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Barrayar (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Barrayar (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 15)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      — Me alegro de veros… — Cierta postura corporal, cierta actitud de reserva hizo que Cordelia decidiera no añadir: «juntos otra vez»
      — Por lo que veo esa acusación de sabotear la consola ya se ha aclarado, ¿no?
      — En cuanto tuvimos ocasión de interrogar con pentotal a ese cabo, señora — respondió Droushnakovi -. No tuvo el valor de suicidarse antes del interrogatorio.
      — ¿Él fue el saboteador?
      — Sí — le respondió Koudelka -. Pensaba escapar cuando las tropas de Vordarian nos capturaran. Al parecer Vordarian lo había comprado hacía meses.
      — Eso explica nuestros problemas de seguridad, ¿verdad?
      — Él pasó la información acerca de nuestro itinerario, el día del ataque con la granada sónica. — Koudelka se frotó la nariz ante el recuerdo.
      — ¡Así que fue Vordarian quien estaba detrás de eso!
      — Sin duda. Pero al parecer el guardia no sabía nada de la soltoxina. Lo interrogamos hasta el cansancio. No era un conspirador de alto nivel, sólo una herramienta.
      A Cordelia se le ocurrieron varias ideas desagradables, pero preguntó:
      — ¿Illyan ya ha aparecido?
      — Aún no. El almirante Vorkosigan cree que puede estar oculto en la capital, si no lo mataron en las primeras refriegas.
      — Hum. Bueno, os alegrará saber que Gregor se encuentra bien…
      Koudelka alzó una mano para interrumpirla. — Discúlpeme, señora. El almirante ordenó que ni usted ni el sargento revelen nada sobre Gregor, excepto a él mismo o al conde Piotr.
      — Está bien. Maldito pentotal. ¿Cómo está Aral? — Se encuentra bien, señora. Me ordenó que la pusiera al corriente de la situación estratégica…
      A la mierda con la situación estratégica, ¿qué hay de mi bebé? Aunque por desgracia, las dos cuestiones parecían inextricablemente relacionadas.
      —… y que respondiese cualquier pregunta que usted pudiera tener. Muy bien.
      — ¿Qué noticias hay de nuestro hijo? Pi… Miles.
      — No hemos sabido nada malo, señora.
      — ¿Y eso qué significa?
      — Significa que no hemos sabido nada — le explicó Droushnakovi con tono sombrío.
      Koudelka le dirigió una mirada furiosa, pero ella le respondió alzando un hombro.
      — El hecho de que no haya noticias puede ser una buena señal, señora — continuó Koudelka -. Aunque es cierto que Vordarian todavía mantiene la capital bajo control.
      — Y por lo tanto, también el Hospital Militar, sí — dijo Cordelia.
      — Está publicando los nombres de los rehenes relacionados con nuestra estructura de mando, pero su hijo todavía no ha aparecido en las listas. El almirante piensa que Vordarian nunca imaginó lo de la réplica como una posibilidad viable. No sabe lo que tiene.
      — Aún — replicó Cordelia.
      — Aún — le concedió Koudelka de mala gana.
      — Muy bien. Continúe.
      — La situación general no es tan grave como temíamos al principio. Vordarian mantiene el control de Vorbarr Sultana, de su propio Distrito y sus bases militares, y ha puesto tropas en el Distrito Vorkosigan, pero sólo cuenta con cinco condes que se han proclamado sus aliados. De los demás condes, aproximadamente treinta han quedado atrapados en la capital, y no podemos saber a quién apoyan mientras Vordarian les apunte a la cabeza con un arma. Casi todos los veintitrés Distritos restantes han reiterado sus juramentos de lealtad al regente. Aunque un par de ellos, con familiares en la capital o en posición estratégica como potenciales campos de batalla, están vacilando.
      — ¿Y las fuerzas espaciales?
