— Oh. ¿Cuál es tu proyecto?
Bothari se humedeció los labios y adoptó una expresión pensativa.
— ¿ Has visto a la rubia?
— Sí.
— Es virgen.
— No te creo. Demasiado mayor.
— Oh, sí. Puede pasar por una muchacha de clase. Pensábamos vendérsela a algún señorito Vor en la Feria Invernal. Conseguir un anticipo. Pero todos se han ido de la ciudad. Podríamos intentarlo con algún comerciante rico, supongo, pero a ella no le gustará. Le prometí un verdadero señor.
Cordelia se tapó la boca con la mano y trató de no emitir ningún sonido. Se alegraba de que Drou no estuviese allí para oír el cuento que Bothari había inventado. Por Dios. ¿De verdad pagaban los barrayareses por el privilegio de someter a las mujeres vírgenes a esa pequeña tortura sexual?
El posadero miró a Cordelia.
— Si la dejas sola con tu socio sin su carabina, podrías perder lo que viniste a vender.
— No — dijo Bothari -. No es que le falten las ganas, pero sufrió la descarga de un disruptor nervioso, bajo el cinturón. Está con licencia médica.
— ¿Y tú?
— Con licencia sin perjuicio.
Eso significaba «renuncia o te meteremos en la cárcel», según entendía Cordelia. Era el destino final de los alborotadores crónicos que habían estado a punto de cometer delitos.
— ¿Viajas con un espástico? — El posadero movió la cabeza en dirección a la escalera.
— Es el cerebro del equipo.
— No tiene demasiado cerebro si ha venido hasta aquí justo ahora, para intentar ese negocio.
— Sí. Supongo que podría haber obtenido un precio mejor si estuviera más gorda y bien vestida.
— Es cierto — gruñó el posadero, observando los alimentos apilados frente a Cordelia.
— Aunque es demasiado buena para desperdiciarla. Creo que tendré que buscarme otra cosa, hasta que pase todo este lío. Tal vez alguien quiera contratar unos buenos músculos… — Bothari dejó la frase en suspenso. ¿Se estaba quedando sin inspiración?
El posadero lo estudió con interés.
— Oye… he estado observando algo para lo cual podría venirme bien una especie de agente. Desde hace una semana temo que alguien lo descubra primero. Podrías ser justo lo que andaba buscando.
— ¿Yo?
El posadero se inclinó hacia delante para hablarle de forma confidencial.
— Los muchachos del conde Vordarian están repartiendo buenas recompensas allá en Seguridad Imperial, por cualquier buena información. Normalmente no me metería con los de Seguridad Imperial, sea quien sea quien esté al frente esta semana, pero calle abajo hay un sujeto extraño que ocupa una habitación. Y sólo la abandona para buscar comida, más de la que cualquiera podría comerse… allí dentro tiene a alguien a quien mantiene en gran secreto. Y seguro que no es uno de nosotros. No dejo de pensar que podría ser… valioso para alguien, ¿no crees?
Bothari frunció el ceño.
— Podría ser peligroso. Cuando el almirante Vorkosigan irrumpa en la ciudad, buscarán a todos los que figuren en esa lista de informantes. Y tú tienes una dirección.
— Pero diría que tú no la tienes. Si lo haces, podría darte un diez por ciento. Creo que ese tipo es un pez gordo. Parece muy asustado.
Bothari sacudió la cabeza.
— He estado fuera un tiempo y… ¿no lo hueles? En esta ciudad hay olor a derrota, amigo. Los hombres de Vordarian me parecen muy pesimistas. Yo pensaría bien lo de esa lista si fuera tú.
El posadero apretó los labios.
— De un modo o de otro, la oportunidad no va a durar.
Cordelia se acercó al oído de Bothari y le susurró:
— Sígale el juego. Averigüe quién es. Podría tratarse de un aliado. — Después de pensar un instante añadió -: Pídale el cincuenta por ciento.
Bothari se enderezó y asintió con un gesto.
— Cincuenta por ciento — dijo al posadero -. Por el riesgo.
