Drou. La joven avanzó graciosa, en una perfecta combinación de formas: seda marfil, cabello dorado, ojos azules, flores blancas, azules y rojas. Sólo cuando se detuvo junto a Kou, quedó en evidencia lo alto que debía de ser él. Alys Vorpatril, en gris y plateado, dejó a Drou en la orilla del círculo con un gesto parecido al de una diosa cazadora que liberara a un halcón blanco para que partiese volando y fuera a posarse en los brazos extendidos de Kou.
Kou y Drou lograron pronunciar sus votos sin tartamudear ni desmayarse, y disimularon la vergüenza que sintieron ante la declaración pública de sus despreciados nombres de pila: Clement y Ludmilla.
Entonces, como testigo principal, Aral rompió el círculo deslizando una bota sobre la sémola y los dejó salir. La fiesta comenzó con música, baile, comida y bebida.
El banquete estuvo increíble, la música muy animada y la bebida… tradicional. Después de la primera copa del excelente vino enviado por Piotr, Cordelia se acercó a Kou y le murmuró algunas palabras acerca de ciertas investigaciones betanesas según las cuales el etanol tenía efectos perjudiciales sobre las funciones sexuales. Después de oírla, Kou se marchó al lavabo.
— Eres una mujer cruel — le susurró Aral al oído, riendo.
— Para Drou no lo soy — respondió ella.
Cordelia fue presentada formalmente a los hermanos, ahora cuñados, quienes la miraron con ese respeto reverencial que le hacía apretar los dientes. De todas formas, relajó la mandíbula cuando el padre hizo callar a uno de ellos para permitir que la novia hiciese cierto comentario sobre las armas de fuego.
— Cállate, Jos — le dijo el sargento Droushnakovi a su hijo -. Tú nunca has manejado un disruptor nervioso en combate. — Drou parpadeó, y luego sonrió con un brillo en la mirada.
Cordelia aprovechó la ocasión para charlar un momento con Bothari, a quien veía en raras ocasiones ahora que Aral había abandonado la casa de Piotr.
— ¿Cómo se encuentra Elena ahora que ha vuelto? ¿La señora Hysopi ya se ha recuperado de todo lo ocurrido?
— Están bien, señora. — Bothari inclinó la cabeza y casi sonrió -. Los visité hace cinco días, cuando el conde Piotr viajó para visitar a sus caballos. Elena ya ha empezado a gatear. Si la dejas un momento, al volver ya no la encuentras donde la habías dejado. — Frunció el ceño -. Espero que Karla Hysopi se mantenga alerta.
— Cuidó perfectamente bien a Elena durante la guerra de Vordarian. Supongo que le resultará igual de fácil vigilar sus gateos. Es una mujer valiente. Debería encontrarse en la fila para recibir una de esas medallas que están entregando.
— No creo que signifiquen mucho para ella — respondió Bothari.
— Hum. Espero que entienda que puede llamarme siempre que necesite algo. En cualquier momento.
— Sí, señora. Pero nos las arreglamos bien por ahora. — Hubo un cierto destello de orgullo en sus palabras -. En invierno Vorkosigan Surleau es un lugar muy tranquilo. Limpio. Me parece el sitio ideal para un bebé. — No es como el lugar donde yo crecí, casi le oyó decir Cordelia -. Yo quiero que tenga todo lo mejor. Hasta el padre.
— ¿Y usted, cómo se encuentra?
— La nueva medicina es mejor. Ya no tengo la cabeza llena de bruma como antes. Y duermo toda la noche. Aparte de eso, no conozco sus efectos.
Bothari parecía relajado y sereno, casi libre del aspecto siniestro que siempre lo acompañaba. De todos modos, fue la primera persona en el salón que observó la mesa del bufet y preguntó:
— ¿Se supone que todavía debe andar por ahí despierto?
Vestido con su pijama, Gregor se escurría junto a la mesa, tratando de pasar inadvertido y hurtar algunos comestibles antes de que lo descubrieran y volvieran a llevárselo. Cordelia llegó a él primero, antes de que un invitado desprevenido lo empujara o los aterrados guardaespaldas que esa noche ocupaban el lugar de Drou volvieran a capturarlo. Detrás de los guardias venía Illyan, con el rostro blanco como un papel. Afortunadamente para el corazón de Illyan, Gregor sólo había desaparecido formalmente durante unos sesenta segundos. El niño se encogió contra la falda de Cordelia cuando los agitados adultos se abalanzaron sobre él.
