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Barrayar (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Barrayar (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 21)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      — Esta puerta está muy caliente — dijo Droushnakovi, pálida y temblorosa -. Señora, debemos salir de aquí ahora mismo.
      Bothari respiraba con gran agitación, sin soltarse la cabeza, pero poco a poco se fue calmando. Ella lo dejó para arrastrarse a ciegas por el suelo. Necesitaba algo, algo a prueba de agua… Allí, en el fondo del guardarropa, había una bolsa de plástico fuerte que contenía varios pares de zapatos pertenecientes a Kareen. Sin duda habían sido transportados a toda prisa por alguna criada cuando Vordarian decretó que la princesa se mudara con él. Cordelia volcó los zapatos, rodeó la cama y recogió la cabeza de Vordarian que había rodado hasta allí. Era pesada, pero no tanto como la réplica uterina. Entonces ató las cuerdas y las cerró con fuerza.
      — Drou, tú eres la más fuerte. Lleva la réplica. Comienza a bajar. No la dejes caer. — Si ella dejaba caer a Vordarian, decidió, el hombre ya no sufriría ningún daño.
      Droushnakovi asintió con un gesto y levantó la réplica junto con el bastón. Cordelia no supo si lo llevaba por el valor histórico que acababa de adquirir o porque se sentía obligada a devolvérselo a Kou. Mientras lograba que Bothari se levantara sintió una corriente de aire fresco que entraba por el panel abierto, atraída por el fuego al otro lado de la puerta. Pronto los túneles se convertirían en una gran chimenea, hasta que se derrumbase la pared y la entrada quedase bloqueada. Los hombres de Vordarian quedarían muy confundidos cuando llegasen para hurgar entre las brasas y no encontraran sus restos.
      El descenso por aquel sitio tan estrecho fue como una pesadilla, con Bothari gimiendo bajo sus pies. Cordelia no podía llevar la bolsa al lado ni delante de su cuerpo, por lo que se vio obligada a colgársela de un hombro y bajar con una mano, raspando los peldaños con la palma.
      Cuando estuvieron abajo, empujó a Bothari para que continuase avanzando y no le permitió detenerse hasta que volvieron a encontrarse en el viejo sótano de las caballerizas, junto a las provisiones de Ezar.
      — ¿Se encuentra bien? — le preguntó Droushnakovi cuando Bothari se sentó con la cabeza entre las rodillas.
      — Le duele la cabeza — respondió Cordelia -. Tal vez le dure un rato.
      — ¿Y usted, se encuentra bien, señora? — preguntó Droushnakovi, más preocupada aún.
      Cordelia no pudo evitarlo; se echó a reír. Al fin logró controlar su histeria cuando Drou comenzaba a verse verdaderamente preocupada.
      — No.

19

      Las reservas de Ezar incluían dinero en efectivo: marcos barrayareses de diversa denominación. También incluían algunos documentos preparados para Drou, y no todos ellos habían caducado. Cordelia unió las dos cosas y envió a Drou a comprar un coche terrestre usado. Luego aguardó junto a las provisiones mientras, lentamente, Bothari iba abandonando su posición fetal y se recuperaba lo suficiente para caminar.
      Salir de Vorbarr Sultana siempre había sido el punto más débil de su plan, quizá porque en realidad nunca había creído que llegasen tan lejos. Para que la ciudad no se derrumbase bajo sus pies, Vordarian había ordenado restringir rigurosamente las salidas. Para el monocarril era necesario contar con pases y permisos. Las aeronaves habían sido prohibidas, y cualquier guardia estaba autorizado a disparar si veía una. Los coches terrestres debían atravesar innumerables bloqueos de caminos. El viaje a pie era demasiado lento para un grupo cargado y agotado. Todas las posibilidades eran peligrosas.
      Después de una eternidad, Drou regresó muy pálida para conducirlos por los túneles hasta una oscura calle lateral. La ciudad estaba cubierta por una capa de nieve sucia de hollín. En dirección a la Residencia, a un kilómetro de distancia, una nube más oscura se elevaba para confundirse con el cielo gris invernal; al parecer, el incendio aún no había sido controlado. ¿ Cuánto tiempo más seguiría funcionando la decapitada estructura de mando de Vordarian? ¿Ya se habría difundido el rumor de su muerte?
