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Barrayar (íà èñïàíñêîì)

ModernLib.Net / Bujold Lois McMaster / Barrayar (íà èñïàíñêîì) - ×òåíèå (ñòð. 14)
Àâòîð: Bujold Lois McMaster
Æàíð:

 

 


      En el centro de la cueva había un hoyo para encender fuego, y encima de él una apertura por donde alguna vez había salido el humo. Cordelia tuvo una visión fantasmal de una multitud de guerrilleros que comían, bromeaban, escupían hojas de mascar, limpiaban las armas y planeaban la siguiente incursión. Los espías iban y venían, fantasmas entre los fantasmas, para entregar su preciosa información a los generales jóvenes que extendían los mapas sobre la roca plana que estaba allí… Cordelia sacudió la cabeza para desalojar la visión y cogió la luz para explorar los nichos. Había al menos cinco túneles para salir de la caverna tres de los cuales mostraban rastros de haber sido muy transitados.
      — ¿Kly le dijo dónde desembocan estos túneles, sargento?
      — No exactamente, señora. Dijo que los pasajes recorrían kilómetros por debajo de las colinas. Iba con retraso y tenía prisa por partir.
      — ¿Le explicó si el sistema es vertical u horizontal?
      — ¿Cómo?
      — ¿Se encuentra en un solo estrato o tiene caídas abruptas? ¿Hay muchos pasajes sin salida? ¿Cuál nos convendría tomar? ¿Hay arroyos subterráneos?
      — Creo que él pensaba guiarnos, en caso de que tuviésemos que escapar. Comenzó a explicarlo, pero luego dijo que era demasiado complicado.
      Cordelia frunció el ceño y contempló las posibilidades. Durante su entrenamiento se había familiarizado bastante con las cavernas, o al menos lo suficiente para comprender lo que significaba el término «respeto por los riesgos». Respiraderos, precipicios, grietas, pasajes laberínticos… y allí se sumaban las crecientes de los arroyos, cuestión que no causaba grandes problemas en Colonia Beta. La noche anterior había llovido. Los sensores no servían de gran cosa para encontrar a una persona en una caverna. ¿Y los sensores de quién? Si el sistema era tan extenso como había sugerido Kly, podían necesitar a cientos de hombres… Su ceño fruncido se transformó en una lenta sonrisa.
      — Sargento, acamparemos aquí esta noche.
      A Gregor le gustó la caverna, sobre todo cuando Cordelia le describió la historia del lugar. El niño anduvo por allí murmurando diálogos militares para sí mismo, se encaramó a todos los nichos y trató de indagar lo que significaban todas las palabrotas talladas en los muros. Bothari encendió un pequeño fuego en el foso y extendió un saco de dormir para Gregor y Cordelia, disponiéndose a montar guardia toda la noche. Cordelia acomodó un segundo saco de dormir, enrollado junto con unas provisiones a la entrada de la cueva. Luego colocó la chaqueta negra con el nombre VORKOSIGAN, A. artísticamente en un nicho, como si alguien la hubiera usado para sentarse y no enfriarse el trasero con la piedra, olvidándola allí al partir. Por último Bothari trajo los caballos todavía extenuados, les colocó las monturas y las bridas y los ató en la entrada.
      Cordelia emergió del pasaje más ancho, donde había dejado caer una luz fría a unos trescientos metros de distancia, sobre un despeñadero cruzado por una soga de diez metros. La cuerda era de fibras naturales y estaba reseca. Cordelia había decidido no probarla.
      — No lo entiendo, señora. Con los caballos abandonados allá fuera, si alguien viene a buscarnos nos encontrará de inmediato, y sabrá exactamente dónde estamos.
      — Sin duda nos encontrará — convino Cordelia -. Pero no sabrá dónde estamos. Porque sin Kly, no tengo la menor intención de llevar a Gregor por este laberinto. No obstante, la mejor forma de fingir que hemos estado aquí es estar aquí un buen rato.
      Los ojos de Bothari se iluminaron al comprender, y se volvieron hacia las cinco entradas de los túneles.