El hombre miró a Cordelia frunciendo el ceño, pero con respeto.
— Supongo que el cincuenta por ciento de algo es mejor que el cien por ciento de nada.
— ¿Puede llevarme para que eche un vistazo a ese sujeto? — preguntó Bothari.
— Tal vez.
— Toma, mujer. — Bothari apiló los paquetes en los brazos de Cordelia -. Lleva esto a la habitación.
Cordeha carraspeó la garganta y trató de imitar el acento montañés.
— Cuídate. Éste es un sujeto de ciudad.
Bothari se favoreció al posadero con una sonrisa alarmante.
— Ah, no tratará de engañar a un viejo veterano. Sólo podría hacerlo una vez.
El posadero le sonrió con nerviosismo.
Cordelia dormitó un poco y se despertó sobresaltada cuando Bothari entró en la habitación, escudriñando el pasillo con cuidado antes de cerrar la puerta. Se veía sombrío.
— ¿Y bien, sargento? ¿Qué descubrió?
— ¿Qué harían si el hombre oculto resultaba ser alguien de importancia estratégica, como lo había sido el almirante Kanzian? La idea la atemorizaba. ¿Cómo se resistiría a desviarse de su misión personal en un caso semejante? Kou, en un colchón en el suelo y Drou, sobre el otro jergón, despertaron y se apoyaron sobre los codos para escuchar con rostros abotargados.
— Es lord Vorpatril. Y lady Vorpatril también.
— Oh, no. — Cordelia se sentó -. ¿Está seguro?
— Sí.
Kou se frotó la cabeza.
— ¿Estableció contacto con ellos?
— Todavía no.
— La decisión pertenece a la señora Vorkosigan. Si debemos desviarnos de nuestra misión primaria.
Y pensar que ella había querido estar al mando.
— ¿Cómo están?
— Vivos y ocultos. Pero… ese sujeto de abajo no será el único que los ha descubierto. A él lo tengo controlado por ahora, pero podría aparecer cualquier interesado en la recompensa.
— ¿Alguna señal del bebé?
Él sacudió la cabeza.
— Aún no lo ha tenido.
— ¡Es tarde! Tendría que haber dado a luz hace más de dos semanas. Qué diabólico. — Se detuvo -. ¿Cree que podríamos escapar juntos de la ciudad?
— Cuanta más gente haya en un grupo, más conspicuo se vuelve — observó Bothari lentamente -. Y por lo que pude ver de la señora Vorpatril, ella es verdaderamente llamativa. La gente la notará de inmediato.
— No veo cómo podrían mejorar su posición si se unen a nosotros. Su escondite ha funcionado durante varias semanas. Si logramos nuestro cometido en la Residencia, tal vez podamos pasar a buscarlos en nuestro camino de regreso. Haremos que Illyan les envíe agentes leales para ayudarles, si logramos volver… — Maldición. Si estuviera en una misión oficial, dispondría de los contactos que Vorpatril necesitaba. Aunque si estuviera en una misión oficial, lo más probable era que nunca hubiese pasado por allí. Cordelia permaneció sentada, pensando -. No, todavía no nos pondremos en contacto con ellos. Pero será mejor que hagamos algo para desalentar a ese amigo suyo de abajo.
— Ya lo he hecho — respondió Bothari -. Le dije que sabía dónde podía conseguir un precio mejor, sin arriesgar mi cabeza después. Tal vez logremos sobornarlo para que nos ayude.
— ¿Confía en él? — preguntó Drou, recelosa.
Bothari hizo una mueca.
— Mientras no lo pierda de vista. Trataré de vigilarlo el tiempo que estemos aquí. Otra cosa. Alcancé a ver una emisión en el vídeo de la habitación trasera. Anoche Vordarian se declaró emperador.
Kou lanzó una maldición.
— Así que al final se ha decidido.
— ¿Pero eso qué significa? — preguntó Cordelia -. ¿Se siente lo bastante fuerte o es una jugada por pura desesperación?