      — Estaba a punto de hablarle de ellas, señora. Gran parte de los suministros son enviados desde las bases en el Distrito Vordarian. Por el momento, están a la espera de que se aclare el panorama en lugar de moverse para aclararlo ellos mismos. Pero se han negado a apoyar abiertamente a Vordarian. Es un equilibrio, y el primero que logre inclinarlo hacia su bando iniciará una avalancha. El almirante Vorkosigan parece muy optimista. — A juzgar por el tono del teniente, Cordelia no estuvo muy segura de que él compartiese ese optimismo -. Pero por supuesto, tiene que estarlo, para mantener alto el espíritu. Dice que Vordarian perdió la guerra en el momento en que Negri escapó con Gregor, y que el resto son sólo maniobras para minimizar las pérdidas. Sin embargo, Vordarian tiene a la princesa Kareen.
      — Sin duda una de las pérdidas que Aral está ansioso por reducir. ¿Ella se encuentra bien? ¿Los terroristas de Vordarian no le han hecho daño?
      — Por lo que sabemos, no. Al parecer, está bajo arresto domiciliario en sus propias habitaciones de la Residencia Imperial. Varios de los rehenes más importantes también se encuentran allí.
      — Ya veo.
      Cordelia se volvió en la penumbra para mirar a Bothari, quien permaneció impasible. Supuso que entonces preguntaría por Elena, pero no dijo nada. Ante la mención de Kareen, Droushnakovi permaneció mirando fijamente la noche con expresión abatida.
      ¿Kou y Drou habrían arreglado sus diferencias? Parecían muy distantes, civilizados y profesionales. Pero aunque hubiesen intercambiado unas disculpas superficiales, Cordelia percibió que la herida no había cicatrizado. La adoración secreta había desaparecido de los ojos azules que, de vez en cuando, abandonaban el panel de control para observar al hombre sentado a su lado. Las miradas de Drou eran sólo cautelosas.
      Abajo se divisaron las luces de la ciudad no muy grande, y más allá, las configuraciones geométricas de una base de lanzamiento militar. Drou transmitió varias claves de identificación a medida que se acercaban. Descendieron en espiral sobre una plataforma iluminada para ellos, custodiada por guardias armados. Las naves que los sobrevolaban siguieron hacia sus propias plataformas de aterrizaje.
      En cuanto abandonaron la aeronave, los guardias les rodearon para escoltarlos hasta un tubo elevador. Descendieron, caminaron por una plataforma inclinada, y volvieron a descender en un elevador hermético. Sin duda, la base Tanery era un puesto de mando subterráneo muy bien custodiado. Bienvenidos al búnquer. Sin embargo, de pronto Cordelia se sintió invadida por una nostalgia que le cerró la garganta. Esos corredores áridos no podían competir con la forma en que se decoraban los interiores de Colonia Beta, pero en ese momento podría haberse encontrado en alguna ciudad subterránea betanesa, tranquila y a salvo…
      Quiero volver a casa.
      Había tres oficiales con uniforme verde, hablando en un corredor. Uno de ellos era Aral. Él la vio.
      — Gracias, caballeros, pueden retirarse — dijo interrumpiendo a alguien en la mitad de una frase, y entonces añadió -: Continuaremos esta conversación más tarde. — Pero ellos permanecieron allí, mirándolo confusos.
      Él sólo parecía cansado. El corazón de Cordelia ansiaba mirarlo, sin embargo…
      Por ti he llegado hasta, aquí. No al Barrayar de mis esperanzas, sino al Barrayar de mis miedos.
      Con una pequeña exclamación de alegría, Aral la estrechó con fuerza contra su cuerpo. Ella también lo abrazó.
      ¡Qué alivio! Desaparece, mundo. Pero cuando alzó la vista, el mundo todavía la aguardaba, bajo la forma de siete testigos con agendas en la mano.
      Aral la apartó un poco y la miró ansiosamente de arriba abajo.
      — Tienes mal aspecto, querida capitana.
      Al menos había sido lo bastante amable como para no decir «hueles fatal».
      — No tengo nada que no se solucione con un baño.
      — No me refería a eso. Antes que nada irás a la enfermería. — Se volvió para mirar al sargento Bothari.