      — ¡Ah!
      — Eso significa que también debemos encontrar un verdadero escondite. En algún lugar del bosque, desde donde podamos llegar al sendero por donde Kly nos trajo ayer. Es una pena no haberlo hecho a la luz del día.
      — Entiendo a qué se refiere, señora. Iré a explorar.
      — Por favor, sargento.
      Bothari cogió el saco con las provisiones y desapareció en la oscuridad del bosque. Cordelia acomodó a Gregor en el saco de dormir y luego salió de la cueva para sentarse sobre unas rocas y vigilar. Divisaba el valle gris que se extendía bajo las copas de los árboles y el techo de la cabana de Kly. Ahora no surgía humo de su chimenea. Bajo la roca, ningún sensor térmico lograría detectar el fuego de la caverna, aunque el olor se esparcía por el aire frío. Cordelia buscó luces móviles en el cielo hasta que las estrellas se convirtieron en una mancha confusa frente a sus ojos.
      Bothari regresó después de un buen rato.
      — Tengo el lugar. ¿Nos vamos ya?
      — Aún no. Todavía es posible que aparezca Kly.
      — Entonces es su turno para dormir, señora.
      — Oh, sí. — Cordelia todavía sentía una gran fatiga muscular. Dejando a Bothari sentado en el peñasco a la luz de las estrellas como una gárgola guardiana, ella se acomodó junto a Gregor. Un rato después, se quedó dormida.
      Cordelia despertó cuando la luz del amanecer derramó una bruma luminosa en el óvalo de la entrada. Bothari preparó té caliente, y compartieron unos trozos de pan que habían sobrado de la noche anterior, mordisqueando unos frutos secos.
      — Seguiré vigilando — dijo Bothari -. De todos modos no logro dormir tan bien sin la medicación.
      — ¿Medicación? — dijo Cordelia.
      — Sí, me dejé las pastillas en Vorkosigan Surleau. Ya comienzo a notar su falta. Las cosas parecen más nítidas.
      De pronto a Cordelia le resultó difícil tragar el pan que tenía en la boca, pero lo empujó con un sorbo de té. ¿Sus drogas psicoactivas tendrían un efecto verdaderamente terapéutico, o serían sólo políticas?
      — Comuníqueme de inmediato si experimenta alguna clase de alteración, sargento — dijo con cautela.
      — Hasta ahora no. Sólo que cada vez me resulta más difícil dormir. Las pastillas suprimen los sueños. — Cogió su taza de té y regresó al puesto de guardia.
      Cordelia no limpió el campamento. Acompañó a Gregor hasta el arroyo más cercano donde ambos se lavaron como pudieron. Estaban adquiriendo un olor auténticamente montañés. Luego regresaron a la caverna, donde Cordelia descansó un rato en el saco de dormir. Pronto debería insistir en relevar a Bothari.
      Vamos, Kly…
      La voz tensa de Bothari retumbó en la cueva.
      — Señora. Majestad. Es hora de irnos.
      —¿Kly?
      — No.
      Cordelia se levantó, ahogó el fuego con la tierra que había preparado para ese propósito, cogió a Gregor de la mano y lo sacó de la caverna. El niño parecía muy asustado. Bothari estaba quitando las bridas de los caballos y liberaba sus riendas. Cordelia se asomó a un lado de la cueva y echó un vistazo sobre las copas de los árboles. Una aeronave había aterrizado frente a la cabana de Kly. Dos soldados uniformados la rodeaban por la izquierda y la derecha. Un tercero desapareció bajo el porche. A lo lejos se oyó una patada que abría la puerta de Kly. En esa aeronave sólo había soldados, ningún montañés como guía ni como prisionero. Ni rastro de Kly.
      Echaron a correr hacia el bosque. Bothari iba adelante y llevaba a Gregor en la espalda. Rose se dispuso a seguirlos, y Cordelia se volvió para agitar los brazos susurrando con desesperación:
      — ¡No! ¡Vete de aquí, animal estúpido! — La yegua vaciló, y luego dio media vuelta para permanecer junto a su compañero cojo.
