Desembocaron en una gran habitación oscura que había sido convertida en una especie de comedor. En ella sólo había dos mujeres de aspecto decaído, vestidas con batas, y un hombre que roncaba con la cabeza sobre la mesa. Como de costumbre, una extravagante chimenea quemaba trozos de madera.
Tenían una guía, o anfitriona. Una mujer alta los condujo en silencio hacia la escalera. Quince o incluso diez años atrás, podía haber resultado atractiva, con esas piernas largas y el rostro aguileno; ahora sólo era huesuda y marchita, enfundada en una bata chillona color magenta con unos frunces caídos que parecían combinar con su inherente tristeza. Bothari alzó a Alys Vorpatril y la llevó por la empinada escalera. Koudelka miró a su alrededor y pareció animarse un poco al reconocer a alguien.
La mujer los condujo a una habitación del piso superior.
— Cambia las sábanas — murmuró Bothari, y después de asentir con la cabeza, la mujer desapareció. El sargento no bajó a la agotada Alys Vorpatril. La mujer regresó al cabo de unos minutos y cambió las sábanas arrugadas de la cama por otras limpias. Bothari depositó a Alys sobre el colchón y retrocedió. Cordelia acomodó mejor al pequeño que dormía entre sus brazos.
La… casera, tal como decidió llamarla Cordelia, observó al bebé con un destello de interés.
— Éste es nuevecito. Niño grande, ¿eh? — Su voz intentó un arrullo.
— Tiene dos semanas — dijo Bothari con frialdad.
La mujer emitió un bufido, con las manos sobre las caderas.
— He asistido algunos partos, Bothari. Más bien diría que tiene dos horas.
Bothari se volvió hacia Cordelia con una mirada algo alarmada. La mujer alzó una mano.
— Lo que tú digas.
— Deberíamos dejarla dormir — señaló Bothari -. Hasta que estemos seguros de que no sangrará.
— Sí, pero que no se quede sola — dijo Cordelia -. Por si despierta desorientada al encontrarse en un lugar desconocido. — Alys era una Vor, y un lugar semejante le resultaría completamente ajeno.
— Yo permaneceré un rato con ella — se ofreció Droushnakovi. Miró con desconfianza a la casera, quien se inclinaba demasiado hacia el bebé para su gusto. Cordelia suponía que Drou no había creído la versión de Koudelka de que se hallaban en una especie de museo. Y Alys Vorpatril tampoco lo haría, en cuanto descansara lo suficiente para recuperar la lucidez.
Droushnakovi se dejó caer en un viejo sillón desvencijado, frunciendo la nariz ante el olor húmedo que surgió de los cojines. Los demás se retiraron de la habitación. Koudelka fue a buscar un lavabo en ese viejo edificio, y luego se marchó a comprar algo para comer. Un olorcillo que flotaba en el aire indicó a Cordelia que el caravasar no estaba enganchado al sistema municipal de cloacas. Tampoco había calefacción central. Ante la expresión hostil de Bothari, la casera desapareció. En un extremo del salón había un sofá, un par de sillones y una mesa baja, iluminados por una lámpara a batería cubierta con una tela roja. Bothari y Cordelia fueron a sentarse allí. Ahora que la tensión había mermado, el sargento parecía agotado. Cordelia no sabía cuál era su propio aspecto, pero suponía que dejaba bastante que desear.
— ¿Hay prostitutas en Colonia Beta? — le preguntó Bothari de pronto.
Cordelia hizo un esfuerzo para despejar su mente. La voz del sargento era tan fatigada que la pregunta había sonado casual… pero Bothari nunca decía nada sólo por conversar. ¿Hasta qué punto se había perturbado su delicado equilibrio con la violencia de esa noche?
— Bueno… tenemos a los T. S. P. — respondió con cautela -. Supongo que cumplen con la misma función social.
— ¿Qué es eso?