      — Señor, debo presentarme ante el conde — dijo el sargento.
      — Papá no se encuentra aquí. Ha salido en una misión diplomática con algunos de sus viejos camaradas. Kou… ocúpese de que le asignen una habitación a Bothari; proporciónele comida, pases y ropas. Querré su informe personal en cuanto me haya ocupado de Cordelia, sargento.
      — Sí, señor. — Koudelka se llevó a Bothari.
      — Bothari estuvo sorprendente — le confió Cordelia a Aral -. No… eso es injusto. Bothari estuvo como siempre y yo no tendría que haberme sorprendido en absoluto. No lo hubiésemos logrado sin él.
      Aral asintió con un gesto y esbozó una sonrisa.
      — Supuse que sabría cuidarte.
      — Lo hizo, desde luego.
      Droushnakovi, ocupando su puesto junto a Cordelia en cuanto el sargento lo hubo abandonado, sacudió la cabeza con desconfianza y los siguió por el pasillo. Después de unos momentos de vacilación, el resto del cortejo también los siguió.
      — ¿Has sabido algo de Illyan? — le preguntó Cordelia.
      — Aún no. ¿Kou te puso al corriente?
      — Me hizo un resumen, lo cual es suficiente por ahora. Supongo que entonces tampoco sabrás nada de Padma y Alys Vorpatril, ¿verdad? Él sacudió la cabeza con pesar.
      — Pero ninguno de ellos se encuentra en la lista de las personas capturadas por Vordarian. Creo que se esconden en la ciudad. El bando de Vordarian no oculta la información. De haberse realizado más arrestos importantes lo sabríamos. Ése es el problema con estas malditas refriegas civiles: todo el mundo tiene un hermano… Alguien lo llamó desde el otro extremo del pasillo.
      — ¡Señor! ¡Oh, señor!
      — Sólo Cordelia sintió cómo Aral se tensaba, ya que el brazo por donde lo sujetaba se contrajo.
      Un empleado de la jefatura acompañaba a un hombre alto, con traje de faena negro e insignias de coronel en el cuello.
      — Allí está, señor. El coronel Gerould ha llegado de Marigrad.
      — Oh. Bien. Debo ver a este hombre ahora… — Aral miró a su alrededor con prisa, y sus ojos se posaron sobre Droushnakovi -. Drou, por favor, acompaña tú a Cordelia a la enfermería. Que la examinen, que la… que le hagan todo lo necesario.
      El coronel no era ningún oficial de despacho. En realidad, parecía recién llegado del frente, dondequiera que estuviese «el frente» en esa guerra de lealtades. Su uniforme estaba sucio y ajado, como si hubiese dormido con él, y el olor a humo que desprendía eclipsaba el vaho montañés de Cordelia. Tenía el rostro avejentado por la fatiga. Sin embargo, parecía sólo sombrío, no derrotado.
      — En Marigrad ha estallado una guerra civil, almirante — informó sin más preámbulos.
      Vorkosigan esbozó una mueca de disgusto.
      — Entonces, quiero pasarla por alto. Venga conmigo al salón táctico… ¿qué tiene en el brazo, coronel?
      Una franja de tela blanca y una más angosta en color pardo rodeaban la manga negra del oficial.
      — Es mi identificación, señor. Nos resultaba imposible distinguir a quién disparábamos. Los hombres de Vordarian visten de rojo y amarillo, lo más parecido al rojo oscuro y dorado que pudieron conseguir, supongo. La franja simboliza el pardo y plateado de Vorkosigan, por supuesto.
      — Hum… Eso me temí. — Vorkosigan estaba extremadamente serio -. Quítesela. Quémela. Y transmita el mensaje al frente. Usted ya tiene un uniforme, coronel, un uniforme que le ha entregado el emperador. Si están combatiendo, es por él. Deje que los traidores cambien sus uniformes.
      El coronel pareció sorprendido por la vehemencia de Vorkosigan, pero después de un momento comprendió; se arrancó la franja del brazo y se la guardó en el bolsillo.