      Tal como Cordelia había indicado, Drou compró un viejo coche muy simple y discreto, aunque contaba con los fondos suficientes como para conseguir el vehículo más lujoso de toda la ciudad.
      Cordelia deseaba conservar el resto del dinero para los puntos de inspección.
      Pero éstos no resultaron tan peligrosos como ella había temido. En realidad, el primero estaba desierto. Probablemente los guardias habían sido llamados para combatir el incendio o para rodear el perímetro de la Residencia. El segundo estaba atestado de vehículos y conductores impacientes. Los inspectores parecían indiferentes y nerviosos, distraídos por los rumores que llegaban a la ciudad. Un grueso fajo de billetes, entregados bajo el documento falso de Drou, desapareció en el bolsillo de un guardia. El hombre hizo señas a Drou para que siguiera adelante y llevase a casa a su «tío enfermo». Bothari parecía bastante enfermo, de eso no cabía duda, acurrucado bajo una manta que también ocultaba la réplica. En el último punto de inspección, Drou «repitió» un rumor que había escuchado sobre la muerte de Vordarian, y el guardia desertó en ese mismo instante: se cambió el uniforme por ropas de civil y luego desapareció del lugar.
      Durante toda la tarde, avanzaron en zigzag por caminos en malas condiciones hasta llegar al Distrito neutral de Vorinnis donde el viejo coche terrestre murió por un fallo en el tren de potencia. Entonces lo abandonaron para abordar el sistema de monocarril. Cordelia impulsaba a su pequeño grupo a seguir adelante sin pausa, ya que el reloj de su cabeza avanzaba constantemente. A medianoche se presentaron en la primera instalación militar de la frontera leal, un depósito de suministros. Drou tuvo que discutir durante varios minutos con el oficial de servicio para persuadirlo de que 1) los identificase, 2) los dejase entrar, y 3) les permitiese utilizar el sistema de comunicaciones militar para llamar a la base Tanery y solicitar un transporte. Al llegar a este punto, de pronto el oficial se volvió mucho más eficiente. Una nave de alta velocidad fue enviada de inmediato a buscarlos.
      Al acercarse a la base Tanery al amanecer, Cordelia tuvo una desagradable sensación de deja. vu. Era tan parecida a su llegada desde las montañas, que fue como si hubiese retrocedido en el tiempo. Tal vez había muerto e ido al infierno, y su eterno castigo sería repetir los acontecimientos de las tres últimas semanas una y otra vez, por toda la eternidad. Cordelia se estremeció.
      Droushnakovi la observaba, preocupada. El agotado Bothari dormitaba en la cabina de pasajeros. Dos hombres de Seguridad Imperial, para Cordelia absolutamente idénticos a los que acababan de asesinar en la Residencia, mantuvieron un nervioso silencio. Ella se aferraba a la réplica que llevaba en el regazo. La bolsa de plástico descansaba a sus pies. Aunque fuese irracional, no podía perder de vista a ninguna de las dos, aunque estaba claro que Drou hubiese preferido que la bolsa viajase en el compartimiento de equipaje.
      La nave se posó suavemente sobre su plataforma, y los motores quedaron en silencio.
      — Quiero al capitán Vaagen, y lo quiero ahora — repitió Cordelia por quinta vez mientras los hombres de Illyan los hacían descender hacia la zona de recepción.
      — Sí, señora. Ya está en camino — volvió a asegurarle el hombre de Seguridad Imperial. Ella lo miró con desconfianza.
      Cautelosamente, los dos hombres les retiraron el arsenal que traían consigo. Cordelia no podía culparlos; ella tampoco hubiese permitido que un grupo de aspecto tan desquiciado llevase armas. Gracias a las reservas de Ezar, las dos mujeres no iban mal vestidas, aunque no habían encontrado nada de la talla de Bothari, por lo que éste aún llevaba su roñoso uniforme negro. Afortunadamente, las manchas de sangre seca no se notaban demasiado. Pero todos tenían los ojos hundidos y el rostro demacrado. Cordelia se estremecía, Bothari sufría contracciones en las manos y los párpados, y Droushnakovi tenía la inquietante tendencia a llorar en silencio, en momentos imprevistos, deteniéndose tan repentinamente como comenzaba.