— Terapeutas de Sexualidad Práctica. El Estado concede las licencias. Hay que contar con un título de psicoterapeuta. La diferencia es que los tres sexos pueden practicar la profesión. Los hermafroditas son quienes ganan más dinero; tienen muy buena acogida entre los turistas. No es… no es un puesto de alto status social, pero tampoco son la escoria. Creo que no tenemos escoria social en Colonia Beta; nos detenemos en la clase media baja. Es como… — Se detuvo unos momentos, buscando una buena comparación -. Es como ser una peluquera en Barrayar. Se ofrece un servicio personal en determinada profesión, con cierta habilidad y pericia.
Por primera vez, había logrado dejar perplejo a Bothari, quien frunció el ceño.
— Sólo los betaneses pueden pensar que se necesita un maldito título universitario… ¿Las mujeres utilizan sus servicios?
— Claro. Y las parejas también. Aunque en esos casos se concede prioridad a la cuestión educativa.
Él sacudió la cabeza y vaciló. Le dirigió una mirada de soslayo.
— Mi madre era una prostituta. — Su tono fue curiosamente distante. Bothari aguardó.
— Yo… lo había imaginado.
— No sé por qué no me abortó. Sabía practicarlos, al igual que los partos. Tal vez estaba preocupada por su vejez. Solía venderme a sus clientes.
Cordelia se atragantó.
— Bu… bueno. En Colonia Beta no se permitiría eso.
— No recuerdo gran cosa de esa época. Escapé a los doce años, cuando fui lo bastante mayor para golpear a sus malditos clientes. Anduve con pandillas hasta los dieciséis, fingí tener dieciocho y logré ingresar en el Servicio. Entonces pude salir de aquí. — Bothari se frotó las palmas.
— Comparado con su vida anterior, el Servicio debió de ser el paraíso.
— Hasta que conocí a Vorrutyer. — Miró a su alrededor con expresión vaga -. En esa época había más gente aquí. Ahora está casi desierto. — Su voz se tornó reflexiva -. Hay una gran parte de mi vida que no logro recordar bien. Es como si estuviera hecho de remiendos. Sin embargo, hay cosas que quisiera olvidar y no puedo.
Cordelia no se atrevió a preguntarle «¿cuáles?», pero emitió un pequeño sonido para indicar que lo escuchaba con atención.
— No sé quién fue mi padre. Aquí ser un bastardo es casi tan malo como ser un mutante.
— En el contexto betanés, la palabra «bastardo» se utiliza como descripción negativa de una personalidad, pero en realidad no tiene ningún significado objetivo. No se pueden comparar con los niños concebidos de forma ilegal, y éstos son tan raros que cada caso se trata de forma individual. — ¿Por qué me está contando todo esto? ¿Qué quiere de mí? Cuando empezó parecía, casi asustado; ahora se le ve casi satisfecho. ¿Qué le he dicho para animarlo? Cordelia suspiró.
Para su alivio, en ese momento regresó Koudelka con unos bocadillos de queso y unas botellas de cerveza. Cordelia se alegró al ver la bebida, ya que sospechaba del agua en ese lugar. Engulló su primer mordisco con satisfacción y dijo:
— Kou, debemos trazar una nueva estrategia.
Él se sentó a su lado con dificultad, escuchando atentamente.
— ¿Sí?
— Es evidente que no podemos llevarnos con nosotros a Alys Vorpatril y al bebé. Tampoco podemos dejarla aquí. Los hombres de Vordarian se han encontrado con cinco cadáveres y un coche incendiado. Pronto comenzarán a registrar la zona. De todas formas, durante un tiempo buscarán a una mujer embarazada y eso nos concede una pequeña ventaja. Tenemos que separarnos.
Él tragó un bocado de su bocadillo.
— ¿Entonces irá con ella, señora?
Cordelia sacudió la cabeza.
— Debo ir con los que entren en la Residencia. Aunque sólo sea porque soy la única capaz de decir: «Esto es imposible. Es hora de marcharnos.» Drou es absolutamente imprescindible, y necesito a Bothari. — Y de alguna extraña manera, Bothari me necesita a mí -. Eso lo deja a usted.
Koudelka apretó los labios.