      — Sí, señor.
      Aral soltó la mano de Cordelia con un esfuerzo evidente.
      — Nos veremos en nuestras habitaciones, cariño. Más tarde.
      A ese ritmo, sería varios días más tarde. Cordelia sacudió la cabeza con impotencia, echó una última mirada a su cuerpo robusto como si de algún modo pudiese guardarlo en su mente, y siguió a Droushnakovi por el laberinto subterráneo de la base Tanery. Al menos, con Drou, Cordelia pudo alterar el itinerario de Vorkosigan y tornar un baño primero. Luego descubrió que en las habitaciones de Aral le aguardaban varios trajes de su talla, que delataban el buen gusto que Drou había adquirido en el palacio.
      Por supuesto, todos los informes médicos de Cordelia habían quedado en Vorbarr Sultana, tras las líneas enemigas. El médico de la base sacudió la cabeza y pidió un formulario nuevo en su panel de informes.
      — Lo siento, señora Vorkosigan. Tendremos que comenzar por el principio. Le ruego que colabore conmigo. Tengo entendido que ha experimentado cierta clase de problemas femeninos.
      No, la mayor parte de mis problemas han sido por culpa de los hombres. Cordelia se mordió la lengua.
      — Se me efectuó una transferencia placentaria, déjeme ver… tres más… — Tuvo que contar con los dedos -. Hace unas cinco semanas.
      — Discúlpeme, ¿una qué?
      — Di a luz mediante una operación quirúrgica. No funcionó bien.
      — Ya veo. Cinco semanas desde el parto. — El hombre tomó nota -. ¿Y cuál es su queja actual?
      No me gusta Barrayar, quiero volver a casa, mi suegro trata de matar a mi hijo, la mitad de mis amigos han escapado para salvar la vida, no consigo diez minutos a solas con mi marido porque ustedes lo están consumiendo frente a mí, me duelen los pies, me duele la cabeza, me duele el alma… Era demasiado complicado. El pobre hombre sólo quería algo para anotar en el formulario, no un ensayo.
      — Cansancio — logró decir Cordelia al fin.
      — Ah. — Se le iluminó el rostro y registró este dato en su informe -. Fatiga posparto. Eso es normal. — Alzó la vista y la observó con atención -. ¿Ha considerado la posibilidad de iniciar un programa de ejercicios físicos, señora Vorkosigan?

14

      — ¿Quiénes son los hombres de Vordarian? — preguntó Cordelia a Aral con frustración -. Hace semanas que estoy escapando de ellos, pero es como si sólo los hubiese vislumbrado unos momentos por un espejo retrovisor. Se supone que uno debe conocer al enemigo. ¿De dónde proviene su interminable provisión de hombres?
      — Oh, no es interminable. — Aral esbozó una sonrisa y comió otro bocado del guisado.
      Milagrosamente, al fin se encontraban a solas en el sencillo apartamento subterráneo para oficiales superiores. Un ordenanza les había traído la cena en una bandeja, colocándola sobre una mesa baja frente a ellos. Para alivio de Cordelia, entonces Aral había despedido al vacilante subordinado.
      Aral tragó el bocado y continuó.
      — ¿Quiénes son? En su mayoría, cualquiera que, en la cadena de mando, depende de algún oficial que ha escogido el bando de Vordarian y no ha tenido el valor de desertar de su unidad para presentarse en alguna otra. La obediencia y la cohesión han sido profundamente inculcadas en estos hombres. Han aprendido que cuando las cosas se ponen difíciles, deben mantenerse unidos.
      Por lo tanto, el desgraciado hecho de que su superior los induzca a la traición hace que se refugien aún más en la unión con sus compañeros. Además — añadió con una sonrisa triste -, sólo será traición si Vordarian pierde.
      — ¿Y Vordarian está perdiendo?