Drou, quien había notado que Illyan hablaba por el intercomunicador, palidecía y se ponía en marcha, se acercó de inmediato a preguntar qué ocurría.
— ¿Cómo logró salir? — gruñó Illyan a los guardianes de Gregor, quienes balbucearon algo inaudible como «Creí que estaba dormido» y «No le he quitado los ojos de encima».
— Él no ha salido — intervino Cordelia con dureza -. Ésta es su casa. Al menos deberían permitirle caminar por las estancias… si no, ¿para qué tienen todos esos guardias apostados en los muros?
— Droushie, ¿no puedo venir a tu fiesta? — preguntó Gregor con tono quejumbroso, buscando desesperadamente una autoridad por encima de la de Illyan.
Drou miró a Illyan, quien pareció desaprobar la idea. Cordelia le respondió con firmeza:
— Sí, tienes mi permiso.
Por lo tanto, bajo la supervisión de Cordelia, el emperador bailó con la novia, comió tres pasteles de crema y al final dejó que lo acostaran muy satisfecho. El pobre niño sólo quería un ratito de diversión.
La fiesta continuó, muy animada.
— ¿Bailamos, señora? — le preguntó Aral, esperanzado.
¿Se atrevería a intentarlo? Estaban tocando la danza del espejo… No lo haría demasiado mal. Cordelia asintió con la cabeza y después de vaciar la copa, Aral la condujo hasta la pulida pista. Paso, desliz, ademán; mientras se concentraba, hizo un descubrimiento interesante e inesperado. Cualquiera de los dos integrantes podía conducir, y si los bailarines se mantenían alerta, los espectadores no notarían la diferencia. Cordelia intentó algunas inclinaciones y deslices propios, y Aral la siguió sin problemas. Los dos continuaron bailando cada vez más absortos, hasta que al fin se quedaron sin música ni aliento.
Las últimas nieves del invierno se derretían en las calles de Vorbarr Sultana cuando el capitán Vaagen llamó del Hospital Militar preguntando por Cordelia.
— Ha llegado el momento, señora. He hecho todo lo posible por medios artificiales. La placenta ya tiene diez meses y su envejecimiento ya es evidente. Ya no puedo sobrealimentar más la máquina para compensarlo.
— ¿Cuándo?
— Mañana estaría bien.
Cordelia apenas si durmió esa noche. A la mañana siguiente todos se encaminaron al Hospital Miliar Imperial: Aral, Cordelia y el conde Piotr flanqueado por Bothari. Cordelia no estaba segura de querer que Piotr se encontrase presente, pero hasta que el anciano les hiciese a todos el favor de caer muerto, debería soportarlo. Tal vez si apelara una vez más a la razón, volviendo a presentarle los hechos, con un intento más, lograrían convencerlo. El antagonismo apenaba a Aral; al menos el responsable de alimentarlo sería Piotr, y no ella.
Haz lo que quieras, viejo. Tu único futuro es a través de mí. Mi hijo encenderá tu pira funeraria. De todos modos, se alegraba de volver a ver a Bothari.
El laboratorio nuevo de Vaagen ocupaba toda una planta en el edificio más moderno del complejo. Cordelia había hecho que se trasladase del antiguo laboratorio para que no conviviese con los fantasmas, pues un día en que fue a visitarlo lo encontró casi paralizado e incapaz de trabajar. Cada vez que entraba en la habitación, le había confesado, recordaba la muerte violenta e inútil del doctor Henri. No podía pisar el lugar donde había caído su amigo, y siempre daba un rodeo. Cualquier ruido lo sobresaltaba.
«Soy un hombre racional — le había dicho con voz ronca -. Estas supersticiones absurdas no significan nada para mí.»
Por lo tanto Cordelia le había ayudado a encender una ofrenda privada en un brasero del laboratorio, y luego había disimulado la mudanza diciendo que era una promoción.