      Después de mucho rato — sólo unos minutos, se dijo Cordelia con firmeza — el capitán Vaagen apareció, acompañado por un técnico. Iba vestido con un uniforme verde, y sus pasos habían recuperado la velocidad acostumbrada. El único recuerdo de sus heridas parecía ser el parche negro que le cubría el ojo; no le quedaba mal y le otorgaba un cierto aire de pirata. Cordelia deseó que el parche sólo fuese temporal y parte de un tratamiento.
      — ¡Señora! — Él logró esbozar una sonrisa, la primera vez en bastante tiempo que había movido esos músculos faciales, sospechó Cordelia. Su único ojo tenía un brillo triunfante -. ¡Lo ha logrado!
      — Eso espero, capitán. — Le entregó la réplica, la cual no había permitido que fuese tocada por los hombres de Seguridad Imperial -. Espero que hayamos llegado a tiempo. Aún no se ha encendido ninguna luz roja, pero sonó una pequeña señal de alarma. Yo la desconecté, ya que me estaba volviendo loca.
      Él observó el artefacto y revisó las lecturas.
      — Bien. Bien. Las reservas de nutrientes están muy bajas, pero aún no se han agotado. Los filtros continúan funcionando, el nivel de ácido úrico es alto, pero no ha sobrepasado los límites de tolerancia… creo que se encuentra bien, señora. Vivo, quiero decir. Necesitaré más tiempo para determinar lo que ha ocurrido con mis tratamientos de calcificación ante esta interrupción. Estaremos en la enfermería. En menos de una hora podré comenzar a efectuarle los servicios.
      — ¿Cuenta con todo lo necesario allí?
      Los blancos dientes de Vaagen brillaron.
      — Al día siguiente de su partida, lord Vorkosigan me permitió comenzar a organizar un laboratorio. Por si acaso, me dijo.
      Aral, te amo.
      — Gracias. Vaya, vaya. — Depositó la réplica en manos de Vaagen, y él se marchó a toda prisa.
      Cordelia permaneció sentada como una marioneta a la cual le hubieran cortado los hilos. Ahora podía permitirse el lujo de sentir todo el peso de la fatiga. Pero todavía no podía detenerse Tenía otra información muy importante que transmitir. Y no a esos dos sujetos de Seguridad Imperial, quienes seguían fastidiándola… Cerró los ojos y los ignoró, dejando que Drou balbucease algunas respuestas a sus absurdas preguntas.
      El deseo se enfrentaba con el miedo. Ella quería a Aral, pero lo había desafiado. ¿Esto habría herido su honor, habría lastimado su ego masculino tan barrayarés hasta el punto de no poder perdonarla? ¿Habría perdido su confianza para siempre? No, esa sospecha era injusta. Pero la credibilidad pública frente a sus pares, parte de la delicada psicología del poder… ¿habría quedado dañada por su culpa? ¿Habría alguna desdichada e imprevista consecuencia política por culpa de su actitud, algo que volvería a caer sobre sus cabezas? ¿A ella le importa? Sí, decidió con tristeza. Era un infierno sentirse tan cansada, y al mismo tiempo que le importara tanto.
      — ¡Kou!
      El grito de Drou hizo que Cordelia abriera los ojos. Koudelka entraba cojeando por la puerta principal de la oficina. Gracias a Dios, el hombre volvía a vestir su uniforme y estaba pulcro y bien afeitado. Sólo las marcas grises bajo sus ojos no eran reglamentarias.