      — Mientras Gregor y yo sigamos con vida, no podrá vencer. — Asintió con un gesto -. Vordarian me está acusando de todos los crímenes que se le ocurren. El más grave es el rumor que ha difundido sobre que he secuestrado a Gregor tratando de conseguir el imperio para mí. Supongo que con esto pretende descubrir el escondite de Gregor. Él sabe que el emperador no está conmigo. De lo contrario se habría sentido tentado de atacar la base con una bomba nuclear. Cordelia frunció los labios.
      — ¿Pues qué quiere? ¿Capturar a Gregor o matarlo?
      — Matarlo sólo si no logra capturarlo. Cuando llegue el momento adecuado, yo mismo presentaré a Gregor en público.
      — ¿Por qué no ahora?
      Aral se reclinó con un suspiro de fatiga, y apartó la bandeja sin terminar la comida.
      — Porque quiero ver cuántos hombres de Vordarian logro atraer a mi bando antes del desenlace. Deserción no es el término correcto… regreso tal vez. No quiero inaugurar mi segundo año en funciones con cuatro mil ejecuciones militares. Por debajo de cierto grado, puede concederse un perdón basado en el juramento de lealtad presentado a sus superiores. Pero quiero salvar a todos los oficiales superiores que pueda. Además de Vordarian, ya hay cinco condes que no tendrán salvación. Maldito sea por haber iniciado esto.
      — ¿Qué están haciendo las tropas de Vordarian? ¿Esto es una guerra estática?
      — No del todo. Él desperdicia su tiempo y el mío, tratando de ganar algunas plazas fuertes como el depósito de suministros en Marigrad. Eso nos conviene, ya que mantiene ocupados a los comandantes de Vordarian y no les permite pensar en lo que a nosotros nos preocupa verdaderamente: las fuerzas espaciales. ¡Si encontrara a Kanzian!
      — ¿Tus servicios de información todavía no lo han localizado? — El almirante Kanzian era uno de los dos hombres del alto mando barrayarés a quienes Vorkosigan consideraba como sus superiores en estrategia. Kanzian era un especialista en operaciones espaciales; las fuerzas con base en el espacio tenían gran fe en él. «Nunca verá estiércol pegado a sus botas» lo había definido Kou, para diversión de Cordelia.
      — No, pero Vordarian tampoco lo tiene. Ha desaparecido. Pido a Dios que no haya muerto en algún estúpido tiroteo callejero, y se encuentre enterrado en alguna parte sin identificación. Sería una terrible pérdida.
      — ¿Viajar al espacio serviría de algo? ¿Te ayudaría a influir sobre las fuerzas espaciales?
      — ¿Por qué crees que me tomo la molestia de controlar la base Tanery? He considerado los pros y los contras de trasladar el centro de operaciones a una nave. Creo que aún no sería conveniente; podría interpretarse como el primer paso de una fuga.
      Fugarse. Qué idea tan seductora. Lejos, lejos de toda esa demencia hasta que quedase reducida a la pequeña pantalla de un vídeo de noticias en la galaxia. Pero… ¿fugarse de Aral? Cordelia lo observó, reclinado en el sofá, mirando sin ver los restos de su cena. Un hombre maduro y fatigado con uniforme verde, sin ningún atractivo en particular (exceptuando tal vez sus agudos ojos grises); un intelecto ávido en constante lucha interna con la agresión inducida por el miedo, ambos alimentados por toda una vida rebosante de extrañas experiencias. La experiencia barrayaresa.
      Deberías haberte enamorado de un hombre feliz, si lo que buscabas era felicidad. Pero no, tuviste que ceder ante la soberbia belleza, del dolor…
      Los dos serían como una sola carne. Qué literal se había vuelto esa antigua frase. Un pequeño trozo de carne, prisionero tras las líneas enemigas en una réplica uterina, los unía ahora como a hermanos siameses. Si el pequeño Miles moría, ¿ese lazo quedaría cortado?
      — ¿Qué… qué estamos haciendo respecto a los rehenes de Vordarian?
      Él suspiró.
      — Eso es un hueso duro de roer. Despojado de todo lo demás, cosa que poco a poco vamos logrando, Vordarian todavía tiene prisioneros a más de veinte condes y a Kareen. Y a varios cientos de personas menos importantes.