El nuevo laboratorio era luminoso, amplio y libre de apariciones. Cuando Vaagen la hizo entrar, Cordelia se encontró con una multitud de personas que aguardaban dentro: eran investigadores a quienes había convocado para que exploraran la nueva tecnología, obstetras civiles entre los cuales estaba el doctor Ritter, el futuro pediatra de Miles, y su cirujano consultivo. Los padres de la criatura tuvieron que abrirse paso para entrar.
Vaagen iba y venía a toda prisa, sintiéndose alegremente importante. Todavía llevaba el parche en el ojo, pero le prometió a Cordelia que ahora dispondría de tiempo para someterse a una intervención con la cual recuperaría la visión. Un técnico entró con la réplica uterina en una mesa con ruedas y Vaagen se detuvo, como si tratara de determinar el modo más dramático y ceremonioso de efectuar lo que, según sabía Cordelia, era un hecho de lo más simple. Al final decidió brindar un discurso técnico para sus colegas, detallando la composición de las soluciones hormonales que inyectaba en los conductos de alimentación, interpretando las lecturas y describiendo la separación placentaria que se efectuaba dentro de la réplica, las similitudes y diferencias entre esta técnica y el parto natural. Existían varias diferencias que Vaagen pasó por alto.
Alys Vorpatril debería ver esto, pensó Cordelia.
Vaagen alzó la vista y la miró a los ojos. Entonces se interrumpió, cohibido, y sonrió.
— Señora Vorkosigan. — Señaló los cierres que sellaban la réplica -. ¿Querría hacernos el honor?
Ella extendió la mano, vaciló, y miró a su alrededor en busca de Aral. Allí estaba, solemne y muy atento entre el gentío.
— ¿Aral?
Él avanzó.
— ¿Estás segura?
— Si puedes abrir una nevera campestre, podrás hacer esto.
Cogieron un cierre cada uno y los alzaron al mismo tiempo, rompiendo el precinto estéril. Entonces levantaron la tapa. El doctor Ritter se acercó con un escalpelo vibratorio, para cortar la maraña de conductos nutrientes con un movimiento tan delicado que el argénteo saco amniótico permaneció intacto. Luego liberó a Miles de sus últimas capas biológicas y le despejó la boca y la nariz de fluidos antes de que, con gran sorpresa, realizara su primera inhalación. Alrededor de Cordelia, el brazo de Aral la estrechó con tanta fuerza que le dolió. Una risita ahogada, casi inaudible, escapó de sus labios. Entonces tragó saliva y parpadeó, logrando que sus facciones llenas de regocijo y dolor volvieran a mantenerse bajo estricto control.
Feliz cumpleaños, pensó Cordelia. Tienes buen color…
Por desgracia, eso era prácticamente lo único que estaba bien. El contraste con el pequeño Iván le resultó abrumador. A pesar de las semanas suplementarias de gestación, diez meses contra los nueve y medio de Iván, Miles apenas si tenía la mitad del tamaño del otro bebé, y estaba mucho más marchito y arrugado. La columna tenía una visible deformación, y las piernas estaban plegadas con fuerza. Definitivamente, era un heredero varón, no cabía la menor duda al respecto. Su primer llanto fue muy débil, nada comparado con el bramido furioso y hambriento de Iván. A sus espaldas, Cordelia oyó la exclamación decepcionada de Piotr.
— ¿Ha estado recibiendo la nutrición suficiente? — le preguntó Cordelia a Vaagen. Resultaba difícil mantener alejado el tono acusador de su voz.
Vaagen se alzó de hombros con impotencia.
— Todo lo que pudo absorber.
El pediatra y su colega depositaron a Miles bajo una luz tibia, y comenzaron a examinarlo, flanqueados por Aral y Cordelia.