— Al menos no los obligaré a ir más despacio.
— Usted no está con nosotros a falta de algo mejor — replicó ella con dureza -. Su ingenio hizo que lográramos entrar en Vorbarr Sultana. También lo considero capaz de sacar a Alys Vorpatril. Usted es su única posibilidad.
— Pero se diría que yo escapo mientras usted se enfrenta a una situación peligrosa.
— Sólo lo parece, Kou, piénselo. Si Vordarian vuelve a atrapar a Alys, no mostrará ninguna misericordia con ella, ni tampoco con el bebé. Ustedes no estarán más seguros que nosotros. Todos tendremos que cuidar nuestras cabezas utilizando la lógica.
Él suspiró.
— Lo intentaré, señora.
— Con intentarlo no basta. Padma Vorpatril lo «intentó». Usted debe lograrlo, Kou.
Él asintió lentamente con la cabeza.
— Sí, señora.
Bothari se marchó en busca de algunas ropas para disfrazar a Kou de «pobre joven padre y esposo».
— Los clientes siempre dejan cosas aquí. — Cordelia se preguntó qué lograría encontrar allí para lady Vorpatril. Kou llevó los alimentos a Alys y a Drou. Regresó con una expresión sombría en el rostro, y volvió a sentarse junto a Cordelia.
Después de un rato dijo:
— Creo que ahora entiendo por qué a Drou le preocupaba tanto la posibilidad de que estuviese embarazada.
— ¿Ah, sí? — preguntó Cordelia.
— Los sufrimientos por los que pasó lady Vorpatril dejan pequeños a los míos. Dios, eso debe de ser terriblemente doloroso.
— Hum. Pero el dolor sólo dura un día. — Cordelia se frotó la cicatriz -. O unas semanas. Creo que no se trata de eso.
— ¿Y entonces qué?
— Es… es un acto trascendental. Dar la vida. Solía pensar en eso cuando estaba embarazada de Miles. «Por medio de este acto, doy vida a una muerte.» Un nacimiento, una muerte… y entre ambos, todos los sufrimientos y actos de la voluntad. Yo no comprendía ciertos símbolos místicos orientales como Kali, la madre Muerte, hasta que comprendí que en ello no había nada de místico. Se trata de un simple hecho. Un «accidente» sexual al estilo barrayarés puede iniciar una cadena de causalidades que no se detiene hasta el fin de los tiempos. Nuestros hijos nos hacen cambiar… aunque mueran. Incluso aunque su hijo resultara ser una simple posibilidad en esta ocasión, Drou cambió. ¿Usted no?
Él sacudió la cabeza con desconcierto.
— Ni siquiera se me ocurrió todo esto. Sólo quería ser normal, como los otros hombres.
— Creo que no ocurre nada malo con sus instintos. Es sólo que no le bastan. ¿Y si para variar intentara que sus instintos trabajaran junto con su intelecto, en lugar de hacerlo con objetivos opuestos?
Él emitió un bufido.
— No lo sé. No sé… cómo acercarme a ella ahora. Ya dije que lo sentía.
— Las cosas no andan bien entre los dos, ¿verdad?
— No.
— ¿Sabe qué fue lo que más me molestó de este viaje? — preguntó Cordelia.
— No…
— No pude despedirme de Aral. Si… si algo me ocurriera, o si algo le ocurriera a él, quedaría algo pendiente, algo sin resolver entre nosotros. Y ya no habría forma de aclararlo.
— Hum. — Él se sumió un poco más en sí mismo, hundido en el sillón.
Cordelia meditó unos instantes.
— ¿Qué más ha intentado aparte de «lo siento»? ¿Por qué no le pregunta cómo está, si se encuentra bien, si puede ayudarla? O dígale «te quiero», eso no falla. Palabras breves, en su mayor parte preguntas, ahora que lo pienso. Demuestran que uno está interesado en iniciar una conversación.
Él esbozó una sonrisa triste.
— No creo que ella quiera hablar conmigo.