      A Cordelia le encantó notar que el encuentro entre Kou y Drou no era en absoluto militar. De inmediato el teniente se vio abrumado por la joven rubia y desaliñada, intercambiando palabras como «cariño», «amor», «gracias a Dios», «a salvo», «dulzura»… Los hombres de Seguridad Imperial se apartaron, incómodos ante la explosión de sentimientos que irradiaban de sus rostros. Cordelia se sintió complacida al mirarlos. Era un modo mucho más sensato de saludar a un amigo que todas esas estúpidas venias.
      Se separaron sólo para mirarse mejor el uno al otro, sin soltarse las manos.
      — Lo has logrado — dijo Droushnakovi con una risita -. ¿Cuánto tardasteis… y lady Vorpatril se encuentra…?
      — Llegamos sólo dos horas antes que vosotros — dijo Kou con la respiración agitada, reoxigenándose después de un beso heroico -. La señora Vorpatril y el niño están internados en la enfermería. El médico dice que ella sólo sufre una gran fatiga y tensión. Estuvo increíble. Pasamos algunos momentos difíciles con las patrullas de Vordarian, pero nunca se rindió. Y vosotros… ¡lo habéis logrado! Me crucé con Vaagen en el pasillo, y llevaba la réplica… ¡habéis rescatado al hijo de mi señor!
      Droushnakovi dejó caer los hombros.
      — Pero perdimos a la princesa Kareen.
      — Oh. — Él le tocó los labios -. No me cuentes nada… Lord Vorkosigan me ordenó que os llevase a verlo en cuanto llegarais. Le informaréis de todo antes que a nadie. — Ahuyentó a los hombres de Seguridad Imperial como a moscas, algo que Cordelia estaba deseando desde hacía rato.
      Bothari tuvo que ayudarla a levantarse. Ella recogió la bolsa de plástico amarillo. Con ironía observó que llevaba el nombre y el logotipo de una de las tiendas de ropa femenina más exclusivas.
      Kareen te acompañará hasta el final, maldito.
      — ¿Qué es eso? — preguntó Kou.
      — Sí, teniente — intervino con ansiedad un hombre de Seguridad Imperial -. Por favor… ella se ha negado terminantemente a permitirnos examinarla. Según los reglamentos, no podemos permitir que la introduzca en la base.
      Cordelia abrió la bolsa y la extendió hacia Kou. Él examinó el interior.
      — Mierda. — Al verlo saltar hacia atrás, el hombre se dispuso a avanzar pero Koudelka lo detuvo -. Ya… ya veo. — Tragó saliva -. Sí, sin duda el almirante Vorkosigan querrá ver eso.
      — Teniente, ¿qué debo poner en el registro? — Cordelia decidió que a estas alturas el hombre de Seguridad Imperial ya gemía -. Tengo que anotarla si va a entrar.
      — Déjelo que cuide su trasero, Kou — suspiró Cordelia.
      Kou volvió a mirar el interior, y sus labios se curvaron en una sonrisa irónica.
      — Está bien. Regístrelo como un obsequio para el almirante Vorkosigan. De parte de su esposa.
      — Ah, Kou. — Drou le entregó la espada -. Logré rescatar esto, pero me temo que hemos perdido la funda.
      Kou la cogió, se volvió hacia la bolsa, relacionó los dos objetos y sujetó la espada con más respeto.
      — Eh… está bien… gracias.
      — Yo la llevaré a Sigling y haré que le confeccionen una funda igual — le prometió Cordelia.
      El hombre de Seguridad Imperial cedió el paso al secretario personal del almirante Vorkosigan. Kou condujo a Cordelia, a Bothari y a Drou al interior de la base. Cordelia volvió a cerrar la bolsa y dejó que se balanceara en su mano.
      — Descenderemos al nivel del Estado Mayor. El almirante ha estado en una reunión a puerta cerrada desde hace una hora. Anoche llegaron dos oficiales superiores de Vordarian. Están negociando para traicionarlo. El plan para rescatar a los rehenes depende de su cooperación.
      — ¿Ya están al corriente de esto? — Cordelia alzó la bolsa.
      — No lo creo, señora. Usted acaba de cambiarlo todo. — Su sonrisa se tornó cruel, y sus pasos se hicieron más rápidos.