— Esta curva se enderezará sola, señora — señaló el pediatra -. Pero la parte inferior de la columna debería corregirse mediante una intervención quirúrgica lo antes posible. Tenías razón, Vaagen. El tratamiento para activar el desarrollo del cráneo también ha soldado las caderas. Por eso las piernas se encuentran plegadas en esta posición tan extraña, señor. Habrá que intervenir para romper esas uniones y corregir la postura de los huesos antes de que pueda comenzar a gatear o caminar. No recomiendo que se realice antes del primer año, sumado a la operación de columna. Dejemos que cobre fuerzas y gane peso primero…
Mientras probaba los brazos del bebé, de pronto el cirujano lanzó una maldición y cogió el visor de diagnóstico. Miles gimió. Aral apretó el puño. Cordelia sintió un nudo en el estómago.
— ¡Mierda! — dijo -. Acaba de rompérsele el húmero. Tenías razón Vaagen, los huesos son extremadamente frágiles.
— Al menos tiene huesos — suspiró Vaagen -. En determinado momento prácticamente no existían.
— Hay que tener cuidado — intervino el cirujano -, sobre todo con la cabeza y la columna. Si el resto está tan mal como los huesos largos, será imprescindible proporcionarle algún tipo de refuerzo…
Piotr volvió y se dirigió a la puerta. Aral alzó la vista, frunció los labios y se disculpó para ir tras él. Cordelia se sintió desgarrada, pero en cuanto comprobó que los cuidados médicos protegerían a Miles por el momento, los dejó inclinados sobre él y siguió a Aral. En el pasillo, Piotr caminaba de un lado al otro. Aral se hallaba allí, inmóvil. Bothari era un testigo silencioso en el fondo. Piotr se volvió hacia ella.
— ¡Tú! ¡Me has engañado! ¿A esto llamas resultados?¡Bah!
— Lo son. No cabe duda de que Miles se encuentra mucho mejor que al principio. Nadie prometió la perfección.
— Has mentido. Vaagen ha mentido.
— No es verdad — le replicó Cordelia -. Desde el principio traté de compartir con usted los informes de Vaagen. Esto era lo que podíamos esperar, según ellos. Hágase revisar los oídos.
— Sé lo que intentas, pero no funcionará. Acabo de decírselo a él — agregó, señalando a Aral -. Hasta aquí he llegado. No quiero volver a ver a ese mutante. Nunca. Mientras viva, si es que vive (cosa que dudo ya que tiene un aspecto bastante enfermizo), no lo acerquéis a mi puerta. Tú no me harás pasar por tonto, mujer.
— Eso sería una redundancia — replicó Cordelia.
Piotr esbozó una mueca despectiva. Al ver que ella ignoraba sus hirientes palabras, se volvió hacia Aral.
— Y tú, muchacho sin carácter… si tu hermano mayor hubiese vivido… — Piotr cerró la boca repentinamente, pero fue demasiado tarde.
El rostro de Aral adoptó un tinte grisáceo que Cordelia le había visto en dos ocasiones antes de eso; en ambos casos había estado peligrosamente cerca de cometer un asesinato. Piotr solía bromear sobre sus famosos ataques de ira. Sólo entonces Cordelia comprendió que, a pesar de haber visto la irritación de su hijo en ocasiones, Piotr nunca lo había visto verdaderamente furioso. El anciano también pareció comprenderlo en ese momento, y miró a su hijo con inquietud.
Aral unió las manos a la espalda. Cordelia vio que le temblaban, con los nudillos blancos. Él alzó el mentón y habló en un susurro.
— Si mi hermano hubiese vivido, habría sido perfecto. Tú pensabas eso, yo pensaba eso, y el emperador Yuri pensó lo mismo. Por lo tanto, a partir de entonces has tenido que conformarte con los restos de ese sangriento banquete, con el hijo que te dejó vivo el pelotón de Yuri el Loco. Nosotros los Vorkosigan sabemos conformarnos. — Bajó aún más la voz -. Pero mi primogénito vivirá. Yo no lo defraudaré.
Sus palabras fueron un tajo casi mortal en el vientre, un corte tan limpio que Bothari hubiese podido descargarlo con la espada de Koudelka. Piotr exhaló un suspiro de incertidumbre y dolor.
La expresión de Aral se tornó introvertida.
— No volveré a defraudarlo — se corrigió en voz baja -. Tú nunca tuviste esa segunda oportunidad, padre. — Aflojó las manos a sus espaldas. Con un movimiento de cabeza ignoró a Piotr y a todo lo que éste pudiese replicar.