— Supongamos… — Cordelia echó la cabeza hacia atrás y fijó la vista en el otro extremo de la habitación -. Supongamos que las cosas no hubiesen tomado un giro tan equivocado aquella noche. Supongamos que usted no se hubiera aterrorizado. Supongamos que ese idiota de Evon Vorhalas no los hubiera interrumpido con su pequeño espectáculo de horror. — Vaya un pensamiento. Dolía mucho pensar en lo que podía haber sido -. Regresemos al punto de partida. Cuando se acariciaban felices. Se separan como amigos, y a la mañana siguiente despiertan, eh… perturbados por el amor. ¿Qué ocurriría luego, en Barrayar?
— Un intermediario.
— ¿Eh?
— Sus padres o los míos contratarían a un intermediario y luego, bueno, arreglarían las cosas.
— ¿Y ustedes qué harían?
Él se encogió de hombros.
— Presentarnos a tiempo para la boda y pagar las facturas, supongo. En realidad son los padres quienes pagan las facturas.
Con razón el hombre estaba tan desorientado.
— ¿Usted quería casarse? ¿No sólo acostarse?
— ¡Sí! Pero… señora, yo sólo soy medio hombre, y eso en un buen día. Su familia se reiría de mí.
— ¿Alguna vez ha visto a su familia? ¿Ellos ya lo conocen a usted?
— No…
— Kou, ¿se da cuenta de lo que está diciendo?
Él pareció algo avergonzado.
— Bueno…
— Un intermediario. Bah. — Se levantó.
— ¿Adonde va? — preguntó Kou con nerviosismo.
— A intermediar — dijo ella con firmeza y avanzó por el pasillo hasta la habitación. Droushnakovi estaba sentada observando a la mujer dormida. Las dos cervezas y los bocadillos estaban intactos en una mesita.
Cordelia cerró la puerta con suavidad.
— Sabes — murmuró -, los buenos soldados nunca pierden una ocasión para comer o dormir, porque no saben cuánto tiempo pasará antes de que se presente otra posibilidad.
— No tengo hambre. — Drou tenía una expresión introvertida, como atrapada dentro de sí misma.
— ¿Quieres hablar de ello?
Drou esbozó una mueca indecisa y se apartó de la cama para sentarse en un sofá al otro extremo de la habitación. Cordelia se sentó a su lado.
— Esta noche — dijo en voz baja -, he participado en mi primera pelea de verdad.
— Lo hiciste muy bien. Encontraste tu posición y reaccionaste…
— No. — Droushnakovi agitó una mano -. No es verdad.
— ¿Oh? A mí me pareció bien.
— Corrí por detrás del edificio… derribé a los dos hombres de seguridad que aguardaban en la puerta usando el aturdidor. Ellos no alcanzaron a verme. Llegué a mi posición en la esquina del edificio. Vi cómo esos dos hombres atormentaban a lady Vorpatril en la calle. La insultaban, la miraban, la empujaban… me enfadé tanto que cogí el disruptor nervioso. Quería matarlos. Entonces comenzaron los disparos. Y… y yo vacilé. Por eso murió lord Vorpatril, por mi culpa.
— ¡Vaya niña! El sujeto que mató a Padma Vorpatril no era el único que le apuntaba. Padma estaba tan aturdido por la droga que ni siquiera trataba de cubrirse. Debieron de inyectarle una dosis doble para obligarle a descubrir el escondite de Alys. También pudo haber muerto por otro disparo, o interponerse a nuestro propio fuego cruzado.
— El sargento Bothari no vaciló — objetó Droushnakovi sin ninguna inflexión en la voz.
— No — convino Cordelia.
— El sargento Bothari tampoco pierde el tiempo sintiendo… pena por el enemigo.
— No. ¿Y tú sí?
— Me siento enferma.
— Matas a dos personas completamente desconocidas, ¿y esperas sentirte feliz?
— Eso hace Bothari.
— Sí. Él lo disfruta. Pero Bothari no es un hombre cuerdo, ni siquiera según los modelos barrayareses. ¿Tú aspiras a ser un monstruo?