      Siguieron corriendo con pasos rítmicos, sin pánico. Bothari había escogido muy bien el camino, aprovechando el refugio de las rocas y los árboles. Treparon, descendieron, volvieron a trepar, y justo cuando Cordelia pensaba que sus pulmones iban a estallar y que se descubrirían ante sus perseguidores, Bothari se desvaneció al otro lado de una escarpada pendiente de roca.
      — ¡Por aquí, señora!
      Había encontrado una delgada grieta horizontal en las rocas, con medio metro de altura y tres metros de profundidad. Cordelia se introdujo en la cavidad y descubrió que la única apertura del nicho era el lugar por donde había entrado, y que éste se encontraba parcialmente bloqueado por rocas desprendidas. Allí les aguardaban el saco de dormir y las provisiones.
      — No me extraña que los cetagandaneses hayan tenido problemas aquí — jadeó Cordelia. — Para detectarlos, tendrían que apuntarles directamente con un detector térmico a veinte metros de distancia sobre el barranco. El lugar estaba perforado por cientos de hendiduras similares.
      — Esto es lo mejor. — Bothari extrajo unos antiguos gemelos de campaña que había encontrado en la cabana de Kly -. Podremos verlos.
      Los gemelos no eran más que unos binoculares con lentes móviles, unos colectores luminosos puramente pasivos. Debían de remontarse a la Era del Aislamiento. El aumento era bastante pobre según los estándares modernos, ninguna lente uviol, ni emisión de rayos infrarrojos, ningún pulso de telémetro… ninguna célula de energía que pudiese ser detectada. Tendida sobre el vientre, con el mentón apoyado en el suelo, Cordelia alcanzaba a ver la entrada de la caverna más allá del barranco y de un saliente empinado.
      — Ahora debemos estar muy callados — dijo, y el pálido rostro de Gregor se volvió prácticamente fetal.
      Al fin los hombres vestidos de negro encontraron a los caballos, aunque parecieron tardar una eternidad. Entonces descubrieron la entrada de la caverna. Sus diminutas figuras gesticulaban con excitación, entraban y salían corriendo, y llamaron a la aeronave que aterrizó frente a la apertura aplastando las malezas. Cuatro hombres entraron; un rato después, uno volvió a salir. Luego llegó otra aeronave y una nave más pesada, que descargó toda una patrulla. La boca de la montaña los devoró a todos. Llegó otro vehículo, y los hombres comenzaron a instalar luces, un generador de campo y sistemas de comunicación.
      Cordelia acomodó el saco de dormir para Gregor, suministrándole pequeños bocados y sorbos de su botella de agua. Bothari se tendió en el fondo del nicho con una manta plegada bajo la cabeza. Mientras el sargento dormitaba, Cordelia mantuvo estrecha vigilancia de todo lo que ocurría en la caverna. A media tarde, calculó que unos cuarenta hombres habían entrado y no habían vuelto a salir.
      Dos soldados fueron sacados en camillas flotantes, cargados en una nave médica y llevados de allí. Una aeronave sufrió un fallo en el aterrizaje, se derrumbó cuesta abajo y se estrelló contra un árbol. Varios hombres se ocuparon de sacarla, enderezarla y repararla. Para el atardecer unos sesenta hombres habían entrado en la caverna. Toda una compañía que había salido de la capital, que no perseguía a los refugiados, que no trataba de desentrañar los secretos del Hospital Militar… aunque no eran un número suficiente para que se notase la diferencia, seguramente.
      Es un comienzo.
      Cordelia, Bothari y Gregor abandonaron el nicho al atardecer, evitaron el barranco y avanzaron por el bosque en silencio. Casi había oscurecido por completo cuando llegaron al límite de los árboles y encontraron el sendero de Kly. Llegaron a la cima del cerro y se deslizaron por la cuesta que a Cordelia tanto le había costado escalar aferrada a los estribos de Rose, dos días atrás. Cinco kilómetros después, en una región de matorrales bajos, Bothari se detuvo repentinamente.
      — Shh, señora. Escuche.