— Ha quemado un último cartucho para ver si logra la adhesión de las fuerzas espaciales, supongo — dijo Kou.
— ¿Y logrará atraer más hombres, o los alejará?
Kou sacudió la cabeza.
— En Barrayar sentimos un verdadero miedo por el caos. Sabemos que es detestable. El imperio ha mantenido el orden desde que Dorca Vorbarra desbarató el poder de los condes y unificó el planeta. «Emperador» es una palabra con mucho poder aquí.
— No para mí — suspiró Cordelia -. Descansemos un poco. Tal vez para mañana a esta hora todo haya pasado.
Un pensamiento esperanzado u horripilante, dependía de cómo se interpretara. Cordelia contó las horas por milésima vez: un día para penetrar en la Residencia, dos para regresar a territorio de Vorkosigan… no les quedaba mucho tiempo que perder. Sintió como si volara más y más rápido, escapando de la habitación.
Última oportunidad de suspender todo el asunto. Una tenue llovizna había anticipado el atardecer en la ciudad. A través de la ventana sucia, Cordelia observó la ciudad húmeda, alumbrada por unas pocas luces rodeadas de un halo ambarino. También eran pocas las personas que transitaban por la calle, envueltas en sus abrigos y con las cabezas gachas. Era como si la guerra y el invierno hubiesen aspirado el último hálito del otoño, exhalando un silencio mortal. Valor, se dijo Cordelia enderezando la espalda, y condujo a su pequeño grupo escaleras abajo.
La recepción se encontraba desierta. Cordelia estaba a punto de decidir olvidar las formalidades y marcharse — después de todo, habían pagado por adelantado — cuando el posadero entró de la calle como una tromba, lanzando maldiciones mientras sacudía la lluvia fría de su chaqueta. El hombre vio a Bothari.
— ¡Tú! Todo es culpa tuya, campesino desgraciado. Lo perdimos, ¡lo perdimos, maldita sea! Y ahora otro sujeto lo cobrará. Esa recompensa pudo haber sido mía, debió ser mía…
El posadero dejó de gritar cuando Bothari lo inmovilizó contra una pared. Sus pies se agitaron en el aire mientras el rostro del sargento se inclinaba hacia él, con una repentina expresión salvaje.
— ¿Qué ha pasado?
— Una patrulla de Vordarian vino a buscar a ese sujeto. Parece que también se llevarán a su socio. — La voz del posadero vacilaba entre la ira y el miedo -. ¡Los tienen a los dos, y yo me he quedado sin nada!
— ¿Los tienen? — repitió Cordelia con desmayo.
— Se los están llevando en este mismo momento, maldita sea.
Aún existía una posibilidad, comprendió Cordelia. Decisión de mando o compulsión táctica, en realidad ya no importaba. Extrajo un aturdidor del bolso; Bothari retrocedió y ella disparó al posadero, quien la miraba con la boca abierta. Bothari ocultó su cuerpo inerte tras el escritorio.
— Debemos intentar rescatarlos. Drou, saca el resto de las armas. Sargento, llévenos allí. ¡Vamos!
Y así fue como se encontró corriendo calle abajo hacia una situación que cualquier barrayarés sensato trataría de evitar: un arresto nocturno efectuado por fuerzas de seguridad. Drou corrió junto a Bothari; al llevar el bolso, Koudelka se rezagó. Cordelia lamentó que la niebla no fuese más densa.
El escondrijo de los Vorpatril resultó estar a tres calles de allí, en un desvencijado edificio muy parecido al que acababan de abandonar. Bothari alzó una mano y espiaron con cautela desde la esquina, pero entonces retrocedieron. Había dos coches terrestres aparcados en la puerta del pequeño hotel, aunque con excepción de ellos, la zona aparecía extrañamente desierta. Koudelka los alcanzó, jadeante.
— Droushnakovi — dijo Bothari -, rodéelos. Sitúese en una posición de fuego cruzado, cubriendo el otro lado de los vehículos. Tenga cuidado, habrán apostado algunos hombres en la puerta trasera.