— ¡Usted lo llama de ese modo!
— Oh, pero él es mi monstruo. Mi buen perro. — Siempre tenía problemas cuando trataba de explicar a Bothari, en ocasiones incluso ante sí mismo. Cordelia se preguntó si Droushnakovi conocería el origen histórico del término terrestre «chivo expiatorio». El animal de sacrificio que todos los años era liberado, para que cargase con los pecados de toda la comunidad… Bothari era su propia bestia de carga; Cordelia era consciente de las cosas que hacía por ella. Lo que no le resultaba tan claro era lo que ella hacía por él, pero sabía que la necesitaba con desesperación -. Yo me alegro mucho de que te sientas desconsolada. Dos asesinos patológicos a mi servicio serían demasiado. Conserva esas dudas como si fuesen un tesoro, Drou.
Ella sacudió la cabeza.
— Creo que tal vez me he equivocado de oficio.
— Tal vez sí. Tal vez no. Piensa en lo monstruoso que sería un ejército de Botharis. Cualquier fuerza armada de una comunidad (militares, policía, personal de seguridad) necesita contar con personas que puedan causar el mal necesario, y al mismo tiempo no transformarse en malvadas. Hacer sólo lo necesario, nada más. Cuestionar constantemente las suposiciones para no caer en la atrocidad.
— Como ese coronel de seguridad, que reprimió a ese cabo obsceno.
— Sí. O el modo en que ese teniente cuestionó al coronel… lamento no haber podido salvarlo. — Cordelia suspiró.
Drou frunció el ceño con la vista baja.
— Kou cree que estás enfadada con él — dijo Cordelia.
— ¿Kou? — Droushnakovi le miró confundida -. Oh sí, hace un momento estuvo aquí. ¿Quería algo?
Cordelia sonrió.
— Muy típico de Kou. Imaginar que toda tu desdicha debe de estar centrada en él. — Su sonrisa se desvaneció -. Pienso encargarle la misión de sacar de aquí a lady Vorpatril y al bebé. Nuestros caminos se separarán en cuanto ella pueda volver a caminar.
El rostro de Drou demostró preocupación.
— Se enfrentará a un peligro terrible. Los hombres de Vordarian deben de estar rabiosos por haberla perdido a ella y al niño.
Sí, todavía quedaba un lord Vorpatril para echar a perder los cálculos genealógicos de Vordarian, ¿verdad? En ese sistema perverso, una criatura se transformaba en un peligro mortal para un hombre maduro.
— Nadie estará a salvo hasta que esta guerra abominable haya terminado. Dime. ¿Todavía quieres a Kou? Sé que ya has pasado el primer período de enamoramiento. Ahora eres consciente de sus defectos. Es egocéntrico, está obsesionado con sus problemas físicos y siente una gran preocupación por su masculinidad. Pero no es estúpido. Todavía hay esperanzas para él. Le espera una vida interesante, al servicio del regente. — Suponiendo que lograsen sobrevivir a las siguientes cuarenta y ocho horas. Aunque no era mala idea infundir un apasionado deseo de vivir en sus agentes, pensó Cordelia -. ¿Lo quieres?
— Yo… ahora estoy ligada a él. No sé cómo explicarlo… le he entregado mi virginidad. ¿Quién más me querría? Me sentiría avergonzada…
— ¡Olvida eso! Cuando regresemos de esta incursión, te cubrirán de tanta gloria que los hombres harán fila para tener el privilegio de cortejarte. Podrás elegir. En casa de Aral, tendrás ocasión de conocer a los mejores hombres. ¿Qué deseas? ¿Un general? ¿Un ministro imperial? ¿Un señorito Vor? ¿Un embajador de otro planeta? Tu único problema será escoger, ya que las mezquinas costumbres barrayaresas sólo te permiten un esposo a la vez. Un desmañado teniente no tendrá la menor posibilidad ante todos esos señores.
Droushnakovi sonrió con cierto escepticismo ante la imagen de Cordelia.