      Voces. Voces de hombres, bastante cercanas pero
      con un extraño sonido hueco. Cordelia miró en la oscuridad, pero ninguna luz se movió. Se agazaparon junto al sendero, aguzando los sentidos.
      Bothari se deslizó, con la cabeza inclinada hacia un lado, siguiendo sus oídos. Momentos después, Cordelia y Gregor se acercaron con cautela. Encontraron al sargento arrodillado junto a un afloramiento estriado. Él les hizo señas para que se acercaran.
      — Es un respiradero — anunció en un susurro -. Escuche.
      Las voces eran mucho más claras ahora, cadencias mordaces, sonidos guturales y furiosos acentuados por maldiciones en dos o tres idiomas.
      — Maldita sea, sé que fuimos a la izquierda en el tercer recodo.
      — Volvimos a cruzar el arroyo.
      — ¡No era el mismo arroyo, sabakil
      — Merde. ¡Perdu!
      — ¡Es un idiota, teniente!
      — ¡No sea insolente, cabo!
      — Esta luz fría no durará mucho más. Ya se está apagando.
      — Pues entonces no la sacuda, imbécil; así se acabará más rápido.
      — ¡Déme esa…!
      Los dientes de Bothari brillaron en la oscuridad. Fue la primera sonrisa que Cordelia le veía desde hacía meses. En silencio, el sargento le hizo la venia. Luego se alejaron bajo el frío de la noche Dendarii.
      Cuando estuvieron de regreso en el camino, Bothari suspiró profundamente.
      — Ojalá hubiese tenido una granada para arrojar por ese respiradero. Dentro de una semana sus cuadrillas de rescate todavía se estarían disparando entre sí.

13

      Cuatro horas más tarde, el inconfundible caballo tordo salió de la oscuridad. Kly era una sombra sobre él, pero su figura y su sombrero viejo eran claramente reconocibles.
      — ¡Bothari! — exclamó Kly -. Están vivos. Gracias a Dios.
      La voz de Bothari fue seca.
      — ¿Qué le ocurrió, mayor?
      — Me encontraba en una cabaña adonde había ido a entregar correspondencia, y estuve a punto de tropezar con una patrulla de Vordarian. Están recorriendo las colinas casa por casa. Interrogan con pentotal a todos los que encuentran. Deben traer toneles de esa droga.
      — Le esperábamos anoche — dijo Cordelia, tratando de que su tono no sonara demasiado acusador.
      Kly asintió con un gesto a modo de saludo, y su sombrero de fieltro se balanceó.
      — Y hubiese llegado, de no haber sido por esa maldita patrulla de Vordarian. No me atreví a permitir que me interrogaran, por lo cual pasé todo el día y la noche esquivándolos. Envié al marido de mi sobrina para que los trajera, pero cuando él llegó a mi casa esta mañana, los hombres de Vordarian ocupaban todo el lugar. Pensé que todo estaba perdido, aunque mis esperanzas renacieron cuando al caer la noche todavía se encontraban allí. Si los hubieran encontrado, no habrían seguido buscándolos. Supuse que lo mejor sería subir el trasero a la montura y salir a explorar un poco. No imaginé que tendría tanta suerte.
      Kly viró su caballo en el sendero. — Venga, sargento, suba al muchacho. — Yo puedo llevarlo. Creo que será mejor que usted se ocupe de mi señora. Está a punto de caer rendida.
      Era demasiado cierto. Cordelia estaba tan agotada que marchó de buena gana hacia el caballo de Kly. Entre los dos hombres la ayudaron a subir, y Cordelia se sentó a horcajadas sobre la tibia grupa del animal. Se aferró a la chaqueta del cartero y todos comenzaron a marchar. — ¿Qué les ocurrió a ustedes? — preguntó Kly a su vez.
      Cordelia dejó que Bothari respondiese, con sus oraciones breves aún más resumidas por el peso del niño que llevaba sobre la espalda. Cuando le mencionó a los hombres que habían oído por el respiradero, Kly soltó una carcajada, pero en seguida se llevó una mano a la boca.