Sí, las tácticas callejeras eran sin duda la especialidad de Bothari. Drou asintió con un gesto, revisó la carga de su arma y avanzó con actitud casual, sin siquiera volver la cabeza. Cuando estuvo segura de que el enemigo no podría verla, echó a correr.
— Debemos conseguir una posición mejor — murmuró Bothari, quien volvió a asomar la cabeza por la esquina -. Desde aquí no veo nada.
— Un hombre y una mujer caminan por la calle — planeó Cordelia con desesperación -. Se detienen a hablar ante una entrada. Miran con curiosidad a los hombres de seguridad, quienes se encuentran enfrascados en su arresto… ¿lograríamos pasar?
— Por poco tiempo — dijo Bothari -. Hasta que detecten nuestras armas con sus exploradores de zona. Pero llegaríamos más lejos que dos hombres. Habrá que actuar muy rápido, pero tal vez lo logremos. Teniente, cúbranos desde aquí. Tenga preparado el arco de plasma. Sólo contamos con eso para detener un vehículo.
Bothari ocultó el disruptor nervioso bajo su chaqueta. Cordelia se metió el aturdidor en la cintura de la falda, y cogió a Bothari por el brazo. Lentamente, doblaron la esquina.
Esto era realmente una idea estúpida, decidió Cordelia. Para intentar una emboscada como ésta, debían haberse apostado hacía horas. O debían haber sacado a Padma y a Alys hacía horas. Aunque, sin embargo… ¿cuánto tiempo habían estado vigilando a Padma? Podían haber caído en una trampa y quedar atrapados con la pareja.
Basta de «podría haber sido». Presta atención al ahora.
Los pasos de Bothari se hicieron más lentos al aproximarse a una entrada en sombras. La hizo entrar y se inclinó hacia ella, con el brazo apoyado en la pared. Ya estaban lo bastante cerca de la escena del arresto para oír voces y crujidos producidos por los intercomunica-dores.
Justo a tiempo. A pesar de la camisa y el pantalón raídos, Cordelia reconoció al hombre inmovilizado por un guardia contra el vehículo. Era el capitán Vorpatril. Tenía el rostro ensangrentado y los labios hinchados, curvados en la típica mueca inducida por el pentotal. La sonrisa se transformaba en una expresión de angustia, para luego volver a aparecer, y sus risitas se convertían en gemidos.
Enfundados en sus uniformes negros, los hombres de seguridad estaban sacando a una mujer del hotel. Los que se encontraban en la calle la miraron; Cordelia y Bothari también.
Alys Vorpatril sólo llevaba una camisa de noche con una bata, y zapatos bajos sin calcetines. Su cabello oscuro estaba suelto alrededor de su rostro pálido; tenía todo el aspecto de una loca. Su embarazo era imposible de ocultar, y la bata negra se abría sobre el vientre blanco de la camisa de noche. El guardia que la hacía avanzar le sujetaba los brazos en la espalda; Alys estuvo a punto de perder el equilibrio cuando el hombre la tiró hacia atrás.
El jefe de guardia, un coronel, revisó su panel de informe.
— Entonces ya los tenemos. El lord y su heredero. — Sus ojos se posaron sobre el abdomen de Alys Vor-patril, y después de sacudir la cabeza el hombre habló en su intercomunicador -: Regresad, muchachos, por ahora hemos terminado.
— ¿Qué diablos se supone que debemos hacer con esto, coronel? — preguntó el teniente con inquietud. Con voz fascinada y desalentada a la vez, se acercó a Alys Vorpatril y le alzó la camisa de noche. Ella había engordado en los últimos dos meses. Tenía el mentón y los senos más redondeados, y tanto sus piernas como el vientre se veían más gruesos. Con curiosidad, el joven posó un dedo sobre su carne blanca y apretó. Ella permaneció en silencio, con el rostro enfurecido ante su atrevimiento y con lágrimas de miedo en los ojos — Nuestras órdenes son matar al lord y a su heredero. Nadie ha dicho que la matemos a ella. ¿Se supone que debemos sentarnos a esperar? ¿Exprimirla? ¿Abrirla en canal? — Su voz se volvió más persuasiva -. O tal vez sólo debamos llevarla con nosotros al cuartel general.