— ¿Quién ha dicho que Kou no se convierta en general algún día? — dijo con suavidad. Exhaló un suspiro -. Sí, todavía lo quiero. Pero… creo que tengo miedo de que vuelva a herirme.
Cordelia lo pensó unos momentos.
— Es probable. Aral y yo siempre estamos hiriéndonos.
— ¡Oh, ustedes dos no, señora! Parecen tan, tan… perfectos.
— Piensa, Drou, ¿te imaginas cómo se siente Aral en este momento, debido a mis actitudes? Yo sí.
— Oh.
— Pero el dolor… no me parece motivo suficiente para dejar que la vida pase de largo. Cuando uno está muerto no siente dolor. Al igual que el tiempo, el dolor pasará de todos modos. La pregunta es, ¿cuántos momentos gloriosos eres capaz de arrebatarle a la vida a pesar del dolor?
— No estoy segura de entender eso, señora. Pero… tengo una imagen en la cabeza. Kou y yo estamos en una playa, los dos solos. Es muy agradable. Y cuando él me mira me ve, realmente me ve, y me quiere…
Cordelia frunció los labios.
— Sí… eso es suficiente. Ven conmigo.
La joven se levantó obedientemente. Cordelia la condujo hasta el salón, obligó a Kou a sentarse en un extremo del sillón, sentó a Drou en el otro y se acomodó entre los dos.
— Drou, Kou tiene algunas cosas que decirte. Como al parecer vosotros dos habláis idiomas diferentes, me pidió que actuase como intérprete.
Avergonzado, agitó las manos en señal negativa.
— Eso significa: «Prefiero malgastar el resto de mi vida antes que mostrarme como un tonto durante cinco minutos.» No le hagas caso — dijo Cordelia -. Ahora veamos, ¿quién comenzará?
Hubo un breve silencio.
— ¿Os he dicho ya que también estoy interpretando el papel de vuestros padres? Creo que comenzaré por ser la madre de Kou. Bien hijo, ¿ya has conocido algunas muchachas bonitas? Tienes casi veintiséis años, ¿me comprendes? Yo vi ese vídeo — agregó en su propia voz mientras Kou tosía -. Tengo su mismo estilo, ¿eh? Y Kou dice: «Sí mamá, hay una joven ideal. Joven, alta, inteligente…» Y la mamá de Kou dice: «¡Perfecto!» Entonces me contrata como intermediaria. Luego voy a ver a tu padre, Drou, y le digo: «Hay este joven teniente imperial, secretario personal del lord regente, héroe de guerra…» Y él exclama: «¡No necesito nada más! Lo aceptamos. Es perfecto.» Y…
— ¡Creo que diría algo más que eso! — la interrumpió Kou.
Cordelia se volvió hacia Droushnakovi.
— Lo que Kou quiere decir es que teme que tu familia no lo quiera porque es un inválido.
— ¡No! — exclamó Drou indignada -. ¡Eso no es…!
Cordelia alzó una mano para interrumpirla.
— Como vuestra intermediaria, permitidme. Kou, cuando una hija única y adorada señala y dice con firmeza: «Papá, quiero a ese hombre», un padre prudente sólo responde: «Sí, cariño.» Tres hermanos mayores ya pueden resultar más difíciles de convencer. Si la hace llorar, puede enfrentarse con un serio problema en un callejón. Por eso supongo que aún no te has quejado ante ellos, ¿verdad, Drou?
Ella contuvo una risita.
— ¡No!
Kou parecía amilanado por esta nueva posibilidad.
— Como verá — prosiguió Cordelia -, si se esfuerza todavía podrá evitar la venganza fraternal. — Se volvió hacia Drou -. Sé que se ha portado como un tonto, pero te aseguro que es un tonto educable.
— Yo dije que lo sentía — se quejó Kou.
Drou se puso tensa.
— Sí. Varias veces — observó con frialdad.
— Y éste es el quid de la cuestión — dijo Cordelia lentamente, con el rostro muy serio -. Lo que Kou quiere decir, Drou, es que no lo siente en absoluto. Que el momento fue maravilloso, que tú estuviste maravillosa, y que desea hacerlo otra vez. Y otra, y otra, solamente contigo, para siempre, con toda la aprobación de la sociedad y cuantas veces quiera. ¿Es así Kou?