      — ¿Como por ejemplo Elena?
      — Sí. Y sin olvidarnos de la misma ciudad de Vorbarr Sultana. Para lograr su salida del planeta, podría amenazar con atomizar la ciudad. He barajado la idea de negociar la cuestión y hacerlo asesinar más tarde. No puedo permitir que escape; sería injusto con todos aquellos que ya han muerto por serme leales. ¿Qué pacto podría satisfacer a todas esas almas traicionadas? No.
      »Por lo tanto, estamos planeando incursiones de rescate para el desenlace. Cuando la deserción de hombres alcance un punto crítico y Vordarian se sienta invadido por el pánico. Mientras tanto, nos limitarnos a esperar. Cuando llegue el momento final… estaré dispuesto a sacrificar rehenes antes de permitir que Vordarian escape. — Su mirada fija adquirió un brillo siniestro.
      — ¿Incluso a Kareen?
      ¿A todos los rehenes? ¿Incluso al más pequeño?
      — Incluso a Kareen. Ella es una Vor. Lo comprenderá.
      — Es la mejor prueba de que yo no soy una Vor — dijo Cordelia tristemente -. No entiendo nada de toda esta… locura ritualizada. Creo que deberíais someteros a una terapia, hasta el último de vosotros.
      Él esbozó una sonrisa.
      — ¿Crees que lograríamos convencer a Colonia Beta para que nos envíe un batallón de psicoanalistas como ayuda humanitaria? ¿A aquel con quien mantuviste esa discusión, tal vez?
      Cordelia emitió un gruñido. Bueno, no se podía negar que en abstracto, desde fuera, la historia de Barrayar adquiría cierta belleza dramática. Un juego de pasiones. Sólo cuando uno se acercaba descubría la estupidez de todo aquello, veía disolverse el mosaico en pequeñas piezas que no casaban.
      Cordelia vaciló unos instantes y entonces preguntó:
      — ¿Nos estamos dedicando al juego de los rehenes? — No estaba segura de querer escuchar la respuesta.
      Vorkosigan sacudió la cabeza.
      — No. Ésa ha sido la tarea más difícil de toda la semana: han venido a verme hombres que tienen mujeres e hijos en la capital y he debido mirarles a los ojos y decir «no». — Aral acomodó los cubiertos sobre la bandeja, colocándolos en su posición original, y añadió con tono reflexivo -: Pero ellos no tienen una visión lo bastante amplia. Por ahora, esto no es una revolución, sino un simple golpe palaciego. Con excepción de algunos informantes, la población se encuentra inerte u oculta. Vordarian está apelando a la élite de los conservadores, a los Vor más viejos, y al ejército. Los condes no cuentan. La nueva tecnocultura en las escuelas está formando a miles de plebeyos progresistas. Ellos son las mayorías del futuro. Quisiera brindarles cierto método para distinguir a los buenos de los malos, aparte de unas franjas en el brazo. La persuasión moral es una fuerza más poderosa de lo que sospecha Vordarian. ¿Qué general de la vieja Tierra dijo que lo moral es a lo material como el tres es a cero? Oh, Napoleón, ése fue. Fue una lástima que no siguiera su propio consejo. Yo diría que como el cinco es a cero, para esta guerra en concreto.
      — ¿ Pero tus fuerzas se equilibran? ¿Qué me dices de lo material?
      Vorkosigan se encogió de hombros.
      — Ambos tenemos acceso a las suficientes armas para destruir Barrayar. La potencia bélica no es la cuestión principal. No obstante, mi legitimidad implica una enorme ventaja, ya que las armas deben ser manejadas por hombres. De ahí los intentos de Vordarian por socavar esa legitimidad acusándome de haber secuestrado a Gregor. Me propongo desenmascarar su mentira.
      Cordelia se estremeció.
      — Sabes, creo que no quisiera estar en el bando de Vordarian.