El guardia que la sujetaba por detrás adelantó las caderas contra las nalgas de la mujer, una y otra vez, en un movimiento de significado inconfundible.
— No tenemos que ir directamente hasta allí, ¿verdad? Quiero decir… esto es carne Vor. Menuda oportunidad.
El coronel lo miró y escupió con disgusto.
— Cabo, es usted un pervertido.
Cordelia descubrió que la forma en que Bothari observaba la escena ya no tenía nada de táctico. Estaba profundamente excitado. Tenía los ojos vidriosos y la boca entreabierta.
El coronel guardó su intercomunicador y extrajo el disruptor nervioso.
— No. — Sacudió la cabeza -. Esto lo haremos rápida y limpiamente. Apártese, cabo.
Extraña misericordia…
El guardia dobló las rodillas de Alys y la empujó hacia abajo, dando un paso atrás. Ella trató de amortiguar la caída con las manos, pero su vientre golpeó con fuerza contra el pavimento. Padma Vorpatril emitió un gemido en medio de su estupor. El coronel alzó el disruptor nervioso y vaciló, como tratando de decidir si debía apuntarlo a la cabeza o al torso.
— Mátelos — susurró Cordelia en el oído de Bothari. Desenfundó el aturdidor y disparó.
Bothari no sólo despertó, sino que entró en una especie de frenesí; el disruptor nervioso y el aturdidor de Cordelia se descargaron sobre el coronel al mismo tiempo, aunque ella había desenfundado primero. Entonces Bothari se puso en movimiento, y su figura oscura saltó para ocultarse detrás de un coche aparcado. Sus chisporroteantes descargas azules electrificaron el aire; dos guardias más cayeron al suelo mientras los demás se cubrían tras sus vehículos terrestres.
Alys Vorpatril, todavía en el suelo, se acurrucó tratando de protegerse el abdomen con las manos y las piernas. Padma Vorpatril, aturdido por la droga, se tambaleó hacia ella con los brazos extendidos, supuestamente con la misma intención. El teniente, rodando sobre el pavimento, se detuvo para apuntarle con el disruptor nervioso.
Su intención resultó fatal para él. En un fuego cruzado, el disruptor nervioso de Droushnakovi y el haz del aturdidor de Cordelia se cruzaron sobre su cuerpo… aunque llegaron tarde por una fracción de segundo. La descarga del disruptor dio directamente en la nuca de Padma Vorpatril. Unas chispas azules saltaron, sus cabellos oscuros se encendieron de anaranjado, y el cuerpo de Padma sufrió una violenta convulsión y acabó cayendo contorsionado. Alys Vorpatril gimió, un lamento breve interrumpido por una exclamación. Por un momento, pareció paralizada sin saber si acercarse a él o arrastrarse en sentido contrario.
La posición de Droushnakovi era perfecta. El último guardia murió mientras trataba de abrir la cubierta del vehículo blindado. Un conductor, protegido dentro del segundo vehículo, optó por la prudencia y trató de escapar. El arco de plasma de Koudelka, lanzado al máximo de su potencia, detonó sobre el coche cuando éste aceleraba en la esquina. El vehículo patinó violentamente produciendo chispas a su paso, y se estrelló contra un edificio.
Sí, ¿y toda, la estrategia de esta misión no se basaba en que debíamos permanecer invisibles?, pensó Cordelia vertiginosamente, mientras corría. Ella y Droushnakovi llegaron junto a Alys Vorpatril al mismo tiempo; las dos ayudaron a la temblorosa mujer a levantarse.
— Debemos salir de aquí — le dijo Bothari, quien abandonó su posición para acercarse a ellas.
— Buena idea — convino Koudelka cuando estuvo frente a toda aquella carnicería espectacular. Resultaba sorprendente lo silenciosa que estaba la calle. No permanecería así mucho tiempo, sospechaba Cordelia.