Kou pareció sorprendido.
— Pues… ¡sí!
Drou parpadeó.
— Pero… ¡eso era lo que yo quería escuchar de ti!
— ¿En serio? — Él la espió por encima de la cabeza de Cordelia.
Este sistema del intermediario tiene su gracia. Pero también tenía sus límites. Cordelia se levantó y miró el cronómetro. Su sentido del humor desapareció.
— Todavía os queda un poco de tiempo. Se pueden decir muchas cosas en poco tiempo, si utilizáis palabras breves.
18
En el caravasar las horas previas al amanecer no eran tan oscuras como la noche en las montañas. En el brumoso cielo nocturno se reflejaban las luces ambarinas de la ciudad. Los rostros eran borrosos y grises, como las fotografías más primitivas. Cordelia trató de no pensar: Como los rostros de los muertos.
Después de descansar unas horas, lavarse y comer, Alys Vorpatril todavía no se sentía muy fuerte, pero podía caminar sola. La casera le había proporcionado unas ropas sorprendentemente sobrias: una falda gris larga hasta la pantorrilla y unos jerseys para protegerse del frío. Koudelka había cambiado sus prendas militares por un pantalón ancho, zapatos viejos y una chaqueta para sustituir la que habían utilizado con fines obstétricos de emergencia. Él llevaba al pequeño Iván, envuelto en un pañal improvisado y bien abrigado, completando el cuadro de una pequeña y tímida familia que trataba de abandonar la ciudad. Se suponía que se dirigían al campo, donde vivía la familia de la esposa, antes de que se iniciaran las luchas. Cordelia había visto pasar a cientos de refugiados como ellos en su camino hacia Vorbarr Sultana.
Koudelka inspeccionó al pequeño grupo y frunció el ceño ante el bastón de estoque que llevaba en la mano. Aunque sólo parecía un bastón, la madera fina y pulida y el puño tallado no parecían adecuarse a su nivel social. Koudelka suspiró.
— Drou, ¿puedes esconder esto de alguna manera? Resulta muy llamativo con esta ropa, y me resulta más un estorbo que una ayuda con el bebé en los brazos.
Droushnakovi asintió con un gesto, se arrodilló para envolver el bastón en una camisa y lo metió en el bolso. Cordelia recordó lo que había ocurrido la última vez que Kou había llevado ese bastón en el caravasar, y observó las sombras con nerviosismo.
— No creo que a estas horas haya mucho peligro de que alguien nos ataque. No tenemos aspecto de ser personas ricas.
— Algunos serían capaces de matarla por sus ropas — replicó Bothari con displicencia -, ahora que se aproxima el invierno. Pero está más tranquilo que de costumbre. Las tropas de Vordarian han estado recorriendo el barrio en busca de «voluntarios» para que los ayuden a cavar esos refugios antibombas en los parques de la ciudad.
— Nunca creí que llegaría a alegrarme de que exista la esclavitud — gimió Cordelia.
— De todos modos, es una tontería — dijo Koudelka -. Destrozar todos los parques. Aunque llegaran a tiempo, no lograrían albergar a tanta gente. Pero resulta impresionante, y lord Vorkosigan aparece como una imagen amenazadora en la mente de las personas.
— Además — Bothari se levantó la chaqueta para mostrar el reflejo plateado de su disruptor nervioso -, esta vez tengo el arma apropiada.
Entonces no había más que decir. Cordelia abrazó a Alys Vorpatril y ésta le susurró al oído:
— Dios te ayude, Cordelia. Y que Dios pudra a Vidal Vordarian en el infierno.
— Ve tranquila. Nos veremos en la base Tanery, ¿de acuerdo? — — Cordelia se volvió hacia Koudelka -. Vivid, y de ese modo confundiréis al enemigo.
— Lo… lo intentaremos, señora — dijo Koudelka.