      — Oh, todavía le quedan algunos recursos para vencer. Todos ellos incluyen mi muerte. Sin mí como líder, el único regente designado por el difunto Ezar, ¿qué queda para escoger? Las pretensiones de Vordarian serían tan lícitas como las de cualquier otro. Si me matara y lograra apoderarse de Gregor, o viceversa, lograría afianzar en gran medida su posición. Hasta el próximo golpe, y una sucesión de revueltas y asesinatos por venganza se iría extendiendo indefinidamente en el futuro… — Aral entornó los párpados mientras imaginaba esta visión siniestra -. Ésta es mi peor pesadilla: que si perdemos la guerra, los enfrentamientos no cesarán hasta que otro Dorca Vorbarra el Justo ponga fin a otro Siglo Sangriento. Dios sabe cuándo. Francamente, no veo a ningún hombre de ese calibre entre los de mi generación.
      Consulta con el espejo, pensó Cordelia con expresión sombría.
      — Ah, por eso querías que me visitase el médico primero — bromeó Cordelia con Aral esa noche. Cuando ella le hubo aclarado algunos puntos confusos, el médico la había examinado meticulosamente, cambió su prescripción de ejercicio físico por descanso y le permitió reanudar sus relaciones matrimoniales con prudencia. Aral sólo sonrió y le hizo el amor como si fuese de cristal. Según Cordelia pudo comprobar esa noche, él ya estaba prácticamente recuperado del ataque con la soltoxina. Durmió como un tronco, aunque resultó mucho más cálido, hasta que su consola los despertó al amanecer. Seguramente se había producido alguna conspiración militar para que no sonara más temprano. Cordelia pudo imaginar a algún soldado diciendo a Kou: «Sí, dejemos que el Viejo disfrute de su primera noche, tal vez se ablande un poco…»
      No obstante, esta vez la fatiga la abandonó más pronto. En cuestión de un día, acompañada por Droushnakovi, Cordelia estuvo levantada y se dedicó a explorar el lugar.
      Se encontró con Bothari en el gimnasio de la base. El conde Piotr todavía no había regresado, por lo que después de presentar su informe a Aral el sargento tampoco tenía nada que hacer.
      — Debo mantenerme entrenado — le explicó brevemente.
      — ¿Ha dormido?
      — No mucho — respondió él, reanudando su carrera de forma compulsiva. A Cordelia le pareció que se esforzaba demasiado, considerando el tiempo que había pasado sin entrenarse. Sudaba copiosamente, y ella le deseó suerte en silencio.
      Cordelia se puso al corriente sobre los detalles de la guerra interrogando a Aral y a Kou, y viendo los vídeos de noticias. Qué condes eran aliados, quién era un rehén conocido, qué unidades se desplegaban en ambos bandos y cuáles resultaban destruidas, dónde se había llevado a cabo una batalla, cuáles habían sido los daños y qué comandantes volvían a ser leales… datos sin ningún poder. No mucho más que su intelectualizada versión de la interminable carrera de Bothari, y aún más inútil para distraer su mente de todos los horrores y desastres, pasados o inminentes, ante los cuales ella no podía hacer absolutamente nada.
      Cordelia hubiera preferido que las cosas fueran más activas, como habían sido uno o dos siglos atrás. Imaginó a un tranquilo sabio del futuro mirándola por un telescopio del tiempo, y mentalmente le hizo un gesto grosero. De todos modos, las historias militares que había leído omitían la parte más importante; nunca decían lo que les ocurría a los hijos de la gente.
      No… allí fuera eran todos bebés. Eran hijos de sus madres pero vestidos con un uniforme negro. Una de las reminiscencias de Aral volvió a su memoria, con su voz profunda y aterciopelada. En aquella época los soldados comenzaron aparecerme unos niños…
      Cordelia se apartó de la consola de vídeo y se dirigió al baño en busca de su medicación para el dolor.
      Al tercer día se encontró con el teniente Koudelka en un pasillo. Él prácticamente corría con pasos tambaleantes, y su rostro estaba ruborizado de entusiasmo.
      — ¿Qué ocurre, Kou?