— Por aquí. — Bothari señaló un callejón estrecho y oscuro -. Deprisa.
— ¿No deberíamos llevarnos ese coche? — preguntó Cordelia, señalando el vehículo terrestre.
— No. Es fácil de rastrear. Y no podrá pasar por los sitios adonde nos dirigimos.
Cordelia no estaba segura de que Alys estuviese en condiciones de correr, pero volvió a colocarse el aturdidor en la cintura y cogió un brazo de la mujer. Drou la sujetó por el otro, y entre las dos la condujeron tras el sargento. Al menos esta vez Koudelka no sería el más lento del grupo.
Alys estaba llorando, aunque no de forma histérica; sólo se volvió una vez para mirar el cuerpo de su esposo, y luego se concentró en tratar de correr. No le resultaba fácil. Estaba muy pesada, y se sujetaba el vientre tratando de mitigar las sacudidas.
— Cordelia — murmuró, pero no tuvo tiempo ni aliento para pedir ninguna clase de explicación.
No se habían alejado más de tres calles cuando Cordelia oyó las primeras sirenas en la zona que acababan de abandonar. Sin embargo Bothari parecía haber recuperado todo el control de sí mismo. Atravesaron otro estrecho callejón, y Cordelia notó que habían cruzado a una región de la ciudad donde las calles no estaban alumbradas. Sus ojos se esforzaron por ver en la bruma oscura.
Alys frenó bruscamente y permaneció inclinada, jadeando. Cordelia notó que tenía el vientre duro como una piedra; la parte trasera de su bata estaba empapada.
— ¿Comienzas a tener dolores de parto? — le preguntó. No sabía por qué hacía esa pregunta; la respuesta saltaba a la vista.
— Ya hace un día y medio que… esto empezó — respondió Alys. Parecía incapaz de incorporarse -. Creo que rompí aguas allá, cuando ese maldito me arrojó al suelo. A menos que sea sangre… pero he perdido tanto que si lo fuera ya me habría desmayado. ¡ Ah, cómo duele! — Su respiración se tornó más lenta, y enderezó la espalda con esfuerzo.
— ¿Cuánto le falta? — preguntó Kou, alarmado.
— ¿Cómo voy a saberlo? Soy nueva en esto. Usted sabe tanto como yo — replicó Alys Vorpatril. Un poco de ira para calmar el miedo. Aunque no servía de nada; era como pretender calentarse con un vela en medio de una tempestad.
— Muy poco, diría yo — se escuchó la voz de Bothari en la oscuridad -. Será mejor que continuemos.
Alys Vorpatril ya no podía correr, pero logró caminar bastante rápido, deteniéndose cada dos minutos a descansar. Luego fue cada minuto.
— No lograremos llegar hasta allí — murmuró Bothari -. Espérenme aquí.
Desapareció por un… ¿pasadizo? Allí todas las calles parecían callejones fríos y malolientes, demasiado estrechos para los coches terrestres. Sólo habían visto a dos personas en aquel laberinto, acurrucadas contra una pared, y se habían apartado cuidadosamente para pasar.
— ¿Puede hacer algo para retenerlo? — preguntó Kou al ver que lady Vorpatril volvía a doblarse -. Deberíamos… conseguir un médico o algo.
— Por eso salió el idiota de Padma — dijo Alys con los dientes apretados -. Le supliqué que no lo hiciera… ¡oh Dios! — Después de unos momentos, agregó -: La próxima vez que tenga vómitos, Kou, le sugiero que cierre la boca y trague… ¡no se trata exactamente de un reflejo voluntario! — Volvió a enderezarse, temblando violentamente.
— Ella no necesita un médico, necesita un lugar donde tenderse — dijo Bothari desde las sombras -. Por aquí.