Con expresión solemne, hizo la venia a Droushnakovi. No hubo ironía en su gesto militar, aunque tal vez reflejó un último dejo de envidia. Ella le respondió con un ligero movimiento de cabeza. Ninguno de los dos quiso añadir más palabras a ese momento. Los dos grupos se separaron en la oscuridad. Drou permaneció mirando hasta que Koudelka y lady Vorpatril desaparecieron de la vista, y entonces se unió a los demás.
Pasaron de los callejones oscuros a las calles iluminadas, donde de vez en cuando se veía alguna figura humana que caminaba a toda prisa rumbo a sus obligaciones matutinas. Todos parecían cruzar las calles para evitar los encuentros, y Cordelia se sintió menos conspicua. Sintió que se paralizaba cuando un vehículo de la guardia municipal pasó lentamente junto a ellos, pero el coche siguió su camino.
Se detuvieron al otro lado de la calle, para observar el edificio al cual se dirigían. La estructura tenía varias plantas y pertenecía al estilo práctico de todas las construcciones que habían surgido como hongos treinta años atrás, cuando Ezar Vorbarra subió al poder y llegó la estabilidad. Era un edificio comercial, no gubernamental; cruzaron el vestíbulo, montaron en el tubo elevador y descendieron sin encontrar ningún impedimento.
Cuando llegaron al sótano, Drou pareció inquietarse más.
— Ahora sí que estarnos fuera de lugar. — Bothari mantuvo la guardia mientras ella se inclinaba para forzar la entrada a un túnel. Luego les indicó que bajasen, guiándolos por dos pasajes transversales. Evidentemente, el conducto se usaba con frecuencia, ya que las luces permanecían encendidas. Cordelia forzó los oídos tratando de percibir pasos que no fuesen los propios.
En el suelo había una tapa asegurada con tornillos. Droushnakovi la aflojó rápidamente.
— Salten. Son sólo un par de metros. Probablemente estará húmedo.
Cordelia se introdujo en el círculo oscuro y aterrizó sobre algo líquido. Encendió la linterna de mano. El agua negra y grasienta le cubría las botas hasta los tobillos. Estaba helada. Bothari la siguió. Drou, encaramada a sus hombros, volvió a cerrar la tapa y luego saltó al suelo.
— Debemos recorrer medio kilómetro por este desagüe. Vamos — susurró. Estando tan cerca de la meta, Cordelia no necesitaba estímulos para apresurarse.
Después de quinientos metros treparon por un orificio oscuro en la parte superior de la pared curva, y salieron a un túnel mucho más antiguo y pequeño, construido en ladrillo oscurecido por los años. Los tres se arrastraron a gatas. Debía de resultar particularmente difícil para Bothari, reflexionó Cordelia. Drou avanzó más despacio y comenzó a golpear el techo del túnel con el casquillo metálico del bastón de Koudelka. Al oír un sonido hueco, se detuvo.
— Aquí. Se supone que deben caer. Tengan cuidado. — Desenvainó la espada y deslizó la hoja con sumo cuidado entre una fila de ladrillos. Se oyó un crujido, y el panel falso se desprendió sobre su cabeza. Drou volvió a enfundar la espada -. Arriba — dijo mientras se enderezaba.
Ellos la siguieron para encontrarse en otro desagüe antiguo, aún más estrecho, que se extendía por una empinada cuesta. Lo recorrieron lentamente, rozando los costados húmedos con la ropa. De pronto Drou se irguió y trepó sobre una pila de ladrillos rotos hacia una habitación oscura, rodeada de columnas.
— ¿Qué es este sitio? — preguntó Cordelia -. Parece demasiado grande para ser un túnel…
— Las antiguas caballerizas — le respondió Drou -. Ahora nos encontramos bajo los jardines de la Residencia.
— Pero esto no debe de ser ningún secreto. Seguramente aparecen en los viejos planos. La gente… los de seguridad conocerán su existencia. — En la penumbra, Cordelia observó los nichos mohosos y las arcadas iluminadas por sus vacilantes linternas.