      — — Supongo que todavía será necesario realizar esa incursión — suspiró Cordelia -. Los hombres de Vordarian siguen siendo peligrosos, incluso en medio del caos. Tal vez se vuelvan más peligrosos aún, en su desesperación. — Pensó en aquel hotel en el centro de Vorbarr Sultana, donde se encontraba la pequeña Elena de Bothari. Rehenes de menor importancia. ¿Podría persuadir a Aral para que asignase algunos recursos más a la empresa de rescatarlos? Por desgracia, ella no había logrado dejar fuera de combate a todos los soldados. Y lo intenté. Dios sabe que lo intenté.
      Descendieron y siguieron descendiendo hacia el centro neurálgico de la base Tanery. Llegaron a la sala de conferencias de extrema seguridad; una patrulla fuertemente armada montaba guardia en el pasillo. Koudelka pasó por delante de ellos. Las puertas se deslizaron y volvieron a cerrarse a sus espaldas.
      Cordelia observó el cuadro. Los hombres que rodeaban la pulida mesa interrumpieron su conversación para mirarla. Aral se hallaba en el centro, por supuesto.
      Illyan y el conde Piotr lo flanqueaban. El primer ministro Vortala estaba allí, y Kanzian, y algunos otros oficiales superiores con uniformes verdes de etiqueta. Los dos dobles traidores estaban frente a ellos, con sus ayudantes. Demasiados testigos. Ella quería estar a solas con Aral, librarse de todos ellos. Pronto.
      Los ojos de Aral se clavaron en los de ella en una silenciosa agonía. Sus labios se curvaron en una sonrisa completamente irónica. Eso fue todo; y sin embargo Cordelia volvió a sentir el calor de la confianza… estuvo segura de él. Ningún reproche. Todo marcharía bien. Estaban juntos otra vez, y ni un torrente de palabras y abrazos hubiese podido comunicárselo mejor. De todos modos, esos ojos grises le prometieron que los abrazos llegarían más adelante. Sus propios labios sonrieron por primera vez en… ¿cuánto tiempo?
      El conde Piotr apoyó las manos en la mesa.
      — Bien. Por Dios, mujer, ¿dónde has estado? — exclamó furioso.
      Cordelia se sintió invadida por una demencia morbosa. Lo miró con una sonrisa feroz y alzó la bolsa.
      — De compras.
      Por un momento, el anciano estuvo a punto de creerle; por su rostro pasaron varias expresiones encontradas: sorpresa, escepticismo, y luego ira al comprender que se estaba burlando de él.
      — ¿Quiere ver lo que he comprado? — continuó Cordelia, todavía flotando. Abrió la bolsa violentamente e hizo rodar la cabeza de Vordarian sobre la mesa. Por suerte, hacía unas horas que había dejado de sangrar. El rostro se detuvo justo delante de él, con un rictus en los labios y los ojos abiertos de par en par.
      Piotr abrió la boca. Kanzian saltó; los oficiales profirieron maldiciones y uno de los traidores se cayó de la silla al retroceder. Vortala frunció los labios y alzó las cejas. Koudelka, orgulloso de su papel en la preparación de aquel momento histórico, apoyó la espada sobre la mesa como segunda evidencia.
      Aral estuvo perfecto. Sus ojos sólo se abrieron de par en par unos momentos, pero entonces apoyó el mentón sobre las manos y miró por encima del hombro de su padre con frialdad e interés.
      — Sí, es natural — susurró -. Todas las damas Vor van de compras a la capital.
      — Me ha costado muy cara — le confesó Cordelia.
      — Eso también es normal. — Una sonrisa irónica curvó sus labios.
      — Kareen ha muerto. Fue herida en la refriega. No pude salvarla.
      Él abrió las manos, como dejando que el incipiente humor negro escapase por sus dedos.
      — Comprendo. — Volvió a alzar los ojos hacia los de ella, como preguntándole: ¿Te encuentras bien?, y aparentemente halló la respuesta: No.
      — Caballeros. Les ruego que me disculpen unos momentos. Deseo estar a solas con mi esposa.