Los condujo unos metros hasta una puerta de madera que poco antes había estado cerrada con tablas clavadas a la pared. A juzgar por las astillas, él acababa de abrirla a puntapiés. Cuando estuvieron en el interior con la puerta cerrada otra vez, Droushnakovi se atrevió a sacar una linterna del bolso. El haz de luz iluminó una habitación pequeña, vacía y sucia. Bothari la inspeccionó rápidamente. Dos puertas más habían sido reventadas, pero todo estaba en silencio y oscuro. — Tendrá que servir — suspiró Bothari. Cordelia se preguntó qué diablos debían hacer. Ella lo sabía todo respecto a transferencias placentarias y cesáreas, pero sólo podía guiarse por la teoría en lo concerniente a partos naturales. Era probable que Alys Vorpatril supiese aún menos que ella, Drou todavía menos, y Kou era un completo ignorante.
— ¿Alguien ha presenciado un parto alguna vez?
— Yo no — murmuró Alys. Sus ojos intercambiaron una mirada significativa.
— No estás sola — dijo Cordelia con valentía. La confianza debía ayudarla a relajarse… debía ayudarla a algo -. Todos te ayudaremos.
Con una extraña renuencia, Bothari dijo:
— Mi madre era comadrona. A veces me llevaba con ella para que la ayudase. No es nada del otro mundo.
Cordelia controló sus cejas. Era la primera vez que oía a Bothari mencionar a alguno de sus padres.
El sargento suspiró. A juzgar por las miradas de los demás, era evidente que acababa de asumir la tarea.
— Présteme su chaqueta, Kou.
Koudelka obedeció muy galante y se dispuso a abrigar a la temblorosa señora Vorpatril. Pareció un poco desanimado cuando el sargento cubrió los hombros de Alys con su propia chaqueta y extendió la de Koudelka bajo sus caderas. Allí tendida parecía menos pálida, pero de pronto contuvo el aliento y lanzó una exclamación, mientras los músculos de su abdomen volvían a tensarse.
— Quédese conmigo, señora Vorkosigan — murmuró Bothari. ¿Para qué?, se preguntó Cordelia. Pero lo comprendió cuando él se arrodilló y levantó suavemente las prendas de Alys Vorpatril.
Me quiere para que actúe como mecanismo de control. Pero la matanza parecía haber consumido esa horrible oleada de lascivia que había distorsionado su rostro, allá en la calle. Ahora su mirada sólo mostraba un interés normal. Afortunadamente, Alys Vorpatril estaba demasiado absorta en sí misma para notar que la expresión de Bothari no era tan profesional como él hubiese deseado.
— Aún no ha aparecido la cabeza del bebé — les informó -. Pero ya falta poco.
Otro espasmo y después de mirar a su alrededor, Bothari agrego:
— Será mejor que no grite, señora Vorpatril. Ya deben estar buscándonos.
Ella asintió con la cabeza y agitó una mano con desesperación. Drou consiguió un jirón de tela, lo enroscó y se lo dio para morder.
Y así permanecieron un buen rato, observando cómo su útero se contraía en un espasmo tras otro. Alys parecía completamente atormentada, gritando en silencio, mientras las contracciones se producían cada vez con más frecuencia. La cabeza del bebé asomó, con cabellos oscuros, pero pareció atascarse allí.
— ¿Cuánto se supone que tarda esto? — preguntó Kou en una voz que trató de parecer tranquila, pero sonó muy preocupada.
— Por lo visto prefiere quedarse donde está — dijo Bothari — No desea salir con este frío. — La broma logró llegar a Alys; su respiración jadeante no cambió, pero por un momento sus ojos brillaron con gratitud. Con el ceño fruncido, Bothari se acomodó junto a ella y apoyó una mano sobre su vientre, esperando la siguiente contracción. Entonces apretó.
La cabeza del bebé asomó entre los muslos sangrientos de Alys Vorpatril.
— Listo — dijo el sargento con satisfacción. Koudelka parecía completamente aturdido.
Cordelia cogió la cabeza entre sus manos, y logró sacar el cuerpo en la siguiente contracción. El bebé tosió dos veces, estornudó como un gatito en medio del silencio, inhaló y, con la piel ya más sonrosada, emitió un grito exasperante. Cordelia estuvo a punto de dejarlo caer.
Bothari lanzó una maldición.