      — Pueden pasar semanas antes de que salgan de allí. ¡Buen trabajo, sargento!
      — Fue idea de la señora Vorkosigan. — ¡Vaya! — Kly se volvió para mirarla por encima del hombro.
      — Aral y Piotr parecen pensar que lo mejor es distraer al enemigo — le explicó Cordelia -. Por lo que sé, Vordarian cuenta con reservas limitadas.
      — Usted piensa como un soldado, señora — dijo Kly con tono de aprobación.
      Cordelia frunció el ceño desanimada. Vaya un cumplido. Lo último que deseaba era comenzar a pensar como un soldado, a jugar según las reglas militares. Aunque la forma irreal en que aquellos hombres veían al mundo resultaba muy contagiosa, y ahora ella estaba inmersa en todo aquello. ¿Cuánto tiempo podría caminar sobre el agua?
      Kly los condujo durante otras dos horas de marcha nocturna, desviándose por caminos desconocidos. Justo antes del alba llegaron a una choza, o una casa. Su construcción se parecía a la de Kly, aunque era más grande ya que le habían agregado varias habitaciones. Una pequeña llama, como la luz de una vela casera, ardía en una ventana.
      Una anciana salió a la puerta y les hizo señas para que entrasen. Llevaba puesto un camisón y una chaqueta, y tenía el cabello trenzado sobre la espalda. Otro anciano, aunque más joven que Kly, se llevó el caballo a un cobertizo. Kly se dispuso a ir con él.
      — ¿Nos encontramos a salvo aquí? — preguntó Cordelia adormecida. ¿Dónde estamos? Kly se encogió de hombros.
      — Registraron la casa anteayer, antes de que enviara a mi sobrino político. Lo revisaron todo de arriba abajo. La anciana emitió un bufido al recordar ese desagradable momento.
      — Con las cavernas, todas las casas que aún no han visitado y el lago, pasará un tiempo antes de que vuelvan aquí. Todavía están dragando el fondo del lago. Por lo que he oído, han traído toda clase de equipos. Es un sitio tan seguro como cualquiera. — Se marchó tras su caballo.
      O tan peligroso. Bothari ya se estaba quitando las botas. Debían de dolerle mucho los pies. Los de ella estaban hechos un desastre, tenía las zapatillas convertidas en harapos, y los trapos que había atado en los pies de Gregor estaban completamente rotos. Cordelia nunca se había sentido tan al límite de su resistencia, tan extenuada hasta los huesos, aunque había realizado caminatas mucho más largas que ésta. Era como si su embarazo truncado le hubiese drenado parte de su propia vida para pasársela a otro. Cordelia permitió que la guiaran, que la alimentaran con pan, queso y leche, y que la acomodaran en una pequeña habitación en un catre estrecho junto al de Gregor. Esa noche creería que estaba a salvo, al igual que los niños barrayareses creían en Papá Escarcha durante la Feria Invernal… sólo porque deseaba desesperadamente que fuese cierto.
      Al día siguiente un niño harapiento de unos diez años apareció de entre los bosques, montado a pelo sobre el alazán de Kly.
      El anciano hizo que Cordelia, Gregor y Bothari se escondieran mientras despedía al muchacho con unas monedas, y Sonia, la sobrina de Kly, le entregó unos pasteles para que se marchase más rápido. Gregor espió con anhelo tras una cortina mientras el niño volvía a desaparecer.
      — No me atreví a ir yo mismo — le explicó Kly a Cordelia -. Vordarian tiene tres pelotones en el lugar. — Emitió una risita -. Pero el niño sólo sabe que el viejo cartero está enfermo y necesita su caballo de relevo.
      — No habrán interrogado a ese niño con pentotal, ¿verdad?
      — ¡Oh, sí!
      — ¡Cómo se han atrevido!
      Los labios manchados de Kly se apretaron con simpatía ante su indignación.
      — Si Vordarian no logra atrapar a Gregor, su golpe está predestinado al fracaso. Y él lo sabe. Llegado a este punto, no hay mucho que no se atreva a hacer. — Se detuvo -. Dése por contenta de que el pentotal haya reemplazado a la tortura.