      Mientras los hombres comenzaban a levantarse, Cordelia alcanzó a oír un murmullo.
      — Un hombre valiente…
      Cordelia clavó la mirada en los hombres de Vordarian, mientras éstos se retiraban de la mesa.
      — Oficiales, les recomiendo que cuando se reanude esta conferencia, se rindan sin condiciones a la misericordia de lord Vorkosigan. Es posible que todavía conserve algo de piedad. — Porque yo ya no la tengo, fue el remate silencioso de sus palabras -. Estoy cansada de su estúpida guerra. Termínenla de una vez.
      Piotr pasó por su lado. Cordelia lo miró con una sonrisa amarga.
      — Parece que te he subestimado — murmuró el anciano.
      — No vuelva a cruzarse en mi camino… y manténgase alejado de mi hijo. — Una mirada de Vorkosigan detuvo su efusión de ira. Ella y Piotr intercambiaron un ligero movimiento de cabeza, como las pequeñas reverencias de dos duelistas.
      — Kou — dijo Vorkosigan, mirando el objeto espeluznante que tenía junto al codo -.¿Quiere llevarse esta cosa al depósito de cadáveres de la base? No tengo interés en conservarlo como centro de mesa. Lo conservaremos allí hasta que podamos enterrarlo con el resto del cuerpo. Si lo encontramos.
      — ¿Seguro que no quiere conservarlo para que los oficiales de Vordarian se sientan más propensos a favorecer un acuerdo? — preguntó Kou.
      — No — decidió Vorkosigan con firmeza -. Ya ha causado un efecto bastante benéfico.
      Con sumo cuidado, Kou cogió la bolsa, la abrió y la utilizó para coger la cabeza de Vordarian sin llegar a tocarla.
      Aral observo al grupo de Cordelia; la aflicción de Droushnakovi los crispamientos convulsivos de Bothari.
      — Drou. Sargento. Podéis ir a lavaros y comer algo. Regresad para presentarme vuestro informe cuando hayamos terminado aquí.
      Drou asintió con la cabeza y el sargento hizo la venia. Ambos siguieron a Kou al pasillo.
      En cuanto la puerta se hubo cerrado, Aral se levantó para abrazarla, pero ella se lanzó a sus brazos, y ambos volvieron a caer sobre la silla. Permanecieron abrazados con tanta fuerza que al fin tuvieron que apartarse un poco para besarse.
      — Nunca vuelvas a hacerme algo así — dijo él con voz ronca.
      — Nunca vuelvas a permitir que resulte necesario.
      — Es un trato.
      Aral sostuvo su rostro entre las manos, devorándola con la mirada.
      — Tenía tanto miedo por ti, que me olvidé de temer por tus enemigos. Debí haberlo recordado, querida capitana.
      — No hubiese podido hacer nada sola. Drou fue mis ojos, Bothari mi brazo derecho, Koudelka nuestros pies. Debes perdonar a Kou por haberse ausentado sin permiso. A decir verdad, lo secuestramos.
      — Eso me han dicho.
      — ¿Te contó lo de tu primo, Padma?
      — Sí. — Aral suspiró con dolor -. Yuri el Loco realizó una masacre con los descendientes del príncipe Xav. Padma y yo fuimos los únicos supervivientes. Yo tenía once años y Padma uno, era un bebé… desde entonces siempre me ha parecido un bebé. Traté de cuidarlo… Ahora soy el único que queda. La tarea de Yuri casi ha sido completada.
      — Elena, la pequeña de Bothari. Debe ser rescatada. Ella es mucho más importante que ese granero lleno de condes en la Residencia.
      — Estamos trabajando en ello — le aseguró él -. Tendrá prioridad, ahora que tú te has ocupado del emperador Vidal. — Se detuvo y esbozó una lenta sonrisa -. Temo que has logrado impresionar a mis barrayareses, amor.
      — ¿Por qué? ¿Creyeron que tenían un monopolio sobre el salvajismo? Ésas fueron las últimas palabras de Vordarian: «Es una betanesa. No puede.»
      — ¿No puede qué?
      — «Hacer esto», supongo que hubiese dicho si hubiese podido.