      — Illyan está aquí. ¡Y ha traído consigo a Kanzian!
      Cordelia lo siguió a toda prisa hasta una sala, seguida por Droushnakovi. Flanqueado por dos oficiales administrativos, Aral se hallaba sentado con las manos unidas sobre la mesa, escuchando atentamente. El comandante Illyan estaba sentado en el extremo de la mesa, meciendo una pierna al ritmo de su voz. Tenía un vendaje amarillento en el brazo izquierdo. Estaba pálido y sucio, pero sus ojos brillaban triunfantes, tal vez algo febriles. Vestía unas ropas civiles que parecían haber sido robadas de una lavandería, y luego usadas para bajar rodando una colina.
      Junto a Illyan se hallaba sentado un hombre mayor. Un oficial le entregó una copa, y Cordelia reconoció su contenido como sales de potasio con sabor a fruta para tratar el agotamiento metabólico. El hombre probó la bebida y esbozó una mueca. Por lo visto hubiese preferido algo más anticuado para reanimarse, como por ejemplo un coñac. Bajo y rechoncho, canoso donde no estaba calvo, el aspecto del almirante Kanzian no resultaba muy marcial. Más bien parecía un abuelo, pero un abuelo profesor e investigador. Su rostro traslucía una profundidad intelectual que parecía otorgar verdadero sentido a la frase «ciencia militar». Cordelia lo había conocido de uniforme, pero su aire de serena autoridad no parecía afectado por las ropas civiles que debían de proceder de la misma cesta que las de Illyan.
      —… y entonces pasamos la noche siguiente en la bodega — decía Illyan -. La patrulla de Vordarian regresó por la mañana, pero… ¡señora!
      Su sonrisa de bienvenida se mitigó por un destello culpable, al posar los ojos sobre su vientre plano. Cordelia hubiese preferido que continuara narrando sus aventuras con entusiasmo, pero su presencia pareció amilanarlo, como si ella hubiera sido un fantasma de su mayor fracaso que apareciera justo en el banquete de la victoria.
      — Es una maravilla verlos a los dos, Simón, almirante. — Intercambiaron un movimiento de cabeza; Kanzian se dispuso a levantarse, pero todos al mismo tiempo le hicieron gestos para que se sentase, y él obedeció con una expresión risueña. Aral la llamó para que se acomodase a su lado.
      Illyan continuó en un estilo más resumido. Sus últimas dos semanas de jugar al escondite con las tropas de Vordarian no habían sido muy distintas de las de Cordelia, aunque en el ambiente mucho más complejo de la capital capturada. De todos modos, bajo las palabras simples ella reconoció los terrores que ya conocía. Illyan narró su historia rápidamente hasta que llegó al momento presente. De vez en cuando Kanzian asentía con la cabeza, confirmando sus palabras.
      — Bien hecho, Simón — dijo Vorkosigan cuando Illyan concluyó. Se volvió hacia Kanzian -. Muy bien hecho.
      Illyan sonrió.
      — Pensé que le gustaría, señor.
      Vorkosigan se volvió hacia Kanzian.
      — En cuanto se recupere, quisiera ponerle al corriente en el salón táctico, señor.
      — Gracias. Desde que escapé del cuartel general, mi única fuente de información han sido los noticiarios de Vordarian, aunque podíamos deducir muchas cosas por lo que veíamos. De paso, me ha parecido muy prudente su estrategia de moderación. Ha funcionado bien hasta el momento, pero se encuentra cerca del límite.
      — Ya me había dado cuenta, señor.
      — ¿Qué está haciendo el almirante Knollys en la Estación de Enlace Uno?
      — No responder a las llamadas. La semana pasada sus subordinados ofrecían una colección sorprendente de excusas, pero al fin quedó en evidencia su ingenuidad.
      — Ja. Me lo imagino. Debe de tener una colitis de órdago. Apuesto a que no todas esas «indisposiciones» fueron mentira. Creo que comenzaré manteniendo una agradable charla con el almirante Knollys, sólo él y yo.

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