      El sobrino político de Kly lo ayudó a ensillar eí alazán y a acomodar las alforjas. El cartero se acomodó el sombrero y montó.
      — Si no cumplo mi recorrido, al general le resultará casi imposible comunicarse conmigo — les explicó -. Debo irme. Ya es tarde. Volveré. Usted y el muchacho traten de permanecer dentro de la cabaña, señora. — Encaminó su caballo hacia el bosque. El animal se confundió rápidamente entre las malezas castaño rojizas del lugar.
      A Cordelia le resultó demasiado fácil seguir el último consejo de Kly. Pasó la mayor parte de los cuatro días siguientes en el catre. El monótono silencio de las horas transcurría en medio de una bruma, como una recaída de la inmensa fatiga que había experimentado después de la transferencia placentaria y sus complicaciones casi mortales. Conversar no le proporcionaba ninguna distracción. La gente de las montañas era casi tan lacónica como Bothari. Sonia la observaba con curiosidad, pero nunca le preguntaba nada, excepto si tenía hambre. Cordelia ni siquiera sabía su apellido.
      Darse un baño. Después del primero, Cordelia no volvió a pedirlo. La pareja de ancianos trabajó toda la tarde para acarrear y calentar el agua suficiente para ella y Gregor. Sus comidas simples requerían casi el mismo esfuerzo. Allí no había mecanismos automáticos. Tecnología, la mejor amiga de cualquier mujer. A menos que la tecnología se apareciese bajo la forma de un disruptor nervioso, empuñado por un soldado que andaba tras uno, persiguiéndolo como si se tratase de un animal.
      Cordelia contó los días que habían pasado desde el golpe, desde que se desatara el infierno. ¿Qué estaba ocurriendo en el mundo exterior? ¿Qué respuestas habría de las fuerzas espaciales, de las embajadas planetarias, de la conquistada Komarr? ¿Komarr aprovecharía el caos para iniciar una revuelta, o Vordarian también los habría tomado por sorpresa?
      Aral, ¿qué estás haciendo en este momento?
      Aunque no formulaba preguntas, de vez en cuando Sonia regresaba de un paseo y traía algunas noticias locales. Las tropas de Vordarian, acuarteladas en la residencia de Piotr, estaban a punto de abandonar la búsqueda en el fondo del lago. Hassadar estaba cerrada, pero los refugiados lograban escapar; los hijos de un vecino, sacados de contrabando, habían llegado para alojarse con unos parientes que vivían cerca de allí. En Vorkosigan Surleau, casi todas las familias de los hombres de Piotr habían logrado escapar, excepto la esposa de Vogti y su anciana madre, quienes habían sido llevadas en un coche terrestre, nadie sabía adonde.
      — Ah sí, y es muy extraño — añadió Sonia -, pero también se llevaron a Karla Hysopi. Parece absurdo. Sólo es la viuda de un sargento… ¿para qué la querrán?
      Cordelia se paralizó.
      — ¿También se llevaron a la pequeña?
      — ¿Pequeña? Donnia no me habló de ninguna niña. ¿Es su nieta?
      Bothari se encontraba sentado junto a la ventana, afilando su cuchillo en la piedra de Sonia. Su mano se paralizó en el aire. Sus ojos se alzaron hacia los de Cordelia. Aparte de un movimiento en la mandíbula, su rostro no cambió de expresión, pero la tensión repentina de su cuerpo hizo que Cordelia sintiera un nudo en el estómago. Bothari volvió a bajar la vista hacia el cuchillo y lo acercó con más firmeza a la piedra, produciendo un sonido parecido al agua sobre las brasas.
      — Tal vez… cuando regrese Kly tenga alguna otra información — dijo Cordelia con voz temblorosa.
      — Es posible — asintió Sonia sin mucha convicción.