      — Menudo trofeo para traer en el monocarril. ¿Y si alguien te hubiese pedido que abrieras la bolsa?
      — Lo habría hecho.
      — ¿Te… te encuentras bien, cariño? — La expresión de Aral estaba seria bajo su sonrisa.
      — ¿Quieres saber si he perdido el control? Sí, un poco. Más que un poco. — Las manos todavía le temblaban. Ya hacía un día que se encontraba así, con un temblor constante que no cedía -. Me pareció… necesario traer la cabeza de Vordarian. No pensaba en clavarla sobre una pared de la Residencia Vorkosigan, junto con los trofeos de caza de tu padre… aunque no sería mala idea. Creo que no fui consciente de por qué me aferraba a ella hasta que entré en esta habitación. Si hubiera llegado aquí con las manos vacías, diciendo a estos hombres que había matado a Vordarian y dado fin a su pequeña guerra, ¿quién me hubiese creído, aparte de ti?
      — Illyan tal vez. Ya te ha visto en acción. Los demás… supongo que tienes razón.
      — Creo que también me impulsaba algo que se practicaba en la antigüedad. ¿No solían exhibir los cuerpos de los gobernantes asesinados, para detener a los pretendientes? Me pareció apropiado. Aunque en mi opinión Vordarian sólo fue un pretendiente secundario.
      — Tu escolta de Seguridad Imperial me informó de que recuperaste la réplica. ¿Todavía funcionaba?
      — Vaagen la está examinando en este momento. Miles se encuentra con vida. Aún no se conocen los daños. Oh, parece que Vordarian tuvo algo que ver con el ataque de Evon Vorhalas. No de forma directa, sino a través de algún agente.
      — Illyan ya sospechaba algo. — La abrazó con más fuerza.
      — Respecto a Bothari — prosiguió ella -, no se encuentra muy bien. Se ha visto sometido a una tensión demasiado grande. Necesita un verdadero tratamiento que sea médico, no político. La técnica que utilizaron para borrar sus recuerdos es horrible.
      — En ese momento le salvó la vida. Era mi compromiso con Ezar. Yo no tenía ningún poder entonces. Ahora podré ayudarlo mejor.
      — Lo harás. Se ha ligado a mí como un perro. Son sus propias palabras. Y yo lo he utilizado como tal. Le debo… todo. Pero me asusta. ¿Por qué yo?
      Vorkosigan pareció muy pensativo.
      — Bothari… no posee un gran sentido de identidad. Cuando lo conocí, en su peor momento, su personalidad estaba a punto de dividirse en múltiples facetas. De haber tenido una mejor educación, podría haberse convertido en el espía ideal. Es un camaleón. Un espejo. Se convierte en cualquier cosa que se le pida. No creo que se trate de un proceso consciente. Piotr espera un criado leal, y Bothari interpreta ese papel con semblante impasible. Vorrutyer quería un monstruo, y Bothari se convirtió en su torturador y su víctima. Yo pedí un buen soldado, y eso fue para mí. Tu… — Su voz se suavizó -. Tú eres la única persona que mira a Bothari y ve a un héroe. Por lo tanto, en eso se transforma para ti. Se aferra a ti porque tú lo conviertes en un hombre más valioso de lo que jamás soñó ser.
      — Aral, eso es una locura.
      — ¿Sí? — Aral le besó el cabello -. Pero él no es el único sobre el que ejerces un efecto tan peculiar.
      — Me temo que yo no me encuentro en mucha mejor forma que Bothari. Cometí una torpeza, y Kareen murió. ¿Quién se lo dirá a Gregor? Si no fuera por Miles… Mantén alejado a Piotr de mí, o te juro que la próxima vez saltaré sobre él. — Estaba temblando otra vez.
      — Shhh. — Él la meció un poco -. ¿Crees que al menos podrás dejar en mis manos la limpieza final? Todos estos sacrificios no habrán sido en vano.
      — Me siento sucia, enferma.