— Déme su espada, Kou.
Lady Vorpatril lo miró desesperada.
— ¡No! Démelo… ¡yo lo haré callar!
— No era eso lo que tenía en mente — dijo Bothari con cierta dignidad -. Aunque no sería mala idea — añadió al ver que los gritos continuaban. Extrajo el arco de plasma y calentó la hoja de la espada unos momentos, con la potencia baja. La estaba esterilizando, comprendió Cordelia.
La placenta siguió al cordón en la siguiente contracción, derramándose sobre la chaqueta de Kou. Ella la observó con disimulada satisfacción; era el mismo órgano sustentador que fue objeto de tantas atenciones en su propio caso.
Tiempo. Este rescate ha consumido demasiado tiempo. ¿A qué han quedado reducidas las posibilidades de Miles ahora? ¿Acababa de cambiar la vida de su hijo por el pequeño Iván? Aunque Iván no era tan pequeño… con razón había causado tantos problemas a su madre. Alys debía contar con un arco pelviano extraordinario, o de lo contrario no hubiese logrado salir de esa pesadilla con vida.
Cuando el cordón estuvo blanco, Bothari lo cortó con la hoja esterilizada y anudó esa cosa elástica lo mejor que pudo. Luego secó al bebé y lo envolvió en una camisa limpia, para entregarlo finalmente a los brazos extendidos de Alys.
Alys miró al bebé y comenzó a llorar con suavidad.
— Padma dijo… que tendría los mejores médicos. Dijo… que no habría dolor. Dijo que estaría a mi lado… ¡maldito seas, Padma! — Estrechó al hijo de Padma contra su cuerpo, y entonces lanzó una exclamación de sorpresa -. ¡Ay! — La boca del pequeño había encontrado su seno, y al parecer tenía la voracidad de una barracuda.
— Buenos reflejos — observó Bothari.
17
— Por amor de Dios, Bothari, no podremos llevarla allí — susurró Koudelka.
Se hallaban en un callejón metido en las profundidades del caravasar. Frente a ellos, en medio de la oscuridad y la llovizna, se alzaba un sólido edificio de tres plantas. Tenía las paredes de estuco y la pintura desconchada, y una luz amarillenta se filtraba por las persianas cerradas. Sobre la puerta de madera, única entrada que Cordelia alcanzaba a ver, ardía una lámpara de aceite.
— No podemos dejarla aquí afuera. Necesita calor — respondió el sargento. Llevaba a lady Vorpatril en sus brazos; Alys se aferraba a él, débil y temblorosa.
— ¿Qué es este lugar? — preguntó Droushnakovi.
Koudelka carraspeó.
— En la Era del Aislamiento, cuando éste era el centro de Vorbarr Sultana, era una residencia importante. Pertenecía a una de las princesas Vorbarra, según creo. Por eso la construyeron como una fortaleza. Ahora es… una especie de posada.
Oh, así que éste era tu prostíbulo, Kou, estuvo a punto de decir Cordelia. Pero en lugar de ello se volvió hacía Bothari.
— ¿Es seguro, o puede estar lleno de informantes, como ese último lugar?
— Será seguro durante varias horas — estimó Botha-ri -. De todos modos, no tenemos mucho más que eso.
Bajó a Alys Vorpatril y después de entregársela a Droushnakovi, entró en el edificio. Cordelia estrechó con más firmeza al pequeño Iván, compartiendo con él el calor de su chaqueta. Afortunadamente, el bebé había dormido durante el trayecto desde el edificio abandonado hasta ese lugar. Unos minutos después Bothari regresó y les hizo una seña para que lo siguiesen.
Pasaron a través de un pasillo que casi parecía un túnel de piedra, con rendijas en las paredes y orificios cada medio metro.
— Sería para defensa, en los viejos tiempos — susurró Koudelka, y Droushnakovi asintió con un gesto. Aunque esa noche no los aguardaban con flechas o con aceite hirviendo. Un hombre tan alto como Bothari pero más grueso cerró la puerta a sus espaldas.