      Al fin, tal como estaba previsto, en la noche del séptimo día, Kly llegó al claro montado en su alazán. Unos minutos después, el Hombre de Armas Esterhazy llegó tras él. Iba vestido como un montañés, y su
      montura era un zanquilargo de la zona, no uno de los grandes caballos lustrosos de Piotr. Ambos dieron cobijo a sus animales y entraron a la casa. Sonia tenía preparada la habitual cena con la que, desde hacía dieciocho años, esperaba a su tío cada vez que éste finalizaba su ronda.
      Después de la cena acomodaron las sillas junto al hogar, y tanto Kly como Esterhazy hablaron en voz baja para poner a Cordelia y a Bothari al tanto de lo ocurrido. Gregor se sentó a los pies de Cordelia.
      — Desde que Vordarian ha ampliado su búsqueda por la zona — comenzó Esterhazy -, el conde y lord Vorkosigan han decidido que las montañas siguen siendo el mejor lugar para esconder a Gregor. A medida que se extiende el radio de la búsqueda, las fuerzas enemigas se dispersan más y más.
      — Por aquí, las fuerzas de Vordarian siguen registrando las cavernas — intervino Kly -. Todavía tienen unos doscientos hombres allí. Pero en cuanto terminen de buscarse unos a otros, supongo que se marcharán. Por lo que he oído ya no esperan encontrarlos allí adentro, señora. — Kly se volvió hacia Gregor -. Majestad. Mañana Esterhazy os llevará a un nuevo sitio, muy parecido a éste. Durante un tiempo tendréis un nuevo nombre. Y Esterhazy fingirá que es vuestro papá. ¿Creéis que podréis hacerlo?
      Gregor se aferró a la mano de Cordelia.
      — ¿Y la señora Vorkosigan simulará ser mi mamá?
      — A ella la llevaremos con lord Vorkosigan, que está en la base de lanzamiento Tanery. — Al ver la mirada alarmada del niño, Kly añadió -: Hay un poni donde vais. Y cabras. Tal vez la señora de la casa os enseñe a ordeñar las cabras.
      Gregor se mantuvo serio, pero no protestó. De todas formas, a la mañana siguiente, cuando lo sentaron tras Esterhazy sobre el caballo, parecía a punto de llorar.
      — Cuídelo, por favor — dij o Cordelia con ansiedad.
      Esterhazy la miró con dureza.
      — Él es mi emperador, señora. Le he jurado lealtad.
      — También es un niño pequeño. El emperador es… una ilusión que todos ustedes tienen en la cabeza. Cuide al emperador para Piotr, sí, pero también cuide a Gregor para mí, ¿de acuerdo?
      Esterhazy la miró a los ojos. Su voz se suavizó.
      — Mi hijo tiene cuatro años, señora.
      Bien, él lo comprendía. Cordelia tragó saliva, con alivio y pesar.
      — ¿Ha… ha tenido alguna noticia de la capital? ¿De su familia?
      — Aún no — dijo Esterhazy con tristeza. — Me mantendré alerta. Haré lo que pueda.
      — Gracias.
      — Él la saludó con un movimiento de cabeza, no como un criado a su señora, sino como un pariente a otro. No pareció necesario agregar nada más.
      Bothari estaba dentro de la casa, empaquetando sus escasas provisiones. Cordelia se acercó a Kly, quien se preparaba para guiar su caballo tordo y conducir a Esterhazy.
      — Mayor, Sonia ha oído el rumor de que las tropas de Vordarian se habían llevado a la señora Hysopi. ¿Sabe si también se llevaron a Elena… la niña? Kly bajó la voz.
      — Según he sabido, ocurrió exactamente al revés. Fueron a buscar a la pequeña. Karla Hysopi se resistió tanto que también se la llevaron, aunque no estaba en la lista.
      — ¿Sabe adonde han ido? Él sacudió la cabeza.
      — A algún lugar de Vorbarr Sultana. Los servicios de información de su esposo conocerán el lugar exacto.
      — ¿Ya se lo ha dicho al sargento?
      — Su hermano de armas lo hizo anoche.
      — Ah.
      Gregor se volvió para mirarla mientras se alejaban, hasta que al final se perdieron entre los árboles.