      — Sí, eso suele ocurrir cuando uno regresa de un combate. Conozco la sensación. — Aral se detuvo -. Pero si una betanesa puede volverse tan barrayaresa, tal vez no sea imposible que los barrayareses se vuelvan un poco betaneses. El cambio es posible.
      — El cambio es inevitable — afirmó ella -. Pero no lo conseguirás con el estilo de Ezar. El tiempo de Ezar ha pasado. Tendrás que encontrar tu propio camino, rehacer este mundo para que Miles pueda sobrevivir en él. Y Elena, Iván y Gregor.
      — Como usted desee, señora.
      En el tercer día después de la muerte de Vordarian, la capital se rindió a las tropas leales. A pesar de que hubo algún intercambio de disparos, las acciones no fueron tan sangrientas como Cordelia había temido. Sólo dos focos de resistencia, en Seguridad Imperial y en la propia Residencia, tuvieron que ser desalojados por tropas terrestres. La guarnición que custodiaba el hotel del centro con sus rehenes terminó por rendirse, después de varias horas de negociaciones. Piotr permitió que Bothari tuviese un día libre para que pudiera recoger a su hija y llevarla a casa junto con la señora Hysopi. Por primera vez desde su regreso, esa noche Cordelia durmió en paz. Evon Vorhalas había estado al mando de las tropas terrestres de Vordarian en la capital, y se encontraba a cargo de defender el centro de comunicaciones militares en el cuartel general. Murió en las últimas refriegas del combate, asesinado por sus propios hombres cuando rechazó la oferta de una amnistía a cambio de su rendición. En cierto sentido, Cordelia se sintió aliviada. Para los señores Vor, el castigo por traición era la exhibición pública y la muerte por inanición. El difunto emperador Ezar no había vacilado en mantener aquella atroz tradición. Cordelia sólo podía rezar para que cuando Gregor accediera al trono, la derogase.
      Sin Vordarian para mantenerla unida, la coalición rebelde se dispersó en varias facciones diferentes. En la ciudad de Federstok un lord Vor extremadamente conservador alzó su estandarte y se autoproclamó emperador, sucediendo a Vordarian; treinta horas después fue sometido. En un Distrito de la costa este, perteneciente a uno de los aliados de Vordarian, el conde se suicidó antes de ser capturado. En medio del caos, un grupo anti-Vor declaró una república independiente. El nuevo conde, un coronel de infantería que nunca había imaginado ser objeto de tantos honores, ya que su familia no era de linaje, se opuso de inmediato a este violento giro progresista. Vorkosigan dejó la cuestión en sus manos, reservando las tropas imperiales para asuntos que no perteneciesen al gobierno interno de los Distritos.
      — No podrás llegar hasta la mitad del camino y detenerte — murmuró Piotr, disgustado ante tanta delicadeza.
      — Paso a paso — le respondió Vorkosigan con expresión sombría -, llegaré a dar la vuelta al mundo. Ya lo verás.
      Al quinto día, Gregor fue conducido de regreso a la capital. Vorkosigan y Cordelia fueron los encargados de comunicarle la muerte de Kareen. El niño se echó a llorar, desconsolado. Cuando se calmó, lo llevaron a una revista de tropas en un coche con la cubierta transparente. En realidad eran las tropas quienes debían pasarle revista a él, para comprobar que estaba con vida a pesar de los rumores que había lanzado Vordarian. Cordelia viajó a su lado. El dolor silencioso del niño le destrozó el corazón, pero según su punto de vista era mejor esto que hacerlo desfilar primero y contárselo después. Ella no habría soportado que el pequeño le preguntara cuándo volvería a ver a su madre durante todo el viaje.
      El funeral de Kareen fue un acontecimiento público, aunque las ceremonias no fueron tan fastuosas debido a las circunstancias caóticas. Gregor tuvo que encender una ofrenda por segunda vez en aquel año. Vorkosigan pidió a Cordelia que guiase su mano hacia la antorcha. Esta parte de la ceremonia funeraria parecía casi redundante, después de lo que ella había hecho con la Residencia. Cordelia agregó un mechón de sus propios cabellos a la pira. Gregor permaneció aferrado a ella.

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