Frustrado por segunda vez y profundamente dolido por su paso en falso, Piotr miró a su alrededor buscando alguien en quien descargar su ira. Entonces posó los ojos sobre Bothari, quien lo contemplaba con rostro impasible.
— Y tú. Desde un principio has participado en esto. ¿Mi hijo te ha enviado a mi casa como espía? ¿A quién prestas tu lealtad? ¿Me obedeces a mí o a él?
En los ojos de Bothari apareció un brillo extraño. Su cabeza se movió en dirección a Cordelia.
— A ella.
Piotr se quedó tan desconcertado que tardó varios segundos en recuperar el habla.
— Bien — le espetó al fin -. Entonces quédate con ella. No quiero volver a ver tu horrible rostro. No vuelvas a la Residencia Vorkosigan. Esterhazy te enviará tus cosas antes del anochecer.
Piotr se volvió y se marchó. El anciano trató de realizar una salida grandiosa, pero el efecto perdió fuerza cuando giró la cabeza para mirarlos antes de tomar por el pasillo.
Aral exhaló un suspiro de fatiga.
— ¿ Crees que esta vez hablaba en serio? — preguntó Cordelia -. Todo eso de «nunca más».
— Tendremos que estar en contacto por cuestiones de gobierno. Él lo sabe. Deja que se vaya a casa y escuche el silencio un buen rato. Luego ya veremos. — Sonrió con tristeza -. Mientras vivamos, no podremos separarnos.
Cordelia pensó en el niño cuya sangre ahora los unía: ella a Aral, Aral a Piotr y Piotr a ella.
— Eso parece. — Miró a Bothari, con expresión de disculpa -. Lo siento sargento. No sabía que Piotr podía despedir a un Hombre de Armas bajo juramento.
— Bueno, técnicamente no puede — le explicó pensativamente Aral -. Bothari acaba de ser asignado a otro sector de la casa. A ti.
— Oh. — Justo lo que siempre he querido, mi propio monstruo. ¿ Qué voy a hacer con el ahora?¿ Guardarlo en el armario? Cordelia se frotó la nariz y luego se miró la mano. Era la misma mano que acompañó a la de Bothari con la espada. Una y otra vez -. Lord Miles necesitará un guardaespaldas, ¿verdad?
Aral la miró con interés.
— Ya lo creo.
De pronto Bothari pareció tan esperanzado que Cordelia contuvo el aliento.
— Un guardaespaldas — dijo -, y un apoyo. Nadie le hará pasar un mal rato si… si me permite ayudar, señora.
«Me permite ayudar.» Rima con «te quiero», ¿no?
— Sería… — Imposible, una locura, peligroso, irresponsable -: ideal, sargento.
Su rostro se iluminó como una antorcha.
— ¿Puedo empezar ahora?
— ¿Por qué no?
— Estaré dentro, entonces — dijo mientras se volvía hacia la puerta del laboratorio. Cordelia se lo imaginaba, apoyado contra una pared, siempre alerta… sólo esperaba que su malévola presencia no pusiera tan nerviosos a los médicos como para dejar caer su preciosa carga.
Aral respiró hondo y la estrechó entre sus brazos.
— ¿Vosotros los betaneses tenéis cuentos infantiles sobre el regalo de las brujas en el día del cumpleaños?
— Parece que en este caso tanto las hadas buenas como las malas brillan por su ausencia, ¿verdad? — Se reclinó contra la tela áspera de su uniforme -. No sé si Piotr nos entregó a Bothari como una bendición o una maldición. Pero apuesto que mantendrá a raya a cualquier enemigo. No importa de qué enemigo se trate. Son extraños los obsequios de nacimiento que entregamos a nuestro hijo.
Regresaron al laboratorio para escuchar atentamente la disertación de los médicos sobre las necesidades especiales de Miles, convenir cuáles serían los primeros tratamientos que le efectuarían, y arroparlo bien para el viaje a casa. Era muy pequeño, pesaba menos que un gato. Cordelia lo descubrió cuando al fin lo tuvo entre sus brazos, piel contra piel por primera vez desde que lo separaron de sus entrañas. Tuvo un momento de pánico.