      Durante tres días el sobrino de Kly los guió por las montañas. Bothari caminaba llevando las riendas de un pequeño caballo montañés en el cual cabalgaba Cordelia, con una piel de oveja por montura. A la tercera tarde llegaron a una cabana donde los aguardaba un joven enjuto. Él los condujo hasta un cobertizo que ocultaba, maravilla de maravillas, una aeronave desvencijada y situó a Cordelia en el asiento trasero con seis cántaros de miel de arce. Sin decir una palabra, Bothari estrechó la mano al sobrino de Kly, quien montó sobre su pequeño caballo y se perdió en el bosque.
      Bajo la vigilante mirada de Bothari, el joven enjuto elevó el vehículo. Rozando las copas de los árboles, siguieron hondonadas y colinas hasta cruzar la cordillera nevada y descender al otro lado, fuera del Distrito Vorkosigan. Al atardecer llegaron al mercado de un pueble-cito. El joven aterrizó en una calle lateral. Cordelia y Bothari lo ayudaron a trasladar su mercancía hasta una tienda de comestibles, donde cambiaron la miel por café, harina, jabón y células de energía.
      Al regresar a la aeronave descubrieron que un viejo camión había aparcado detrás. El joven sólo intercambió un breve saludo con el conductor, quien bajó y abrió el compartimiento de carga para Bothari y Cordelia. En el interior había unos sacos de fibra llenos de coles. Aquello no resultaba muy cómodo como almohada, aunque Bothari hizo lo posible para que Cordelia estuviera bien instalada mientras el camión se sacudía sobre los accidentados caminos. El sargento permaneció sentado a un costado, afilando su cuchillo en forma compulsiva con un trozo de cuero que Sonia le había obsequiado. Cuatro horas en aquella situación y Cordelia estuvo a punto de comenzar a hablar con las coles.
      Al fin el camión se detuvo. La puerta se abrió y cuando Bothari y Cordelia descendieron, se encontraron con que estaban en el medio de la nada: un camino de grava en la oscuridad de la noche, en un territorio desconocido.
      — Los recogerán en el mojón del kilómetro 96 — dijo el conductor del camión, señalando una mancha blanca en la oscuridad que al parecer no era más que una roca pintada.
      — ¿Cuándo? — preguntó Cordelia con desesperación. ¿Y quiénes los recogerían?
      — No lo sé. — El hombre regresó a su camión y se alejó levantando una lluvia de grava, como si ya lo hubiesen estado persiguiendo.
      Cordelia se apoyó sobre la roca pintada mientras se preguntaba morbosamente qué bando saltaría sobre ellos primero, y qué sistema utilizaría para distinguirlos. El tiempo pasó, y ella comenzó a imaginar la posibilidad más deprimente aún de que nadie acudiese a buscarlos.
      Pero al fin una aeronave apareció en el cielo nocturno con los motores silenciados. El vehículo aterrizó aplastando la grava. Bothari se agazapó junto a ella, sujetando inútilmente su cuchillo, pero el hombre que bajaba con dificultad de la aeronave era el teniente Koudelka.
      — ¿Señora? — preguntó con incertidumbre a los dos espantapájaros humanos -.¿Sargento? — Cordelia lanzó una exclamación de alegría al reconocer la cabeza rubia del piloto: Droushnakovi. Mi hogar no es un lugar, son personas…
      Con la mano de Bothari en su codo, ante un gesto ansioso de Koudelka, Cordelia se dejó caer con gusto en el mullido asiento trasero de la aeronave. Droushnakovi se volvió para mirar a Bothari con una expresión sombría, arrugó la nariz y preguntó:
      — ¿Se encuentra bien, señora?
      — Mejor de lo que esperaba. Vamos.
      La cubierta se selló y se elevaron en el aire. Las luces coloridas del panel iluminaban los rostros de Kou y de Drou. Un capullo tecnológico. Cordelia atisbo por encima del hombro de Drou para leer los instrumentos, y luego alzó la vista hacia la cubierta; sí, unas formas oscuras los acompañaban: aeronaves militares de escolta. Bothari también las vio, y sus ojos brillaron con aprobación. Su cuerpo pareció relajarse un poco.

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